Habitado de antiguos vacíos
coloco mi camisa sobre el cuerpo
salgo al encuentro del día
tomo mis colores más vistosos
sobre mi frente desfallece la luz
arribo a espacios que resultan
desconocidos
sábanas grises a mi paso
olor a cloroformo en mis rodillas
casi duermo en mitad de la noche
nadie debe detenerse
los seis recordarán la mejor fruta
corriendo alrededor de mi forma de amarlos
me inicio con los ojos desencajados de sus órbitas
miro desde la ciudad como si el mundo danzara
lentamente sobre mí
cuantos instantes casi siglos sobre mi cabeza
comienzo a entender las miradas tristes
desde la maternidad
a través de un retrato
congelados sus ojos para siempre
un pedazo de papel es destruido por la brisa
para disolverse en la última gota de agua del Ozama
cruzo momificado por el viento
hacia un banco del parque
desde ahí divisaba entre nubes
un rostro inserto en el Caribe
que me enviaba desde el centro de la paternidad
un mensaje de olas desplazándose con amor
no había dolor que yo no tuviera en mis adentros
ni brisa que no me circundara
veo correr a mis hermanos
ocupando todos los espacios posibles
los había llamado, en esta hora
en que el viento ha decidido acompañar
mi indiscutible nocturnidad
los vehículos no se detienen
saben que soy sombra que atraviesa las calles
tormentosa mi ruta de gemidos
extrañado en este jardín sin flores
que el viento me construye
mientras una multitud de risas
acompaña mi asombro
las puertas del siglo están cerradas
nadie entona una canción
mientras tambores callados
se rinden a la nostalgia
Hölderlin me buscará en algún sitio
adherido al último sonido de la campana
como él me dirijo hacia mí mismo
dando vueltas sobre una inmensa superficie
deslizándose a mi lado
enormes monumentos a la soledad
cada segundo la arquitectura es otra
lo visto se revé con colores distintos
y acuarelas enormes
la muchacha que cruza agrega una sonrisa
a la estatua de la derecha
el niño que corre con las manos
cargadas de frutas
da movilidad a la estatua de la izquierda
el edificio de enfrente limpia su rostro
brilla sobre mí un sol que invento
lo único estático en la ciudad
son mis ojos
Crece la rama desafiando la calzada
sus flores son vapores asfixiantes
muere la rama en los pies de la calle
una savia contaminada recorre mi corazón
Sospecho que es tu mano la que llega
tu entre suave y callosa melodía personal
tu perfume natural creado de mañanas
ese entorno que formas sobre mi cuerpo
no parece para mí
soy sombra escuálida
que puedes mirar a través de cristales
Nunca antes había exhibido mis entrañas
admito que todos deletrean
mis profundas debilidades
ayer una luz infinita creció
sobre mi frente
caminé exhibiéndola
por los caminos
Orgulloso vestí de mis mañanas
todo lo que me rodeaba
busqué libros y la sabiduría
se juntó con la llama
parecía un nuevo sol
entre las madreselvas
y quería besar cada uno
de mis poros
huracanado acento que proclamas
sitio privilegiado en mi memoria
reseco viento que a veces
ha dormido en mis noches
me acerco a tu desnudez y tiemblo
Sabes que has vencido
sobre este cuerpo cicatrizado
por las horas
reflejo de múltiples jornadas
de tedio indescifrable
la muerte como majestad
recibe a Louquo, en su turey
a San Cosme y San Damián
en la laguna de Salazar
deidades que se plasman
en mis ojos
descendemos a planos
en que se encuentran
El Talmud herido La Biblia cesante
El Corán mugriento Los Vedas oxidados
El Libro de los Muertos diluido
África con páginas destruidas
en su cotidianidad no grabada
en los filmes
en cassettes en bibliotecas
en internet
Sólo en los labios resecos
de una paridora
que habló de un Baquiní
como simple espectáculo
donde la muerte y la vida
se abrazaban
ahora mis rodillas no pueden sostenerse
casi lloro al desfallecer
mientras reordeno con dificultad mi correa
mis medias mis pantalones y mis zapatos
a ver si adquieren
aunque sea fugazmente
un orden en el que pueda depositar
mi última sonrisa.
_____
Mateo Morrison es poeta, Premio Nacional de Literatura.