Veo el rostro de mi padre
—llamémoslo así—
figurado en una moneda
china, de esas de tirar el I King.
Su rostro está delimitado por el perímetro de la
moneda, su cabello se
confunde con los trazos y arabescos
—¿o chinescos?—
de la parte superior, su bigote
con las volutas de la parte inferior.
Dicen que lo fundamental en estas monedas,
su valor,
está en el centro
hueco como en la rueda del Tao,
donde lo importante no son los radios sino el vacío del eje
que permite a la rueda girar.
En eso también esta moneda se parece a mi padre
—sigamos llamándolo así—
o al rostro de mi padre.
En que lo fundamental de él en mí, su valor
es su ausencia, su vacío central,
aquella oquedad que perfora el recuerdo del rostro de un desconocido
al que conocí, de un conocido
al que desconozco
y que al no haber estado
simplemente no estando permitió que mis radios giraran
hacia donde estoy ahora.
Y aun así, mientras
desde la alfombra de la dicha contemplo
los trazos, arabescos y volutas
de esta moneda de tirar el I King,
como quien deja pasar la mañana,
algo en un hueco de mi desearía consultar al oráculo
si aún es posible el trabajo en lo echado a perder:
escudilla donde se cuecen la demencia, el rencor, cheques sin fondo,
exilios, los asados perdidos en El Portugués.
Si su rostro, muerto en vida, perforado en mí,
es todavía posible.
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Gabriel Chávez Casazola (Sucre, Bolivia, 1972) poeta, periodista, editor y gestor cultural. Obtuvo el Premio Nacional de Ensayo Periodístico. El Estado boliviano le concedió la Medalla al Mérito cultural en 2005.