Protagonista en las transformaciones educativas y compositivas de la música académica en Latinoamérica, el Caribe y la República Dominicana

(Primera parte)

El presente artículo analiza el contexto sociopolítico en el cual creció y desarrolló su carrera artística la pianista, educadora y compositora dominicana Ana Margarita Silfa Finke, así como las diferentes influencias musicales que marcaron su vida y obra. Además se presenta su participación activa dentro de las transformaciones de la educación musical dominicana y su aporte vanguardista al quehacer compositivo nacional y latinoamericano. 

En el ámbito compositivo, la visualización y reivindicación de la mujer se ha convertido en una actividad necesaria para la revalorización de los cánones de la historia musical occidental. Y a nivel nacional, si bien el papel de las mujeres ha sido valorado en el área de la educación y la interpretación; el reconocimiento de las compositoras sigue siendo una tarea investigativa de importante vigencia.

A lo largo de esta investigación ha sido notable la falta de documentación sobre las generaciones de compositoras dominicanas a partir de la década del setenta en general y sobre la profesora Silfa en particular. La disponibilidad de grabaciones de sus obras es nula, además de ser escuetas sus menciones en diversos artículos académicos o periodísticos, o en entradas de diccionarios de música latinoamericana. 

Contexto sociohistórico: 1940-1960

Aunque fuentes más recientes —como los de Maya Hoover (“Dominican Republic”, 2010, p. 156) y Susana Acra-Brache— (“Dominican Republic”, 2017, p. 25) indican que Ana Silfa nace en 1949, Arístides Incháustegui (Vida Musical en Santo Domingo 1966-1996, 1999, p. 494) —confirmado por la propia compositora— sitúa su nacimiento el 7 de agosto de 1946 en la provincia de Puerto Plata, República Dominicana. Este período corresponde al final de la década del cuarenta y el inicio de los cincuenta, fecha que representara el pleno apogeo del régimen del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo Molina. Guerra Vilaboy y González Arana (Dictaduras del Caribe: estudio comparado de las tiranías de Juan Vicente Gómez, Gerardo Machado, Fulgencio Batista, Leónidas Trujillo, los Somoza y los Duvalier, 2017, pp. 68-73.) detallan cómo Trujillo llega al poder a través de elecciones fraudulentas en 1930 y se afianza mediante el establecimiento de una política económica pro-estadounidense y un control absoluto de la cultura y vida nacional, con el uso del espionaje y la propaganda como herramientas de afianzamiento. Uno de los hitos que perpetuó la imagen del dictador como “Padre de la Patria Nueva” fue la recuperación de las aduanas dominicanas de la administración del gobierno de los Estados Unidos, mediante el tratado Trujillo-Hull en 1940. Para esto se realizó un plan de austeridad en el sector público, comenzado en 1935, el cual buscaba resolver el problema histórico de las deudas extranjeras que llegaron a costarle al país una intervención militar estadounidense en 1916. El régimen dominicano logra completar el pago de la deuda externa en 1947, lo que posibilitó la maximización del desarrollo industrial. La dictadura aprovechó este logro para anunciar, con todas las parafernalias del caso, la figura de Trujillo como gestor intelectual y político de la soberanía nacional y como “Restaurador de la Independencia Financiera”. 

De igual manera, el final de la década de los cuarenta y principios de los cincuenta marca el establecimiento del poder militar absoluto dentro del país, una vez que fueron repelidas y neutralizadas todas las expediciones rebeldes dirigidas al derrocamiento del régimen —como las de Cayo Confites (1947) y de Luperón (1949). Asimismo, el poder militar se afianza mediante el establecimiento de una industria armamentística nacional con la creación de una fábrica de armas en San Cristóbal —ciudad natal del dictador— y la inauguración en 1953 de la base aérea de San Isidro, la octava flota aérea del hemisferio entonces, con más de un centenar de aviones. La Marina, por otro lado, también había sido objeto de crecimiento y ya para la década del cincuenta contaba con más de tres decenas de barcos de guerra.

Otra forma de afianzar el régimen fueron las alianzas estratégicas con la Iglesia Católica y con gobiernos dictatoriales como el de Francisco Franco, a la vez que se congraciaba con las naciones del occidente liberal mediante la simulación de aperturas democráticas y la recepción de refugiados. Ejemplo de esto es la acogida de refugiados de la Guerra Civil Española y el recibimiento de población judía durante la Segunda Guerra Mundial. El hecho de acoger refugiados españoles no afectó el establecimiento de relaciones cordiales con el gobierno franquista, ya que ambos proyectos compartían un ideario común basado en la hispanidad y el catolicismo. La máxima expresión de esto se encuentra en la llamada “masacre de 1937”, donde se ejecuta un plan de des-haitianización de la República. Esto produce una violencia masiva contra las poblaciones haitianas que habían migrado principalmente a las áreas fronterizas, lo cual perpetuó en el ideario trujillista la vinculación de lo negro con lo haitiano y negativo y estampó la cultura blanca-hispana como símbolo dominante de la dominicanidad. 

A partir de 1940 tuvieron lugar las llamadas “concesiones democráticas”: Trujillo abandona formalmente la primera magistratura y la entrega a uno de sus testaferros, Francisco J. Peynado, quien muere repentinamente y es sucedido por Manuel de Jesús Troncoso. En 1942, Trujillo vuelve a ocupar la presidencia hasta 1952, cuando la entrega en manos de su hermano, Héctor Bienvenido “Negro” Trujillo y, posteriormente, a uno de sus ministros y colaboradores más cercanos: Joaquín Balaguer —principal actor de la política nacional luego de la dictadura. 

En 1945, como parte de esta ola de “políticas democráticas”, el gobierno ofrece garantías a los opositores y exiliados y permite la creación de nuevos partidos fuera del Partido Dominicano (partido oficialista), incluso la creación de un partido de corte marxista: el Partido Socialista Popular (PSP). Sin embargo, estas políticas serían abandonadas con la intensificación de la Guerra Fría y estas concesiones fueron eliminadas a partir de 1946. Este hecho posicionó y profundizó el poder absoluto de la dictadura sobre la política y vida nacional.

Puerto Plata: una historia artística y desafiante

El panorama expuesto permite apreciar el contexto trujillista recalcitrante en el cual nace la compositora Ana Silfa. Sin embargo, de acuerdo con Finke Brugal, Puerto Plata se ubicó como un fuerte del antitrujillismo desde los primeros años de la dictadura y, posteriormente, fue asentamiento de grupos revolucionarios que lucharon internamente contra ella (María A. Finke Brugal; Historia de la provincia Puerto Plata, 2021, pp. 72-73).

El territorio puertoplateño fue lugar de la fundación de la primera ciudad española en las Américas: La Isabela. Sin embargo, el asentamiento fue luego desplazado hacia el sur de la isla y la región no consigue el estatus de villa hasta 1508, tras un nuevo poblamiento producido en 1502. Puerto Plata, desde aquel entonces, se convirtió en punto focal del comercio clandestino y el contrabando organizado por holandeses, franceses e ingleses. El contrabando se convierte en el principal rubro económico que beneficiaba tanto a la élite local como a la clase eclesiástica. Esto preocupó a la administración española ya que significaba una debilidad en el poder geopolítico, incluyendo el poder religioso. Un nicho en el contrabando era el de las biblias reformadas, las cuales —según Finke Brugal— eran leídas por pobladores que habían construido una buena relación con los contrabandistas protestantes. Esto provoca la eliminación —entre 1605 y 1606— de todos los poblados de la zona norte y oeste de la isla, que hasta ese momento era una sola unidad política. El abandono de estos territorios no anuló el tráfico de mercancía; por el contrario, provocó el asentamiento permanente de franceses en la parte oeste, lo que llegaría a ser luego la colonia de Saint-Domingue —actual Haití. 

En el siglo XVIII se retoma el proyecto de poblar la villa de Puerto Plata. En 1780 se le permite comerciar libremente por diez años, para contrarrestar la piratería y eliminar el monopolio que hasta el momento devengaba el puerto de Santo Domingo. De esta forma, se desarrolla una economía rural basada en la agricultura y ganadería para exportación —principalmente a la colonia de Saint Domingue. 

El período que corresponde al siglo XIX con la caída del dominio español, la ocupación haitiana y el desarrollo de la Primera República, se atraviesa con relativa paz. Se hizo notoria la presencia de buques fundamentalmente estadounidenses, alemanes e italianos que comercializaban productos comestibles y productos como el tabaco, de mucha importancia en la región norte. Puerto Plata se convirtió en el emporio de la exportación de la región del Cibao; sin embargo, con el advenimiento de la anexión a España y la Guerra Restauradora, la ciudad queda completamente destruida. La sociedad puertoplateña abrazó con fuerza la causa revolucionaria, lo cual trajo como resultado una nueva devastación para el pueblo. 

A partir de 1865, con la creación de la Segunda República, Puerto Plata es reconstruida nuevamente en un proyecto de la oligarquía terrateniente y la burguesía extranjera, lo cual abrió espacios para la transculturación de ideas, conceptos y culturas. La ciudad se establece como centro del progresismo y las ideas liberales en el territorio nacional y el Caribe. Sus tierras dieron protección a personajes como Eugenio María de Hostos, Máximo Gómez, Antonio Maceo y Ramón Emeterio Betances. Los finales de siglo y las primeras décadas del siglo XX también significaron un estallido en la producción artística provincial —y en el área de la música es preponderante el papel femenino. Finke Brugal menciona la labor de Luisita Luperón —quien estudió piano en Francia—, Enriqueta Zafra, las hermanas Stamers —una de ellas sería madre del compositor dominicano Juan Lockward—, las hermanas Nicolás —quienes eran parte de la orquesta de mandolinas— y Mercedes Cocco —primera arpista nacional. Relata Elvia Miller, entrevistada por Tulio Cestero, que “en la calle 12 de Julio, por ejemplo, en cada casa sonaba un piano” (Finke Brugal: Op. cit., 2021, p. 72). El crecimiento económico y cultural se vio fortalecido por la apertura del ferrocarril con Santiago en 1897.

Para Acevedo, la posición de Puerto Plata y su condición de protagonista en el intercambio económico, la convirtió en punto propicio para la generación artística, sobre todo tras su reconstrucción en la Segunda República y tomando en cuenta su breve tiempo como capital interina de la República en 1870, en el gobierno progresista del general restaurador Gregorio Luperón. En esta época se hace visible la presencia de personas de nacionalidad española, inglesa, alemana, francesa, cubana, belga, puertorriqueña, curazaleña y haitiana. Se dinamiza también la producción arquitectónica de corte victoriana y republicana —como la construcción de la logia masónica “Restauración No. 11”. Eugenio Deschamps describe a la Puerto Plata de finales del siglo XIX y principios del XX, como una ciudad “por encima de la misma Capital de la República” (Andrés Acevedo: Literatura y Cultura En Puerto Plata y Sosúa, 2016, p. 132), de servicios públicos idóneos y un ambiente cultural dinámico. Se destacan la Escuela Superior de Varones, dirigida por el escritor e intelectual Emilio Prud’Homme —escritor del Himno Nacional—, y la Escuela Superior de Señoritas, dirigida por Antera Mota de Reyes. 

Esta convergencia cultural y de pensamiento progresista, conllevó un empuje hacia la creación de nuevo arte en la región. De sus numerosos autores se destacan: José́ Castellanos, Francisco Carlos Ortea, Juan Isidro Ortea, Julio Arzeno, Francisco José Peynado y Félix María Nolasco Frías. De igual manera, Puerto Plata fue cuna de compositores, compositoras e intérpretes de fama nacional e internacional, entre ellos, Eduardo Brito, Luis Senior, Ramón Díaz Freeman y el compositor dominicanista Augusto Vega. 

Con la entrada de la dictadura en 1930, la dinámica de la provincia cambia de manera drástica. De las primeras acciones realizadas por Trujillo en Puerto Plata se encuentra la denominada “madrugada trágica”: el 8 de noviembre de 1930 se apresa al gobernador Ricardo Limardo y a Luis Batlle Mena, para ser ejecutados públicamente. El evento marcaría un repudio generalizado hacia el régimen. También Trujillo desmantela el Ferrocarril Central Dominicano y ahoga a las empresas locales al punto de la clausura o apropiación por parte de otras empresas afines al régimen. Destaca para esta época el asentamiento de exiliados judíos durante la Segunda Guerra Mundial en el territorio de Sosúa, quienes se dedicaron principalmente a la producción de lácteos y embutidos. 

Dentro del Frente Interno (Fuerte de resistencia interna a la dictadura) la sección puertoplateña fue llamada Frente Interno de Liberación, la cual se extendió por todo el territorio nacional y en el exterior. Participaron en ella miembros de todos los estratos sociales y generacionales. Muchos de sus miembros también fueron militantes del movimiento 14 de junio. Igualmente, cabe mencionar que Puerto Plata fue el lugar de uno de los crímenes más conocidos y que destaparon una oposición reacia a nivel nacional e internacional: el asesinato de las hermanas Mirabal el 25 de noviembre de 1960, el cual es considerado como uno de los hechos claves en la caída de la dictadura. 

“El presidente de los músicos”: institucionalización del arte musical en la dictadura

Para Bernarda Jorge (La música dominicana siglos XIX y XX, 2011, pp. 111-227) el principio de siglo XX significó una época de afianzamiento de la música académica nacional. El crecimiento de una clase artística, junto con la apertura comercial de la República y la importación de una cultura musical centroeuropea, produjeron que las personas dedicadas a la música buscaran formas de organización para el aprendizaje y presentación del repertorio canónico occidental —y música propia que respondiera a los mismos. Todos estos esfuerzos confluyen en la creación del Primer Congreso Dominicano de Música el 31 de julio de 1928, presidido por José de Jesús Ravelo, quien desde finales del siglo XIX se había desempeñado como director de conjuntos musicales y en 1904 había fundado el Octeto del Casino de la Juventud. También se estableció en 1908 el Liceo Musical de la ciudad de Santo Domingo, el cual toma como modelo al Conservatorio de Madrid. Se instituyeron también escuelas adscritas a las bandas de los municipios en diferentes provincias. En Puerto Plata, el músico puertorriqueño José María Rodríguez Arrezón establecería la Academia Municipal de Música en 1907, que ofrecía un plan de estudio basado en cinco cursos: teoría, armonía, instrumentación, historia de la música y práctica instrumental. También se contaba con un curso de dirección de ensambles. En dicho centro, además de Arrezón, se desempeñó como maestro el mencionado Augusto Vega.

Para el año 1932, el Octeto se transforma en la Sociedad de Conciertos, con una nómina de cerca de noventa músicos adscritos. Igualmente, en ese año se funda la Sociedad Sinfónica de Santo Domingo, principalmente por intérpretes y compositores que tenían el objetivo de crear una orquesta sinfónica concebida como tal. Esta Sociedad de inmediato recurre a Trujillo para la adquisición de recursos de abastecimiento instrumental. Esta ayuda le valió el título de Miembro Honorífico de la institución y se le dedicó el concierto inaugural en las festividades de su natalicio. Se le asignó a la orquesta una subvención mensual y un pago para cada músico. En 1936 —mismo año en que la capital cambia su nombre a “Ciudad Trujillo”— la Sociedad declara a Trujillo como “Máximo Protector de la Cultura Dominicana” (Jorge: Op. cit., 2011, p. 197).

Sin embargo, la institucionalización artística llega a formar parte de la política de desarrollo del régimen hasta la década de 1940. Al tomar el control de las aduanas y aprovechar la subida internacional del precio del azúcar provocado por la guerra, la dictadura contó con los suficientes recursos para aplicar una agenda cultural bajo la sombrilla administrativa de la Secretaría de Estado de Educación. Con base en la Sociedad Sinfónica y en la Sociedad de Conciertos, se forma en 1941 la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN) e ingresa como refugiado el director y compositor español Enrique Casal Chapí, quien es puesto a cargo de la nueva institución. Chapí se encarga de llevar la orquesta a estándares internacionales de profesionalismo y preparación. También forma un pequeño grupo de compositoras y compositores a los cuales exigió la rigidez del sistema educativo musical europeo e integró los contenidos adquiridos con Conrado del Campo en España —contenidos que no habían sido parte de la formación de los compositores dominicanos previos como Ravelo o Juan Francisco “Pancho” García. El denominado “Grupo Joven” estaba constituido por artistas hasta esa fecha no muy conocidos, como Manuel Simó, Ninón Lapeiretta y Antonio Morel. Según Jorge, la producción de la década del cuarenta es la primera realizada a conciencia en el arte musical dominicano, en contraste con las corrientes académicas internacionales de entonces. Posteriormente, Manuel Simó sería becado por el gobierno para estudiar Composición en el Conservatorio Kolisher en Montevideo, Uruguay, de donde regresó al completar sus estudios en 1951. Tras su retorno, asume la dirección de la OSN.

En 1942 se funda también el Conservatorio Nacional de Música (CNM), el cual toma como fundamento el Liceo Musical constituido por el maestro Ravelo. Se le encarga al músico alemán Edward Fendler la dirección de la nueva casa de enseñanza. Fendler, al igual que Chapí, se propuso sistematizar la experiencia educativa mediante las corrientes de actualidad en la academia europea. Como parte de su labor, se iniciaron las clases de ejecución musical de instrumentos de cuerda, percusión, viento y piano; se abrieron también los cursos de solfeo, teoría, armonía, contrapunto y fuga, música de cámara, acompañamiento, historia de la música, interpretación… todo con el afán de simular en el país un modelo de conservatorio europeo en su totalidad, lo cual era una novedad en el ámbito educativo nacional. Si bien el Liceo estaba basado en el plan de estudio del Conservatorio de Madrid, solo se enseñaban algunos instrumentos y los cursos eran, igualmente, limitados. A partir de entonces, el gobierno crearía nuevas instituciones educativas musicales a lo largo del país como paso de formación previo a la entrada del Conservatorio. En este contexto se funda la Escuela Elemental de Música —actualmente Escuela Elemental de Música Elila Mena— en 1947.

La década de los cincuenta vería la creación del Coro Nacional (1955) y la inauguración del Palacio de Bellas Artes (1956). De igual manera, se organiza la actividad musical popular mediante la creación de la emisora Voz Dominicanaen 1952, donde se forman y exponen los principales protagonistas de la música popular dominicana de la segunda mitad del siglo XX. En este grupo se cuentan José Manuel López Balaguer (“Lope” Balaguer), Casandra Damirón, Juan “Johnny” Ventura y el compositor puertoplateño Rafael Solano (aún vivo).

Debe señalarse que, mediante la institucionalización, el trujillato consiguió el establecimiento de una clase artística obligada al régimen y un ambiente donde se perpetuara el culto a la personalidad del “Jefe” mediante conciertos, homenajes, propaganda y actos memoriales.

Educación y composición musical en la post-dictadura

Luego de la caída del régimen en 1961, la República Dominicana entra en un período de inestabilidad política y social que duraría hasta el 1966 con la presidencia del doctor Joaquín Balaguer Ricardo, luego de la Guerra Civil de 1965 y la subsecuente intervención militar norteamericana. 

Según Acra-Brache, es hasta finales de la década de los sesenta que el Estado dominicano se adhiere a las nuevas corrientes educativas, en tanto reconoce el rol del arte como elemento constitutivo del desarrollo infantil y juvenil (Acra-Brache: Op. cit., 2017, p. 26). También para esta fecha un grupo selecto de profesionales de la música es enviado al Instituto Interamericano de Educación Musical de la Universidad de Chile (Intem), auspiciado por la Organización de Estados Americanos (OEA). De igual forma, otros profesionales del área se dirigieron a países como la Argentina, España o Italia para continuar su capacitación en la educación e investigación musical. 

Para la promoción de la música en la educación pública, la Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos (Seebac) crea el Departamento de Educación Musical Integral (Demi) en 1976 y se nombra a Florencia Pierret —una de las becadas del Intem— como persona a cargo. A su lado se nombraron a Leyla Pérez y Pérez y a José Manuel Joa Castillo —también becados del Intem. En 1977, Leyla Pérez queda a cargo del Departamento y bajo su dirección, el Demi se encargó de realizar cancioneros, guías y planes educativos, libros de texto, seminarios y festivales corales. 

El Demi continuaría funcionando hasta el 1997 cuando se ejecuta un cambio estructural del Sector Educación. La Música desde 1994 es integrada en los planes institucionales a la llamada “educación artística” en los centros educativos públicos, donde convergen todas las áreas del arte, y se separa la “educación artística especializada” para personas con aptitudes artísticas específicas que quieran desarrollarse como profesionales en el área. Desde ese momento, el Demi pasa a ser subordinado al Departamento de Educación Artística convirtiéndose en la Unidad de Educación Musical Integral (Udemi). Es también en 1994 que la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) hace apertura de su carrera de Música con énfasis en Teoría y Educación Musical, lo cual permitió que cualquier persona pudiese acceder a la carrera, sin necesidad de experiencia ni titulación previa en el área. 

En el ámbito de la composición, los sesenta significaron el acercamiento a propuestas estéticas fuera del lenguaje nacionalista y romántico. Según Jorge, la figura de Manuel Simó sería esencial para la introducción del lenguaje dodecafónico a inicios de la década (Jorge: Op. cit., 2011, 227). En 1963, Simó viaja a los Estados Unidos, donde obtiene el libro Twentieth Century Harmony de Vincent Persichetti y conoce a Ernest Krenek, quien lo introduce a su libro Studies in Counterpoint. Para estas fechas Simó ya se había establecido como profesor de composición dentro del CNM, lo cual le permite difundir, a través de su alumnado, estas corrientes compositivas. Dentro de esta primera “escuela de vanguardia” se cuentan la compositora Margarita Luna —quien traduce el libro de Persichetti— y Miguel Pichardo Vicioso. Sin embargo, el acercamiento tardío a este lenguaje desembocaría en composiciones de técnicas eclécticas y abiertas e incursiones en serialismos más integrales. Otro elemento que integraría este grupo sería la aleatoriedad. Se destacan las Iluminaciones de Simó para piano y la Cantata al Padre de la Patria de Margarita Luna, obra para orquesta, órgano y narrador que utiliza elementos del grafismo e indeterminismo de Penderecki. 

En la siguiente década se sumarían a esta lista Fausto Vizcaíno, Leyla Pérez y Aura Marina del Rosario.

El ambiente musical y cultural luego de la década de los ochenta

Para Incháustegui, en la década del ochenta se produce un traspaso generacional importante, que dejaría consecuencias permanentes en la vida artística musical de la nación. Manuel Simó ya se encontraba envejecido y con poca salud y en la OSN se crea el cargo de compositor emérito para que él lo ocupe (Incháustegui: Op. cit., 1999, p. 339).

En 1984 toma las riendas de la OSN Carlos Piantini, quien establece la figura del “director absoluto” en la orquesta, que se encargaba tanto del manejo administrativo como artístico de una manera autoritaria. Piantini se encarga de la creación de la Fundación Sinfonía en 1986, con el objetivo de recaudar más recursos para la orquesta, y se propone realizar programas más extensos con fuerte presencia de obras nacionales, al igual que programas dirigidos a oyentes de la música popular. 

A partir de los noventa, la desaparición física de un importante número de figuras relevantes de la vida musical del país —como el maestro Simó, Ninón Lapeiretta, Rafael Ignacio, Luis Rivera, Enrique de Marchena, entre otros— marca un vacío en la producción artística nacional. Para Incháustegui, el arte académico dominicano entra en un periodo de mediocridad y crítica musical superflua (Incháustegui: Op. cit., 1999, p. 487). El CNM, por su parte, había conseguido construir un edificio propio en 1994 y desde 1996 había modernizado su currículo para agregar las carreras de interpretación popular y folclórica (Al respecto véase Oscar Grullón: Conservatorio Nacional de Música, 1996). 

La política nacional había estado dominada, desde 1996 —salvo el período 2000-2004— por el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), en lo que Jiménez Polanco cataloga como la perpetuación de un partido-estado. Según este autor, la eliminación de una oposición dominante y el control total ejercido por el oficialismo en los poderes del Estado, dio paso a la creación de un modelo de política “cartel” —basado en los postulados de Katz y Mair. Los partidos colaboraron de manera conjunta para asegurar un lugar privilegiado en la división económica y política del Estado, en afán de minimizar los costos de las derrotas políticas. También este periodo se caracteriza por una fuerte presencia del clientelismo y la política como carrera profesional, donde la inversión inicial debía traer dividendos una vez ocupado el puesto (Jacqueline Jiménez Polanco: “La corrupción política en la República Dominicana y la entronización del partido cartel”, 2016, p. 12).

Para Valerio-Holguín, en este tipo de Estados, las clases intelectuales y artísticas se manejan desde el poder para ser utilizadas al servicio de la agenda político-cultural y generar una opinión pública deseada. Y la República Dominicana no es la excepción. Según el autor, en el país se construye, mediante el aparato estatal, una contingencia entre el “campo estético” y el “campo político”, que da como resultado la conformación de cánones artísticos oficiales (Fernando Valerio-Holguín: “Clase política, compadrazgo y hampa cultural en la formación del canon literario dominicano (1996-2012)”, 2014, p. 3). La separación del Sector Cultura y el Sector Educación durante el gobierno de Mejía (2000-2004) crea un nuevo ministerio al cual se adscriben todas las instituciones culturales descentralizadas. Esto, tanto en la gestión del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) como en la del PLD, significó un retroceso en la democratización del arte en el país y sirvió como punta de lanza para la instrumentalización de la cultura nacional. 

Mediante una administración basada en el clientelismo, el nepotismo y la propaganda, se utilizaron los recursos del Estado destinados al desarrollo del sector para beneficiar a aquellos intelectuales, artistas e influencers que fueran allegados al gobierno, o incluso miembros del partido o familiares de personas dentro del mismo (Valerio-Holguín: Op. cit., 2014, p. 6). A partir del 2000, con la creación de la Secretaría de Cultura como órgano independiente, se le integran los museos, Bellas Artes, la Casa de la Cultura Dominicana en Nueva York, la Feria Internacional del Libro, los Premios Anuales —literatura, música, teatro, ensayo…—, Ediciones Ferilibro, la Biblioteca Nacional, la Biblioteca República Dominicana, la Casa de las Academias —que integra a la Academia Dominicana de la Lengua—, el Archivo General de la Nación; y se crean la Dirección del Libro y la Lectura, la Dirección de Gestión Literaria, la Editora Nacional, el Festival Internacional de Poesía, la Librería de Cultura y el Comisionado Dominicano de Cultura en los Estados Unidos. De esta forma, se posiciona el poder estatal como fuerza principal de fomento a las personas trabajadoras del arte y se le otorgan los mecanismos necesarios para la influencia y coerción del sector. Los principales medios de divulgación se vuelven las publicaciones de la Editora Nacional, la Feria Internacional del Libro, y las publicaciones del Banco Central y del Banco de Reservas —siendo estas dos últimas instituciones estatales, que no dependen del Ministerio—, además de los Premios Anuales de Cultura, que remuneran a personas de todas las ramas artísticas. Otro eje de influencia se vuelven los homenajes y las pensiones estatales especiales, ofrecidas a artistas e intelectuales. La misma Silfa reconoce la dependencia del Sector Cultura al vaivén de la vida política nacional y los objetivos de cada gobierno y funcionario de turno cuando dice: “Ya la gente se ha olvidado de la buena música. Bueno, no. Todo es música. (…) Pero esas cosas suben y bajan, de repente se pone de moda otra cosa y viene otra. También cada funcionario tiene su objetivo y a veces cuando cambian los gobiernos o cambian los funcionarios…” (En entrevista personal con el autor, el 18 de noviembre de 2022, publicada en este mismo número de Plenamar).

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Joel Díaz Suero, compositor y arreglista dominicano nacido en 2001, con estudios musicales de piano y composición desde los 10 años en la academia Estudio Diná y en el Conservatorio Nacional de Música, los que completa ahora en la Universidad de Costa Rica. Fue pianista titular en la Sinfónica Nacional Juvenil.