Habla Compadre Mon

Lo que ayer dije aquí yo

a gritarlo vuelvo ya:

¿tierra en el mar?

No señor,

aquí la isla soy yo.

Algo yo tengo en el cinto

que estoy como está la isla

rodeada de peligro.

Sí, señor, mi cinturón:

ola de pólvora y plomo. 

Aquí la isla soy yo.

Cabe, lo que dije ya,

siempre aquí, como le cabe

el día en el pico al ave.

¡Qué bien me llevan la voz

las balas que suelto yo!

Y no está lejos del hombre 

de tierra adentro y dormido

la verde fiera que siempre

nos pone un rabioso anillo… 

Estoy hablando del mar 

   porque en él hay algo mío…

   ¿Pero estoy hablando yo

   de una Antilla, tierra en agua?

   No señor,

  con la cintura entre balas,

  al mapa le digo no.

  Aquí la isla soy yo.

(De Compadre Mon)

La pequeña parábola

Grande como la hormiga y como la mañana,

¿eres tú la distancia, viejo cielo sin días…?

Discípulo del barro con mi presencia humana,

tu silencio me ensancha como las profecías.

Honda como los versos que la piedra se sabe,

tu mirada es tan limpia como un cielo llovido. 

Tu palabra no dicha viene siendo la clave

de lo que vuela a veces de mi barro dormido.

(De Manuel Cuando No Es Tiempo)

Trópico picapedrero

Hombres negros pican sobre piedras blancas, 

tienen en sus picos enredado el sol.

Y como si a ratos se exprimieran algo… 

lloran sus espaldas gotas de charol.

Hombres de voz blanca, su piel negra lavan, 

la lavan con perlas de terco sudor.

Rompen la alcancía salvaje del monte,

y cavan la tierra, pero al hombre no.

De las piedras salta, cuando pica el pico, 

picadillo fatuo de menudo sol, 

que se apaga y vuelve cuando vuelve el pico 

como si en las piedras reventara Dios.

Dentro de una gota de sudor se mete 

la mañana enorme –pero grande no–

Saltan de los cráneos de las piedras chispas 

que los pensamientos de las piedras son.

Y los hombres negros cantan cuando pican 

como si ablandara las piedras su voz.

Mas los hombres cavan, y no acaban nunca… 

cavan la cantera: la de su dolor.

Contra la inocencia de las piedras blancas, 

los haitianos pican, bajo un sol de ron.

Los negros que erizan de chispas las piedras 

son noches que rompen pedazos de sol.

Hoy buscando el oro de la tierra encuentran 

el oro más alto, porque su filón

es aquel del día que pone en los picos

astillas de estrellas, como si estuvieran

sobre la montaña picoteando a Dios.

¿Quién?

¿Quién abre aquí los párpados como quién hace heridas? 

¿Qué metal viene ahora? ¿Qué rifle vendrá a hoyar

un ala del gran pájaro de este mapa de América,

que por pesarle el sueño no puede despertar?

¿Es que aún de este lado del mar lo que nos llega 

en el sudor del ojo, no deja de caer…?

¿Qué minero hay sacando estas gotas del párpado 

que van desde la mina del grito hasta la piel?

Oigo ya que el gran viejo de Manhattan sacude 

su gran barba de trinos; salen desde su bosque

los pájaros-oráculos. Y aquí, soldado, aquí,

tú lo hallarás mañana. Porque siempre hay América 

aquí donde el recluta salvaje de Walt Whitman

pone sobre los hombros de un verso su fusil.

(De De Este Lado Del Mar)

Desneblina

Casi hoy he comprendido lo que alguien ha querido ense­ñarme 

desde hace un largo y oscuro tiempo; 

pero no es con aquello, con lo que mi quietud de esfinge

 modela recónditas responsabilidades

 no pertenecientes a los simples y manua­bles acontecimientos.

 Un estatuto de procedencia no violada, 

 rige los destinos azules; 

¿puedo yo, entonces, reconsiderando ciertas volun­tades ilustres,

 tener un sencillo espacio en donde descifrar un gesto

o ponerme a deshilachar con la aguja del día la te­la del agua?

Sin embargo, he puesto mi sinceridad al servicio de los que me rodean, 

y ha sido duro para mí ver cómo ha regre­sado mi desprendimiento.

Yo he querido muchas veces no detenerme en estas ex­plicaciones; 

no obstante, tengo –inevitablemente- que in­tercalar

 en mis más desnudos sueños estos asuntos.

Pero, si el dolor no me dijera que yo existo,

¿cómo lo podría creer?

(De Sangre mayor)

Poesía

No conozco mejor definición de la poesía que este poema de Cabral.

Paul Eluard

Agua tan pura que casi 

no se ve en el vaso agua.

Del otro lado está el mundo. 

De este lado, casi nada…

Un agua pura, tan limpia 

que da trabajo mirarla.

            Agua

La del río, ¡qué blanda! 

Pero qué dura es ésta:

¡La que cae de los párpados 

es un agua que piensa!

Huésped súbito

Ahora estás aquí. 

¿Pero puedes estar?

Tú dices que te llamas… Pero no, no te llamas…

 Desde que tengas nombre comienzo a no respirarte,

 a confirmar que no existes,

y es probable que desde entonces no te nombre, 

porque cualquier detalle, una línea, una curva, 

es material de fuga,

porque cada palabra es un poco de forma,

un poco de tu muerte.

Tu puro ser se muere de presente. 

Se muere hacia el contorno.

Se muere hacia la vida.

(De Los huéspedes secretos)

Nuestro canto no cabe en las banderas

Sólo el cráneo de un pan está pensando… 

Las panteras se ponen a comer mariposas 

para que no sospechen…

Crece una hormiga hasta ponerse gente…

Nos saluda una voz en la pantalla,

pero la voz jamás nos vio la cara.

Se nos va por el aire, por alambre, por miedo… 

El hombre se nos muere y no lo sabe.

Mirad allí, al difunto,

está enterrado entre comodidades;

se muere de cojines, de besos asustados, 

se muere de invisible…

Se mueren de confort profundidades…

Es ésta la terrible, la atómica inmediata. 

Hay que encontrar al hombre…

El hombre ya que se nos va en fragmentos; 

su conciencia es de grupo, su yo grupo;

si hablan muchos, es él…

si se muere, no es él…

Pide amor el abismo… Es ésta nuestra carta. 

Nuestro canto no cabe en las banderas. 

ellas caben mejor en nuestro canto.

Nuestro canto es la atómica invertida.

Es ésta nuestra carta.

Yo soy el primer muerto de la tierra, 

y vengo de juntar todos los odios, 

todos caben en uno…

Este odio que ama, levantará el cadáver.

(De Pedrada planetaria)

Pequeña carta a una rosa

Déjame ver qué lloras que tienes tantos párpados.

 Déjame ver qué gozas, sexo de tantos labios.

Ya sé que mi mirada te hace crecer espinas.

Ya sé que eres tan vieja como yo cuando callo.

 Pero tú que en tus pétalos coleccionas mañanas,

 tú que apretando alas, todo el amor del bosque

 me lo das en tu breve primavera,

déjame que la mano te converse,

déjame…

digital biografía de los duendes,

cerebro del jardín, pasto del sueño,

tú,

que encuadernada en pétalos no vuelas,

pero en el aire estás, te vas muriendo

cuando te respiramos,

cuando empieza a vivir tu vegetal cadáver, 

cuando a vivir empiezas como pájaro,

como trino extraviado que oye solo el olfato. 

Ya sé que eres tan vieja como yo cuando canto, 

sin embargo,

yo que en tu poco espacio, tanto aprendo,

que veo en tu rocío que hay párpados secretos, 

vuelvo a tocar tu abismo que cabe en una mano.

 Tú, que guillotinada, vives ya de los vidrios

de mi fluvial mirada siempre triste,

tú que creces de súbito

cuando te da estatura mi llanto jardinero, 

tú, que sin comprenderlo,

indefensa en mis manos me defiendes.

Los adolescentes sin amante

Los adolescentes sin amante

silban.

Su dramática música de semen

 moja instintos urbanos

y agrupa silencios ruidosos

como brasas en un solo sitio.

 Yo estoy en mi ventana,

leo un libro.

Y los cincuenta otoños de mis ojos

oyen, más que leer, la primavera.

 Fueron adolescentes mis otoños, 

y comprendo que es triste,

que es trágico,

aquel semen sonoro

que masturba la brisa y abre secretos párpados,

Desde esa brisa ardiente, como un luto ya herido

 en mi mano enfermera

cae una golondrina que debe ser de Bécquer.

(De 14 mudos de amor)

Chinchina

Hay algo que está aquí, conmigo. Pero estoy tan cerca 

de la tierra que no puedo explicarlo. Un poco de agua tal 

vez sabe decirlo; el agua es tan mansa, tan limpia, tan

conforme; sin embargo, no sirve para mi sed…

Hay algo que está aquí, conmigo. Pero estoy tan cerca

de mí mismo, estoy tan cerca de las cosas que pasan, estoy

tan cerca de las cosas que sufren y se venden, estoy tan 

cerca de mis olores de hombre, que cualquier palabra mía

puede tiznar la cosa aquella… aquella cosa simple como un

jardín en las manos de un cuerdo.

Canciones púdicas

En el sótano de un beso

encontré ratas

tan organizadas

como los ruidos mudos del avaro.

Pero…

Era tan bello su ombligo 

que al ojo le dio trabajo

 mirar lo de más abajo…

 que por el ojo… persigo.

(De Chinchina busca el tiempo)

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Manuel del Cabral (Santiago de los Caballeros, 1907-1999). Poeta y narrador. Diplomático en Bogotá, Lima, Panamá,Chile y Argentina. Su poesía abarca temas políticos,amorosos, sociales y metafísicos, equiparándose a grandes poetas de América Latina como Palés Matos, Aimé Césaire, Nicolás Guillén, Huidobro,Neruda, Vallejo y Paz. Es el poeta dominicano más antologadoy el que mayor difusión ha alcanzadoen el extranjero. También escribió novelas y libros de cuentos Premio Nacional de Literatura 1992. En 2011 le fue dedicado el III Festival Internacional de Poesía de Santo Domingo.