1

La mayor parte del tiempo el Escritor había pasado escribiendo para dejar fuera de su cuerpo alguna cosa. Fuera. A lo largo de la vida muchas cosas quedan siempre fuera. Porque el testigo de una obra literaria [su Lector] es, de algún modo, otra de sus creaciones incompletas. 

2

Cuando el Escritor empezó a redactar lo que salió de su interior travieso fue un burbujeo, rabia entremezclada con deseo, veneno puro. Y no demoró el Gobierno en pensar que era un descuido lo que hacía. 

3

El Gobierno, desde que el mundo es una aglomeración de sandeces, cuenta con tres ramas: Presidente, Policía y Patrimonio. Tanto el Presidente como la Policía vigilan por el Patrimonio. Éste, el Patrimonio, puede ser de algunas índoles. Tales como: material, intelectual, cultural y utópico. Sin embargo, cuando el Presidente discute con la Policía inmediatamente resguarda el Patrimonio. Lo mismo hace la Policía cuando no llega a un acuerdo con el Presidente. Solamente el Patrimonio experimenta la ficción de no necesitar de nadie. 

Y el Gobierno. 

4

Cuando el Escritor apareció una mañana ante la sociedad civil (sucedió realmente en una madrugada, después de algunos excesos sin lenguaje, lo que vale la pena asentar en esta redacción oficial) se le ofreció un hogar. Aunque ese hogar fue antes de sus progenitores. Y mucho antes de los progenitores de sus progenitores. El Escritor sabe que, tarde o temprano, una casa se convierte en un cementerio de generaciones y generaciones que están allí para postergar la intención del Gobierno. O que cuando uno adquiere un hogar, la muerte arriba mucho antes de terminar de acomodar los muebles. Y, entonces, llega el Gobierno. Aunque la herencia para un Gobierno como cualquier otro, de dimensiones físicamente delimitadas pero insospechadas para la conciencia de sus gobernados, también forma parte del Patrimonio. Por ello lo que hace el Escritor dentro de su casa también interesan al Presidente y a la Policía. 

5

El Escritor –para poder ser llamado de ese modo– después de su presentación ante la sociedad, se mantuvo aislado por días, meses y años con el único propósito de dar forma a una obra. Mantuvo, además, vínculos con algunos amigos que pensó que no estorbarían para el propósito de su obra. OBRA –así en mayúsculas, aunque pudiera carecer de relevancia literaria en el futuro– que debía sustentar al Lector, pero también al Escritor, permitiéndole como consecuencia reposar bien alimentado bajo un techo resistente. 

6

Pero sucede que al Gobierno no le agrada la idea de alguien que está, cada cierto tiempo, aislándose del resto de sus gobernados. Sospecha inmediatamente que allí se está gestando alguna enfermedad. 

7

Mucho antes de que el Escritor diera a luz su obra polémica, debe el Escritor aceptar que redactó otras que no fueron del total desagrado del Gobierno. Hizo poemas y ensayos. Incluso, obras de teatro y algunos cuentos. Compró también una planta que colocó en un pequeño macetero en el bordillo de la ventana de su casa que daba a la calle. ¿Le pagaron al Escritor por su literatura limpia, perfectamente pulida, que no molestó a nadie? Claro que sí. De otro modo, ¿cómo pudo comprar la planta, el macetero y las vitaminas que iba a necesitar su planta por los próximos cuatro años? 

8

La planta que el Escritor compró en un mercado de rebajas era, por supuesto, una Pata de elefante. La adquirió porque sabía que había nacido en el desierto de otro país. Y soporta el sol directamente. Y se adapta bien a los espacios interiores. Cuando el Escritor la compró jamás imaginó que una noche la Policía, enviada por el Presidente (para la preservación del Patrimonio) entraría a su casa y, tras destrozarle sus pocos bienes, se llevaría precisamente su Pata de elefante. O sea: una planta que tenía raíces de otro país. 

Porque para que aquello ocurriera debía aparecer primero un Testigo: el Lector. 

9

Cuando el Lector se hizo presente (tomó forma corpórea delante de un tribunal, unos jueces, dos licenciados de letras y algunos periodistas) mencionó que la última publicación del Escritor era de una perversidad tan prodigiosa que atentaba contra el Presidente, la Policía y el Patrimonio. Dijo –haciendo hincapié el Lector entre múltiples fruncimientos y arcadas que provocaron otros fruncimientos y arcadas al tribunal– que el Escritor debía de estar colaborando con el Enemigo. 

«Ni siquiera puede esperarse que aquello valga la pena en corregirse». 

10

El Enemigo –no está de más aclararlo– es una fuerza incesante que muta en atmósferas, hombres, selvas y animales. 

Y el enemigo de un Gobierno es, potencialmente, cualquier otro gobierno. 

11

«La vida produce mierda. Y la mierda produce buena literatura». 

Habló así el Escritor mirando a su nueva planta.

«Pero aquí hay que esconder la mierda debajo de la cama». 

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En aquel último verano el Escritor se extravió en dos ocasiones. Y, ambas, dentro de su mente. 

13

Todo comienza cuando el Presidente recibe una llamada de la Policía, quien le advierte que el Patrimonio corre peligro por la aparición de un libro. El Presidente da la orden de allanar la casa del Escritor porque se acuerda que hay uñas de ciertos muertos que crecen demasiado; así como hay hombres que, de la noche a la mañana, se creen preparados para encandilar malos caminos. Pasados o lerdos. Gente, en definitiva, que pierde la visión de porqué tiene un hogar. El Escritor recibe una visita en la que es obligado a revisar, cautelosamente, todo el material que ha estado trabajando a solas. Se le cuestiona sobre su fidelidad al Presidente, la Policía y el Patrimonio. Ya escondido como un animal para escribir, ahora la Policía le obliga a sentir el miedo. 

14

Fue lo menos que se pudo hacer: amasar la carne del Escritor. Volverlo a la realidad. La escritura no es una religión ni un juego político.
«Dedíquese a entretener. Que haya tregua hasta el próximo aviso» –dijo la Policía. 

15

¿Qué opina usted de la ficción?, pregunta un teniente muy guapo, frente a él, sobándose uno de los huevos sobre el pantalón, durante el interrogatorio número 15 al que fue sometido. 

     ¿De la ficción? 

     Y antes de decidirse a responder, el Escritor procede a esculcarse con la lengua algún rastro de comida entre los dientes. 

     El Gobierno entiende el arte. De hecho, mucho arte se hace en beneficio del Patrimonio. Y como usted comprenderá: el bienestar del Patrimonio es una preocupación que estamos alegres en asumir. 

     A mí la ficción me gusta. 

     Bien. Porque la Policía o el Presidente o, mejor dicho, el Patrimonio, está preocupado por la insistencia actual que existe en producir obras de No ficción, o de Autoficción, o simples materiales que no recrean nada con el lenguaje; vamos, que no estimulan la imaginación. Y sin imaginación la vida es frívola. Algo repulsivo que es mejor olvidar. Por eso hemos llegado a la conclusión de que la ficción está corriendo el riesgo de desaparecer. Como el dinero, por ejemplo, que está siempre desvaneciéndose. Pero eso usted ya lo sabe. 

     Discúlpeme, teniente, pero eso que acaba de decir es una estupidez. 

     Silencio. Ahora el teniente deja de sobarse uno de los huevos sobre el pantalón, saca un cigarrillo del bolsillo izquierdo de su camisa y, antes de encenderlo, se sienta frente a él. Termina cruzando sus enormes botas negras sobre el escritorio. 

     Explíquese, escritor. 

     Primero, un escritor no decide el tono de una obra. Eso lo hace la obra. O el espíritu que se agita dentro de ella, incluso antes de ser escrita. Segundo, ese espíritu o fantasma en la máquina, ha podido requerir de muchos otros autores, pero lo elige a uno. Tercero, todo lo que vivimos es ficción. Desde lo que usted realizó o soñó ayer, hasta la conversación que acaba de tener esta mañana con su superior. Si a usted le tocara poner por escrito alguna de esas experiencias, yo le aseguro, créame, que su producto no sería de ningún modo fiel a la realidad o a lo que pasó, pues la realidad como tal no es otra cosa que un cordero –ni demasiado grande ni demasiado pequeño– encerrado dentro de una caja con unos cuantos agujeros para poder respirar. Igual al dibujo del aviador en la historia del Principito. 

     El teniente se pone de pie y agarra fuertemente del cuello al Escritor.

16

En el informe del Lector [el Testigo] estas fueron, según él, las causas que atentaron contra la seguridad del Patrimonio: 

     «Hay un cuerpo anómalo dentro de esa escritura. Un cuerpo en el que los otros no podemos reconocernos».

   «Hay un lenguaje ridículo dentro de esa escritura. Un lenguaje en el que los otros no podemos reconocernos». 

     «Hay una relación incestuosa entre tres personajes que, a simple vista, representan al Presidente, la Policía y el Patrimonio». 

17

Ante las advertencias recibidas, el Escritor pensó que lo mejor sería escribir poesía. Como lo había hecho antes, cuando empezó. Sabía que los cuentos y las novelas, por ejemplo, albergan alguna semilla amarga que chispea ante un testigo que se las da de intérprete habilidoso. La poesía sabe esconderla mejor. Y pocos se meten con ella. Además, él debía cuidar de su nueva planta, su único amor y compañía, después del aislamiento al que se vio sometido por culpa de la intriga que cayó sobre él. No lo invitaban a eventos como autor; y sus pocos amigos se esfumaron junto a los premios que su obra no recibió jamás. Era mejor borronear poesía. Cuando el Viejo Mundo conquistó el Nuevo Mundo muchos naturales se dedicaron a la poesía en lugar de la narrativa por la misma razón: el miedo. Entonces el Escritor sepultó su civismo. O lo desfogó llevando un diario que, después de saciarlo de palabras, escondía en el techo falso de su habitación. 

Fue así como una noche se dio cuenta de que llevaba muerto varios años. 

18

El cadáver del Escritor, sentado frente a la ventana, mirando su planta como viajando hacia ese país tan extraño del que era originaria, y que tenía en su nombre una hermosa X, una mágica letra que aumentaba su misticismo, es todo lo que sus vecinos recuerdan de aquellos años. 

19

Pasó mucho tiempo para que el Presidente, sentado junto a la Policía, mirando con amor al Patrimonio, llevaran a cabo la lectura del informe del teniente que interrogó al Escritor de la planta extranjera. Lo primero que se preguntaron fue si habría que legalizar la mierda. Cuando se legitiman ciertas cosas, acordaron sonriendo, la gente vive en la mierda sin notarlo. Sin embargo, ambos temblaron ante la segunda interrogante que se les presentó: ¿Quién sería ese maldito fantasma en el interior de la máquina? 

(Este poema forma parte de Solar de huesos, publicado por Casa Editora, Universidad del Azuay, 2023)

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Ernesto Carrión (Guayaquil, Ecuador, 1977) es narrador y poeta, con más de una decena de poemas publicados. Con la novela Incendiamos las yeguas en la madrugada se hizo acreedor al Premio Casa de las Américas 2017. También obtuvo el Premio Latinoamericano de Poesía Ciudad de Medellín del FIP Medellín 2007.