Apalabrarse en la desposesión 

Este libro intenta recorrer el archipiélago caribe a partir de varias obras que estimo importantes, pues refieren la condición de sus habitantes, sus territorios y las maneras diversas de ensayar acciones estéticas.

En ese sentido, esto es parte de un recorrido sobre el Caribe que he ido practicando por varias décadas y he ido acopiando en reflexiones previas (1). Vuelvo a toparme con lo que alguna vez Édouard Glissant denominó la “opacidad”. En su estilo poético, Glissant afirma: “ahora la opacidad se encuentra al fondo del espejo, un cieno fértil que, de hecho, se mantiene indistinto e inexplorado aún hoy, frecuentemente negado o injuriado y ocupando una presencia constante que somos incapaces de experimentar” (2). La noción de opacidad surge de su planteamiento sobre un aspecto de la poética de la relación, en este caso, el de las lenguas criollas, que atañe al lugar ocupado por el creol frente a la errónea concepción de la presunta claridad, lógica y racionalidad del francés como espejo de la transparencia o de cualquier lengua hegemónica en contraposición a las lenguas criollas. Una de las conclusiones del narrador y ensayista martiniqueño es que la literatura misma es fuente de opacidad. Y así también son opacos, por irreducibles, los múltiples intentos de transparencia que puedan suscitar las diversas lecturas de un texto. En Poética de la relación, la opacidad glissantiana se ejemplifica en la figura de “La playa negra” (3), quien recorre constantemente y en silencio la orilla del litoral a medida que su cuerpo va adelgazando durante el recorrido. La playa que pisa (Le Diamant, en Martinica) es del “color de la confusión” y el corredor se arroja sobre sus propios pasos futuros para no desplomarse del todo, según lo describe Glissant. En el relato, los intentos realizados para conversar con este hombre resultan inútiles; se saludan mediante el gesto y no intentan compartir otro lenguaje que no sea el del reconocimiento mutuo a distancia, pero en su reticencia se halla la fuente de la posibilidad.

Al invocar el concepto de opacidad me propongo compartir los gestos a distancia que emergen entre los personajes enigmáticos de varios textos. Hubo y hay otras y otros: el poeta de la doble lengua en The Bounty, de Derek Walcott; el leproso de “Vivir del cuento” (4), de Manuel Ramos Otero; la Xuela de The Autobiography of my Mother; el Daniel Santos de la novela de Luis Rafael Sánchez; la madre que maldice a Obén en PR3 Aguirre, de Marta Aponte Alsina; la Rose de Colère en la novela de Marie Vieux-Chauvet. Sin embargo, los que aparecen en esta nueva colección continúan murmurando, moviéndose, perturbando; no es fácil desentrañarlos, y entusiasma verles moviéndose, gesticular, hacer obra, actuar. Crear un diálogo entre éstos, sin reducirlos a una única teoría o a una sola lengua, permitiría que emerja el tejido de lo que entre ellos se urde. De ahí la sintonía de sus movimientos, la cronología entrecortada entre un ensayo y otro y la confluencia de las voces de esclavos, zombis y presos, un ensamblaje de razas, una multitud que de alguna manera he deseado subrayar.

Este recorrido incluye a la reiterada figura del zombi en la literatura caribeña. Se desplaza por las islas y a veces sale de ellas escoltado por el aura de lo abyecto y lo enigmático. Resulta igualmente útil para condenar la dictadura duvalierista y las corrientes noiristas del régimen (Depestre), como para comentar el destino de un escritor en la guerra de Angola (Condé), signar el fin trágico de una mujer creol (beké) en un ático inglés donde es encerrada por un cónyuge extranjero que la despoja de sus bienes y la desprecia (Rhys), o como ocurre en la narración de Jacques Stéphen Alexis cuando una joven de la burguesía haitiana zombificada por un bokó en su palacio de Port-au-Prince, se convierte en una presa de convento al norte de Europa. El desprecio, el desdén y la abyección signan el tono de estas narraciones, destacando la distancia modulada por el blanco respecto a los habitantes de sus colonias en el Caribe; mujeres u hombres, todos son apresados, fijados o asesinados por su condición racial. La mirada deshumanizante reduce los cuerpos a ensamblajes racializados carentes de estatus legal, invisibilizados y reducidos a una mera carne donde portan la memoria impresa de su esclavitud al ostentar allí amputaciones, carimbos, latigazos, dolor, convirtiendo al cuerpo mismo en la sinécdoque de su diferencia (5).

El cuerpo en el Derecho apenas existe, si acaso en la fórmula antigua del habeas corpus que en este volumen aflora a partir de mi discusión de un lienzo del pintor puertorriqueño Elizam Escobar. Hasta la abolición, el esclavo fue reducido a su mero cuerpo por cuanto solo ostentaba el carácter de cosa o propiedad de alguien. Solo era persona quien fuera propietario, de modo que, despojados en su inicio de toda posibilidad, los esclavos devenían cosas automáticamente. Por ser considerados instrumentos de otros, servían a la voluntad de sus propietarios; eran alienados de sí mismos, jurídicamente hablando. Su cuerpo no era suyo, sino el de otros (6). Según el Derecho Romano, el cuerpo es el tránsito entre la persona y la cosa, solo podían aspirar a devenir personas quienes jurídicamente fueran capaces de serlo en el futuro, como los niños, o lo hubieran sido en el pasado, cual los dementes. Algo similar –en su carácter de ser despojado– ocurre con la figura del zombi en las espiritualidades afrocaribeñas y en su tratamiento literario. De manera análoga, al preso se le “despoja” de su cuerpo al cometer un delito grave, y se le ingresa en una prisión para ser reformado socialmente, a una distancia prudente para evitar el “contagio” de su mal a otros. Dicho aislamiento y la suspensión de sus derechos civiles constituyen parte de la pena. Me interesa el estatus social asumido por el preso político en la literatura, la cultura y las artes puertorriqueñas, sus afinidades con las formas “in-humanas” del zombi y el esclavo, su posible vínculo con la demencia y otras formas de alienación social.

La matriz del barco negrero es una pieza de arranque para reflexionar en los mundos que concita la travesía atlántica: proveer mano de obra esclava a una modernidad construida a expensas de la desaparición del otro, como se discurre en el poemario Zong, de Marlene Nourbese-Philip, un poemario donde la vida del esclavo sujeto a los azares de alta mar es equiparable a una suma asignada de antemano por la tabla de valores de la Ley de Seguros británica. Su representación pictórica en un cuadro de Turner y la lectura que de esta hace el crítico inglés John Ruskin hunden a los asesinados en la invisibilidad, aun cuando Turner los coloque en el primer plano de su lienzo abolicionista alusivo a la masacre marítima. Los gritos, susurros y lamentos fragmentados de los esclavos se hacen visibles gráficamente en las páginas del libro de Nourbese-Phillip, así como la multiplicidad de lenguas y las voces de los jueces interpretando la Ley de Seguros británica vigente en la época confluyen sobre el escenario acústico y gráfico. El horizonte que se avista desde el buque en llamas es análogo al horizonte ensangrentado existente en la frontera entre Haití y la República Dominicana durante la masacre de 1937. Todas las lenguas se mezclan en el ocaso cuando la soberanía prescribe qué hacer con una población flotante (los esclavos al amparo de la ley naval británica y el valor crediticio que representan) y otra población en tierra (los haitianos que quiebran el ideal homogeneizador de la dictadura trujillista) condenando a muerte a quienes considera prescindibles por romper la norma.

La segmentación espacial llevada a cabo sobre estas poblaciones que habitan una zona restringida (en el barco o en la tierra) forma parte del necropoder como estructura de terror también inherente al concepto de soberanía prevaleciente durante la época. El proceso de

la colonización, tan bien descrito por Michel Foucault, y el biopoder ejercido sobre ciertas poblaciones es ampliado posteriormente por Achille Mbembe para designar los mecanismos utilizados para fracturar poblaciones que se consideran amenazantes. Una vez fragmentado el continuum biológico, se aplica a la diferencia racial el criterio biopolítico y se trata a estas poblaciones de forma abyecta a fin de aplicar el rasero racializador (7). He intentado explorar las vidas nudas, los ensamblajes racializados, los zombis y presos que nos habitan desde la masacre del Zong a fines del siglo XVIII hasta hoy día al examinar aquí la encarcelación, humillación y opresión de disidentes políticos, escritores y artistas; en suma, la población general del Puerto Rico de los siglos XX-XXI. Mi propósito es establecer relaciones entre las masacres y el expolio marítimo y territorial efectuado contra las poblaciones y los territorios caribeños. Ese recuento va acompañado de los mecanismos y las tácticas usadas por esta misma población para mantenerse de pie creativamente, para continuar viviendo en medio del exterminio. De ahí la importancia que tienen en esta reflexión (y en particular en el ensayo “Lo preso”) los análisis de Negri (Job: la fuerza del esclavo; Arte y multitudo: Ocho cartas) sobre la poiesis del dolor, la estética y la creación política de la multitud, y de Alain Badiou (Ética: un ensayo sobre el conocimiento del mal.

NOTAS

(1) Remito, sobre todo, a Hilo de Aracne (1995), Femina Faber (2004) y Poéticas que armar (2017).

(2) Édouard Glissant: Poetics of Relation, traducción al inglés de Betsy Wing. Ann Arbor: University of Michigan Press, 1997 [ 1990]. “There is opacity now at the bottom of the mirror, a whole alluvium deposited by populations, silt that is fertile but, in actual fact, indistinct and unexplored even today, denied or insulted more often than not, and with an insistent presence that we are incapable of not experiencing”. Ver “Transparency and Opacity”, pp. 111-127, en el mismo volumen. (Las traducciones del inglés al español en todo el texto son de Áurea María Sotomayor).

(3) Édouard Glissant: Poetics of Relation, ed. cit., pp. 121-127.

(4) En su colección Página en blanco y staccato, Madrid: Playor, 1987.

(5) “Los ensamblajes racializadores trasladan las laceraciones dejadas por los aparatos de la violencia política en el cuerpo cautivo, a un ámbito que se arraiga en el valor de verdad visual que se le otorga a las distinciones cuasi biológicas de diferentes grupos humanos. De modo que, en vez de ingresar en una zona desbrozadora de indistinciones, somos arrojados dentro del vórtice de los indicadores jerárquicos: los ensamblajes racializadores. En ausencia de clan, familia, género, pertenencia, lenguaje, personalidad, propiedad y documentos oficiales, entre otros, lo que queda es la carne, la carne que vive, habla, piensa, siente e imagina la carne: el éter que aúna el mundo de la Humanidad, mientras simultáneamente crea la condición de posibilidad para la desaparición de este mundo”. Alexander G. Weheliye: Habeas Viscus: Racializing Assemblages, Biopolitics, and Black Feminist Theories of the Human. Duke University Press, 2014, p. 40.

(6) Me adhiero aquí al pensamiento de Roberto Esposito en Las personas y las cosas. Buenos Aires: Eudeba, Katz editores, 2016 [2014].

(7) “¿Qué es, de hecho, el racismo? Es, principalmente, una forma de crear una ruptura en el ámbito de la vida que se halla controlada por el poder: una ruptura entre lo que debe vivir y lo que debe morir. La aparición de la raza en el continuum biológico de los humanos, la distinción entre las razas y la jerarquía entre las razas, el hecho de que ciertas razas sean juzgadas como buenas y que otras, en contraste, sean descritas como inferiores: todo ello es una manera de fragmentar el campo biológico que el poder controla. Es una forma de separar los grupos que coexisten socialmente. En breve, es una manera de estatuir una cesura de tipo biológico en una población que parece ocupar un ámbito biológico. Esto le permitirá al poder tratar a esa población como una población racialmente mixta o, dicho con mayor exactitud, tratar la especie con el fin de subdividir las especies bajo control en subespecies que precisamente catalogará como razas. Esa es la primera función del racismo: fragmentar, crear cesuras en el continuum biológico manejado por el biopoder”. Michel Foucault. “Society Must Be Defended” Lectures at the Collège de France 1975-1976. New York: Picador, 2003, pp. 254-255.

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Áurea María Sotomayor (San Juan, Puerto Rico, 1951), poeta, editora, ensayista, crítica literaria, antóloga, docente e investigadora. Obtuvo su Maestría en Literatura Comparada EN la Universidad de Indiana. Completó su primer Doctorado en el Departamento de Español y Portugués en la Universidad de Stanford (Ph.D., 1980) y su segundo Doctorado en Derecho en la Universidad de Puerto Rico (J.D., 2008).