Se debería soñar el mar 

en los días que casi no se duerme;

en los que sale el sol y se pone

la luna y llueve en alguna 

parte del mundo y hace feliz

algún rostro como los de estos niños

(dormitan sangrantes, cabezas de adultos).

Niños envueltos en sábanas

blancas, cargados por hombres,

y mujeres –ya no son padres–, 

no les caben dolor alguno

en los rostros, caminando 

en círculos para llegar a casas

que ya no tienen, pero en las 

que sigue saliendo el sol, 

ascendiendo la luna, floreciendo 

jardines sangrientos en sus cabellos 

cabezas de Medusas cristianas,

en tierra prometida, vuelta a prometer.

Una vez en la vida se pondera

que, en el mismo lugar que se ha vivido,

se ha de morir como se llega a la conclusión

en poesía ante un vaso con agua

o la luz apagada con el sol afuera. 

Donde no se duerme,

¿qué está despierto? Donde se 

quiere en sueño, ¿se quiere despertar?

¿Quién niega estar despierto

sino el dolor, la alegría envuelta

en zozobra de estar somnoliento 

en soledad, soñar en soledad,

caminar por las calles en soledad?

En el momento de la ira endiosada,

en que se tiene tierra en las manos

acude a la semilla a lo pasado 

que no es plenitud, ni felicidad 

por la llegada o partida y no 

decir nada porque no siempre

hablar de lo que se siente cura

al silencio, a la ausencia, 

a lo que se recuerda en temblor.

 

Donde no se ha pasado de despertar,

de la somnolencia, de la pesadilla,

de sentir olas dentro de la sangre;

si se dice quiénes fueron acude el asco

de no ser siendo lo que se pregona: 

asesino en serie, moneda al aire.

Donde alguien se da a la tarea

de justificar su odio hay que hacer

silencio ante la sangre derramada

o justificarla con amaneceres,

donde las fiestas solo sean fiestas

de mirar, de oír al viento del fuego 

sobre la superficie del mar, 

traído de tan lejos como si fuera 

del patio que ya no se tiene.

Se debería soñar el mar 

en los días que casi no se duerme;

en los que sale el sol y se pone

la luna y llueve en alguna 

parte del mundo y hace feliz

algún rostro como los de estos 

niños fantasmas de franja en franja.

En cualquier parte se duerme, excepto

en las cabezas de adultos donde hay crímenes.

                                                          A la Franja de Gaza.

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Amable Mejía nació en Santo Domingo, República Dominicana, en 1959. Es poeta, ensayista y narrador. Ha publicado en poesía Días de semana (2001), El amor y la baratija (2007), Novo Mundo-Himnos (2015) y El otro cielo (2019). También el libro de cuentos Entre familia (2004) y las novelas Primavera sin premura (2008), La isla de los hombres felices (2012), Muerte en noche de palomas (2020) y El blanco mar (2021).