ChatGPT es un dispositivo que modela el lenguaje a través de la Inteligencia Artificial (IA). La interacción entre el sujeto cibernético y el dispositivo guarda relación con el método filosófico socrático. Es decir, el sujeto cibernético interactúa con este software de IA, responde a través de la formulación de preguntas. De manera que la validez de la información va a depender de la formulación de la pregunta que realiza el sujeto. 

El lenguaje que emplea ChatGPT está articulado en Red Neuronal que se alimenta de manera automática con datos, información, libros y documentos colgados en el ciberespacio. Esta red permite la interacción natural entre los sujetos cibernéticos y la red propiamente dicha. El método de corte cibernético socrático que brota de la interacción genera respuestas a preguntas proporcionadas por los sujetos, cuyo fin persigue facilitarse la vida. El lenguaje de IA que emplea ChatGPT está diseñado para escribir artículos, traducir y corregir textos. Es capaz de generar nuevos contenidos, videos, textos e imágenes, entre otras tareas virtuales. 

La capacidad generativa de la IA es el resultado de la facultad de lenguaje, pensamiento, inteligencia y conciencia del propio sujeto cibernético, quien tiene la responsabilidad de diseñar las funciones del dispositivo inteligente. De manera que, tanto la programación como la destreza que tiene este dispositivo son el resultado de este sujeto programador, especialista en algoritmos e inteligencia artificial. 

Este sujeto cibernético es un ser viviente, único e irrepetible, que forma parte, como individuo, de la construcción del cibermundo y vive navegando por el ciberespacio. Existen varias tipologías que también están articuladas en red. Por un lado, están los cibermillonarios (los dueños del ChatGPT), los jáquers o hackers, los educadores virtuales, los programadores, los ciberperiodistas, los ciberpolíticos, los investigadores, los encargados de ciberseguridad y profesionales de las diversas ramificaciones y demás sujetos no profesionales, pero forman parte del ciberespacio. 

El sujeto no existe fuera del lenguaje cibernético, sino que el lenguaje cibernético crea a este sujeto cibernético, quien a su vez va construyendo su subjetividad en la cultura-lengua- experiencia sobre el mundo y el cibermundo, y lo va expresando a través de su discurso. Por eso, el lenguaje es práctica social, no medio de comunicación e instrumentalización sobre el sujeto-lengua- cultura. Se confunde al ChatGPT virtual con el sujeto cibernético. 

El dispositivo no comprende acerca de ese sujeto de entidad viviente, de construcción lingüística, social y discursiva forjado a través de la relación de lengua-cultura-sociedad-poder, mundo y cibermundo (Meschonnic,1996; Foucault, 2014; Morin, 2009; Merejo, 2017), puesto que el dispositivo artificial ChatGPT no es un sujeto, porque no experimenta el lenguaje como ser viviente. Cada sujeto tiene su propia subjetividad, formación y experiencia. En cambio, la Inteligencia Artificial no. 

Cuando el sujeto utiliza el lenguaje para explicar una experiencia personal no sólo está comunicando información tal como lo hace el Chatbot, sino que también está construyendo su propia subjetividad al interpretar y dar sentido a esa experiencia a través del lenguaje. De esta manera, el lenguaje no solo capta la realidad, sino que también la reproduce, la construye y le da forma a través de la perspectiva y la subjetividad. Ocurre todo lo contrario con la IA, puesto que ésta se enmarca en la posexperiencia de la virtualidad, al margen de la vivencia y el acto de morir. En cuanto a la experiencia y el pensar, la propia vivencia, por más que queramos, no podrá evitar la ausencia de este planeta, dejando a la inteligencia artificial fría, desolada y desafiando toda en entropía. 

Cada individuo es portador de su propia subjetividad, la cual va desplegándose a través de su experiencia lingüística y social irrepetible. De modo que, aunque el ChatGPT y otros dispositivos puedan, mediante software de inteligencia artificial virtual, influir en el sujeto, no será nunca posible que estos se conviertan en sujetos vivientes a través de la interacción y comunicación con el sujeto-individuo-biológico-viviente, y poseedor de lenguaje, pensamiento y experiencia. Estas categorías permiten que el ser humano sea responsable de su propia construcción. Solo el sujeto es capaz de actuar desde la ética de la compresión que rige la ley de entropía, de la degradación de la existencia, que nada tiene que ver con el poshumanismo de la permanencia de la vida por toda una eternidad. 

El sujeto es una entidad biológica viviente, que constituye un modo de actividad social e individual y que gracias al funcionamiento neurolingüístico (recursividad-cerebro-lenguaje), se manifiesta en múltiples prácticas sociales y de redes sociales ciberespaciales. Esto le convierte en un sujeto de interacción virtual y real con características específicas de prácticas discursivas en las diversas cibersociedades que conforman el cibermundo. 

De esto se desprende que la IA es una forma de inteligencia que no se la puede reducir a un simple diseño hecho por el sujeto cibernético, sino que también se ha programado para procesar y manipular datos. La inteligencia humana rebasa los límites de la IA, puesto que tiene capacidad cognitiva, mental, reflexiva, de resolver problemas, adaptarse al entorno y tomar decisiones. Nuestra inteligencia no se reduce a la capacidad de comprender y razonar, al estilo del Chatbot, sino que va más allá, en cuanto creatividad, intuición y aprendizaje de comunicación, que son parte de los escenarios del pensamiento.

El pensamiento va más allá de la fascinación de los datos e información del entorno, por lo que no solo se alimenta de lo anterior, sino también de su interioridad, constituida por la corporeidad, de donde brotan las emociones, el deseo y las creencias. Este se sitúa en el conjunto de procesos mentales por los cuales un sujeto se vale para comprender, procesar y manejar información.

Esta actividad cognitiva no solo es percepción, atención y razonamiento, también incluye la capacidad de retención de información a través de la memoria, que facilita la solución de problemas, así como la toma de decisiones y la creatividad. Algunas de estas características se encuentran en los dispositivos de IA, pero dado su lenguaje y aprendizaje automatizados, no tienen pensamiento, mucho menos conciencia.

La conciencia potencia la capacidad de la propia existencia de tener percepción, de los pensamientos, de las emociones de los entornos, tanto reales como virtuales. Esto es lo que nos permite, con ayuda de la memoria, experimentar de manera consciente esa subjetividad sobre los entornos y sobre nosotros mismos. En la conciencia entra la autoconciencia de la que carece la IA. Solo el ser humano es capaz de ser consciente de su propia existencia- pensamiento- sentimiento, que se forja en la experiencia y no en la posexperiencia de la virtualidad (Merejo, 2023a). Solo el sujeto de conciencia tiene capacidad de experiencias subjetivas y de ser consciente de ellas, de hacerse una introspección, de sentir emociones, lo que no puede experimentar el dispositivo de IA, porque su mundo cibernético se mueve en la posexperiencia virtual de todo lo que sucede en el ciberespacio.

Que el dispositivo sea capaz de procesar información o generar respuestas automatizadas no significa que tenga conciencia de su existencia ni que pueda experimentar pensamientos críticos, donde la información se evalúa, se analiza para luego tomar decisiones orientadas a la vida, única e irrepetible y que carece de programación y reprogramación como el androide, el cual no es creativo porque no genera ideas nuevas para los problemas de la vida. Este no tiene pensamiento intuitivo ni tampoco emociones o sensaciones. Alcanza a simularlas, pero nunca serán tan auténticas como las emociones de un ser humano. 

II. El miedo al Gólem (1) cibernético  

El rabí lo miraba con ternura y con algún horror ¿Cómo – se dijo- pude engendrar este penoso hijo y la inacción dejé, que es la cordura?

¿Por qué di en agregar a la infinita serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana madeja que en lo eterno se devana, di otra causa, otro efecto y otra cuita? En la hora de angustia y de luz vaga, en su Golem, los ojos detenía.

¿Quién nos dirá las cosas que sentía Dios, al mirar a su rabino en Praga?

                                           (Jorge Luis Borges. El Golem, 2017).

La Inteligencia Artificial entra en la cibernética, que es interdisciplinar, y estudia los sistemas de control y comunicación en seres vivos y máquinas. El concepto control cibernético es consustancial al poder virtual y al fin de la privacidad, al ciberespionaje y a la ciberseguridad en el cibermundo. 

La cibernética no solo se enfoca en cómo los sistemas se comunican, se adaptan y se controlan a sí mismos, sino de todo el entramado artificial de control virtual que vigila la mente de los sujetos que navegan por el ciberespacio y que viven en el cibermundo. Lo transido de esto es que como sistema nadie escapa al cibermundo, aun después de muerto perdurará en lo virtual.

Esta inteligencia generativa como modelos de lenguaje natural puede realizar tareas que muchas veces desbordan la inteligencia humana; en casos normales van acorde con una de las partes de esta en cuanto aprendizaje, razonamiento y  toma de decisiones, aunque no con intuición y  creatividad que brota de la experiencia del sujeto de interacción social, el cual está formado en un proceso de enseñanza-aprendizaje que le produce cambios de vida como modus operandi más allá de la propia vivencia y de la posexperiencia que es el lugar de donde se alimenta la AI cuando nos ofrece  información, datos e imágenes.  

El software virtual de la IA no sólo crea sistemas y algoritmos para una simple operación automatizada de aprendizaje, sino que también produce lenguaje natural, que con las redes neuronales artificiales puede aprender a generar datos, información y adaptarse a partir de esas informaciones procesadas. 

Sin embargo, no es desde ahora, que en el cibermundo se vive con estos tipos de Inteligencia Artificial, lo que pasa es que el ChatGPT ha venido a revolucionar parte de los cimientos tecnológicos del cibermundo, como lo hará en su momento la computadora cuántica. Antes había reflexionado sobre algunas características que se aplican a la educación y a la investigación de IA débil; en este aspecto ya se vive desde hace años con Siri de Apple, Alexa deAmazon, Google Assistant, DeepMind y otras tantas.

Desde hace tiempo en el mundo cibernético se encuentran los microbot y androides. Estos son más frecuentes, aunque hace mucho nos encontramos viviendo con cientos de millones de sujetos cibernéticos que son cíborgs (híbrido compuesto de elementos orgánicos y dispositivos cibernéticos), que con la tecnología cibernética han podido mejorar sus capacidades y habilidades. 

Unos ejemplos de cíborgs: sujetos que han perdido brazos o piernas y tienen prótesis para ayudarles a realizar actividades diarias, como agarrar objetos o caminar; o los dispositivos que se implantan quirúrgicamente en el oído interno para ayudar a personas con discapacidad auditiva a escuchar sonidos y disfrutar de una vida más normal.

En el cibermundo, hombres y mujeres en la vida cotidiana son cuerpos cibernéticos postizos que cada día se reajustan porque no quieren envejecer. Además de buscar cuidar la salud, los llamados relojes inteligentes pueden medir la frecuencia cardíaca, la presión arterial y otros datos que ayudan a que las personas se sientan seguras de que pueden vivir en el transhumanismo que procura la mejora humana, no así en el poshumanismo que es fin de la condición humana y la búsqueda de la inmortalidad. Esto es imposible, de acuerdo con la ley de la entropía y la propia experiencia del ser humano, muy diferente a la posexperiencia en que se encuentra la IA.

En la historia de la humanidad se encuentran discursos de relatos, mitos, leyendas y conocimientos científicos que muestran cómo el hombre siempre se ha apasionado por crear vida artificial. Así vemos cómo la literatura se nutre de El Golem (Meyrink, 2014), una criatura artificial hecha de arcilla, que forma parte de la legendaria cultura judía. Esta criatura de barro fue creada por un rabino en la Edad Media y fue traída a la vida a través de la inscripción de palabras sagradas en su cuerpo.

Siempre me han apasionado los relatos sobre cultura de creación mitológica y de manera puntual, Golem el coloso de Barro (Issa Bashevis Singer, 2012) porque representa una metáfora, un referente simbólico en la literatura para reflexionar lo cibernético, el dilema ético, la relación del poder y el control entre los humanos y la máquina:

Al día siguiente, rabii Leib llamó a Miriam a su estudio y le hizo prometer que en la primera ocasión que el gólem bajara la cabeza, le borraría el nombre de la frente. El rabino dijo que en ellos no habría pecado, porque el gólem no era un ser humano, sino un ser artificial y temporal (Singer, 2012, p.60).  

Existe la responsabilidad del sujeto ante esos dispositivos tecnológicos para garantizar que no se salgan de control. Tal es el caso de las ojivas nucleares, que pueden desatar los siete jinetes del apocalipsis en cualquier momento. Esto no puede ser objeto de fascinación y contentura, sino de reflexión, de cordura y de condiciones transidas conducentes a observar hasta qué punto seguimos pensando que se puede vivir sin gobernanza tecnológica, sin proliferación de armas nucleares (Merejo, 2023b).

La narración literaria sobre el Gólem fue una de las pasiones literarias de Borges, que me vino a colación en visita que hice a la República Checa. Hoy he revivido esa parte de esa aventura literaria combinada con lo que es la inteligencia artificial generativa que está sacudiendo al cibermundo. Tanto el Gólem como el ChatGPT son creaciones del lenguaje: el primero como ficción literaria y el segundo en el campo de tecnocientífico. 

La creación del Gólem nos remonta a la premodernización que data de la Edad Media, siglo XVI (El Gólem de Praga, 2017) y el otro que se configura en inteligencia artificial (robot) en la posmodernización del siglo XXI. Estas creaciones, en lo literario y tecnológico, han impactado de manera significativa en la conciencia humana. 

La gran preocupación es que el diseño de un androide se convierta en un Gólem cibernético incontrolable. Que, de tanta seguridad en control cibernético, seamos tan confiados que nos quedemos dormidos y no despertemos ante una ciberguerra nuclear. Porque el rabino que le dio vida artificial al Gólem se  sentía tan seguro y confiado que jamás pensó en que su creación artificial se le podía revelar, lo único que en estos tiempos transidos y cibernéticos no estamos viviendo esa ficción de lentitud y de final no catastrófico, que tranquilizó  a su propio creador, ya que el Gólem cibernético de la IA va tan deprisa que a sus creadores no les importa la ética ni pensar que son dioses, sino que el dios mercado les incremente el tener, sin importar el ser. 

Las grandes empresas y los principales gobiernos del planeta van tras el Santo Grial de la IA, dejando de lado todo tipo de protocolo ético. Su objetivo no es el ser, sino el tener. Erich Fromm, psicólogo y filósofo del siglo XX, desarrolló una crítica a esa mentalidad capitalista del “tener” en lugar del “ser”. Fromm argumentaba lo siguiente:

Mientras que en el modo de tener las personas se apoyan en lo que tienen, en el modo de ser los individuos se basan en el hecho de que son, de que están vivos y de que algo nuevo surgirá si tienen el valor de entregarse y responder. Se entregan plenamente a la conversación, y no se inhiben, porque no le preocupa lo que tienen. Su vitalidad es contagiosa, y a menudo ayuda al otro a trascender su egocentrismo (Fromm, 1987.p.49).

Pensar que la felicidad se encuentra en el ChatGPT como software virtual y en las redes sociales y otros modos de dispositivos automáticos es sumergirse en la posexperiencia de la vida, que es la que se vive en lo virtual, sin darle sentido a la real, que es plena y significativa. Hemos entrado en situaciones complejas donde se le dará más sentido a estos tipos de dispositivos que a la propia vida; ideas, juicios y razonamientos moldearán la vida por ese software virtual y no por la experimentación real. 

Conclusión 

Nosotros, habitantes del cibermundo, no somos lenguaje algorítmico y de reglas, sino capacidad simbólica e innata. Somos lenguaje articulado con la conciencia de conocernos a nosotros mismos y conocer el entorno que nos rodea, además de aprender, desaprender y reaprender en cualquier escenario, porque nuestra inteligencia no se puede reducir a sistema operacional y a tareas puntuales, como es el caso del ChatGPT que se encuentra atrapado en lenguaje de programación, desprogramación y reprogramación sin conocer la creatividad, las emociones, porque es el sujeto cibernético que la alimenta de instrucciones para generar repuestas programadas.

El sujeto cibernético, como ser viviente navega por los vericuetos del ciberespacio, forma parte del sistema cibermundo, posee conciencia y pensamiento interrelacionado de manera simultánea con el lenguaje, y estratégicamente busca razonamiento lógico sobre la base de determinado concepto o juicio en forma de pregunta o enunciado que le introduce a un dispositivo como el ChatGPT.  

Hoy más que nunca el ciberojo o el ojo de la sospecha cibernética nos hace dudar de ciertos sujetos sociales que escriben basado en la posexperiencia y a través de dispositivos como ChatGPT, renunciando a la indagación, al sentido crítico del discurso y viviendo una vida light, sin experiencia trasformadora y sin comprender que somos sujetos únicos e irrepetibles, que no vive dos veces en esta Tierra.

Nota

1.El concepto Golem, sin acento, viene de la lengua inglesa y con acento en lengua española.

Referencia bibliografía 

Borges, Jorge Luis (2017). El Golem, en Borges Esencial. Barcelona.

Foucault, Michel (2014). La hermenéutica del sujeto. Bueno Aires: Galimard

Fromm, Erich (1987). ¿Tener o Ser? México: Fondo de Cultura Económica.

Meyrink, Gustav (2014). El Golem. Barcelona: Brontes.

Salfellner, Harald (2017). El Golem de Praga. Leyendas judías del gueto. Trad. Francisco de A Caballero. Unión Europea: Vitalis.

Singer, Isaac Bashevis (2012). Gólem el coloso de Barro. Trad. María Luisa Balseiro. México: Planeta.

Merejo, Andrés (2023ª). Filosofía para tiempos transidos y cibernéticos. Santo Domingo: Santuario.

———————–(2023b). Cibermundo transido. Enredo de pospandemia, guerra y ciberguerra. 

Santo Domingo: Santuario.

————————(2017). La dominicanidad transida, entre lo virtual y lo real. Santo Domingo: Santuario.

———————-(2015). La era del cibermundo. Santo Domingo: Editora Nacional.

 Meschonic, Henri (1996). Para la Poética. Trad. Diógenes Céspedes.

Santo Domingo: de colore.

Morin, Edgar (2009). El método 2. La vida de la vida. Madrid: Cátedra.

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Andrés Merejo es Doctor en Filosofía por la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) y profesor en la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).