A Ruddy Reyes
(27 de abril 1978)
André Breton es, sin duda, la figura cardinal del surrealismo, el movimiento que desafió las convenciones artísticas del siglo XX. Sin su liderazgo, los surrealistas, unidos por una pasión común y un deseo incansable de explorar nuevos horizontes, difícilmente habrían alcanzado la cohesión que les permitió revolucionar el arte y la literatura.
Aunque Breton fue el pilar que mantuvo unido al movimiento surrealista, no se puede pasar por alto la brillantez de otros poetas, pintores y cineastas que enriquecieron este universo creativo. Entre los más destacados se encuentran Paul Éluard, Louis Aragon, Robert Desnos, Philippe Soupault, Salvador Dalí, Max Ernst, René Magritte, Joan Miró, Yves Tanguy, André Masson y Luis Buñuel. A través de sus obras, estos artistas ilustraron y defendieron los ideales que Breton sostenía con una devoción casi religiosa.
Lo que distingue a Breton, más allá de su talento literario, es su capacidad para encarnar la exigencia del surrealismo, una demanda que va mucho más allá de la creación artística. En 1935, sintetizó esta misión con una frase que resonó profundamente: “Transformar el mundo, dijo Marx; cambiar la vida, dijo Rimbaud: estas dos consignas para nosotros son una sola”. Este ideal, que funde la revolución social con la transformación personal, fue el motor de toda la obra de Breton.
Desde sus primeras declaraciones en 1922, donde propuso la poesía como solución a los problemas de la vida, hasta su confesión en 1962 de que ya no escribía, Breton fue más que un poeta: fue la personificación del surrealismo y su búsqueda incansable de un cambio radical. Para él, la literatura no era simplemente un arte, sino una forma de vida, una herramienta para enfrentar y transformar el mundo.
Breton buscaba una solución para la vida misma, una forma de vivir que rompiera con las limitaciones impuestas por la sociedad. Su visión del surrealismo como una vía para la emancipación del espíritu y la humanidad lo convirtió en una figura inspiradora, no solo para sus contemporáneos, sino para generaciones futuras.
André Breton: La guerra como catalizador del acto poético
En medio de un mundo desgarrado por conflictos imperiales y guerras devastadoras, André Breton fue llamado al servicio militar en 1915, encontrándose inmerso en la sombría realidad de la “luz negra” de la guerra. Este período, lleno de experiencias intensas, fue fundamental para la formación de su sensibilidad poética y filosófica. Durante este tiempo, figuras como Rimbaud, Lautréamont, Freud y, especialmente, Jacques Vaché, emergieron como influencias decisivas en su pensamiento.
Jacques Vaché, con su agudo sentido del humor y su desafío constante a las jerarquías y valores establecidos, se convirtió en una figura crucial para Breton. La muerte voluntaria de Vaché, poco después del armisticio, lo marcó profundamente, consolidando en Breton una noción de “resistencia absoluta”, que no solo era física, sino también un rechazo a las normas sociales y artísticas imperantes.
La desconfianza de Breton hacia el orden poético tradicional se hizo evidente en su obra Monte de Piedad (1919), donde cuestiona las formas literarias establecidas y el propósito mismo de la poesía. Este escepticismo se reflejó en la revista Littérature, que fundó junto a Louis Aragon y Philippe Soupault, un espacio que sirvió como foro para una profunda reflexión sobre el papel del poeta en tiempos de crisis. “¿Por qué escribe usted?”, preguntaba Breton, buscando una motivación más allá de la mera producción literaria. La respuesta de Paul Valéry, “Por debilidad”, capturó la esencia de una lucha interna que muchos escritores compartían.
Ese mismo año, el descubrimiento de la escritura automática (1) ofreció a Breton una solución a su dilema. Este método le permitió reconciliar su necesidad de expresión con el impulso hacia el silencio, que consideraba una verdad ante la “inaceptable condición” del mundo. La escritura automática se convirtió en su herramienta de liberación, permitiéndole explorar lo que la guerra y la sociedad trataban de suprimir.
La guerra no solo fue un contexto, sino un catalizador de su creatividad, que lo llevó a reimaginar la realidad y a encontrar en la palabra tanto un refugio como un instrumento de cambio. A través de su experiencia bélica y sus encuentros personales, Breton nos insta a cuestionar no solo el arte, sino también nuestra existencia, recordándonos que la poesía, en su forma más pura, es un acto de rebelión y una búsqueda de la verdad en tiempos de oscuridad.
La escritura automática: libertad creativa y poética
La escritura automática, nacida en el corazón del surrealismo, se erige como una práctica literaria revolucionaria. Inspirada en los estados de semisueño y en el método freudiano de asociaciones espontáneas, esta técnica propone un monólogo interno sin las ataduras de la razón, la lógica o la moral. En este estado alterado de vigilia, las palabras brotan a una velocidad inusitada, abriendo un portal único hacia la subjetividad del autor.
Los primeros frutos de este método se plasmaron en Los campos magnéticos (1920), obra de André Breton y Philippe Soupault, que marcó el inicio de una nueva poesía. Esta poesía, llena de imágenes insólitas y desafiantes, no es solo un ejercicio literario, sino una herramienta esencial del surrealismo. La escritura automática se convierte en un medio para “refundar el entendimiento humano” y romper con las convenciones arraigadas en la sociedad.
En su ensayo Le message automatique (1933), Breton explora las complejidades de esta práctica, destacando la doble exigencia que implica: un esfuerzo personal y una entrega al inconsciente. Aunque reconoce los riesgos de distorsión, resalta su valor fundacional. La famosa afirmación de Rimbaud, “Yo es otro”, cobra aquí un nuevo significado, sugiriendo que la voz que emerge en la escritura automática trasciende la mera subjetividad, conectándonos con una mente colectiva y con fuerzas naturales universales.
Este enfoque transforma radicalmente la poesía. Deja de ser un simple adorno o distracción para revelarse como una forma de existencia, una necesidad intrínseca que todos compartimos, incluso aquellos que, aplastados por la sociedad, ignoran su deseo por la expresión poética. La escritura automática se convierte así en un acto urgente, una herramienta para derribar las barreras que nos separan de nuestra verdadera esencia.
En un mundo que frecuentemente asfixia la creatividad y la autenticidad, la escritura automática brota como un camino hacia la libertad. Al liberar el pensamiento de restricciones, nos invita a redescubrir nuestra subjetividad y a conectar con una experiencia compartida que va más allá de lo individual. De este modo, la escritura automática no es solo una técnica literaria, sino un acto de rebeldía y un llamado a la introspección, recordándonos que la poesía es, en su esencia, una necesidad vital para todos.
Del nihilismo a la esperanza: La evolución del surrealismo con Breton
En 1920, el movimiento Dadá irrumpió en París bajo la figura de Tristan Tzara, dejando una marca profunda en el arte y la literatura de la época. André Breton y sus compañeros de Littérature resonaron con el espíritu de rechazo y escándalo que Dadá proponía, participando activamente en las agitaciones artísticas de esos años. Sin embargo, pronto se hizo evidente que el nihilismo de Dadá conducía a un callejón sin salida, un estancamiento que Breton no podía aceptar.
La ruptura entre Breton y Tzara se materializó en 1922, durante un congreso internacional fallido, donde Breton decidió buscar un nuevo rumbo creativo. Fue en este contexto que un grupo de jóvenes poetas y artistas se unió a él, incluidos Paul Éluard, Robert Desnos, Pierre Unik, y Benjamin Péret, así como pintores como Max Ernst y Jean Arp. Juntos, estos artistas exploraron el inconsciente a través de técnicas como la escritura automática, relatos de sueños y dibujos en estados hipnóticos, con Robert Desnos a la vanguardia.
Breton continuó sus reflexiones sobre el inconsciente, publicando en 1922 varios artículos que abrieron nuevos horizontes en la comprensión de la mente humana. La escritura automática y la exploración onírica no solo desafiaban las normas establecidas, sino que también ofrecían un camino hacia una comprensión más profunda del ser.
En 1923, Breton publicó Claro de tierra, un título que, junto con sus poemas más recientes, simbolizaba una luz de esperanza en medio de la desilusión.
“Libertad color de hombre”, reza uno de sus versos, encapsulando el anhelo de un futuro donde la creatividad florezca sin las cadenas del pasado. En medio de la agitación y el desencanto, Breton y su grupo encontraron en la poesía un acto de desafío y una afirmación de la libertad esencial del ser humano.
Así, el surrealismo emergió no solo como una respuesta al nihilismo de Dadá, sino como una celebración de la capacidad humana para soñar, crear y liberarse de las limitaciones impuestas. A través de la exploración del inconsciente, Breton y su grupo transformaron el caos en una sinfonía de imágenes y palabras que encarnaban la esperanza y la creatividad, haciendo del surrealismo un testimonio de la libertad interior.
André Breton: amor, azar y revolución en el surrealismo
En la vasta exploración de la condición humana que define la obra de André Breton, Nadja (1928) se destaca como un emblema de su filosofía. Este relato, donde la protagonista personifica una vida más allá de la prudencia, refleja la apertura y la disponibilidad que Breton tanto valoraba. Nadja, con sus dones extraordinarios y su fragilidad, guía al poeta en su búsqueda del sentido de la vida, hasta que su trágica desaparición en la locura revela “la plena luz del amor”. Aquí, Breton encuentra una intersección entre salvación y perdición, estableciendo el amor como un pilar fundamental del surrealismo.
Breton sostenía que la fe en el amor debía persistir frente a las decepciones, pues en él reside nuestra verdad esencial. Este tema no solo está presente en Nadja, sino también en otras obras como El revólver canoso (1932), con su gran letanía “La unión libre”, y El amor loco (1937). En estos escritos, el amor se convierte en el eje de su pensamiento, donde lo onírico y lo diurno se entrelazan, mostrando cómo la conciencia atiende a las necesidades inconscientes.
Para Breton, explorar la subjetividad era esencial para mantener viva la voluntad de transformar el mundo. En Los vasos comunicantes (1932), muestra cómo los sueños y los pequeños incidentes de la vida cotidiana están íntimamente conectados, revelando que el deseo opera tanto en la vigilia como en el sueño, impulsando la búsqueda de la verdad y la revolución.
El concepto de “azar objetivo” se profundiza en El amor loco (1937), donde Breton argumenta que la coincidencia entre la necesidad natural y la humana ilumina el espíritu. Aquí, rechaza la visión cristiana tradicional, proclamando que “solo la tentación es divina”, y es a través del deseo que se crean nuevas relaciones con la naturaleza, transformando lo imaginario en real.
La obra de Breton no es una simple autobiografía; está íntimamente ligada a su vida, reflejando sus experiencias y evolución ideológica. Tras un matrimonio fallido en 1929 y la relación evocada en Nadja y Los vasos comunicantes, se casó en 1934 con la inspiradora de El amor loco, con quien tuvo una hija en 1935. En los años previos a la Segunda Guerra Mundial, Breton expandió el surrealismo a nivel internacional y desarrolló un interés profundo por la pintura, que veía como una forma de resistencia y expresión liberadora.
En 1939, Breton fue movilizado como médico auxiliar durante la guerra y, tras la derrota de junio de 1940, pasó un tiempo en el sur de Francia, en la villa Air-Bel de Marsella, donde escribió los poemas “Pleno margen”y”Fata Morgana”. Este último fue censurado por oponerse al espíritu de la “Revolución Nacional” del régimen de Vichy.
Breton redefinió la noción de humor negro en su Antología del humor negro, concebida entre 1937 y 1940, donde este humor se convierte en una herramienta para enfrentar la trágica condición humana. A lo largo de su vida, Breton no solo buscó una revolución política, sino una transformación profunda del ser humano, donde el amor, el deseo y el conocimiento de la subjetividad juegan un papel central. Su legado continúa inspirando a aquellos que ven en el surrealismo no solo un movimiento artístico, sino una forma de vida y un camino hacia una verdad liberadora.
Los pasos perdidos: la ruta hacia el surrealismo de André Breton
En la primavera de 1924, André Breton publicó Los pasos perdidos, una obra que sintetiza su evolución creativa desde 1918 hasta 1923, marcando el surgimiento del surrealismo. En julio de ese año, Breton formalizó el movimiento surrealista con la revista La Révolution Surréaliste, cuyo primer número proclamó: “Hay que concluir en una nueva declaración de los derechos del hombre”. Este manifiesto estableció los cimientos para una nueva forma de pensar y vivir, desafiando el conformismo y proponiendo una existencia que trasciende la realidad impuesta.
El Manifiesto del Surrealismo cuestiona la realidad, abogando por una vida más auténtica. Breton sostenía que el sufrimiento humano no era una condena metafísica, sino el resultado de ignorar nuestra verdadera naturaleza, perpetuado por un racionalismo limitante. Los pasos perdidos invitan a liberarse de esas cadenas, explorando la imaginación y la creatividad como caminos hacia la realización personal.
La obra de Breton es una atalaya de esperanza y transformación. Su visión resuena en el surrealismo como un llamado a cada generación a descubrir y reivindicar su propia existencia, desafiando las normas y explorando nuevas verdades.
La revolución de la imaginación: André Breton y el surrealismo como resistencia
André Breton cuestionó profundamente las limitaciones del racionalismo occidental, al considerarlo una trampa que aprisionaba a la humanidad en un ciclo de conformismo. Para él, el surrealismo era una herramienta de resistencia contra la opresión intelectual y social, proponiendo el automatismo psíquico como un acto de rebelión que permitía a la imaginación florecer libremente. Aunque el Manifiesto del Surrealismo no era explícitamente político, su esencia era un grito de libertad en un mundo que reprimía la creatividad humana.
En el verano de 1925, la expedición colonial francesa contra las tribus del Rif lideradas por Abd-el-Krim encendió en Breton y otros escritores franceses un fervor nacionalista y, al mismo tiempo, una protesta vigorosa de la izquierda intelectual. El grupo surrealista, alineado con los insurrectos, estrechó lazos con la corriente comunista, lo que llevó a Breton a volcar su mirada hacia Rusia. Inspirado por la obra Lenin de León Trotski, Breton encontró en el comunismo un agente transformador capaz de reemplazar un mundo por otro.
Sin embargo, la relación entre el surrealismo y el comunismo estuvo marcada por tensiones. Aunque Breton y algunos de sus compañeros –como Aragon, Éluard y Péret– se unieron al Partido Comunista en 1927, la dirección del partido miraba con desconfianza la actividad surrealista, incapaz de comprender su sentido artístico. A pesar de estas dificultades, Breton mantuvo firme su convicción de que la lucha revolucionaria debía preservar la autonomía de la búsqueda poética, defendiendo la libertad creativa como un pilar esencial para una verdadera revolución.
La revolución del espíritu: André Breton y la búsqueda de la autonomía poética
En 1925, la rebelión de las tribus marroquíes contra el colonialismo francés resonó en París, inspirando a Breton y los surrealistas a apoyar la causa. Sin embargo, la fusión de arte y política generó conflictos, ya que el Partido Comunista desconfiaba del arte surrealista. A pesar de las diferencias, Breton y otros surrealistas se unieron al Partido Comunista, manteniendo su compromiso con la revolución sin sacrificar la autonomía poética. Para Breton, la poesía debía seguir siendo un espacio de oposición, donde la lucha contra el orden establecido y las restricciones políticas era crucial.
André Breton se mantuvo siempre fiel a su espíritu revolucionario, denunciando con firmeza lo que llamó “la más abyecta empresa de policía” y “la más formidable negación de la justicia de todos los tiempos”, refiriéndose al estalinismo, que veía como una amenaza para la causa revolucionaria en todo el mundo. Admirador de Trotski, a quien consideraba un “guía intelectual y moral de primer orden”, Breton permaneció libre de ataduras partidistas, elogiando al teórico de la revolución permanente y al creador del Ejército Rojo.
En 1938, durante un viaje a México, donde ofreció conferencias sobre arte contemporáneo, tuvo la oportunidad de conocer a Trotski en persona. Juntos, elaboraron el manifiesto por un arte revolucionario independiente, firmado también por Diego Rivera, en el que llamaban a los artistas y escritores a formar la Federación Internacional del Arte Revolucionario Independiente (FIARI). Este manifiesto se erigía como un baluarte contra el dogma estalinista del realismo socialista, defendiendo la plena libertad creativa como una condición indispensable para la verdadera creación artística. Breton afirmaba que el arte, en su esencia, no puede someterse a directrices externas, ni siquiera a las de un partido revolucionario, sin perder su autenticidad. La materia del arte es secreta, y su exigencia revolucionaria, aunque puede alinearse con la política, la trasciende y rebasa.
André Breton: exilio, renacimiento y la persistente revolución del espíritu
En medio de la Segunda Guerra Mundial, André Breton, despojado de toda capacidad de manifestarse en su tierra natal, logró obtener una visa para los Estados Unidos. Fue así que, en marzo de 1941, se embarcó hacia el exilio, acompañado por su mujer y su hija, en el mismo navío que llevaba a bordo al escritor Víctor Serge y al etnólogo Claude Lévi-Strauss, quien más tarde plasmaría en su obra Tristes trópicos destellos de ese viaje. Durante una breve parada en Martinica, Breton quedó fascinado por la poesía de Aimé Césaire, forjando una amistad con el poeta que lo llevaría a escribir las admirativas páginas que, desde entonces, prologan el Cahier d’un retour au pays natal (Cuaderno de un retorno al país natal). De esa experiencia en tierras caribeñas surgió Martinique charmeuse de serpents (Martinica encantadora de serpientes), publicada en 1948 con la colaboración del pintor André Masson. En esta obra, Breton capturó el asombro que le provocó la exuberante naturaleza tropical y la reflexión profunda sobre los contrastes que esta despierta en el espíritu humano, desde lo caótico hasta lo simétrico, sin apartar la mirada de las injusticias del sistema colonial, que denunciaba con vehemencia.
Establecido en Nueva York desde el verano de 1941 hasta los albores de 1946, Breton encontró en su labor como locutor en las emisiones de La Voz de América una manera de sostenerse. Empero, la guerra no apagó su fuego interior ni el ímpetu del surrealismo. Junto a viejos amigos reencontrados en Estados Unidos, como Marcel Duchamp y Max Ernst, y con la ayuda de nuevos colaboradores, organizó en 1942 una “Exposición Internacional del Surrealismo” y lanzó la revista VVV, cuyas letras simbolizaban “Victoria sobre las fuerzas de regresión y de muerte desencadenadas actualmente en la tierra; V sobre lo que tiende a perpetuar el sometimiento del hombre por el hombre… V también sobre todo lo que se opone a la emancipación del espíritu, cuya primera condición indispensable es la liberación del hombre”. VVV tuvo cuatro ediciones, siendo la última, a comienzos de 1944, la que albergó el gran poema “Los Estados Generales”. Durante su estancia en tierras estadounidenses, en 1943, Breton conoció a Elisa Claro (su tercera esposa), encuentro que fue la chispa que encendió la creación de Arcano 17 (1945), una obra que exalta el poder transformador del amor y la rebeldía.
Después de una estancia en las reservas indígenas del oeste de Estados Unidos –donde comenzó a esbozar la Oda a Charles Fourier– y en Haití, donde una de sus conferencias provocó tal efervescencia entre los estudiantes que, tras una serie de reacciones en cadena, el gobierno fue derrocado poco después, André Breton regresó a París en la primavera de 1946 junto a Elisa. A su alrededor se reconstituyó un grupo formado por jóvenes entusiastas, que publicaba boletines y volantes fijando la postura del surrealismo sobre diversos problemas políticos y sociales. A lo largo de los años, el movimiento continuó vivo y vibrante a través de varias revistas: NEON (1948-1949), Médium (1953-1955), Le Surréalisme Même (1956-1959), Bief (1959-1960), y La Brèche (1961-1965).
Tras su regreso a París, Breton continuó su lucha surrealista, organizando exposiciones y publicando revistas, manteniendo así la llama del surrealismo viva y vibrante, mientras seguía denunciando con fervor las injusticias y contradicciones del sistema colonial, que había capturado de manera visceral en su obra Martinique charmeuse de serpents.
Breton continuó defendiendo la autonomía poética hasta su muerte en 1966. Su legado perdura como un llamado a la libertad creativa, a la resistencia intelectual y a la transformación profunda de la realidad, demostrando que la verdadera revolución comienza en el dominio de las ideas y se manifiesta en la libertad artística.
NOTA
(1) Técnica fue promovida por André Breton, el líder del surrealismo, como un medio para acceder a los pensamientos y emociones más profundos, muchas veces ocultos o reprimidos por la mente consciente. En la escritura automática, el autor se convierte en un mero canal, dejando que las palabras y las imágenes surjan sin interferencias, revelando conexiones inesperadas y a menudo sorprendentes entre ideas.
Fuentes:
- André Breton. Antología:
- “Manifesto del Surrealismo”
- “Nadja”
- “Los campos magnéticos” (junto a Philippe Soupault)
- “El surrealismo y la pintura”
- “El amor loco”
- “Anthology of Black Humor”
2) Philippe Soupault
- “Los campos magnéticos” (junto a André Breton)
3) Mark Polizzotti
- “Breton, Él mismo: Poesía, Prosa y Crítica”
4) Anna Balakian
- “André Breton: La Estrella del Mar”
5) Maurice Nadeau
- “History of Surrealism”
6) Gérard Legrand
- “André Breton: El mago del surrealismo”
7) Rosalind E. Krauss y Jane Livingston
- “Surrealism”
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Ariosto Antonio D´Meza es escritor en español y checo, además de cineasta. Reside en Praga.