Al anciano Goar le regalaron 

Un cuadro con un paisaje al óleo, 

Representaba nubes, un trazo

Azul claro buscando parecerse

A un río, con dos mensajes 

Escritos, borrábanse una vez leídos.

“Hay quienes terminan bien sin haber

Hecho un esfuerzo en su vida, que no

Sea preocuparse por ellos mismos”.

“Hay quienes se han pasado la vida 

Preocupándose por el otro y desearían 

No haberlo hecho aun estando cerca del río”.

Como Goar no sabía leer mostróle 

El cuadro del paisaje a otro viejo amigo, 

Deux –lunas conociéndose– le leyera 

Lo que en él decía y lo interpretaran.

Goar frunció el rostro, aflorando  

A sus labios una sonrisa, dejando 

Al descubierto la falta de uno 

Que otro diente que habían hecho

El viaje por adelantado; Deux, dijo: 

“Si usted, viejo amigo, sonríe, no es 

Porque de su picardía se acuerde 

Esperando que, tampoco, sea a costa 

De mi ignorancia, en materia de pintura”.

“No, Deux, sabio amigo, ponderar, a veces, 

Es una forma de descubrir detalle de algo 

Que ni idea teníase la intención de recordarlo 

Aunque se recuerde entre el dolor

Y la risa, y no me refiero al dolor por dolencia 

Alguna ni a la risa como reflejo de alegría, 

Sino por las razones de la vida 

Como olas en el pensamiento, en el tiempo 

Sin poder hacer nada para remediarlas; ignorancia,

cosas que se suele pensar al final del camino, 

Digamos, en esta vejez inútil para el futuro, 

Aun sea eterna como la misma muerte”.

“Ser viejo, amigo, dijo, Goar, 

Debería dar la proporción de no 

Sentirse culpable por situaciones 

Que arroja el estar vivo y dejar 

Por sobrentendido hasta 

Lo que se lea en los ojos, 

Aunque se tenga cataratas”.

“Buen decir y lo entiendo, 

Sabio, Deux, es que, a veces, se pide 

Explicación de algo, no para 

Hacerse el tonto y menos 

Considerar como preguntas 

O las razones que tendría La piedra 

–Si se le pidiera– al golpear, aun sea 

el mismo Camino que lo proporcione 

y no a quien que la haya lanzado en sol 

De luna llena, en el antemeridiano 

De la vida en el río del camino”.

“Ahora –dijo Deux– a interpretar lo que 

Está escrito en el paisaje, buen amigo”,

Acercándose a lo escrito entre 

–En el cuadro– los colores que 

Representan las nubes, el trazo 

Del río y las figuras desconocidas

Ahora al dejarse ver, quizás 

Por los colores en alas y ojos de fuego  

que quieren como salirse del marco

por la técnica empleada en el cuadro  

En que ambos eran ignorantes.

“Reitero, que ya no hay necesidad 

De interpretar nada; mejor de ahí 

No se hubiese podido discurrir,

De todo lo que hablamos sin proponérnoslo”.

Sentenciando Goar con una palmada

Como si pretendiera desencantar algo

Que fue encantado donde todo era vacío

Ahora mismo mirando el cuadro.

Respondiendo Deux, como si mirara

Desde una ventana la lluvia caer:

“El camino que resulta inexplicable 

Para la vida no es el que se busca 

Con afán, sino del que menos

Se espera que aparezca, suceda, delante

Del día o la noche, que son eternas”.

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Amable Mejía nació en Santo Domingo, República Dominicana, en 1959. Es poeta, ensayista y narrador. Ha publicado en poesía Días de semana (2001), El amor y la baratija (2007), Novo Mundo-Himnos (2015) y El otro cielo (2019). También el libro de cuentos Entre familia (2004) y las novelas Primavera sin premura (2008), La isla de los hombres felices (2012), Muerte en noche de palomas (2020) y El blanco mar (2021).