Ficciones de principios (y finales) y falsos orígenes del poema

Entre los hechos históricos y su transcripción lingüística existe una tensión, pues ambos son a la vez distintos e indisociables.

Enzo Traverso

—Coño ese verso está cabrón, gritaste mientras escuchábamos la canción en tu carro diminuto marca Fiat durante el camino de regreso a la Prisión sin Límites. Me regresabas a la Prisión luego de haberme recogido en la Casa Embrujada, a donde me habías llevado tres días antes, cuando fuiste a a buscarme a la Prisión sin Límites en tu guagua marca Audi, vehículo no muy común en la carretera –me dijiste una vez no tú el del Audi/Fiat sino tú, la que chapotea bellamente en el agua– para llevarme de regreso a la Casa Embrujada, donde me esperabas tú. No tú. Sino tú. En ese viaje de ...ida/regreso/ida... nos acompañaban Isabela y el Gabo, tus hijos bellos, y el pelo de Gabo que es una entidad aparte con derecho y deberes propios en la sociedad. No tus hijos. Sino los tuyos. Tú no tienes hijos. Tú sí. Todo el mundo lo sabe –que tú no tienes hijos pero tú sí– igual que todo el mundo sabe que yo no sé tres carajos de poesía, ¿no es así?

Este podría ser el principio muy enrevesado y confuso de esta historia. Mientras más confusos y enrevesados son los comienzos de las historias más verosímiles son, o al menos más fieles son a lo que cuentan, porque lo contado siempre se resiste a la diégesis y la narración es una lucha constante entre la voluntad de narrar las cosas y la resistencia de las cosas a ser narradas. La confusión resultante en el comienzo de una historia –o precisamente lo contrario, la engañosa ilusión de sencillez en los principios– es en principio la manifestación escritural de este roce, esta tensión y este conflicto. By the way, La Prisión sin Límites es el nombre literario que le puse al hogar transitorio donde malviví luego de sufrir un ataque cardiaco causado por mi abuso desmedido del ron por tantos años…pero esa es otra historia. Otras. La Casa Embrujada es el nombre literario que le puse a tu casa. A una de ellas. No la tuya sino la tuya. ¿Estamos? 

—No sé si te conté esto que me pasó esta mañana cuando bajaba la cuesta desde La pecera camino al terminal de las guaguas, no sé si te dije o no te dije luego. Estaba escuchando una canción de Love of Lesbian. Ahora no te hablo a ti, sino a ti. La que chapotea. 

La Pecera es el nombre literario que le puse a tu otra casa, y este muy bien podría ser otro principio confuso y enrevesado de esta historia o el principio de otra historia que es la misma. Dos principios. ¿Dos historias? ¿Cuándo/dónde comienza una historia?

Una historia nunca comienza a escribirse por el principio.

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Hacia el terminal de la canción alguien recita un poema hermosísimo, te contaba a ti antes y algún tiempo después de bajar o subir la cuesta desde/hacia el terminal de las guaguas de la AMA. ¿Lo recuerdas?  Aquel poema trata sobre las palabras –no faltaba más– y trata a las palabras de un modo muy peculiar –digamos/escribamos–. Las acaricia y las regaña con firmeza suave como uno hace con ciertas animalitas que se quieren domesticar. Tierna pedagogía de las palabras-animalitas. Esto no es relevante para esta historia excepto por la razón puntual de que el verso que te gustó del poema que se recita al final de la canción tiene que ver con esta manera de tratar a las palabras. De eso se trata esta historia en todo caso, y de una extraña equivocación. Un desvío de ruta, si se quiere. El verso que te gustó no a ti, la que susurra dulce cuando duerme, sino a ti, el que iba al volante del Fiat una vez, del Audi en otra. Yo pensé que el autor del poema era Jaime Sabines porque pues, me recordó a la poesía de Sabines. Y todo el mundo sabe que yo no sé tres carajos de… ya se sabe. Cuando después o antes de aquél después fui o vine y te pregunté a ti, la que yo nombro con varios nombres, para confirmar la coherencia de la historia, confundiste todo más al decirme que habíamos escuchado juntos la canción y habíamos pensado que el que recitaba era Serrat –¡Serrat! ¡Qué disparate! ¡Será posible!– y que de hecho yo había averiguado luego que era Serrat el declamador del poema. ¡No mi amor, no fue así como te lo conté! ¡Qué crístico crical has formado aquí en esta historia confundiéndolo todo! No tú, el del Fiat diminuto sino tú, la de las uñitas de los pies color lavanda ciertos días. Este es el enlace a la canción que contiene el poema. Dale Forward al anuncio: https://youtu.be/H7tbjuHHbsQ y…

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Mientras bajaba la cuesta –como cantaría Serrat– hacia el terminal de las guaguas escuchando el terminal de la canción yo imaginé la siguiente hipótesis: Santi Balmes –cantante de Love of Lesbian además de excelente escritor y poeta que ha publicado libros con títulos hermosos tales como “Canción de bruma” y “El hambre invisible”– incluyó un poema de Jaime Sabines un poeta mexicano extraordinario que escribió libros con hermosos títulos tales como “Diario Semanario y poemas en prosa”, “Poemas Sueltos”, “Maltiempo” y “Los amorosos”.

Así podría continuar esta historia sin mayor contratiempo ni falta de continuidad independientemente de que yo decidiera comenzarla con cualquiera de los dos principios de historia propuestos al principio de esta historia. Esta continuación cumpliría la función narrativa necesaria de la inserción de una interrogante, un misterio, una intriga en el relato que sería entonces una especie de whodunit de índole musico-intelectual. ¿Sería Sabines mismo el declamador del poema en la canción de Love of Lesbian? The plot thickens!! Porque yo no te conté nunca –ni a ti ni a ti– que yo había escuchado una grabación de Sabines recitando su poema más conocido que se titula “Los amorosos” del libro epónimo hace muchos años. No recuerdo quién me la hizo escuchar entonces, pero creía reconocer algún timbre de su voz en la voz que recitaba el poema.  Pero tú –no tú, el bello amigo innegociable sino tú, la que besa escasamente pero dulce, tan dulce– no recordarás que yo te envié ese mismo poema al principio de esta otra historia, nuestra historia, nuestra innombrada relación. Linda casualidad, ¿no lo crees tú así? No tú. Sino tú. Se sabe. No era imposible que Balmes hubiera incluido una grabación de Sabines recitando otro poema suyo al final de su canción. El poema de hecho cuajaba perfectamente con el resto de la lírica. Esta historia podría continuar entonces de la siguiente manera:

Ya viajando en la guagua de la AMA en tránsito desde el terminal hasta un hospital de Carolina para una cita con mi cardiólogo que no viene al caso pensé que este escenario hipotético me era propicio para elaborar un texto sobre el tema de los diálogos que se dan entre los poetas y los músicos de rock que no son otra cosa que otro tipo de poetas o idéntico tipo de poetas y viceversa. Me encantaba la idea de que una banda de rock española homenajeara a un máximo poeta mexicano incorporando su voz y sus versos (los del poeta) a su hilvanado musical (el de la banda). Mientras la guagua me bamboleaba con poca pero alguna ternura, recordé con cariño tres ejemplos maravillosos de músicos españoles que musicalizan poesía de otros grandísimos poetas. Recordé a Enrique Bumbury aullando lúgubre y dolorosamente los poemas desquiciados y escatológicos de Leopoldo Panero. Recordé a Ana Belén cantando alegre y saltarina y quebrada los versos de Federico García Lorca desperdigando lunas y gitanas y galapaguitos por todas partes. Y, por supuesto, recordé el caso requetemás conocido de todos: la bella e inmortalizadora musicalización de la poesía de Miguel Hernández que hizo de una vez y para siempre por todas Joan Manuel Serrat.

Esta podría ser una parte expositiva de esta historia que podría continuar con una parte autobiográfica. Tanto tú –el que me da pon de vez en cuando en su Audi y en su Fiat desde/hacia los lugares– como tú –la que me lleva y me trae al éxtasis y a la alegría y me musicaliza la vida de vez en cuando– saben que paso gran parte de mi vida actual en tránsito (¿Existe vida que no lo sea? ¿Actual? ¿En tránsito? ¿Esas cosas?). Pasajero en trance/pasajero en tránsito perpetuo canta Charly. Gran parte de las cosas que escribo las escribo a bordo de un tren, una guagua, tu cuerpo hecho de curvas y de escamas, especie de barca entonces (no pendejo no el tuyo, sino el tuyo) y otros medios de transporte. En estos tránsitos escribo a veces en la tableta, casi siempre en el telefonito pero siempre en la mente y de memoria. La memoria es el último refugio de la escritura. Es el más frágil y el más invulnerable. Una libreta de caligrafía. Digamos/escribamos entonces que este texto comenzó a escribirse en ese viaje en guagua, como muchos otros textos que seguramente no publicaré jamás y que para bien no sean. Lo bueno de escribir en tránsito es que la escritura también se traslada, se desplaza de plataforma a plataforma, del abismo de la superficie transparente de la tableta al telefonito a la superficie curva y profunda de la mente en tránsito. Así el pensar, el leer y el escribir no solo se aúnan, sino que se solapan, se argamasan, se superponen cuánticamente deslizándose ya sinuosa, ya abruptamente en movimiento orbital de traslación como los cuerpos planetarios y celestes. 

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Mientras bajaba la cuesta –como cantaría Serrat– hacia el terminal de las guaguas escuchando el terminal de la canción yo imaginé la siguiente hipótesis: Santi Balmes –cantante de Love of Lesbian además de excelente escritor y poeta que ha publicado libros con títulos hermosos tales como “Canción de bruma” y “El hambre invisible”– incluyó un poema de Jaime Sabines un poeta mexicano extraordinario que escribió libros con hermosos títulos tales como “Diario Semanario y poemas en prosa”, “Poemas Sueltos”, “Maltiempo” y “Los amorosos”. 

Margaret Atwood/Alias Grace

El autobús no detiene su movimiento abrupto y sinuoso por las avenidas de una ciudad abrupta y sinuosa pero algo en mi mente exige un detente. Esas avenidas divididas por líneas entrecortadas, como aquellas libretas de caligrafía en las que nos obligaban a escribir las letras MAYÚSCULAS y minúsculas de las palabras con tierna firmeza para domesticarnos en la niñez. Todo el mundo sabe que escribo en tránsito –en tren, en guagua, entre puntos cardinales… acariciando las teclas de mi telefonito en la pantalla de mi celular. De modo que no sorprenderá a nadie entonces que yo detenga el tren de la escritura mientras viajo en la guagua en movimiento y googlee los datos que he imaginado para mi hipotética nota que ya no lo es tanto, que acaso ya ha comenzado a escribirse en un iPhone 6, esta nota entiéndase. Hago fact-checking porque no confío en mi imaginación. Porque a veces le impongo mi imaginación a los datos sin percatarme y falseo, deformo y doblego lo fáctico a mi deseo forzando la realidad de la historia a complacerme en su rumbo. Consciente de esta mala maña mía, y para evitar un desengaño harto conocido al descubrir que la realidad no se parece a mi deseo busco, rebusco y requetebusco y leo releo y requeteleo mientras la guagua de la AMA se transmuta a Tren Urbano y luego a una pisicorre que recorre la ruta de Río Piedras a Carolina (al Hospital de la UPR antes el regional donde estuve hospitalizado luego de un ataque cardiaco pero esto no viene al caso, ¿o sí?) atravesando la avenida 65 de Infantería, el final de la historia de este viaje que no es objeto de esta historia que escribo. El resultado de esa búsqueda cibernética me revela que yo estaba elucubrando un disparate descomunal. Esto no debía sorprenderme y no lo hizo. Sí me sorprendió encantadoramente la revelación de una sorpresa maravillosa e imposible de anticipar, de predecir, acaso de intuir. 

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La canción de Love of Lesbian que es el motivo de esta historia se llama “El poeta Halley”. Esto yo lo sabía de antemano y no debe sorprender a nadie. Después de todo, la canción termina con un poema, ¿no es así? Lo que yo no sabía cuando decidí enfrascarme impertinentemente en este viaje imaginativo de palabras guiado por la fuerza de la voluntad, impelido por unas ganas de que las cosas que pasan en la Historia con mayúscula fueran como yo quería que fueran en mi historia confusa y enrevesada y antojadiza es que el poema que se recita al final de esta canción no está recitado por Jaime Sabines. Ni siquiera lo escribió Sabines tres carajos. El poema lo escribió el mismo Santi Balmes, cantante de la banda rock Love of Lesbian, poeta y escritor por su propio fuero y que pues, el cantante lo puso ahí porque pues, porque le dio la gana. Con la irrupción dura de lo real se desinfla y se desarma una grata pero a posteriori demasiado perfecta fantasía que me acompañó en el viaje de autobús desde el Viejo San Juan pasando en Tren desde Santurce hasta Río Piedras y de allí en guagua pisicorre hasta mi destino que a estas alturas de mis descubrimientos, se acercaba o yo me acercaba a él según se considere el movimiento. El Hospital de Carolina. Donde pasé trece días en coma luego de un ataque cardiaco que por poco fue mi fin. Me puso en abrupta pausa, podría decirse/escribirse. Fin del viaje. Fin de la historia. Qué fiasco más grande, ¿verdad!? ¡Y qué suerte que no me enfrasqué en la escritura de esta nota discordante! ¿no? 

Este podría ser el final banal y anticlimático de esta historia. Mientras más banales y anticlimáticos son los finales de las historias más verosímiles son, o al menos más fidedignos son con lo que cuentan, porque los finales de las historias de la vida que se cuentan siempre son más banales y anticlimáticos que el modo en que se cuentan si se cuentan bien. Las diégesis de las historias se resisten a reproducir la banalidad y la carencia de sentido de los finales de las cosas. Yo debí haberme muerto de aquel ataque cardiaco causado por mi alcoholismo crónico y no me morí. Anticlimático. La materia de las cosas que se cuentan es en sí inerte. El acto de contarlas es lo que las hace interesantes y extraordinarias. Para lograr este efecto de extrañeza interviene entonces la ficción más patente o disimulada según sea el caso o la mentira más o menos pudorosa o descarada.

¿Dónde termina una historia? ¿Cúando termina? 

Dale Pause

“Realmente pasó como un cometa. Se fue y dejó una estela de silencio y de solemnidad que fue espectacular.” 

Santi Balmes, cantante de la banda de rock Love of Lesbian, en entrevista con el periodista Oscar Tevez para el periódico El país

Aguántate que ahora es que la guagua navega por los mares tumultuosos de la ciudad abrupta. Ahora es que esto se pone rock. Luego de asimilar con tristeza estos datos decepcionantes, una entrada que aparece en la página de búsqueda de Google me pilla el ojo: Así hizo llorar Joan Manuel Serrat a Love of Lesbian. Es una nota que aparece en el número del periódico El País, fechada el 4 de marzo de 2016. A continuación el enlace: 

Esta nota me informa de los siguientes datos:

/ La hija de Joan Manuel, que debe llevar con mucho estoicismo el hecho de llamarse Candela, es fanática de Love of Lesbian

/ Candela puso a su padre en contacto con los músicos de la banda y así

/los miembros de la banda y Serrat entablan una correspondencia electrónica de la que surgió la idea de que

/Serrat colaborara en alguna canción con la banda resultando esto en que

SERRAT FUERA QUIEN RECITARA LOS VERSOS AL FINAL DE LA CANCIÓN EL POETA HALLEY CON LOVE OF LESBIAN 

Boom

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Recapitulemos:

Un escritor-pasajero en trance (Juan Carlos Quiñones) que por poco se jode de un ataque al corazón por borrachón atribuye erróneamente un poema que aparece declamado al final de una canción (titulada El poeta Halley) cantada por una banda de rock (Love of Lesbian) a un poeta muerto extraordinario (Jaime Sabines) para luego descubrir que aquel poema fue escrito en realidad por el cantante de la banda de rock (que también es escritor y poeta y que se llama Santi Balmes) pero declamado en la canción por otro cantante famoso (Joan Manuel Serrat), muy conocido porque musicalizó los poemas de otro poeta muerto extraordinario (Miguel Hernández). Una cosa lleva a la otra. What are the odds?

La casualidad no existe.

Este entonces podría ser el verdadero final de esta historia, mucho más interesante y dramático y con la ventaja de que es verdadero. Pero, ¿dónde termina una historia? ¿En qué punto? ¿Cuándo termina? 

Una historia nunca termina de escribirse por el final.

Dale Forward

It’s only afterwards that it becomes anything like a story at all. When you are telling it, to yourself or to someone else.

Margaret Attwood/Alias Grace

—Te dije que estaba cabrona la canción, cabrón. Esto te dije en el Fiat diminuto mientras me regresabas a la Prisión sin Límites llevándome allá desde la Casa Embrujada 

/justo antes

/en el transcurso

/justo después

de contarte esta historia, y a ti:

Dale Rewind

—¡No era Sabines tres carajos, era ¡Serrat! ¡Serrat!!!, te dije emocionado cuando regresé a la pecera y a tus brazos después de subir la cuesta desde el terminal y

/justo antes

/en el transcurso

/justo después

de contarte esta historia. Esta. La que cuenta todo lo que me pasó e imaginé escuchando la canción de Love of Lesbian que se titula El poeta Halley. No la de cómo por poco muero o debí morir y no me morí. No la de mi alcoholismo. Esas son otras. ¿En serio? A ti, mi pana que eres rock, y me llevas y me traes y le prestas oído a estos esperpentos desaforados. Y a ti, la inenarrable, porque acaso finges amablemente que escuchas y porque eres siempre es hoy. Y esta otra historia, la que acabo de terminar de escribir que se titula Parvulario de relatos y canciones… Ya se sabe. Esta te la cuento a ti. Mi paciente o exasperado lector, mi siempre enigmático interlocutor en esta avenida de dos vías transitada de palabras escrita en una libreta de caligrafía dibujada por ti. Sí. Por ti. Y por ti. Y también por ti.

Dale Stop.

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Juan Carlos Quiñones (Río Piedras, Puerto Rico, 1972). Escritor. Ha publicado las novelas Adelaida recupera su peluche y Bar Schopenhauer, los libros de prosas Breviario y Todos los nombres el nombre, y la novela infantil El libro del tapiz iluminado. Sus libros han sido reconocidos en los certámenes del Pen Club de Puerto Rico, El barco de vapor y el Instituto de Literatura Puertorriqueña. Ha sido traducido al lituano. Premio Nacional de Literarura del Instituto de Cultura Puertorriqueña en 2024.