Terminó el día lluvioso

Terminó el día lluvioso; de la lluviosa noche

la sombra el cielo cubre con plomizo vestido.

Lo mismo que un espectro, detrás de la pineda,

la luna, rodeada de niebla, ha aparecido.

Todo inspira en mi alma una angustia sombría.

Allá lejos la luna brilla en pleno fulgor;

allá el aire rezuma tibieza vespertina,

allá la mar agita su manto de esplendor

bajo el azul del cielo.

Es el momento: ahora va ella por el monte

a las costas hundidas por las ruidosas olas.

Allá, bajo unas peñas escondidas,

ahora está ella sentada, entristecida y sola.

Sola… delante de ella ninguno llora o sufre,

sus rodillas de besos nadie en éxtasis cubre.

Sola… sin que a los labios de amante alguno entregue

ni hombros, ni húmedos labios, ni sus senos de nieve.

De su amor celestial ninguno es digno.

¿No es Cierto? Sola estás… lloras… yo estoy tranquilo.

Pero si…

Ya vague por las calles bulliciosas 

Ya vague por las calles bulliciosas,

ya penetre en el templo populoso,

ya me rodeen alocados jóvenes,

en mis ensueños sigo estando absorto.

Me digo: pasarán raudos los años

y por muchos que aquí nos encontremos,

todos iremos a la eterna fosa

y para alguno ya llegó su tiempo.

Cuando contemplo el roble solitario,

este patriarca de los bosques –pienso–

sobrevivió al cruel siglo de mis padres

y sobrevivirá a este siglo nuestro.

Cuando acaricio a una tierna criatura

pienso que es hora ya de despedirme:

te cedo el puesto, florecer te toca,

y para mí ya es hora de pudrirme.

Cada día que pasa, cada hora,

me he acostumbrado a ejercitar la mente,

e intento adivinar cuál de entre ellos

será el aniversario de mi muerte.

Y ¿dónde me enviará la muerte el Hado?

¿En la guerra, en la mar, como viajero?

¿O si acaso será, el valle vecino

el que reciba mis helados restos?

Y aunque para mi cuerpo inanimado

dónde se descomponga igual le sea,

yo, más cercano a mi solar querido,

de ser posible, reposar quisiera.

Y que a la entrada misma de mi tumba

una juvenil vida jugar pueda,

y que Naturaleza indiferente

con su eterna hermosura resplandezca.

Yo la amé 

Yo la amé,

y ese amor tal vez,

está en mi alma todavía, quema mi pecho.

Pero confundirla más, no quiero.

Que no le traiga pena este amor mío.

Yo la amé. Sin esperanza, con locura.

Sin voz, por los celos consumido;

la amé, sin engaño, con ternura,

tanto, que ojalá lo quiera Dios,

y que otro, amor le tenga como el mío.

(Traducción de Dayron Luis Martínez Pastrana)

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Alexander Pushkin (Moscú, 1799-San Petersburgo,1837) fue un poeta, dramaturgo y novelista ruso, fundador de la literatura rusa moderna. Su obra se encuadra en el movimiento romántico. Dayron Luis Martínez Pastrana es cubano, profesor de Historia y asignaturas de la carrera de Licenciatura en Derecho en la Universidad de Artemisa “Julio Díaz González” (UA).