I
Se presenta la oportunidad
y se aprovecha: ese es el destino.
Quien quiera encontrarlo
que se vea en el agua de sí mismo.
II
Verse como el perro grande,
nadie lo quiere porque uno
y otro no pueden transferirse sus
costumbres de cielo a oscuras.
III
Hay cosas que nada más son
importantes en las manos ajenas,
en las propia, naufragios.
IV
En la instantánea fotográfica
la belleza del otro resalta el deterioro;
en la propia inmenso yermo de soledades
extraviadas en poses inundadas.
V
Ante sí mismo se presume de desconocido;
ante lo conocido se deja caer el espejo.
IV
Viéndose llegar no termina de hacerlo.
Yéndose, ¿dónde esconder
al que no quiere irse,
cuando llegar o partir:
una manera de estar perdido?
VII
En toda oportunidad lo diabólico
acecha; en caso de no aprovecharlo,
el arrepentimiento inunda lo llovido.
VIII
Siente que ha amado demasiado
a la orilla del río y no en lo seco
contemplando el mar, en cielo abierto.
Donde no ha amado falta hacerlo, en caso
contrario, acecha a los sueños, chaveta en mano.
IX
A propósito de la muerte,
la misma muerte más un largo viaje;
al igual que los cortos, un olor
a café sin poder beberlo.
X
Menudas incidencias la de estar vivo
donde lo ponderado es un camino
sin atajos y, los atajos que la hacen
interesante, al acostarse, ya pasado.
XI
En la casa donde más se canta
es donde hay mujeres solteras;
en las que no, la música es por dentro.
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Amable Mejía es poeta y narrador. Doctor en Derecho de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Autor de El amor y la baratija, El otro cielo y Primavera sin premura, novela.