Un prodigio de sol en mi ventana.
(Y las ropas ardiendo).
Pongo apenas un pie, voy al lavabo:
Cae sobre Bagdad la primer bomba.
Mi madre no ha dormido. Dos veces esta noche
la despertó la oscuridad, y por dos veces
me la encontré sentada, helada, temblando
con más frío. Le tomo
otra vez las dos manos y le digo “descansa, madre,
es de noche.”
Pero el mal no descansa, nos sigue por la arena
y lanza sus mirage F1 sobre Inanna, la gran diosa
que dio a luz a sus hijas, millares
de mujeres que aman,
que son hijas y madres, hermanas
de los hombres que matan
y pueblan el desierto.
Hay misiles, más misiles scud
cayendo por el ojo
de la cerradura, pero dónde
la llave. La llave para abrir
y cerrar la casquería
que vuela por las nubes,
ese cuadro de mandos
para cambiar de rumbo.
Todos estamos muertos.
Todas estamos muertas.
Y mi madre, aterrada, paralizada,
no tiene ojos más que para esa mujer
que, como ella, se ha sentado a esperar
entre las lápidas.
Madre, madre, vámonos a dormir,
eso no es sangre, es zumo de tomate
con pimienta.
Y mi madre, y otra madre, y la otra
apuran ese cáliz,
el altar que esta vez
se asienta entre dos ríos
testigos de otra historia.
El miedo, los dátiles, mis hijos,
proyectiles rodando, yo nunca estuve allí,
pero era eso.
Los hombres se mataban
como lobos de azufre, las Cruzadas,
la Gran Revolución, la Reconquista,
la de los Treinta Años.
Memoria de aquel tiempo, las cavernas, su frío.
Cuando aún no había fuego.
Está la calle en llamas,
un F16 le ha volado los techos
al salón de mi casa
y ahora voy, culo al aire, mostrando mis vergüenzas.
Madrecita, mi madre…
La bajo de la cruz, aún está caliente,
y la llevo, mi niña, a la mezquita, al zoco, al templo,
mi hospital de campaña.
Poco a poco, no llores, le limpio
las heridas, le saco la metralla,
tomo en mí sus bacilos,
la reanimo con leche
y le digo este sueño.
Yo también soy culpable.
Porque extiendo un dibujo
sentada en la impudicia,
con las manos manchadas,
pisando los cadáveres.
Y el fulgor de los patriot nos levanta en el viento
y nos tira en la mesa, donde está
el desayuno. Mermelada de fresa y un cortado.
Muñones de mi madre.
Ya no se siente nada. Las palabras de siempre.
Hoy, aquí en la tierra, a veinte
de marzo, la víspera
de otra primavera.
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Juana Castro (Villanueva de Córdoba, 1945)