CÍRCULO SIDERAL

UNO

Ámbar, turquesa, piedras comunes del río.

La vida necesita de ilusiones al contemplarlas

para seguir con vida y darles sentido a las 

que nunca se verán ni dando paso al sueño. 

DOS

Arena, arenisca, gravas.

Lo que eres se lo debes a la vida de ayer,

esta, trastorna los sentidos,

el sentido de orientación que se presenta

como la puesta, la salida del sol donde 

el color azul, verde, rojo son necesarios

con sed saciada, la de por saciar da vacío. 

TRES

Ante de entender, ayer menos que hoy; 

oyendo: “Todo es entender, 

como se entiende.”: “¿Quién oye a quién 

donde los oídos están en la tierra?”

CUATRO

Donde no hay nada que buscar, buscas; así, 

dentro, donde todo agoniza, al negarlo, 

sientes el color que más se disfruta antes 

del nacimiento, después de nacer, confusión.

CINCO

Piedras comunes del río; las preciosas 

siderales; con el mar, las únicas piedras 

en evolución, en adiós, ausencia, aire terrenal.

SEIS

Ver llover, escritura del aire: 

“¡Qué bien que está lloviendo!” 

Piedras en ecos:  colores enunciados, 

presagiados sin darse a entender, 

signos, tras cada nacimiento,

otro fluir de las gotas de agua –mira, esta

de sal–, al probarla con el dedo, corazón

forma de las manos, originan líneas sinuosas.

Líneas remitentes, tocadas, sin tocar: 

origen de la partida, llamando.

SIETE

Sed reseca, amor por herir, odio por cicatrizar;

herido en la intención, agónico color turquesa, 

                                       ámbar oscuros designios.

OCHO

Describo una intención porvenir, por vivir lo que ha de escribirse dando tumbos, buscando dentro sin encontrar; encontrando sin buscar: ámbar, turquesa, cualquier color que no diga nada. Si la angustia es un fin; la alegría, una puesta en escena, danza de una pluma en el aire, el aire la hace danzar, pensar en agua fluyendo, volviendo a fluir.

NUEVE

De vacío en vacío da vacíos socorridos buscando 

entender el dolor coloreado: voz, ¿muda, habladora? 

Pausadas, carentes de temor hasta no haber turbulencia.

En el aire el cristal estalla por exceso de luz y se recompone

por el equilibrio de la sombra que da la propia sombra.  

DIEZ

Con las manos abiertas se construye el mundo 

del sueño, cerradas, lastima voz que oscura 

                                  busca zozobrar en la luz.

ONCE

Ten, ¡Oh, oscuridad de pasos tanteando, este designio!

Turquesa, ámbar, este rojo, verde azul confuso rendido

a la evidencia: si se enumeraran las piedras

del camino, terminarían extraviadas en sus sombras.

EN PÚBLICA SUBASTA ROSAS 

ROJAS Y BLANCAS

A Leonidas Abreu Abreu

Ante el cielo, con la tierra, 

sin estar seguro de nada 

se han encontrado en el camino. 

Nadie sabe cómo se llaman 

sino después de los cuerpos encontrarse.

Del lejano polvo cósmico 

de las estrellas, distantes 

hasta no darse un golpe. 

Océanos por descubrirse 

ante los ojos humanos. 

Son los que creen que el 

asombro, el espanto 

a lo desconocido es de su 

propiedad en pública subasta 

de rosas rojas y blancas.

Se han encontrado como una

rosa sin nombre, sin color

a las mutuas miradas y manos.

Tal vez para exagerar ante los 

semejantes y dejar fuera al cielo, 

no así al polvo que se arrastra 

por ser enamorado, se oyeron

desde alguna parte al mirarse. 

Las esquinas, al calendario ruedan.

Con el temor como 

sombra los cuerpos ansían 

encontrarse y no les importa el cielo, 

cosa que no se puede decir lo mismo 

del polvo cósmico, ni el de la creación, 

de dos astros que entrechocan.

Del universo se puede hablar cualquier 

tontería y como se hable del absurdo: 

                      coitus interruptus, a sentir.

Hable quien hable frente al mar, 

el camino, a las orillas del tiempo

la sal, el viento mellando

las palabras, con el polvo a cuestas

las acciones por pensar, pensándolas, 

el frío que genera vuelve al mar,

detiene la descomposición de los verbos.

Donde los futuros amantes están yéndose 

sin irse, al otro lado, en distancias terrestres, 

llegando e irse polvo agradecido.

Afuera, populosas las calles; quien les 

cree a la sirena y a la luz intermitente 

de la ambulancia puede echar a perder 

la noción de gravedad del incendio. 

Tal vez para dar explicaciones como prueba 

de vida, nace una brizna de hierba, llueve, 

y quien se asombra es la tierra y quien empieza

a amar en su relación de canibalismo consigo 

mismo anda en caza de universos paralelos.

Evocando tolerancia al tiempo, al polvo,

al dulzor de las miradas puestas en las olas,

los amantes en su tolerancia explosiva,

permisible, dicen poseer la gratitud 

de la necesidad de amar para continuar 

con vida y pensar lo mismo una vez se desnuden. 

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Amable Mejía es poeta y narrador. Doctor en Derecho de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Autor de El amor y la baratija, El otro cielo y Primavera sin premura, novela.