El color de la crónica
Una mirada analítica a el entierro de cortijo.
One of the greatest inventions of the
twentieth century is the African-American male.
“Invented” because black masculinity represents
an amalgam of fears and projections in the American
psyche which rarely combines or contains the trope
of truth about the black male’s existence.
Thelma Golden
Edgardo Rodríguez Juliá: un cronista caribeño
Conocí la escritura de Rodríguez Juliá durante mis años de estudiante en Puerto Rico. Yo vivía en el Viejo San Juan y los días que tenía libre de los estudios y el trabajo en el restaurante, me iba a Río Piedras a visitar las librerías. el entierro de Cortijo (San Juan: Ediciones Huracán, 1983) fue uno de los muchos libros que el escritor y librero por excelencia Luis Negrón puso en mis manos. Aprovecho una línea aquí para agradecerle esos días y esos regalos: a veces libros, una comida, lápices, café y vitaminas. Una de las tantas manifestaciones de la bondad boricua.
La escritura de Rodríguez Juliá me dio en la cara como una bocanada de viento fresco. Era muy interesante leer esta suerte de poema prosaico, crónica, ensayo y análisis histórico social sobre un tema tan candente y desafiante como la cuestión de la raza y racismo en Puerto Rico y el Caribe. Acostumbrado como estaba a las formas acartonadas de la crítica en mi país, era interesante leer este libro y participar en las conversaciones tan contradictorias que generaba. También me sorprendió el hecho de que fuese un novelista el que se atreviera con estas interrogantes. Finalmente puedo decir que este texto me hizo ver a Edgardo Rodríguez Juliá con otra mirada y me llevó a devorar también sus crónicas sobre la cuenca del Caribe. En Caribeños, un libro fundamental, el autor enfatiza y se detiene en patrones de interacción entre las Antillas que no son muy frecuentes en nuestra escritura. Me encantan de ese libro, sobremanera, tres puntos fundamentales: su visión sobre la inauguración del Faro a Colón en Santo Domingo, la tarde en que conoció a Fidel Castro, y el viaje que hizo al Caribe francés para verse con Aimé Césaire.
Como he dicho, Rodríguez Juliá es un novelista de peso. Con su novela La piscina, inauguró la colección Archipiélago Caribe de la editorial argentina Corregidor. Ahora para Plenamar, he revisado mis diarios de lectura de aquellos días para compartir aquí algunos borrones que escribí durante mis años de estudiante en la Isla del Encanto. Espero vean estas notas como una invitación a la lectura de este clásico.
El cuerpo como espacio de identidad
El concepto identidad está compuesto por una serie de rasgos que brindan un sentido de pertenencia; dentro de su individualidad el sujeto identifica puntos de encuentro con lo otro; comparte y se reconoce en otros individuos, ahí surgen las colectividades; el aspecto social de la vida. Estos índices y señales comunes además de acercar al ser establecen diferencias que proponen una suerte de distancia dentro de lo nacional como concepto.
En el entierro de Cortijo del boricua Edgardo Rodríguez Juliá, puede verse cómo la mayoría de estos puntos de fricción social se concentran en el cuerpo. Antes de ser/pertenecer a una colectividad el cuerpo humano es un elemento primitivo. El cuerpo social se va formando a partir de la simbología que le rodea hasta arroparle de manera total. Este universo está compuesto por el enfrentamiento con la realidad en un espacio tridimiensional: el pasado, los mitos, leyendas e historia –el origen del cuerpo–; el momento histórico actual; y el futuro como consecuencia, de lo general hacia lo particular. Esta trilogía temporal es lo que permite situar al sujeto en relación con su referente, lo que representa una de las fuentes más ricas para el estudio del imaginario de la identidad.
Sistemas de diferenciación
el entierro de Cortijo es la narración a manera de crónica fabulada de un punto decisivo en las discusiones sobre identidad cultural en el Caribe. El velorio del maestro de la rumba Rafael Cortijo desborda, según el mismo Rodríguez Juliá, todo límite de paranoia racial, social, cultural, histórica y antropológica. La propuesta de diferencia del relato se revela desde las primeras páginas del texto en donde luego de una breve puntualización acerca del entierro del cuerpo como culminación de la vida y la ceremonia final como conflicto, se describe la ruta por donde desfilará el cuerpo presente y la pena de un pueblo paupérrimo, aferrado a sus últimos ideales de mandinga y gozadera. ¿Significa la negritud un elemento definitivo a la hora de establecer diferencias? ¿Arrastra esa negritud una parte integral de lo que se entiende por ser Caribe? ¿Qué papel juega la idiosincrasia de nuestra negritud en el Caribe?
El oscurantismo
El sociólogo Karl-Heinz Hillman, en una definición enciclopédica, habla del concepto negro llanamente como “problema racial.” A partir de esta interesante, acertada descripción, se concluye que el color de piel determina posición y situación del sujeto en la burbuja social. Hay que aclarar que del mismo modo que el elemento racial excluye, todo lo que arrastra la pigmentación reviste de cierto sentido de pertenencia a determinadas partículas de la colectividad.
Cortijo es la cabeza real de ese reino de este mundo que socio-geográficamente se limita al caserío pero que desborda las fronteras de lo físico, lo moral y lo social. El cronista escribe desde la marginalidad; reconoce que ser negro puede ser una opción política: ser negro por afiliación brinda la oportunidad de reconocerse en las otras diferencias (la orientación sexual, la preferencia religiosa, por ejemplo). Es por este motivo que para el autor es necesario establecer estas discrepancias desde el espacio de la corporeidad. Dice Rodríguez Juliá, Toda su negritud de anchas narices y negro bembón […] del achulado brinquito jodedor de los men de mi época; […] Mera, que estas adolescentes cocolas van y vienen por todo el salón […] la pizpireta mulatita que destaca la sobrosura de su culito contento con esos mahones cuya costura trasera Chardón abre los gajos de las nies.
Es necesario destacar la disyuntiva que propone el proceso de rescate de la identidad a partir de lo racial. La defensa de nuestras raíces negras no ha podido establecer un sistema que detenga la maquinaria reproductiva del prejuicio; aunque elementos como la música han favorecido el conocimiento y la comprensión de su construcción como parte de la cultura, bastaría una relectura a la cuestión racial en Puerto Rico y el Caribe, para sostener que las relaciones inter-sociales son una gran problemática sin resolver.
El sonido que nos une
La popularidad arrasante del tumbao de Rafael Cortijo, la frescura de Ismael Rivera, y la chulería de Cheo Feliciano, desbordan el archipiélago para después de un paseo por la Latinoamérica profunda, regresar al patio a infiltrarse en los estratos sociales de una clase que se aferra fieramente a una nostalgia caucásica; un cojo sueño de nebulosa superioridad.
Pero la fuerza musical de Cortijo atiende de manera total al referente racial, a ese pasado esclavo que se esfuerza en reír a carcajada socarrona sus penurias, bailar sus sufrimientos y gozarse la vida. Esta dulce desfachatez sólo es comparable con la revolución del Jazz del Harlem moreno. El autor propone que Cortijo es venerado porque representa: sus acordes y arreglos apuntan a la historia del cuerpo. Se es hijo de alguien; se viene de algún lugar y el cuerpo el consciente de ello.
Podría afirmarse entonces que este es el verdadero motivo que despierta lo negro escondido en la blancura social. Según Rodríguez Juliá, el ritmo y la respiración del sonido de lo afroantillano acarrea algo más que la pachanga sabrosona; Cortijo representa una nueva presencia social, la del mulataje inquieto que la movilidad traída por el desarrollismo muñocista posiblitó.
El autor reafirma que existe una franja profunda que dificulta la búsqueda de una identidad puertorriqueña desde lo racial ya que los patrones de definición son confusos, volátiles e inestables. La creencia de que la muerte de Cortijo y la ceremonia del desfile final podrían conseguir lo que su figura no logró en vida (una defensa de esa minoría; ser la cara de un movimiento de integración de lo no-negro puertorriqueño) queda abolida, pero a la vez reiterada al resaltar la presencia de una representación blanquita (el mismo autor; Rubén Blades; las hippies de humanidades) que al apersonarse a la ceremonia final aceptan que existe la mescolanza; le dan vida. Este conflicto que no se resuelve representa el algaretismo que reina al momento de definir la identidad de lo puertorriqueño, del antillano, desde el punto de vista de lo racial.
Termina el desfile
En medio de tanta confusión metafórica la muerte destaca como un hecho real, total. Para muchos, la muerte es el acontecimiento que complementa la vida. La veneración de despedida del cuerpo forma parte de ese proceso culminante que comienza en el velorio y termina con el entierro.
El autor demuestra en el texto cómo la muerte completa al ser; cómo después de todo un trayecto espacial-temporal, en busca de una experiencia total, la muerte se presenta como un memento definitivo de equiparación. La muerte recuerda a todo el vivo que nadie se escapa de la suspensión. La muerte, apoyándose en las actividades del difunto y recurriendo al referente, al pretérito, prolonga la existencia del que se despide, es a eso que se llama legado y sirve para medir e identificar los esfuerzos del tiempo activo. La puntualización de las acciones vigilantes de Cheo Feliciano frente al ataúd, quien ajusta un crucifijo fuera de lugar; el velo; y la terrible solemnidad de Maelo, ponen de manifiesto la significación del dolor y el color del duelo, la importancia de la melancolía final.
Esta despedida final encierra ciertos ritos mágico-religiosos que pueden producirse no sólo en torno a la muerte, sino al respeto. He aquí un rasgo muy importante y contradictorio: es cierto que el prejuicio racial es una concepción latente, que condiciona las exclusiones y marca las diferencias; la muerte es un suceso igualador, y los ritos del velorio de Cortijo –esa bullaranga, ese desfile– conforman el grito unísono de un pueblo que pregona por encima del discrimen que al final del camino que llamamos vida todos somos lo mismo: cuerpo, alma, sangre, sudor, bagazo y sonido que pervive hasta un día. La vida es un trayecto; la última parada en ese camino tiene un mismo fin, ya sea el consumido por el fuego forzado o por la madre tierra que siempre tendrá sus brazos y fauces listos, abiertos, para recibir a sus vástagos.
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Rey Andújar es autor de varias novelas y cuentos, entre ellos El hombre triángulo y Candela, adaptada al cine por Andrés Farías Cintrón. Es profesor en la facultad de humanidades en Governors State University, Chicago.