Situar a Juan Larrea mediante fechas y lugares es sencillo. Pero tratar de inscribir su obra con los parámetros que la historiografía se apresura a extendernos, no lo es tanto. 

Juan Larrea Celayeta nació en Bilbao en 1895 y murió en la Córdoba argentina en 1980. Su vida está marcada por el desplazamiento. En Francia, donde residió prácticamente desde mediados de los años 20 hasta su exilio a México en 1939, escribió la mayor parte de su poesía, reunida en Versión celeste, e inició el extenso diario intelectual —Orbe— que dio comienzo a una larguísima lista de ensayos “poéticos” en los que el autor perseveraría hasta el fin de sus días. Entre ellos se cuentan algunos tan ambiciosos como Rendición de espíritu (1942), La espada de la paloma y Razón de ser (ambos de 1956), publicados en México bajo el sello de una revista de título muy larreano que cofundó a principios de los cuarenta: Cuadernos Americanos

Y es que Larrea fue americano por elección, decididamente americano; su pasión por este continente le llevó, animado por César Vallejo, a Perú entre 1930 y 1931 y, ya como parte del contingente de exiliados por el franquismo, vivió en México, en Estados Unidos y en la Córdoba argentina, donde, como nos ha recordado recientemente Eugenia Cabral, mantuvo un extraño equilibrio con la universidad y la política del país durante casi un cuarto de siglo. 

Por el camino propició actividades culturales de primer orden: facilitó la fundación de lo que hoy es el Museo de América con la donación de una fabulosa colección de piezas de arte prehispánico, medió entre el gobierno republicano y Pablo Picasso cuando este recibió el encargo del que surgió el Guernica. Además de Cuadernos Americanos, fundó revistas tan excéntricas como influyentes: Favorables París Poema, España Peregrina y Aula Vallejo; colaboró con Luis Buñuel en varios guiones y escribieron juntos uno, Ilegible, hijo de Flauta, que pese a no haberse filmado, se encuentra entre los más alucinantes de su carrera…  

Este recorrido, cuando se coloca en paralelo con sus escritos, traza un perfil complejo que se ha querido tipificar con coordenadas hechas a medida de otros y que, pese a su propósito, no nos ayudan a entenderle. Así, se le arrima a la Generación del 27 a pesar de la distancia geográfica, vital y estética que él mismo cultivó, a excepción de Gerardo Diego, con la poesía española de su generación. Se le ha tratado de localizar, con mayor justicia, en el entorno de las vanguardias de la primera mitad del siglo XX, aunque aquí se hace insistencia en el etiquetado surrealista que, más que aclarar lo que ambos tienen en común, sustrae el debate sobre lo que a la crítica le resulta desconcertante de su obra, que no es poco. 

Y por si esto no fuera suficiente, hay al menos otra pieza con la que se ha tratado de cerrar su puzzle: la de profeta, que surge a cuento de su profundo interés en la escatología judeo-cristiana y del desarrollo de su pensamiento utópico, tan sistemático y acendrado que, pese a todo lo mesiánico, llegó a impartirse como disciplina universitaria bajo la denominación de Teleología de la Cultura. Aunque él mismo llegó a sentirse elegido para revelar el advenimiento de una nueva humanidad, y defendió como signo de la máxima libertad cultural el rol de los profetas frente a las instituciones del cristianismo, no hay necesidad de comulgar con sus sistematizadas videncias para maravillarse con su —para decirlo con palabras que él utiliza para definir al cubismo— extraña “intuición estética racionalizada”. Algo tiene su escritura que le convierte en eso que decía Apollinaire de Juan Gris: un demonio de la lógica. 

No está nada mal para alguien de quién la mayoría de los lectores probablemente no habrán oído mencionar, o del que habrán tenido noticia en un pie de página en algún artículo académico ligado a las etiquetas que le cuelgan a la literatura peninsular contemporánea. 

Luz iluminada surgió como respuesta a la invitación a participar en el catálogo de una exposición de pintura española organizada, bajo el título de Picasso, Gris, Miró: The Spanish Masters of Twentieth Century Painting, por el Museo de Arte de San Francisco. Era 1948. Junto a la reproducción de las obras de estos tres “maestros españoles”, el catálogo contó con aportes de personalidades como la del marchante y estudioso del cubismo Daniel-Henry Kahnweiler, el pintor y fotógrafo Man Ray o el crítico e historiador de arte Herbert Read. La traducción al inglés del texto de Larrea iba precedida de una breve nota que aclaraba que “Lo que aparece a continuación es una parte del ensayo poético sobre pintura española del siglo XX, brillante y minuciosamente razonado, escrito especialmente para este catálogo […que su autor] comenzó como una simple introducción a los grandes artistas de su país nativo” pero llegó a adquirir una extensión y complejidad que —continuaba la nota— obligaba al comisario a elegir solo un fragmento (1). Ese fragmento se corresponde aproximadamente al capítulo II del original en español que se ofrece aquí íntegramente. 

Aunque esa nota introductoria presentaba a Larrea como el editor de la Cuadernos Americanos, no es difícil suponer que la invitación a colaborar habría surgido de la notoriedad que había adquirido por la cercanía que mantuvo con Picasso, y su papel de liaison entre este y el gobierno republicano para la edición y distribución de los grabados Sueño y mentira de Franco y la gira internacional de El Guernica. Cuando recibió la invitación de San Francisco, el nombre de Larrea estaba, al menos en Estados Unidos, muy próximo al de Pablo Picasso. Esta notoriedad ya le había deparado una oferta para escribir una biografía sobre Pablo Picasso —que nunca llegó a realizarse—, la oportunidad de publicar en Nueva York, también traducida al inglés, The Vision of Guernica, la primera monografía escrita sobre el monumental cuadro,y su participación en el polémico simposio sobre el mismo celebrado en el Museum of Modern Art de Nueva York (2). 

La integración de Luz iluminada en el proyecto ensayístico de Larrea es indudable, lo que no quiere decir que no ofrezca al lector novedades tanto por su forma como por su contenido. En este último sentido, un elemento que es distintivo de Luz iluminada (y que lo conecta a otros títulos, especialmente a Razón de ser) es el intento de llevar a cabo una reconciliación entre dos tradiciones intelectuales: la de la filosofía griega y la religiosa del judeo-cristianismo. Si el interés por esta última aparece con frecuencia a lo largo de su obra (por ejemplo en La espada de la paloma), las consideraciones sobre lo griego son mucho menos comunes aunque, como queda aquí de manifiesto, su conocimiento de las fuentes es más que considerable.

 

Luz iluminada traza un intento de reconciliación de estas perspectivas sobre el trasfondo de la crisis que su razonamiento trata de superar. A juicio de Larrea, la incapacidad de su época para ofrecer una solución concluyente proviene de que el problema se ha planteado exclusivamente desde una de las dos esferas fundamentales en que la propia crisis tiene dividida a los individuos y su sociedad. Las miradas “espiritualistas” o las “materialistas” (a la que en otros lugares llama “cualitativas” o “cuantitativas”) han impedido alternativamente que el ser humano pueda identificarse con las ideas que le definen como totalidad, como unidad, dando pie a la aparición de una ficción, de un lenguaje donde la humanidad se contempla a sí misma escindida en dos seres contrapuestos: el individuo, por un lado, y, por otro, una entelequia esencialmente desgajada de toda vivencia y tradicionalmente identificada con la idea Dios. Esta reconciliación de lo espiritual y lo materialista, de lo individual y lo colectivo, de lo racional y lo intuitivo, está dibujada en Luz iluminada con rasgos que, gracias al mundo del arte contemporáneo, adquieren tonos originales dentro de la obra ensayística de Larrea.

Por el estado en que se encuentra el manuscrito en el que nos basamos para hacer esta edición y la correspondencia del año 50 con León Felipe, parece claro que Larrea tuvo toda la intención de hacerlo público. Lo intentó sin éxito en México y, con mayor empeño todavía, en Estados Unidos; pero desde 1949 vivía lejos del primer país y, pese a la intensa dedicación a la escritura de sus años neoyorkinos, las editoriales anglófonas no fueron en este caso tan receptivas como con el texto de El Guernica. Pronto el proyecto quedó subsumido, como pasó con otras obras del autor, en otros aún más ambiciosos (Noche en cruz) que no llegaron a realizarse y terminó, prácticamente listo para la edición, pero archivado entre documentos hasta hace poco inaccesibles. 

NOTAS

(1) “Light illumined. Introduction to an exhibition of Spanish Painting” en VV. AA.: Picasso, Gris, Miró. The Spanish Masters of Twentieth Century Painting. San Francisco: Museum of Art, 1948, pág. 25.

(2) Sobre este simposio véase Andrea Giunta, Giunta, Andrea. “The Power of Interpretation (or How MoMA explained Guernica to its audience)”. Artelogie 10, 2017. Internet. http:// artelogie.revues.org/953. Consultado 8 marzo, 2017.

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Benito del Pliego (Madrid,1970). Poeta, traductor y académico. Actualmente es profesor en el Departamento de Lenguas y Literaturas Extranjeras de Appalachian State University, en Carolina del Norte, Estados Unidos. En 2003 obtuvo el Premio de Poesía Experimental Ciudad de Badajoz por el poema-objeto “Tradición literaria”. Su libro Índice, obtuvo el Premio Internacional de Poesía Gabriel Celaya 2005. 

Las imágenes que ilustran este texto son esculturas de Joaquín Valdeón.