Su nombre puede clasificarse como un sinónimo de cine. A sus 77 años, el maestro Martin Scorsese (Nueva York, Estados Unidos, 1942) ha erigido una de las filmografías más prolíferas de la historia. Con títulos que se extienden en los renglones de largometrajes de ficción, cortometrajes estudiantiles y publicitarios, documentales en distintos tópicos y videos musicales a personalidades como Michael Jackson, el director italoamericano ha hecho de todo. Además, hay que destacar sus loables trabajos a través de The Film Foundation, una organización que se dedica a la preservación y restauración de películas del siglo pasado, otorgándole nueva vida y apreciación para las nuevas generaciones de cinéfilos. También presume de un conocimiento casi enciclopédico y académico del cine1.
En menos de una semana, su nueva película, The Irishman (2019), se estrenará en la plataforma de Netflix. Por suerte, la República Dominicana tiene la dicha de contar con dos proyecciones de la película en “Fine Arts de Novo Centro”. Tuve la oportunidad de verla la semana pasada, pero quiero verla una segunda vez para concretizar una buena crítica para Plenamar2 –la cual será la continuación de este texto–. Dado esto, aprovecharé la ocasión para tratar, a modo de introducción y contexto, los rasgos distintivos del cine scorsesiano que lo califican como un verdadero autor cinematográfico.
Antes que nada, en el análisis cinematográfico, cuando nos referimos al auteur, hacemos uso de un término acuñado por el crítico de cine estadounidense Andrew Sarris en 1962, a partir de las críticas de la revista francesa Cahiers du Cinema3. Este concepto, a grandes rasgos, alude al director de cine como una especie de director de orquesta o un artista encargado de los aspectos fundamentales de la producción de una película, moldeándola conforme a su visión y afín a sus pasiones personales y estéticas4. Bajo este parámetro, considero que el trabajo realizado hasta la fecha por Scorsese es un testimonio idóneo de esta esencia puramente artística.
Las pasiones pueden ser tratadas como obsesiones. Lo cierto es que Scorsese ha sido reconocido por sus películas de gánsteres y criminales. Con este género –que ayudó a cimentar la carrera de otro compañero de época dorada como Francis Ford Coppola–, ha delineado tramas y temáticas que se enfocan en consolidar cierto tipo de masculinidad. Los hombres que habitan en Mean Streets (1973) y Goodfellas (1990) se encuentran inmersos en inescrupulosas redes mafiosas, estatuidas en férreos y simbólicos códigos de convivencia y respeto. En ambas películas, sus protagonistas tienen la ambición de escalar hasta la cima de la mafia de Nueva York, sin importar las consecuencias. En la irregular Casino (1995), la historia se desenvuelve en un escenario parecido, pero trasladado al mundo de los juegos de apuestas en Las Vegas, Nevadas.
A diferencia de la trilogía de The Godfather (1972, 1974, 1990), impregnada de un estilo sobrio y ceremonioso, las películas de Scorsese son caracterizadas por un estilo frenético, flamante y fanfarrón. Su cámara se transgrede en las situaciones que retrata. En el caso de Goodfellas no es difícil percatarlo. La cámara interactúa con sus personajes –como el plano secuencia mientras una pareja entra por la parte trasera de un restaurante–. Incluso, captamos el éxtasis, la euforia y la desorientación de las drogas que consumen algunos personajes. A través de su protagonista y narrador, Henry Hill –personificado por Ray Liotta–, en uno de los momentos más memorables de la película, logramos experimentar la sensación de ser perseguido por las autoridades mientras hace entregas de cocaína por su barrio.
En efecto, estas sensaciones no son ajenas a su director. Luego del desastre financiero y la pésima recepción de los proyectos New York, New York (1977) y The Last Waltz (1978), Scorsese había recaído en la cocaína, la cual consumía para despertar su creatividad. Casi le quitaba la vida5. Pero Robert De Niro –su entrañable colaborador– le propuso la realización de la visceral Raging Bull (1980), obra que lo rescató de su adicción. Esta era una historia biográfica del boxeador campeón, Jake La Motta, quien terminó sus días como un comediante patético de bares de mala muerte. Tanto La Motta como Scorsese compartían similitudes en sus recaídas, pero para Scorsese sí hubo una oportunidad de reivindicarse y volver al ruedo cinematográfico.
Como personaje, La Motta no es distinto a los hombres mafiosos, sino que ahonda sus vicios y retorcidas facetas. Este era un hombre marcado por una severa inseguridad –hasta el punto de no confiar en su hermano menor, personificado por Joe Pesci– y contagiado por una desproporcionada violencia (auto)infligida –desfiguraba a golpes a sus adversarios, al igual que se dejaba moler por ellos en un confuso juego masoquista–. Su masculinidad era tóxica y errática, que se beneficia de una descomunal actuación de De Niro. Así, la fatídica caída de La Motta parecería merecida.
De igual forma, sin involucrarse con gánsteres y criminales, Scorsese perfilaba otras condiciones inherentes a una masculinidad alineada con la violencia. En el caso de la enigmática Taxi Driver (1976), los pasos de un solitario taxista, Travis Bickle –también, De Niro–, lo llevan lentamente a descender en el caos y la inmoralidad de Nueva York; una ciudad y una sociedad impávida ante las injusticias y el desenfreno. Bickle entendía que podía alcanzar la redención si liberaba a una joven prostituta –una promisoria Jodie Foster– de su proxeneta –personificado por Harvey Keitel–. La película, sin develar mucho, culminó en un pasillo lleno de sangre.
El perfil de Bickle es una manifestación actual del comportamiento tipificado en los nefastamente famosos loners, aquellos individuos con serios conflictos personales con la sociedad y que descargan sus frustraciones arremetiendo contra ella. Además, con estos personajes ficticios simpatizan un colectivo misógino denominado incel –o célibes involuntarios, en español–, compuesto por hombres resentidos con su propia “incapacidad” de congeniar con las mujeres. Es más, este es el tipo de actitud que se le critica a la motivación detrás del protagonista de la controversial Joker (Todd Phillips, 2019), la cual es un calcado a los hombres –y al cine– de Scorsese6.
Ahora bien, como ha sido laureado, Scorsese ha sido criticado. Con The Wolf of Wall Street (2013), las oposiciones a las temáticas del director encontraron una oportunidad perfecta para condenar su opulento estilo hacia sus personajes principales. En esta película trata la excesiva vida del corredor de bolsas y estafador espectacular, Jordan Belfort –con Leonardo DiCaprio en una de las mejores actuaciones de su carrera–. Es un retrato irreverente y sin pudor de la corrupción, la locura orgiástica, el consumo de drogas y el dinero. En su estreno se enfrentó a severas críticas fundamentadas en la concepción moralista de sus críticos, en vez de los aspectos artísticos y diegéticos7.
Sin embargo, una constante narrativa en las películas de Scorsese es que, de una manera u otra, sin importar el peso y las repercusiones, sus protagonistas tendrán un castigo o un final desafortunado. Sus historias culminan con los malos muertos –como algunos personajes en The Departed (2006)–, en un denigrante programa de protección a testigos –en el caso de Goodfellas–, o simplemente traicionados por sus más allegados colaboradores y amigos. Pero Scorsese no se regodea en la superioridad moral puritana. En The Wolf of Wall Street, por ejemplo, luego de que nuestro (anti)héroe intentará sobornar al agente a cargo de la investigación en su contra –personificado por Kyle Chandler–, éste sigue tomando el mismo tren triste camino a su trabajo. Es cierto: todos llegamos a fantasear con ese exuberante estilo de vida, y el poder tener la satisfacción –aunque sea en un escapismo tan efectivo y excelente como esta película– con salirnos con la nuestra después de la comisión de actos imputables en la sociedad, pero que están dirigidos al beneficio de nosotros mismos.
Otro componente idiosincrático de Scorsese es su fascinación por la iconografía religiosa. No sólo porque muchos de sus protagonistas son católicos, sino que sus historias se inclinan en presentar eventos propios del catolicismo –confesiones con sacerdotes, bautizos, celebraciones matrimoniales, entierros cristianos, momentos de oración–. Esta fascinación adquiere mayor interés con la incisiva The Last Temptation of Christ (1988), una reimaginación de la vida de Jesucristo –Willem Dafoe–, quien alberga dudas sobre su rol y propósito como hijo de Dios y que se siente tentado a caer en el delirio terrenal y pagano. Por otro lado, en Silence (2016), cuenta el calvario de dos misioneros –Andrew Garfield y Adam Driver–, mientras intentan encontrar a su mentor –Liam Neeson– en Japón, cuando el cristianismo estaba vetado. Independientemente de la monotonía de esta película, al igual que la anterior, examina la fuerte confrontación que subsiste en las inquietudes de la fe y la arrogancia de los hombres.
Claro está, de Scorsese pudiéramos hablar in extenso. No quiero dejar de mencionar el giro temático que consiguió en la genial The King of Comedy (1983) –una comedia negrísima– sobre un aspirante a comediante y a presentador de televisión totalmente aleccionado al deseo de la fama. Es incómoda en su sátira a la cultura del entretenimiento y a la devoción enfermiza de los fanáticos. Rupert Pupkin –otra vez, De Niro– no titubea al momento de vulnerar su moralidad para conseguir lo que quiere. Tampoco podemos olvidar The Aviator (2004), sobre la complicada vida del magnánimo y obsesivo empresario Howard Hughes; y el confuso y elegantemente disparatado thriller psicológico Shutter Island (2010). Estas dos son protagonizadas por otro legendario colaborador suyo, Leonardo DiCaprio.
Para finalizar, en las últimas semanas, Scorsese esgrimió consideraciones negativas hacia el género de superhéroes –“no son cine (…), son parques de atracciones”–8 porque carecen de riesgo narrativo y adolecen de genuina manifestación artística9. La perspectiva de Scorsese hacia los retos de la industria se construye en una apreciación clásica del séptimo arte como experiencia transgresora para la audiencia. En puridad, todo lo que se ha dicho demuestra que su cine es un ejercicio temático. Aparte de entretener y estimular, sus obras aportan un valioso contenido que se aprovecha gracias a la condición de arte.
Sin dudas, es un realizador afortunado que ha logrado contrabandear10sus caprichos en todas sus producciones. Así, la filmografía scorsesiana es un testamento reiterativo y audaz de alguien en pleno entendimiento del cine como mediopara expresar sus obsesiones personales a través de complejos y oscuros personajes masculinos. A la larga, son comentarios punzantes a nuestro contexto contemporáneo, de vigencia siempre relevante.
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Ysidro Eduardo García Abogado. Oriundo de San Francisco de Macorís. Egresado de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM). Desde joven, es un amante del séptimo arte y la crítica de cine. Ha tomado cursos de Producción Cinematográfica en la Escuela Altos de Chavón.
Fuentes consultadas:
[1]. Basta mencionar dos imprescindibles documentales sobre la historia del cine: el primero, My Voyage to Italy (1999), sobre el cine italiano y el impacto del neorrealismo italiano en el cine del Nuevo Hollywood; y, el segundo, A Personal Journey with Martin Scorsese Through American Movies (1995), en el cual relata los orígenes del cine estadounidense y sus grandes referentes. Ambos documentales son aclamados por unanimidad por la crítica especializada.
[2]. The Irishman tiene una duración de alrededor de 3 horas y media, haciéndola una de las películas comerciales más largas de las últimas décadas. Quiero verla una segunda vez porque, como me explicó una profesora en la Escuela de Chavón durante una clase de producción cinematográfica, cada película debe verse dos veces para disfrutar la historia y, principalmente, apreciar los detalles.
[3]. SOLÓRZANO, Fernanda. Pauline Kael: sin miedo al cine. Revista cultural “Letras Libres” (versión digital). Publicado el 14 de enero de 2014. Disponible en: https://www.letraslibres.com/mexico/cinetv/pauline-kael-sin-miedo-al-cine
[4]. BRODY, Richard. Martin Scorsese´s Radical Attack on Marvel Movies. Revista estadounidense “The New Yorker” (versión digital). Publicado el 6 de noviembre de 2019. Disponible en: https://www.newyorker.com/culture/cultural-comment/martin-scorsese-avenges-the-auteur
[5]. SCHICKEL, Richard. Brutal Attraction: The Making of Raging Bull. Revista de entretenimiento “Vanity Fair” (versión digital). Publicado el 22 de febrero de 2010. Disponible en: https://www.vanityfair.com/news/2010/03/raging-bull-201003
[6]. GARCÍA RODRÍGUEZ, Ysidro Eduardo. Crítica a Joker (2019). Revista cultural “Plenamar”. Publicado el 5 de octubre de 2019. Disponible en: https://plenamar.do/2019/10/critica-a-joker-2019/
[7]. RESÉNDIZ, Luis. The Wolf of Wall Street. Revista cultural “Letras Libres” (versión digital). Publicado el 17 de enero de 2014. Disponible: https://www.letraslibres.com/mexico-espana/cinetv/wolf-of-wall-street
[8]. SHOARD, Catherine. Martin Scorsese says Marvel movies are ´not cinema´. Periódico británico “The Guardian” (versión digital). Publicado el 4 de octubre de 2019. Disponible en:https://www.theguardian.com/film/2019/oct/04/martin-scorsese-says-marvel-movies-are-not-cinema
[9]. SCORSESE, Martin. I Said Marvel Movies Aren´t Cinema. Let Me Explain. Periódico estadounidense “The New York Times” (versión digital). Publicado el 4 de noviembre de 2019. Disponible en: https://www.nytimes.com/2019/11/04/opinion/martin-scorsese-marvel.html#click=https://t.co/TRYoqlG9pM
[10]. Martin Scorsese ha explicado que los directores que son contratados por grandes productoras del aparato hollywoodense pueden infiltrar algunos toques personales en las producciones cinematográficas o conseguir financiamiento para otras películas. Hay un caso en específico con Scorsese: Universal Studios accedió financiar The Last Temptation of Christ si éste les dirigía una película comercial, la cual fue Cape Fear (1991).