Sobre el amor
Encendido en los boscajes del tiempo, el amor
es deleitada sustancia. Abre
con hociquillo de marmota, senderos y senderos
inextricables. Es el camino de vuelta
de los muertos, el lugar luminoso donde suelen
resplandecer. Como zafiros bajo la arena
hacen su playa, hacen sus olas íntimas, su floración
de pedernal, blanca y hundiéndose
y volcando su espuma. Así nos dicen al oído: del viento
de la calma del agua, y del sol
que toca, con dedos ígneos y delicados
la frescura vital. Así nos dicen
con su candor de caracolas; así van devanándonos
con su luz, que es piedra, y que es principio con el agua, y es mar
de hondos follajes
inexpugnables, a los que sólo así, de noche,
nos es dado ver y encender.
Una avispa sobre el agua
La superficie del agua es tensa
para una avispa,
es un sendero múltiple fluyendo siempre
como el tacto del tiempo
sobre la hondura quieta
de un corto espacio.
Corto es el tiempo
en que flota; corta
la distancia en que gira
por incesantes laberintos,
remolinos inciertos, llamas,
y transparencia
inextricable.
¿Le puedo hacer una pregunta?
“¿Le puedo hacer una pregunta?”
El sol transcurre entre las nubes
como tibia cascada. Estamos encima de ellas,
encima de la tierra y el mar
y el cielo es una vasta
plenitud sostenida. “Una pregunta,
óigame bien:
¿Si a usted,
si a usted le hubieran consultado…?”
Como los ojos suaves de esta niña ante el mar,
como su calma nítida.
“¿Le puedo hacer
una pregunta?”
(Un asiento adelante
el gris luido de la cortina encubre
este mar silencioso.)
Miro sus ojos a contraluz,
fijos e inquietos
y casi secos.
“¿Si a usted…?”
Veo el metal, su perfil,
entre la trama blanca. El azul.
Cambios de matiz, de textura, en el caudal
de la cortina. La cabeza que escucha,
que voltea “¿Quiere algo de tomar?”
Sus ojos, tercos, me ven de frente:
“¿Si a usted,
si a usted le hubieran preguntado
si quería o no nacer?”
“Haga la prueba –me dice–,
pregunte también usted; a sus parientes,
a sus amigos;
¿y usted, sí, usted –ojos ariscos
y brumosos frente al arco de luz–
qué hubiera dicho?”
Sobre él discurren con suavidad
En el espejo del tiempo
centellea la conciencia.
Fina serpiente de cristal, rodea las cosas.
Las envuelve, las crea, las fija.
–Se ve mirarse en el reflejo.
Ve su imagen mirar.–
Los movimientos se hacen cautos
y lentos
y van dejando en su discurso fisuras.
Los dibujos que trazan al brillar las fisuras
van reemplazando
el movimiento.
Son subyugantes sus arabescos contra el lomo
del mar.
En él respira su silencio.
Es un espejo el tiempo
bajo el azul: sobre él,
con punzones finísimos argumentan,
sobre él discurren con suavidad.
De sus ojos ornados de arenas vítreas
Desde la aparición de estos peces de mármol; desde la suavidad sedosa de sus cantos, de sus ojos ornados de arenas vítreas, la quietud de los templos y los jardines (en sus sombras de acanto, en las piedras que tocan y reblandecen) han abierto sus lechos, han fundado sus cauces bajo las hojas tibias de los almendros. Dicen del tacto de sus destellos, de los juegos tranquilos que deslizan al borde, a la orilla lenta de los ocasos. De sus rastros de hielo. Ojos de piedras finas. De las sombras que arrojan, del aroma que vierten (En los atrios: las velas, los amarantos) sobre el ara levísima de las siembras. (Desde el templo: el perfume de las espigas, las ficciones; los ciervos. Dicen de sus reflejos.) En las noches, el mármol frágil de su silencio, el preciado tatuaje, sus breves filos (han ahogado la luz a la orilla; en la arena) sobre la imagen tersa; sobre las flamas tenues en las praderas.
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Coral Bracho (Ciudad de México, 1951) escritora, poeta y traductora Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2023. Varios de sus libros publicados en México se han publicado además en distintos países de Iberoamérica. Ha traducido, entre otros, a Gilles Deleuze y Félix Guattari, Charles Simic, Ted Hughes, Wallace Stevens, John Ashberry, D.H. Lawrence y William Carlos Williams.