A Andrés Blanco Díaz
A Andrés Blanco Díaz
La búsqueda en periódicos y revistas de épocas pasadas suele deparar felices hallazgos, amén de la simple constatación de lo mucho o lo poco que hemos cambiado. Tal me sucedió cuando buscaba el rastro de la poeta y educadora Salomé Ureña en la prensa dominicana de 1891 y descubrí a Emilia Pardo Bazán. Dos figuras a las que profeso admiración y que son coetáneas (la primera nació en 1850 y la segunda en 1851). Compartieron, además, idéntico interés: promover la educación de las mujeres, si bien los postulados de Pardo Bazán eran mucho más avanzados; tanto, que sorprende constatar hasta dónde llegaba su nivel de conciencia.
El texto hallado por mí en una revista dominicana es un ensayo sobre Flaubert que empieza con la garra característica de su autora: “Flaubert se diferencia de Balzac como un hombre de un gigante”. Sabía que había escrito sobre el novelista francés y albergaba la frágil esperanza de recuperar un trabajo perdido. Además, acababa de leer la espléndida biografía de Isabel Burdiel sobre Pardo Bazán y estaba deslumbrada. Enseguida contacté a un estudioso de ese universo, José Manuel González Herrán. La respuesta inicial fue un jarro de agua fría pues la supuesta serendipia no era tal; el ensayo, archiconocido, se halla en La cuestión palpitante (1883). Sin embargo, era la primera noticia de un escrito publicado en vida de la autora gallega en la República Dominicana. Después de todo, el hallazgo no era paja de coco, dicho en buen dominicano.
El mencionado escrito fue publicado en El Lápiz (1891-1892) en tres entregas;(1) la primera, acompañada de una breve reseña de quien el redactor definía como “una de las figuras más sobresalientes con que cuentan las letras españolas”. En unas breves pinceladas glosaba su inteligencia, “su claro y agudo entendimiento” y “su exquisito gusto literario”. Esas palabras, sin duda, le hacían justicia a una escritora que ya había publicado en ese entonces grandes novelas como La Tribuna, Los Pazos de Ulloa, La Madre Naturaleza, Insolación, Morriña, además de La cuestión palpitante, todo lo cual compone una parte muy significativa de una obra inabarcable, de tan fecunda y variada.
La escritora y feminista dominicana Abigail Mejía la conocía a fondo. Se refirió a ella como “una poderosa mentalidad”, “una sabia española del siglo XIX”, y afirmaba saber de memoria ciertos capítulos de Insolación y Morriña, “a fuerza de saborearlos”.(2)
El enorme prestigio iba a la par de las encendidas críticas que suscitaban su talento y su personalidad. A estas alude Abigail: “condenando algunos por lo bajo los atrevidos vuelos de su intelecto poderoso”.(3) Una mujer no podía descollar como ella lo hacía: era brillante, superdotada, cultísima, estaba a la altura de los grandes de su época y, para colmo, exhibía una libertad personal y un feminismo del todo infrecuentes. Ella misma se consideraba el escritor español más atacado. En 1879 el crítico Manuel de la Revilla llegó a sostener que la escritora era “fruto de una equivocación de la naturaleza, que encerró el cerebro de un hombre en un cráneo femenino”.(4)
El talento femenino era visto en esa época con recelo y como expresión de virilidad; el adjetivo viril solía calificar las producciones de las escritoras. No siempre tenía una carga completamente negativa, como cuando se utilizó para elogiar los poemas de Salomé Ureña,(5) pero sí evidenciaba la extrañeza de encontrar genialidad en las mujeres. Y cuando se acompañaba de un criterio independiente, de todo un carácter, como en el caso de la autora de Los Pazos de Ulloa, el desconcierto solía rayar en acritud y ojeriza. Siempre se ha dicho que Pardo Bazán era inclasificable, pues conjugaba en su persona conservadurismo, catolicismo, feminismo, libertad sexual, ínfulas de aristócrata, amplitud de miras, aderezado todo ello con ambición, aplomo, osadía, vitalismo, espontaneidad.
De su compromiso con la defensa de los derechos de las mujeres, dio sobradas muestras. En medio de la polémica desatada por su intento fallido de entrar en la Academia de la Lengua, afirmó que era su propósito “separar obstáculos de los que estorban a la mujer”.(6) Consideraba que la educación femenina de su época no era tal, “sino doma (y poda), pues se propone por fin la obediencia, la pasividad y la sumisión”, y que los primeros deberes de la mujer eran “para consigo misma, no relativos y dependientes de la entidad moral de la familia que en su día podrá constituir o no constituir”.(7) Una verdadera visionaria.
El rechazo de la RAE a Pardo Bazán también lo comentó Abigail Mejía, otra visionaria cuya obra todavía no ha recibido el reconocimiento merecido: “Poseyendo muchísimo más talento y erudición que algunos varones, en virtud de los ya aludidos celillos masculinos, negáronle un puesto a la insigne doña Emilia en la Academia de la Lengua española, injusticia tremenda si se toma en cuenta que ella contrajo más méritos con su copiosa labor, para ostentar el título de socia, que muchos otros, constructores únicamente de dos o tres bellas frases de sabor arcaico”.(8)
Después del escrito sobre Flaubert, encontré el fragmento inicial de “Dante”, publicado en la revista Letras y Ciencias (1892-1899) el 3 de agosto de 1895.(9) Estas fechas finiseculares indican que Pardo Bazán era bien conocida en el país ya a fines del XIX. Cuál habrá sido su recepción, ese es un aspecto a indagar. Salomé Ureña, sin duda, la leyó ya que la revista era dirigida por su esposo y por su cuñado, Francisco y Federico Henríquez y Carvajal, respectivamente (probablemente ella estaba en la trastienda). Posteriormente, sus tres hijos, Pedro, Max y Camila, la admirarían y frecuentarían. No podía ser de otra manera: la familia Henríquez Ureña, epítome de la intelectualidad dominicana, se vinculaba de una u otra forma con una de las cimas del Olimpo literario y cultural europeo.
Un joven Pedro Henríquez Ureña, que se convertiría con el tiempo en el intelectual dominicano más sólido y más universal, le encomienda en una carta de 1908 a su hermano Max la lectura de Flaubert, doña Emilia y D’Anunzzio, por este orden.(10) Algunos años después, Max se atrevió a enviarle su primer libro de poemas, Ánforas (1914, y la crítica fue demoledora:
“Si el libro que tengo delante, y que (impropiamente a mi ver) se titula ‘Ánforas’, se hubiese publicado allá por los años de 1830 ó 1835, en los tiempos de Larra y Zorrilla, cuando las damas bebían vinagre para palidecer y se peinaban en luengos tirabuzones, una aureola rodearía la cabeza del mozo, y soñarían con él las jóvenes beldades de estrecho corpiño. Hoy, la poesía del sentimiento, que muchos juzgaron eterna, está gastada. Se ha dicho ya hasta la saciedad lo que tenía que decir el lirismo. Y aunque se diga bien, como lo hace el Sr. Max Henríquez Ureña, nadie escucha.”(11)
El patriotismo de la autora tropieza con el poema de Max titulado “La catedral sin torre”. Al leer que España había dejado trunca en América su labor imperfecta de civilización, le enmienda la plana con el desparpajo y el brío acostumbrados: “a no abordar nuestros descubridores a las playas americanas, aun hoy en día se ofrendasen corazones sangrientos a Huitzilopotzli, el gran Dios feroz… Nosotros fuimos los civilizadores […]. La raza que allí existe de nosotros procede casi toda. El habla es la nuestra. Nuestra la religión. La catedral tiene torre. Y esa torre es de arquitectura hispánica”.(12)
Aguijoneada por los hallazgos iniciales, contacté a Andrés Blanco, interlocutor obligado a la hora de hurgar en los archivos dominicanos, quien ha hecho de la investigación una forma de vida. Se ofreció generosamente a proporcionarme textos que ya él tenía y a incluir mi búsqueda entre las suyas; así empezaron a llegar a mis manos, uno tras otro, once cuentos (Pardo Bazán escribió más de 600) publicados en las revistas La Cuna de América, Letras y Ciencias, Blanco y Negro y en el periódico Listín Diario entre 1895 y 1913.(13)
Sin proponérnoslo, estábamos sumando esta media isla al grupo de países que habían divulgado sus obras, cuestión que investiga, entre otros, el catedrático de la Universidad de Santiago de Compostela González Herrán. Este reputado especialista ha rescatado una serie de cuentos perdidos en medios argentinos,(14) planea un segundo tomo con cuentos aparecidos en otros países de América, y está apoyándonos en esta investigación con todo su caudal de conocimientos.
Sobre el cuento aparecido en 1903 en el Listín Diario, “El montero”, existe una referencia dominicana contemporánea, aunque equivocada. Se trata del artículo “Periodismo cultural en los primeros años del siglo XX”, publicado en ese mismo periódico.(15) El redactor que lo firma cometió un error de bulto, tal vez heredado de alguna fuente, al suponer que es una crítica de El montero, de Pedro Francisco Bonó, cuando lo único que comparte con esa novela dominicana es el nombre.(16)
Volviendo a la mencionada revista El Lápiz de 1891, su portada la ocupa un delicado retrato de mediana edad de Emilia que reproduce una imagen que circuló mucho en España. Veintiocho años después, la revista Renacimiento(17) abre con otra imagen de la autora. Esta vez se trata de la célebre caricatura de Luis Bagaría, de 1915, que la representa en su ancianidad como un verdadero pez globo, con atuendo negro y collar rojo. Siempre se le enrostraron su gordura y sus rasgos físicos (características soslayadas en los hombres), una actitud que ella desenmascaró en diversas ocasiones: “el caso era afearme horriblemente, convertirme en una especie de foca o de hipopótamo, o en una patrona de casa de huéspedes”.(18) Efectivamente, la escritora fue carne de caricatura, algunas de acusada misoginia.
El mismo artículo que se anteponía con frecuencia a sus apellidos y a los de otras autoras (la Pardo Bazán, la Avellaneda) las singularizaba de varias maneras, marcando lo femenino y aportando un matiz que incluso puede albergar menosprecio o ironía, como bien indica la Nueva Gramática de la Lengua Española.(19) Se trata de un uso en retroceso que ha llegado hasta nosotros (la Thatcher, la Caballé, etc.) y que jamás ha abarcado a los hombres.
Interesante sería conocer a través de quién o de quiénes llegaban los textos de Pardo Bazán al país y de qué medios se tomaban. Resulta verosímil pensar que la revista Blanco y Negro, de Madrid, fue uno de los medios espulgados por los editores dominicanos. El cuento “El depósito” incluye al menos(20) una ilustración aparecida en la revista madrileña, que lo publica en 1903. (Corrió igual suerte en Puerto Rico: en 1913 la revista Gráfico lo inserta repitiendo las dos ilustraciones españolas). Se recogieron también en la revista española seis(21) de los once cuentos encontrados hasta ahora en los archivos dominicanos (aunque algunos también se incluyeron en libros publicados previamente). Parece algo más que una casualidad. Por otra parte, tres de esos relatos (“El llanto”, “El montero” y “El alambre”) únicamente se habían incluido en esas fechas en España en la revista madrileña.
Confirmó mi hipótesis Andrés Blanco cuando le pregunté si tenía noticias de la circulación de la revista española en la República Dominicana. Efectivamente, él vio en los archivos del historiador Rodríguez Demorizi conservados en la biblioteca del Intec algunos números, concretamente de 1901 y 1902. Así pues, se leía la revista española en el país y probablemente se reproducían algunas de las colaboraciones que incluía. Tal vez incluso la revista dominicana tomó su nombre de la española.
No eran tiempos de derechos de autor, aunque Pardo Bazán sí tenía plena conciencia de ellos. En una ocasión, como documenta Isabel Burdiel, se quejó ante la Asociación de Escritores y Artistas por la publicación de su novela La Tribuna en el Diario de La Habana, y en otras criticó las ediciones pirateadas de sus obras (las llamaba furtivas), que según ella inundaban América.(22) Era una escritora profesional que cobraba por sus trabajos, lo que le permitía cubrir buena parte de sus gastos. En América le pagaban sus colaboraciones el cubano Diario de la Marina y el argentino La Nación; en este último publicó más de doscientas crónicas.
Es mucho más que probable que la autora desconociera estas publicaciones dominicanas, así como otras de diferentes países; aunque sí era plenamente consciente de la difusión de sus obras por doquier, con o sin su autorización. Por otra parte, llama la atención el hecho de que, al poco tiempo de divulgarse en España estos textos, ya estaban circulando en la República Dominicana. Por ejemplo, “La perla rosa” salió a la luz en Madrid en El Imparcial el 25 de marzo de 1895 y pocos meses después ya estaba en Letras y Ciencias (30 de junio). “Medio ambiente” se publicó en ese mismo periódico madrileño el 21 de septiembre de 1903 y menos de dos meses después ya estaba en el Listín Diario (18 de noviembre).
Emilia Pardo Bazán es hoy objeto de congresos, conferencias, documentales…; aparecen nuevas publicaciones sobre su obra y su figura; salen a la luz textos desconocidos y escritos inéditos. En fin, que está más viva que nunca. Por nuestra parte, continúa la batida en la prensa dominicana. Quién sabe si en algún momento damos con la codiciada pieza y desempolvamos algún texto olvidado. Al cierre de este artículo, Andrés Blanco había recuperado tres cuentos más: “Ceniza”, “Cuento soñado” y “Pilatos”,(23) los dos primeros publicados en Ciencias, Artes y Letras en 1897 y el tercero en el Listín en 1924.
Qué mejor colofón para este artículo que las palabras de la escritora gallega refiriéndose a la difusión de sus obras en América: “aunque huyo de envanecerme, no soy tan modesta que crea que mi labor literaria, cruzando el Atlántico, no ha sido un hilo más en la dulce red que el arte tiende para enlazar y unir a la raza española, y estos hilos son, a mi ver, más fuertes que la trama de las ceremonias oficiales. El escritor, el artista, integra siempre; las ceremonias oficiales muchas veces desintegran, separan lo que aspira a unirse”.(24) Palabras de plena actualidad si exceptuamos el anacrónico sintagma “raza española”. Efectivamente, esos hilos siguen tensos y bien brillantes.
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Clara Dobarro es licenciada en Geografía e Historia, con especialidad en Historia de América, por la Universidad Complutense de Madrid. Cursó un posgrado en Procesos Editoriales en la Universidad Oberta de Cataluña y una maestría en Comunicación y Relaciones Públicas en la Universidad de Barcelona. Trabaja como editora y correctora.
1 El Lápiz, Santo Domingo, R. D., 19 de agosto, 4 de septiembre y 4 de octubre de 1891.
2 Abigail Mejía, “La condesa de Pardo Bazán”, Crónicas de aquí y de allá, La Información, Santiago, R. D., 26 de julio de 1921.
3 Ibid.
4 Isabel Burdiel, Emilia Pardo Bazán, Barcelona, Taurus, 2019, p. 120.
5 Clara Dobarro, “Singularidad y modernidad de Salomé Ureña”, Acento Digital, 19 de junio de 2021, <https://acento.com.do/cultura/singularidad-y-modernidad-de-salome-urena-8956032.html>.
6 Burdiel, p. 571.
7 Burdiel, pp. 424-425.
8 Abigail Mejía, art. cit.
9 Había aparecido en 1893 en Nuevo Teatro Crítico, la revista editada y redactada íntegramente por ella.
10 Familia Henríquez Ureña, Epistolario, Secretaría de Educación, Bellas Artes y Cultos, Santo Domingo, R. D., 1996, p. 488.
11 Recogen la anécdota Ana M.ª Freire López, “Hispanoamérica en la visión de Emilia Pardo Bazán (un asunto de familia)”, y José Carvajal en el artículo “España y Max Henríquez Ureña”, La Nación Dominicana.com.
12 Ibid.
13 La Cuna de América (“El viajero”, 2 de agosto de 1903); Letras y Ciencias (“La perla rosa”, 30 de junio de 1895); el periódico Listín Diario (“El montero” y “Vocación”, 27 de octubre y 4 de noviembre de 1903, respectivamente; “Medio ambiente”, 18 de noviembre de 1903; “El alambre”, 24 de marzo de 1906; “La flor de la salud”, 26 de mayo de 1906, “El llanto”, 9 de junio de 1906; “El gemelo”, 27 de noviembre de 1903) y la revista Blanco y Negro (“El depósito”, 9 de mayo de 1909, y “Compaña” –sin el artículo La–, 23 de marzo de 1913).
14 José Manuel González Herrán (ed.), El vidrio roto. Cuentos para las Américas. Argentina, Galaxia, Vigo, 2014.
15 “Periodismo cultural en los primeros años del siglo XX”, Listín Diario, Santo Domingo, R. D., 5 de marzo de 2010.
16 Ibid. “Es en ese estado en que Listín Diario no mermó en el impulso de la cultura a través de sus páginas, publicó, entre muchas noticias, un reportaje de Emilia Pardo Bazán sobre la novela ‘El Montero’”. La confusión se reitera en el pie de foto: “En 1903 la noticia principal de portada de Listín Diario fue un reportaje firmado por la española Emilia Pardo Bazán sobre la novela ‘El Montero’ de Pedro F. Bonó”.
17 Es el número 172 correspondiente al 2 de junio de 1919. El ejemplar revisado no contiene más referencias a la autora.
18 Burdiel, p. 547.
19 El uso lo recoge la Nueva Gramática de la Lengua Española: «Está extendido, en cambio, el empleo del artículo femenino ante apellidos de mujeres renombradas, casi siempre artistas, como la Caballé por Montserrat Caballé […] en tales casos se percibe cierta ironía, cuando no menosprecio, al referirse a las mujeres», <http://aplica.rae.es/grweb/cgi-bin/v.cgi?i=UuYfrKkdQBCFaEBB>.
20 El ejemplar revisado estaba incompleto.
21 Estos son, además de “El depósito”, “El viajero”, “El llanto”, “El montero”, “El alambre” y “La compaña”.
22 Isabel Burdiel, p. 200.
23 “Ceniza” y “Cuento soñado”, Ciencias, Artes y Letras, Santo Domingo, R. D., 15 de mayo de 1897 y 30 de octubre de 1897, respectivamente. (Se publicaron en España en El Imparcial de Madrid el 1 de marzo de 1897 y el 16 de abril de 1894, respectivamente). “Pilatos”, Listín Diario, Santo Domingo, R. D., 3 de abril de 1924. También este último cuento se publicó en la española Blanco y Negro.
24 La Ilustración Artística, n.º 988. Citado por Ana M.ª Freire López, art. cit.