1.

Cuando los antiguos señores del desierto intentaron descifrar la voluntad de los dioses hubo una raza o una hermandad de hombres que consideraron tener ese privilegio y expusieron altísimos y severos vocablos en tablas de arcilla o marfil y, también, en la eternidad. Esos hombres fueron los profetas. 

Juan Ojeda pertenece a esa cofradía, de pleno derecho, pero en un mundo en el que los dioses han perdido todo registro y alcance de sus propias voces. Ergo, es el poeta de la clarividencia infernal, de la desolación y la lucidez, malditamente situado en una época sin salvación posible. No es en vano, entonces, que haya dedicado numerosas líneas a Scardanelli, el alter ego del deífico Hölderlin, poeta absoluto que conoció la tragedia de haber andado con los dioses y luego, solo, sin esas presencias tutelares, supo lo que es la pérdida de la razón y fue objeto del escarnio de cualquier villano.

Quizás por esta profundidad raigal, la línea o la escuela de Juan Ojeda tiene muy pocos cultores en la poesía peruana, afecta, en general, a preciosismos y eufemismos, a muestras espléndidas de belleza fría y estática casi vacía, a una tendencia casi ilimitada a la ruptura y la vanguardia pero, al mismo tiempo, a un conservadurismo y una falta de ambición tremenda. 

Esta, sin embargo, no es una línea trazada únicamente por el artífice de “Elogio de los Navegantes” pues tiene una raigambre muy antigua en diversas tradiciones poéticas pero, al menos, en la tradición poética peruana, el aeda porteño (chimbotano), llevó hasta el último extremo conocido, hasta el momento, la capacidad de relatar sueños y pesadillas en el tono adecuado a dichas experiencias divinas o demoniacas según corresponda, el desplazamiento permanente por las zonas más solitarias y oscuras de la existencia y la dinámica incesante de una inmensa ambición insatisfecha. En fin, la navegación plena en el océano de la vida misma entre el desamparo y la muerte que es el trasfondo final de su propuesta poética.

2.

Se dice que cuando murió Platón se buscó entre sus discípulos a un sucesor para que dirigiera la Academia y el elegido no fue Aristóteles (sucesor obvio dadas sus cualidades) sino Espeusipo (cuñado de Aristocles Podros) porque si solo se deja a los villanos el establecimiento del crédito intelectual, solo prevalecen los mediocres. 

Con Juan Ojeda ha pasado algo similar, a tal punto que el solo hecho de poner su nombre sobre la mesa de debate de la literatura peruana es razón suficiente para destruir el frágil canon en boga desde los años sesenta. 

El referido pseudocanon de la farsa ha hecho que muchos buenos poetas, además de Ojeda, sean dejados de lado por la “oficialidad” esnob como Juan Cristóbal, Vicente Azar, Raúl Deustua  o Ladislao Plasencki (pese a que, paradójicamente, gana todos los premios)

No creo que exista un verdadero canon en Perú ni siquiera una “crítica” seria pero sin duda las “marquesinas” de quienes se creen los grandes “poetas” deben ser cambiadas pronto para hacer justicia.

Inclusive el falaz encumbramiento de Eielson o Varela, Cisneros –y ni qué decir del setenta en adelante– no debería resistirse más teniendo las generaciones anteriores verdaderos maestros como Westphalen o Xavier Abril a quienes creo nadie del cincuenta en adelante ha podido superar en calidad. Del ochenta a la fecha, las cosas se han tornado mucho más grises, más vacías y más falsas a tal punto que cualquiera se hace pasar por poeta ahora, pero ese es otro tema.

En todo caso, pongamos que la envidia o desidia del medio que no ensalza a Juan Ojeda se debe a que su obra enrostra la mediocridad de sus “pares” ya que pertenece a la estirpe de los poetas visionarios, la última reserva y el punto más alto de todas las tradiciones poéticas existentes a las que muy pocos pueden acceder salvo que sean auténticos profetas o videntes. 

3.

Juan Ojeda nació un 27 de marzo de 1944 y murió a los treinta años, según se cuenta, al arrojarse ante un bus que pasaba a toda velocidad en la ruta que va del centro de Lima hasta los acantilados y el mar (11/11/1974, 3.30 am, según el mito). 

Vivió todas las vidas que tuvo a su disposición, pero siempre estuvo marcado por la muerte. 

Fue querido y admirado por grandes artistas, pero anduvo peleado con casi todo el mundo. 

Los que lo recuerdan dicen que su paso por este mundo fue como si hubieran presenciado un milagro, aunque se supiera, de antemano, de su ruina inmediata: “Cuando lo escuchaba hablar de las voces desesperadas del camino/ o del alma bendita de la pena/ o de abrir todas las puertas/ para que todos pasen como el viento/ sabía que se iba a perder por los lugares más inhóspitos del mundo” (Fragmento de un poema de Juan Cristóbal sobre Juan Ojeda). 

Se le desestimó en su momento (apenas si obtuvo una mención honrosa en el Premio Poeta Joven del Perú de 1965 cuando, por lo menos, debería haber ganado una edición diamantina de dicho certamen o el cetro vencedor en cualquier competición órfica), y aún se le soslaya entre la nomenclatura de los principales referentes de la vasta tradición poética que tiene el Perú. 

Existe, en este sentido, una omisión absolutamente arbitraria en torno a la obra de Ojeda y las razones de este soslayamiento no importan (luchas de poder, segregación, discriminación, incapacidad lectora, etc.). Lo que sí importa es señalar que esta conducta irrespetuosa, este ninguneo inconmensurable, esta injustificada omisión, demuestra el enajenamiento y la mezquindad de todos los que pudiendo exponer estudios y selecciones de la profunda poesía ojediana se hacen de la vista gorda para seguir persiguiendo falsedades, para insistir en el autobombo o en la apología de la mediocridad. 

Internacionalmente, todo lo descrito se agrava y es peor pues no se justifica el autobombo de lobbistas, gestores “culturales” y académicos que en lugar de tratar de posicionar sus propias obras (generalmente, de segundo orden) deberían procurar el empoderamiento y visibilidad de las obras de otros artistas más destacados puesto que la poesía peruana no empieza ni termina en Vallejo como parece pretender medio mundo. Por ejemplo, hace casi un año,  envié poemas suyos (y de Juan Cristóbal) a Círculo de Poesía y hasta la fecha nada de nada en tanto que en este mismo período dicha web ha publicado a todo tipo de poetas peruanos decididamente inferiores y aunque claramente cada medio puede disponer de un criterio personal respecto de sus publicaciones es, por lo menos, curioso que al más importante poeta peruano del último medio siglo (después del Martín Adán de Escrito a Ciegas, etc.) no se le haya dado cabida en una muestra tan amplia.

A esto se suma Vallejo & CIA, página usualmente bien surtida, donde tampoco hay publicaciones sobre Ojeda, aunque con un matiz importante, el testimonio de Mario Pera en el episodio 240° de Libertad Bajo Palabra respecto del aprecio que sienten en dicha web por el bardo de la Isla Blanca aunado a la complejidad sin duda intrincada de esta poesía realmente singular e inusitada que ha evitado que se divulgue esta poética fundamental en dicho medio.

En todo caso, negar a Ojeda o no darle la importancia debida deviene, sin duda alguna, en una afrenta para la poesía misma, para los poetas y para los lectores. Lo peor es que no solo no tiene continuadores, sino que tampoco hay una crítica a la altura del autor de “Arte de Navegar”, libro magnífico. 

Los estudiosos de la literatura, por lo tanto, deben hacerse responsables de encumbrar a quien es, de hecho, y debe ser, de modo público, una carta primordial para exhibir la superioridad de la poesía hecha por peruanos en los niveles regional, continental y mundial dentro del ámbito de la lengua española.

Por lo expuesto, es claro que dejar de lado a Ojeda obra en un desmedro absoluto de la importancia de la poesía peruana del último medio siglo. 

4.

Para realizar una aproximación al corpus de la poesía de Ojeda bastará señalar los títulos de algunas de sus creaciones: “Arte de Navegar”, “Elogio de los Navegantes”, “Elogio de la Destrucción”, “Crónica de Boecio”, “Swedenborg”, “Paracelso”, “Oración para Scardanelli”, “Kerigma”, “Caput Mortuum”, “Eleusis”, “Van Gogh en Arles”, “Confesión de Mencio”, “Cántico para Leopardi”, “Hermes Trimegisto”, “Hommage a Stephane Mallarmé”, etc. 

De la lectura de todos poemas se puede obtener una aproximación a ideas y personajes de la mayor calidad y trascendencia que nuestro poeta aborda con la mayor familiaridad como si fueran temas y episodios de su día a día. 

También, destaca, en esta nómina, una visión pesimista y oscura de la existencia humana y sería, pese a su grandeza, el canto de un derrotado, valiente, sin duda, para enfrentar este tipo de visiones, pero hundido en los miasmas de la vileza que no ha podido superar. 

Por eso, es meritorio que este deambular en el Infierno no se haya limitado a esa pesadumbre que existe y no debe ser negada, pero que si no es superada no demuestra una grandeza plena. Y es cierto que Ojeda no pudo habitar en el Paraíso, no consiguió como Dante una fórmula de expiación, pero su “Elogio de la Infancia” consignó una clave para su propia salvación que, también, puede ser la nuestra, la esperanza: “Porque la tierra, niño, te cobijará/ En sus dones eternos, porque ya se avecina/ La edad de una historia fecunda: mira, mira estas ruinas. / Luego caminemos hacia los montes fértiles”.

De más está decir que esta “esperanza” no es una confianza ciega sino la rebeldía serena contra la constatación del desastre universal que uno debe conocer para recién poder proponer un trabajo de restructuración de un mundo perdido o la fundación o persecución de un mundo diferente. Por eso canta Ojeda y dicta que se miren las ruinas de modo reiterado (“…mira, mira estas ruinas…”) para luego poder esforzarse en llegar a la utopía de los “montes fértiles” que son muy distintos, por supuesto, de las tierras baldías que celebró y denunció al mismo tiempo con toda la potencia de su voz.

Ahora, tan solo busquen en Internet los títulos sugeridos y se deslumbrarán como por primera vez ante la necesidad de belleza y la presencia del horror que coexisten en la vida de los desesperados, de los locos por la vida que se han destrozado muchas veces como Ícaros modernos por haber intentado acercarse al Sol o a la Luz, a la Sabiduría o a la Belleza, los reinos prohibidos y negados a los más necesitados del mundo.

5.

Juan Ojeda es un gran poeta a quien nadie negaría en una conversación entre conocedores. El problema quizás sea ese precisamente, es decir que casi toda la gente que escribe acepta su alta efigie sin dudas ni murmuraciones, pero, pese a ello, los homenajes siguen siendo para tipos buena onda como Luis Hernández y nada más (hasta a Arturo Corcuera le rinden homenaje, etc.).

En este orden de desencuentros hay una anécdota que representa rotundamente todo este embrollo: cierta vez Antonio Cisneros y César Calvo fueron entrevistados en un mismo medio de prensa variando solo un día entre cada sesión individual. En la primera entrevista le preguntaron a Cisneros quién era el mejor poeta peruano de su generación y quién el segundo. Éste respondió, fiel a su simpleza jactanciosa, que el primero era él mismo y luego, venía Calvo. Al día siguiente, le preguntaron lo mismo a Calvo y este respondió que él era el primer poeta de su generación y que luego venía nadie y luego de nadie, Cisneros. 

Mi opinión es que ninguno de ellos tendría derecho a hablar siquiera en presencia del autor de “Arte de Navegar”. Ojeda es como Rimbaud en varios tramos y eso es un logro inconmensurable. Que cada quien lea como pueda dicha acreditación: Nave sin ojos, oh Noche, diamante signado al origen-/ Ebrios labios de pórfido en una estatua inútil,/ Crecer fardos de liquen plateado: bruma insigne.  (Fragmento de “Portrait of a blind poet”).

6.

Este documento es tan solo una suma de impresiones acerca de Juan Ojeda a quien procuré homenajear hasta tres veces en mi programa Libertad Bajo Palabra y siempre de una u otra forma sucedió algo que dejó sin consumación el ensalzamiento previsto. 

Realmente, y dado el cierre de Libertad Bajo Palabra tras 244 episodios a los que acudieron poetas de todo tipo y jerarquía dentro del ámbito de la lengua castellana, no podía terminar el año sin exponerlas en alguna parte como una prenda o un homenaje para él.

7.

El intrincado camino de Juan Ojeda fue y es aún el camino hacia otros caminos más altos y profundos, los predios de la poesía absoluta y es una vía solo de ida. Pese a ello, es un buen y gran camino en sí mismo, al fin y al cabo, una ruta ambiciosa y desmesurada. Recibe muy pocos peregrinos pues está lleno de peligros como la vida y la sabiduría, como la poesía y la muerte. Quizás en ello radique su mérito menos importante. 

¡Pax Vobiscum!   

¡Avanti, popolo

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Percy Vílchez Salvatierra. Escritor. Crítico. Abogado. Director del programa cultural de TV Libertad Bajo Palabra. Autor de Metafísica del Precipicio (2015), Doscientas imágenes críticas del Perú ante el bicentenario: la verdad oculta (2021), Metafísica (2022), y Visiones en los ojos de la esfinge.