Las reuniones que celebrábamos en el grupo literario La antorcha, fundado el 21 de mayo de 1967 y formado, entre otros, por los poetas Rafael Abreu Mejía, Enrique Eusebio, Soledad Álvarez, Alexis Gómez y quien les escribe, recibieron, un buen día, una visita extraña. Era como tener en nuestra presencia a uno de los poetas malditos que habíamos leído en nuestras incursiones en la literatura francesa, inglesa o española.
Juan Sánchez Lamouth estaba entre nosotros con todo y su poesía; fue una sesión inolvidable que generó una relación de amistad entre nuestro grupo y él. Nos invitó a su casa en la aldea, como le solía llamar a su hábitat en San Lorenzo de los Mina. Llegamos temprano una mañana de domingo y nos sometió a una prueba para que demostráramos si realmente éramos poetas.
Pidió a su esposa preparar un sancocho y dijo: «El que no pase la prueba, no participa en este manjar que prepara Panchita, y va a tener que irse, pues la aldea es solo para poetas». Nos facilitó papel y lápiz y nos dijo que el tema era «crisol común», y, cada uno, se dedicó a producir el mejor texto. Lamouth, al terminar, señaló que todos éramos poetas; pasamos la prueba y se consolidó una amistad que duró hasta su muerte. Todos lloramos su deceso a destiempo. Cuando supe de su internamiento, me apersoné con mi esposa a la clínica del Dr. Dinsy, donde sostuvimos un diálogo inolvidable mientras el poeta daba sus últimos suspiros, para luego, varios días después, dejarnos sin su singular presencia, pero con una poesía que no morirá nunca. Fue un gran talento, sin gran escolaridad, pero con una fuerza que parecía emerger de la misma tierra. Convertía sus impulsos en poemas que no pueden ser obviados por nadie que se precie de conocedor de la poesía dominicana.
Leer sus poemarios: Brumas, Elegía de las hojas caídas y 19 poemas sin importancia, 700 versos para una sola rosa, Memorial del bosque, otoño y poesía, El pueblo y la sangre, Sinfonía vegetal a Juan Pablo Duarte, nos obligan a pensar que, Juan Sánchez Lamouth, no fue solo un poeta con una gran fuerza telúrica, sino también, alguien que se interesó por conocer la poesía internacional. De ahí su referencia a poetas como Salvatore Quasimodo, a quien le dedica un poema, Paul Valéry, William Blake, Antonio Machado, Rainer María Rilke, César Vallejo, Jorge Guillén, Cesare Pavese, Thomas S. Elliot, Martín Heidegger, Octavio Paz, El conde de Lautréamont.
Se podría decir que tocó todas las cuerdas de la lira para utilizar un término tan común y referirse a un poeta capaz de cantar los temas más diversos, y, a veces, hasta insólitos.
En un homenaje a William Blake, con el título «Pájaros, pájaros», citamos:
¿No comprendes que cada pájaro que hiende
el camino del aire es un mundo de delicias
cerradas para tus cinco sentidos?
Escuchad – son ellos
barriendo las flores
con la suave escobilla de su canto,
cerca de sus azúcares nostálgicos,
cerca de la forma de sus sueños,
cerca de su fuga hacia las cosas.
Escuchad – son ellos
en un mundo sin reproche,
vuelan respirando un aire especial,
más acá de la muerte del crepúsculo,
más allá de la calma de las flores.
Mirad – son ellos.
Poeta levanta tu venda de perfume
para que veas sus cuerpos llenos de
Primavera.
Sin embargo, el tema que vengo a tratarles es «La negritud: una vertiente esencial en la poesía de Juan Sánchez Lamouth», y eso me obliga a hablar de un tema que recuerdo. El Poeta Franklin Mieses Burgos, un día, nos dijo: qué era eso de poesía negroide, pues él había leído poetas africanos que escribían poesía, sin apellido. Es evidente que tiene mucha razón nuestro gran poeta lírico, pero la realidad es que ese tipo de poesía alusiva al tema de la raza negra en sus más variadas vertientes tiene su historia, y si se quiere, hasta su justificación.
Como sabemos, el amplio y diverso mosaico cultural que exhibe la región del Caribe tiene su origen en las luchas coloniales de diversos países europeos que se disputaban la hegemonía, que trajo como consecuencia: lenguas oficiales y expresiones de creole que reflejaban ese dominio sobre el territorio caribeño, y generó, en esta región, un proceso de hibridación caracterizando en todo su devenir histórico.
A diferencia de otros países de América como: México, Perú, Ecuador, Bolivia y Guatemala, donde perviven culturas aborígenes, en el Caribe, sus pobladores son fundamentalmente originarios de Europa o de África a través de un proceso esclavizante que generó niveles de producción infrahumanos. Que tenían, como objetivo central, el aumento de las riquezas que hicieron más poderosos a algunos países europeos.
En el plano cultural se estableció el sincretismo donde se mezclaron múltiples manifestaciones culturales, pues ni Europa ni África eran culturas uniformes, sino que, estaban dotadas de una gran variedad. En la región del Caribe se fueron construyendo nuevas expresiones culturales con un fuerte arraigo de origen africano, pero con una cultura oficial cuyo espacio dominante era inglés, francés, español u holandés.
Estos idiomas oficiales convivieron con una oralidad que permitió la comunicación de los sectores más empobrecidos, y se formaron, en algunas de las islas del Caribe, verdaderos idiomas denominados creoles. Los países colonizados por Inglaterra como Jamaica, Trinidad y Tobago o Barbados lograron su independencia solo hace varias décadas y adoptaron formas peculiares de relación como la de pertenecer a la comunidad inglesa.
En el caso de las dependencias de Holanda como Curazao o Aruba, existen expresiones de relación política íntimamente ligadas, hasta nuestros días, a la metrópoli, con niveles de autonomía administrativa. Entre los que pertenecieron al dominio español están: la República Dominicana que adquirió su independencia en el año 1844 y Cuba en el año 1895 con la limitación de la Enmienda Platt impuesta por los Estados Unidos. Puerto Rico dejó de ser una colonia española para convertirse en una norteamericana, y, a partir de la década de 1950, en un Estado Libre Asociado con los Estados Unidos.
Islas dependientes de Francia como Martinica, Guadalupe y Guyana Francesa, después de un largo proceso colonial y de luchas autonómicas e independentistas, devinieron en territorios franceses de ultramar con peculiares características. En el caso de Haití, se considera un acontecimiento excepcional pues en el año 1804 obtuvo su independencia, siendo el primer país esencialmente negro que obtuvo su liberación. Hazaña que lo convirtió, sin duda, en una fuente de inspiración para todos los afrodescendientes que vieron en ese gesto, la posibilidad de superar los niveles de esclavitud y de opresión a que eran sometidos millones de seres humanos en el mundo por su origen racial.
Es importante señalar todo esto antes de adentrarnos en el tema de la negritud, y, en particular, del significado de Aimé Césaire como figura esencial de esta corriente y el poeta más importante de la misma. El movimiento de la negritud surgió, no en el Caribe, sino en París, a través de un conjunto de publicaciones, constituyéndose Legítima Defensa aparecida en 1932, como la primera. Esta publicación denunció el proceso anexionista de la burguesía francófona caribeña y tomó como estandarte, los valores de la cultura negra. Otras publicaciones como la Revué du monde noir donde Césaire, Damas y Senghor planteaban las bases doctrinarias de una tendencia a favor de la diáspora panafricana.
No es casual que dicho movimiento surgiera en Francia. Este era, no sólo el país de la gran revolución que hablaba de igualdad y fraternidad, sino que, durante los inicios del siglo XX, había acogido artistas de diversas partes del mundo negro y eran comunes las manifestaciones culturales de jazz o las pinturas basadas en las máscaras africanas.
Aimé Césaire que había nacido en Martinica en junio del año 1913, fue captando las características de su propio entorno, que fue creándole la conciencia de su realidad como negro y como martiniqueño. Su inclinación a la literatura lo fue llevando a reflejar, en ellas, toda una cosmovisión expresada en ensayos, obras teatrales y poesías. Su Discurso sobre el colonialismo y otros trabajos publicados en la importante revista Tropiques se suman a tres obras de teatro como Et les chiens se taisaient, Une Tempete, y Une saison au Congo, pero no alcanzarán, sin embargo, la trascendencia universal de su gran poema «Cuaderno de un retorno al país natal» publicado en el año 1939, donde se mezcla la fuerza telúrica de la cultura negra con la mejor tradición de la lírica francesa, a través de los extraordinarios valores revolucionarios lingüísticos del movimiento surrealista.
Para el gran escritor Agustí Bartra «La palabra del poema era francesa, surrealista y africana, pero no se adhería a ninguna de estas denominaciones».
Aimé Césaire dirá:
…palabras, ah sí, palabras,
más palabras de sangre nueva, palabras que
son marejadas y erisipelas
paludismos y lavas y fuegos
de manigua, y llamaradas de carne,
y llamaradas de ciudades.
El encuentro de Césaire con Bretón en Martinica en el año 1941 se puede considerar determinante para la proyección de este texto, que luego el gran escritor Jean Paul Sartre, insertaría dentro de la literatura de compromiso, expresándose de la siguiente forma: «Se puede hablar aquí de una poesía comprometida, y aún dirigida y automática, no porque existiese aquí la intervención de la reflexión, sino porque sus palabras, las imágenes expresan continuamente la posesión. El surrealismo encuentra en su interior el alivio. Césaire haya en su fuego la intransigencia de las exigencias y de la sed de venganza».
Césaire estudiaba en el Liceo Luis Legrand de París y ahí conoce a Leopoldo Senghor, negro de Senegal, expresando «Cuando conocí a Senghor, me dije africano». La evolución de Césaire desde el punto de vista político, lo llevó desde los criterios de independencia hacia el autonomismo y a apoyar el proceso del estatus actual de Martinica, y, al mismo tiempo, lo hizo evolucionar hacia criterios menos excluyentes que sus ideas originales. Por eso, en el año 1959, dijo lo siguiente: «Partiendo de la conciencia de ser negro, lo que implica hacerse cargo de su destino, de su historia, de su cultura, la negritud es el simple reconocimiento de este hecho y no comporta ni racismo, ni negación de Europa, ni exclusivismo, sino al contrario, una fraternidad con todos los hombres de raza negra, no en función de su piel sino más bien de una comunidad de cultura, de historia, de temperamento».
Voy a presentar algunos fragmentos que considero esenciales para penetrar en este texto de factura universal que es Cuaderno de un retorno al país natal:
«Y ni el maestro en su clase, ni el sacerdote en el catecismo podrán sacar una palabra a ese negrito soñoliento, a pesar de la manera tan enérgica con que ambos tamborilean sobre su cráneo rapado, porque es en los pantanos del hambre donde se ha hundido su voz de inanición (una palabra-una-sola-palabra y os-libro-de-la-reina-Blanca-de-Castilla, una-palabra-una-sola-palabra, ved-ese-pequeño-salvaje-que-no-sabe-ni-uno-de-los-diez-mandamientos-de-Dios)
porque su voz se olvida en los pantanos del hambre,
y no se puede sacar nada, verdaderamente nada, de ese pequeño granuja,
salvo un hambre que ya no sabe trepar por las jarcias de su voz en hambre pesada y floja,
un hambre enterrada en los más hondo del Hambre de ese famélico morro».
«…Volveré a hallar el secreto de las grandes comunicaciones y de las grandes combustiones. Diré tormenta. Diré río. Diré tornado. Diré hoja. Diré árbol. Seré mojado por todas las lluvias, humedecido por todos los rocíos. Rodaré como sangre frenética sobre la lenta corriente del ojo de las palabras, en caballos locos, en niños lozanos, en coágulos, en tapaderas, en vestigios de templo, en piedras preciosas lo suficientemente lejos para desalentar a los mineros. Quien no me comprenda tampoco comprenderá el rugido del tigre».
«… ¿Quiénes y cuáles somos? ¡Admirable
pregunta!
A fuerza de contemplar los árboles me he convertido
en un árbol y mis largos pies
de árbol han cavado en el suelo anchos
sacos de veneno, altas ciudades de osamentas
a fuerza de pensar en el Congo,
me he convertido en un Congo rumoroso
de bosques y de ríos
donde el látigo restalla como un gran estandarte
el estandarte del profeta
donde el agua hace
likuala-likuala
donde el relámpago de la cólera lanza su hacha
verdosa y domina a los jabalíes de la putrefacción
en el hermoso lindero violento
de las ventanas de la nariz».
«…aduaneros ángeles que montáis ante las puertas
de la espuma la guardia de las prohibiciones
yo declaro mis crímenes y que no hay nada que decir
en mi defensa.
Danzas. Ídolos. Relapso. Yo también
he asesinado a Dios con mi pereza
mis palabras mis gestos mis canciones
obscenas».
¿Qué relación tendrá entonces el movimiento de la negritud, fundamentalmente proveniente de las islas francesas de ultramar, pero que también estaba relacionado con los movimientos de retorno a África, con Jamaica, encabezado por Marcus Garvey y otras islas del Caribe, o el sólido movimiento de defensa de los valores negros a través de obras como Así habló el tío de Jean Price Marscon la República Dominicana o el Caribe hispánico?
En el caso del Caribe español son conocidos los importantes aportes al tema negro a través de autores como Fernando Ortiz y Lidia Cabrera, en el caso de la investigación histórica o de Emilio Ballagas y Nicolás Guillén en el campo de la poesía. En Puerto Rico también se desarrollan movimientos históricos y literarios que culminarán con los textos poéticos de Luis Palés Matos. Y en la República Dominicana, Pilón y Trópico negro de Manuel del Cabral. Van a ser de los textos más trascendentes del tema negro, sin olvidar las incursiones de los poetas Rubén Suro, Francisco Domínguez Charro, Abel Fernández Mejía, Antonio Fernández Spencer, Norberto James, Tomás Hernández Franco y Blas Jiménez, entre otros.
Sin embargo, tratar el tema negro no significa asumir la negritud. La mayoría de nuestros escritores hispanohablantes que han tratado el tema, lo hacen, no con una identificación ideológica como fue la negritud, sino, en algunos casos, como un acto de compasión o de solidaridad contra la opresión, y, en otros, coincidiendo como el movimiento de Marcus Garvey que planteaba el retorno a África. En uno de los casos podemos ver el poema «Trópico Picapedrero» de Manuel del Cabral.
Hombres negros pican sobre piedras blancas,
tienen en sus picos enredado el sol.
Y como si a ratos se exprimieran algo…
lloran sus espaldas gotas de charol.
Hoy, buscando el oro de la tierra encuentran
el oro más alto, porque su filón
es aquel del día que pone en los picos
astillas de estrellas, como si estuvieran
sobre la montaña picoteando a Dios.
Y del segundo tenemos el poema «Viejo Negro del Puerto» de Domínguez Charro que en la parte final dice:
¡Viejo negro del puerto!
¿Qué deseo te taladra?
¿Qué mística idolátrica penetra en tus entrañas
que, inmóvil como estatua, te embriaga de fulgor
de mil estrellas lánguidas…?
Inútilmente sueñas con tu retorno al África.
Si pudieras tejer con tus brazos
un pedazo de jungla flotante
y dejarte arrastrar por los mares…
O tejer con clarores de luna
un velamen muy blanco y extraño
y dejarte impulsar por el aire:
¿qué aventura tan grande!
¡Viejo negro del puerto!
¡Quisiera consolarte!
La negritud, más bien, es una pasión surgida de un estallido. Un lenguaje que trata de crear un espacio nuevo, ardiente y con una semilla surgida de las mismas esencias reivindicativas de una cultura marginada y de unos hombres y mujeres que se pensó, en algún momento, no tenían la sangre roja, y que, por tanto, no formaban parte esencial de la humanidad.
Valoramos, en toda su dimensión, a todas las manifestaciones de la poesía de tema negro o negrista, pero para entender la ausencia en la República Dominicana de una identificación con este movimiento, habría que partir, en primer lugar, de las características de nuestro país con una clase dominante históricamente prohispánica. La intelectualidad tradicional dominicana entendió, por décadas, que sólo era cultura lo proveniente de España o de otros territorios europeos, y, posteriormente, norteamericana. Pero viendo a Norteamérica a partir de las expresiones de una cultura blanca y no como la vio la clase dominante haitiana, hizo que centenares de habitantes de los Estados Unidos de origen negro, llegaran a la isla de Santo Domingo, y, de ahí, las poblaciones afrodescendientes que se ubicaron en lugares como Samaná, dieron continuidad a sus manifestaciones culturales, muchas de las cuales perviven, como, por ejemplo: el bambulá como expresión danzaria.
Otras presencias de origen africano en la República Dominicana, tanto provenientes de África, de Haití y de las islas inglesas del Caribe, no variaron la percepción hispanófila en la República Dominicana, y, con la llegada de la tiranía trujillista del 1930 a 1961, se acentuaron esos criterios marginando las expresiones afrodescendientes y obstaculizando el surgimiento de cualquier expresión que se pudiera, siquiera, parecer a la negritud. Por eso, el nacimiento de este movimiento en el 1932 y la salida en 1939 de Cuaderno para retorno a un país natal, no podían ejercer ninguna influencia en un país donde la mayoría de los mulatos se consideraban blancos y la mayoría de los negros aspiraban a blanquear la piel y no sentían su origen africano como algo positivo, sino como un atraso de su raza, ligando lo negro al vecino país Haití.
Dos ejemplos que me parecen esenciales y que podrían ilustrar lo que, a nuestro juicio, es la presencia de la negritud en la República Dominicana de manera consciente. Aída Cartagena Portalatín a partir de la visita de André Bretón a nuestro país, después de haber estado en Haití, inicia su andadura por estos temas. Es la misma Aída Cartagena que en su libro Culturas africanas, rebeldes con causa, nos señala:
«El hombre vivo está hecho de recuerdos, de celebraciones que, si son aptas, desea que se repitan. Como ejemplo, recuerdo cuando se estrechaban las manos de André Bretón con las mías en el segundo piso del edificio La Gloria en la calle El Conde. Eugenio Fernández Granell, que además de crítico es pintor e ilustraba los cuadernos de la Poesía Sorprendida, llevó a La Gloria a los poetas del grupo para saludar a Bretón, quien, después de terminada la Segunda Guerra Mundial y antes de regresar a Francia, quiso llegar a Santo Domingo para ponerse en comunicación con los poetas surrealistas cuyas obras conocía. El gran poeta galo regresaba a su país con el Segundo Manifiesto de su tendencia literaria. Eran los días más recientes de la postguerra. En los Cuadernos de poesía Sorprendida se disfrutaba la lectura de poemas inéditos de Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Altolaguirre, León Felipe y otros grandes de los que se quedaron o salieron de España cuando su guerra. Enviaban sus colaboraciones para que se publicaran en Santo Domingo.
En un aparte, conversaba con André. Yo citaba nombres de los poetas europeos cuyas obras se leían y discutían en nuestras reuniones. En un momento abrió su maletín y tomó, para regalármelo, el último número de TROPIQUES que publicaba el poeta martiniqués Aimé Césaire. Todo el material era literatura de la negritud, poesía de cepa negroafricana y negroantillana que se alimentaba en las fuentes del gran país natal, África. Con este ser vivo, lleno de preocupaciones, esa misma noche comencé la celebración de los rituales de aquel encuentro que se multiplicaría: Bretón-Césaire-Senghor-La negritud. Desde esa misma noche vi otro mundo dividido no en países sino en hombres blancos y en hombres negros. Parecía bastante idealista admitir el hecho de que, en la comunidad de los negros, la función del poeta o del artista en general, es celebrar la existencia y permanencia de los valores y no su destrucción, como en el mundo de los blancos».
A diferencia de sus otros compañeros de la Poesía Sorprendida, Aída vio en la presencia de Bretón, un puente para llegar al mundo africano. Su estadía en Francia le permitió conocer a los grandes intelectuales de la negritud, entre ellos a Aimé Césaire, y llegar a África para conocer Sedar Senghor.
La intelectual dominicana, influida por esta experiencia, sin duda, escribirá en su libro La tierra escrita, lo siguiente:
Mi madre fue una de las grandes mamás
del mundo.
De su vientre nacieron siete hijos
que serían en Dallas, Menphis o Birminghan un problema
racial.
(Ni blancos ni negros).
Lala al servicio de la casa por más de treinta años
no la olvida.
En cada frío que se hace en nuestro valle
la recuerdan también los que recibieron en el pueblo
sus frazadas baratas.
Mamá ignoraba las Teorías Políticas. (Encíclicas y a Marx).
Solo entendía que el pobre sufre hambre, reclama pan y
necesita abrigo.
Un periodista dijo que ella era un programa privado
de Asistencia Social.
Mujeres de vida buena y de vida mala aún la lloran.
Sus cosas eran deber de amor.
Mamá. Olimpia. Mamá. El público no debe por fundas de
alimentos
ni frazadas y techos
levantar estatuas. Deber de amor son esas cosas.
Deber del hombre por todos los HOMBRES.
¡POBRE NEGRA, la niñera! Mi casa era un circo,
(pelotas, muñecas, columpios, patines, gritos, castigos y
vainas).
Durante diez años, Negra, tendió sobre mi cuerpo
la sabanita blanca.
(QUE DIOS HAYA REPARTIDO CON ELLA EL
LATIFUNDIO DE SU REINO, Y QUE DESCANSE
¡¡¡EN PAZ!!!).
Porque luego, Negra corrió con muchos varones en
Curazao.
Más, es necesario que hable de ella con AMOR
ADMIRACIÓN
y DIGNIDAD
porque cuando cuidó mi infancia
su vida estaba pura de respeto
y llena de renunciamientos.
Para buscar el sueño yo unía mi pensamiento al suyo
y su silencio al mío.
Ahora los brazos de mi soledad se extienden como alambres
hacia su recuerdo. De todos modos:
¡NEGRA!, ¡NEGRA!, muy alto grito: ¡¡NEGRA!!
Negra muerta: te digo en esta página
que, a veces, el recuerdo de un muerto es pesado
e indigesto.
—Lo cierto es —me explicó un psiquiatra—,
que el recuerdo para ser correctamente asimilado
necesita estar pegado a un sentimiento de amor, gratitud,
admiración, odio, sexo, o cualquier otro tema…
El otro caso destacado es el del poeta Juan Sánchez Lamouth, precisamente de origen martiniqueño y auténtico poeta negro. En su poema «Los Lamouth» se refiere a su origen. Su diversidad literaria e ideológica lo llevó a las más variadas posiciones en sus 39 años de vida, formó parte de una generación entre 1948 y 1960, de un grupo de poetas independientes, entre los que estaban también Ramón Francisco y Marcio Veloz Maggiolo. Parte de su obra poética la dedicó a la exaltación del tema negro y a la discriminación.
Mientras muchos de nuestros poetas admiraban a España, a Norteamérica, a Francia, o simplemente se referían a los aspectos políticos de la experiencia nacional, Lamouth, que les escribió a tantas cosas, sin casi descuidar ningún tema, tiene, a mi juicio, los más auténticos poemas de temas negros surgidos de un poeta de su raza que padeció el prejuicio racial incrustado en el corpus de la sociedad dominicana para las primeras décadas que le tocó vivir. Y, a diferencia de Aída que viajó por todo el mundo, Lamouth nunca salió de nuestro país. Su experiencia vital y sus lecturas fueron construyendo un espacio particular para la negritud, movimiento que, aunque fue cuestionado posteriormente por la creolité, llenó un extraordinario espacio en la cultura y en el grito de libertad de una población importante de la humanidad.
Varios trabajos líricos van a señalar la relación de nuestro poeta con este importante movimiento y con su esencia. Veamos el texto «Señas de identidad»:
«Mi nombre
Juan
Color
negro latino
Residencia
la aldea
Ocupación
poeta
Bienes
la poesía
Seña particular
una herida profunda
que me supo abrir
la oligarquía».
Otro poema emblemático es «Maldición al poeta Jules Romains» por no haber cantado a los hombres negros:
«Bien debería el mar penetrar hasta la tierra enferma de tus huesos por haberte llenado de silencios viendo a los hombres negros. Tú dices que Dios es blanco; yo contradigo; Dios no tiene color. Ese canto a los hombres blancos fue un poema que hiciste sin provecho. Ahora que mi canto viaja a tu tierra ciega en mi bosque de luto, te maldicen los pájaros. ¡Maldito seas! ¡Mil veces!, hasta en las lámparas de los locales subterráneos. Hasta las mismas aldeas te maldicen con sus niños desnudos y sus árboles ahora que el carbón y los murciélagos no pueden ser horrores de tu alma…
…Maldito seas por ti fue más difícil traducir a los ángeles de la iglesia de Pedro; he aquí a Mayakouski señalando todas tus piedras varias; porque odiaste a los negros hasta los cementerios declaran huelgas de hambre en contra de tus huesos sé que hasta las pirámides te maldicen. Dios no tiene color, desgraciado poeta».
El otro poema es «Saludo conjunto al poeta Leopoldo Sedar Senghor»:
«Pastor de los negros de la iglesia del mundo, que aún luchas por llevarnos hacia la tierra santa de tus prédicas. Saludo tus fuerzas misteriosas hasta en los tréboles negros que tienen las barajas. Tú que llenaste tu corazón de tierra frente al otoño oscuro de los pobres, te saludo en nombre del polvo de estos barrios; parece que estas tierras de América no son muy buenas para que crezcan las plantaciones de la justicia. Señor de las bellas palabras, tu alma es la plazoleta donde pueden hablar las gentes negras. Ved: corazones coléricos siguen manchando de rojo la piedra doméstica del pueblo. Borra el statu quo de los judas como lo hizo el reverendo King al sonar su trompeta salvadora.
Nosotros, los negros de América, te saludamos unánimemente. Te saludan los niños que aún cortan flores para adornar el mutismo de los ídolos blancos».
Fragmento
Y finalmente, «Versos para recitarlos con melopeas de violines haitiano», exaltando el criterio de la poesía negra con una identidad sin fronteras y de valoración de su cultura y su historia.
«Sea entre el Vodú, o el Clerén celoso,
quiero melopeas de violines negros,
violines haitianos surcados de duendes,
violines que tengan fuertes amuletos
Si en mi alma hay flores, son flores morenas,
también mis auroras, son auroras negras;
por eso deseo saludar a Haití
con mi voz florida de muchos poemas.
Melopeas haitianas lleguen a mis versos,
abran sus estuches violinistas negros,
tomen en sus manos los arcos mestizos
que la diosa África aplauda mis versos.
El negro es romántico, sus signos atávicos
hace que en la tierra trabajen cantando,
sus poetas cantan con fuerzas telúricas
canciones de siembras, de bueyes y arados.
Por eso deseo melopeas morenas,
melopeas rebeldes, ritmos embrujados;
que sean calientes como sus clerenes
y contengan notas de tierras sembradas.
Violinistas negros, abran sus estuches,
que aromen los arcos sus oscuras manos;
mis versos rebeldes, mis versos de trópico
son para leerse con música haitiana».
Nos satisface continuar divulgando la obra de un poeta significativo, no solo en los escenarios internacionales, sino en nuestro propio país, donde aún no tiene el reconocimiento que merecen sus importantes aportes a nuestra lírica.
Como dijo el poeta Ramón Francisco: «a partir de este punto, la poesía social y la poesía negra casi desaparecen y no vuelve a revelarse hasta Juan Sánchez Lamouth en su tercer tiempo. La contribución de este poeta al reemprendimiento de esta línea, la cual, en mi opinión, fue apoyatura inconsciente de la poesía de los años setenta y siguiente de este siglo. No ha sido estudiada a fondo todavía. Esta es una de las razones, sino la más importante, por las cuales he presentado ante ustedes estas breves notas sobre Juan, como una invitación para que su obra pueda ser estudiada cada vez más y sin prejuicios».
El escritor Antonio Lockward, uno de los intelectuales que más ha valorado la obra de Lamouth, nos dirá: «por ese mismo camino sigue revelándose y mostrando amor por lo suyo, cuando crea la más hermosa canción de cuna que oídos quisqueyanos hayan escuchado».
Reza tu oración y duerme Negrín de mi alma
Si lloras se alejarán los ángeles aldeanos.
Duerme y no llores negrín de mi alma
Te prometo que mañana te voy a dar tu pan de agua
Dios castiga a los negritos que no duermen temprano
Reza tu oración y duerme negrín de mi alma
O te vendrán a comer los cucos blancos.
Y agrega: «verdaderamente en él encontramos a un creador sublevado contra quienes han impuesto sus normas, lenguas, creencias, despersonalizando al dominicano, condenándolo a una estéril búsqueda de la identidad lejos de sus ancestros»
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Mateo Morrison es poeta, Premio Nacional de Literatura.