Simiente en cuarentena de la carne colectiva, la corteza
macerada de la mente
tejido truculento del ser en el umbral que trama devenir
de su caída
esos cuerpos que no tienes son heridas por lo que sólo
saben sentir por estertor los crótalos por dentro de su carne
ranuras cohesivas sin firmeza que arrasar, así desparecen
por las noches
cuando cesan por eclipses cauterizados ojos en los centros
inexactos
de sus tripas con prazoles, de sus físicos fictivos, sus
siluetas putrefactas
y la noche es hecha a máquina por crepúsculos de tiempo
amplificado
por ocasos de los cuerpos absorbidos en su masa insuficiente
de reposo
cuerpos, cuerpos, cuerpos: intervalos de más tundras
y erupciones de luz sólida
eslabonando vida, subordinando espuma, volcándose
y volviendo a caracoles
follaje solo en su pavor cerval que responde con enigma
a su aflicción
esos cuerpos devorados por la historia y abstraídos del
tormento de las tramas
cuerpos solos, lapidados por la bruma, malheridos,
seculares:
uréteres de cuerpos obturados que perdieron la cabeza
como sueros de sí mismos, de bitumen
cuyas formas se cincelan con las células de nadie, con
circuitos de esplendor y podredumbre
descontinuados pronto, caducado su consumo por la
muerte que encarnó en su cavidad:
estos cuerpos estancados en el radio de un reloj eclosionan
careciendo en qué extinguirse
por caminos siempre espesos la respiración viscosa,
los deseos que cesaron cerrazones
un macizo en dispersión, sediento en el despojo:
los rescoldos que urden cuerpos, carne roja a toneladas
que se fija a combustión dentro de un manto, muerte
dilatados como cuerpos para estar en todas partes por detrás
del entramado deletéreo
¡cuerpos, cuerpos! (cercanos a no ser, desparramados)
cuerpos llenos de abyección, en el óxido de sí, predispuestos
a anularse en su repliegue
vendavales adventicios en madeja imaginaria por la
velocidad de arrasamiento
…y de pronto un solo cuerpo, un cuerpo abierto a bruces,
vertido en superficie, sólo tuyo
sujeto desunido, saturado de lo oculto: tus abismos
para siempre derrapando
coraza de una gasa cuando cura un territorio derruido
narcótico al que accedes por elipses infecto en su específico
de fármaco
catástrofe de ser deseo de vacío o de esa carne
como el que disemina sus ascuas por las calles, sus trazas
cristalinas, su propio contracuerpo
tu cuerpo es el absceso del sujeto separado como abstracción
de nadie
como estridencia ósea, música desafinada: transcripciones
de silencio en consistencia
entrando por entero en todos los neuromas, para multiplicar
sus contracturas
para que expire y quede: nomenclatura rota de millones
de minúsculas apoteosis
hemorragias como ríos, como bramar por dentro del
vacío hacia el que ha sido succionado
tu cuerpo como espacio en el nido de su propia
nulidad
tu cuerpo forcluido: materia de telar que teje el velo sólido
de su volumetría
sucede que la carne deriva del cultivo que transita a cicatriz
en la madeja
y acaba en borraduras, embalsamado en vida, si no encuentra
correlato en la abstracción.
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León Félix Batista. Autor y poeta dominicano.