El relámpago

El relámpago nace y no tiene tiempo

de recordarse a sí mismo.

Rasga el rostro del cielo, y no llega a comprender

que es la única herida de la nada.

¡Quién pudiera escalar

su esquelética forma de raíz

para mirar por sus rendijas

el escondite de Dios!

Esta ventana

Esta ventana está abierta hacia sí misma:

anillo entre dos sombras,

túnel por donde regresan mis ojos

a mi rincón de sangre.

Esta ventana no está abierta a nada,

no hay un chorro de humanidad

hirviendo entre sus párpados,

ni un camino rodando en su distancia

ni el olor a presencia de algún pájaro.

Esta ventana no está abierta a todo,

no tiene un hombre hundido en su estatura

no tiene una lámpara empujando las tinieblas

no tiene un gato dormido en su misterio

ni una voz trepando los espacios.

Esta ventana está abierta hacia su ventana

hacia su solitaria humanidad

en la pared de un algo.

Esta ventana está abierta hacia sí misma

hacia la inocente realidad de su existencia.

Y de repente

(Aún hay un árbol en mi niñez

que siempre quise trepar)

Y de repente encontrar en mi memoria

el misterio de una puerta

que una vez no quise abrir.

Trasponerla y descubrir del otro lado

el otro destino que nunca tomé.

Verme, entonces, bajo la lluvia

de una ciudad desconocida,

ignorando el amor de este perro

que silencioso sigue tras de mí.

Y sentir en mi inconsciente que esta calle

me conoce, y que, tras otra puerta que ahora

me detiene frente a sí, pueden estar

los objetos amados de otra casa mía

o el espanto de hallar de nuevo

la realidad del lugar donde siempre

he permanecido.

Nombrar

Nombrar

es ponerle tamaño al infinito.

Digo 2 y lo reduzco a 2

ignorando su universo.

Disminuyo a campana la campana

y olvido que en ella flotan

eternos los sonidos.

Digo Tierra y desaparecen los planetas.

Amor, orquídea, tumba,

y los sepulto en la osamenta de sus nombres.

He aquí el arcano, la razón eterna

de que Dios olvide

la verdadera dimensión del hombre

y lo reduzca a hombre.

Enciendo un fósforo

Enciendo un fósforo y nace mi mano.

Sobre el fondo una moneda flota o quizá

la redondez luminosa del ojo de un gato.

Hago ascender mi mirada arañando las tinieblas

y se hace libre allá, a lo lejos, en la cima

de todos los quejidos.

Es que estás a mi lado y aún no lo sabía

es que viajan en mí todos los pueblos

y ahora, precisamente, llaman a mi puerta.

Enciendo un fósforo y nace

tu cuerpo tejido con la noche.

Todo está tan cerca a veces, a un frágil dolor

de distancia

pero en verdad tememos horriblemente

saberlo.

_____

José Acosta (Santiago, República Dominicana, 1964). Poeta y narrador. Desde 1995 reside en Nueva York. Ha ganado en ocho ocasiones el Premio Anual de Literatura de la República Dominicana, el más importante del país, en los géneros de novela, cuento y poesía. Un kilómetro de mar obtuvo el Premio Casa de las Américas 2015, en la categoría de Literatura Latina en los Estados Unidos). En 2010, su novela La tormenta está fuera estuvo entre las 10 finalistas del XV Premio Fernando Lara de Novela, de la editorial Planeta, y en 2011 fue finalista del Premio Internacional de Cuento Juan Rulfo, de Francia.