La lagartija
De la niñez, sólo recuerdo
una nerviosa lagartija.
De tanto sol sobre su espalda,
parecía de vidrio hecha.
Entre piedras y papagayos,
aparecía en el jardín.
Tal vez quisiera ver el mundo
o desearme un día bueno.
Este saurio diestro y paciente
que convierte el sol en diamante
me hace alabar la maravilla
oculta en la infancia distante.
Pues cosa grande, para un hombre,
es sentir, que al nacer su vida,
toda la belleza del mundo
estaba en una lagartija.
(Traducción de Ángel Crespo)
Los pobres en la terminal de autobuses
Los pobres viajan. En la terminal de autobuses
ellos alzan los cuellos como gansos para mirar
los letreros de los camiones. Sus miradas
son las de quien teme perder alguna cosa:
la maleta que guarda una radio de pilas y una chamarra
que tiene el color del frío de un día sin sueños,
el sándwich de mortadela en el fondo de la bolsa,
y el sol de suburbio y polvo más allá de los viaductos.
Entre el rumor de los altoparlantes y el jadeo de los autobuses
ellos temen perder su propio viaje
escondido en la niebla de los horarios.
Los que dormitan en las bancas despiertan asustados,
aunque las pesadillas sean un privilegio
de aquellos que abastecen los oídos y el tedio de los psicoanalistas
en consultorios asépticos como el algodón que tapa los poros de la nariz de los muertos.
En las filas los pobres asumen un aire grave
que une temor, impaciencia y sumisión.
¡Cómo son grotescos! ¡Y cómo nos incomodan sus olores
aún a la distancia!
Y no tienen noción de las conveniencias, no saben comportarse en público.
El dedo sucio de nicotina restriega el ojo irritado
que retuvo del sueño sólo la legaña.
Del seno caído y túrgido un hilito de leche
que escurre hacia la pequeña boca habituada al llanto.
En la plataforma ellos van y vienen, saltan y aseguran maletas y paquetes,
hacen preguntas inoportunas en las ventanillas, susurran palabras misteriosas
y contemplan las portadas de las revistas con el aire espantado
de quien no sabe el camino del salón de la vida.
¿Por qué ese ir y venir? ¿Y esas ropas estrafalarias,
esos amarillos de aceite de palma que duelen a la vista delicada
del viajante obligado a soportar tantos olores incómodos,
y esos rojos contundentes de feria y de parque de diversiones?
Los pobres no saben viajar ni saben vestirse.
Tampoco saben vivir: no tienen noción de la comodidad
aunque algunos de ellos posean hasta un televisor.
En verdad los pobres no saben ni morir.
(Tienen casi siempre una muerte fea y poco elegante.)
Y en cualquier lugar del mundo ellos incomodan,
viajantes inoportunos que ocupan nuestros lugares
aun cuando estemos sentados y ellos viajen de pie.
(Traducción de Mario Bojórquez)
Soneto de las estrellas
Sentado en la letrina del hotel Ritz
pienso en los pobres y en los desvalidos.
Qué cruel es el mundo, dividido
entre quienes nada tienen y quienes tienen todo.
Fulgor de cinco estrellas –y la mortecina
vida de mierda sin ninguna estrella.
Duele en mí el misterio de la injusticia,
herida que nunca cicatriza.
Imagino una aurora repentina,
la ruidosa descarga de agua pura
que restaura la blancura en las letrinas.
Que florezca en el mundo una alborada
–hormiguero de luz, nube bermeja–
y corrija la injusticia de las estrellas.
(Traducción de Martín López-Vega)
Los cementerios
—¿Qué cementerio es este?
—Un cementerio de automóviles. Aquí yace mi Chevrolet, se pudre mi Buick.
El viento roe el resplandor de América.
—¿Qué cementerio es este?
—Es un cementerio como cualquier otro. Bajo la hierba y los grillos,
reposa mi padre.
Y sueños. Y antiguos recuerdos de dólares.
—¿Qué cementerio es este?
—Es un cementerio de muertos de guerra.
Los soldados escuchan la risa de los niños
Pero no tienen más bocas ni dientes para alegrarse.
—¿Qué cementerio es este?
Es un cementerio de blancos
Es un cementerio de negros
Es un cementerio de judíos.
—¿Qué cementerio es este?
—¿Cómo se explica que estemos vivos?
Cinco mil mueren diariamente en América
y todavía estamos, turistas, preguntando siempre lo mismo.
(Traducción de Damaris Calderón)
A una lavadora
La lavadora
apaga el esperma escurrido en tu sueño;
inmóvil, como el ojo de vidrio de las muñecas,
sorbe espinas y pirámides
que encontraste en tu camino,
limpia la mancha de alcohol y lágrima
que guardabas como una cicatriz
en la manga de tu levita.
Una rociada lluvia de jabón en polvo
cae en las entrañas del albo pájaro palpitante.
Una vez más estoy inmaculado
como en la mañana de mi primera comunión.
El blanco más blanco del mundo
me unge con santidad
e inocencia.
Puedo pecar de nuevo, mentir, arrojarme
en la noche que brilla entre el Cristo taciturno
y el cariñoso clítoris.
Puedo ganar el pan con el sudor de mi frente.
En el altar redondo y blanco un dios susurrante
me limpia y me protege
todo el santo día.
(Traducción de Héctor Carreto)
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Lêdo Ivo (Brasil, 1924-2012) periodista, poeta, novelista, cuentista, cronista y ensayista brasileño. Fue uno de los escritores más importantes de la generación del 45 y de la literatura moderna brasileña. Ángel Crespo (España 1926-1995); Mario Bojórquez (México, 1968); Martín López-Vega (España, 1975); Damaris Calderón (Cuba, 1967); Héctor Carreto (México, 1953-2024).