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No es lo mismo ni se escribe igual el contexto, ni los actores o la actividad acontecida en el transcurso de esos tres hitos -el contrabando colonial, la vega tabacalera y la economía informal- propios al surgimiento y conformación del pueblo dominicano. Esas diferencias están fuera de dudas. Y por tanto, hasta aquí, hemos consignado puras transformaciones de actores, contextos y circunstancias; como dicen desde tiempos recientes, todo es líquido y muta.
Ahora bien, lo que sí puede y debe ser analizado a partir de ahí es qué lecciones sacamos de ese tiempo revuelto y cambiante que, aunque ido mucho de él, de alguna forma permanece allegado a un presente preñado de incertidumbres e indecisiones.
A mi entender, entre las principales enseñanzas entresacadas de la construcción social que ocupa la atención retengo las siguientes, pues hacen las veces de cimientos y pilares constitutivos de la historia – antropológica – del “pueblo” dominicano:
- Resiliencia. El pueblo dominicano es un conglomerado social resiliente que, sorteando su abandono y desprotección, mitiga sus precariedades por medio de lo único que le queda: su propia iniciativa e inculta ingeniosidad natural. Por ello mismo, individuos excluidos e incapaces de ser integrados al status quo predominante, se adaptan a un mercado económico marginado e inexplorado, pero capaz de garantizarles su sustento precario y relativa superación.
- Intensidad tecnológica. Ese mismo pueblo se vale de un modo de producción de baja intensidad tecnológica. A cuenta y riesgo propio, emprende actividades de bajo consumo tecnológico y depende siempre de una fuente de dinero ajena a él.
- Desinstitucionalización. Más que las instituciones nacionales, son sus redes de apoyo y de intercambio social (“social networks”), del tipo personalista patrón-cliente, las que le dan aval y soporte. Por demás, se trata de redes harto eficientes que resguardan cuanto quehacer asume y desarrolla.
- Débil control estatal. La reproducción social de dicho conglomerado transcurre al margen de una instancia político estatal carente del control de su territorio e incapaz de integrar a la población y brindarle indispensables servicios públicos o, al menos, de garantizarle un estado de seguridad y de condiciones de vida mejores y más gratificante.
A la luz de al menos esas lecciones, cada una de las cuales es objetivamente verificable de por sí, queda por responder la siguiente pregunta: ¿cuáles son los rasgos o elementos culturales que aúnan y asemejan a la población dominicana a sí misma, permitiéndole reconocerse y distinguirse de otros pueblos, desde el momento que exhibe su historia propia?
Sin poder ser exhaustivo, sobresalen las siguientes cualidades culturales:
- Espíritu empresarial. Éste incide en la pujanza empresarial y espíritu batallador de toda una población a la que nada se le ha regalado a través de su existencia que no sea el idioma.
Emblemáticamente, ayer, al frente de operaciones de contrabando, luego al frente de vegas, almacenes tabacaleros y otras iniciativas, y hoy delante de talleres y negocios propios. El vigor empresarial de antaño, presente en regiones particulares del país, se manifiesta ahora mismo en todo el territorio nacional a través del denominado sector de las micro y pequeñas empresas.
- Indepedencia económica. Este elemento de continuidad y cohesión de la misma población, en tanto que idealización o proyección de cada individuo siendo económicamente independiente, significa la decisión individual de cada uno de ser su propio jefe o patrón.
Tal representación de la independencia económica -interactuando con el ya presentado espíritu empresarial- sigue siendo valorada y perdura como aspiración e ideal incluso de pobladores que con precariedad ganan su sustento por medio del exiguo salario que reciben en el mercado laboral o bien apelando complementariamente a los juegos de azar u otros medios.
Transmutada en aspiraciones, costumbres, hábitos, creencias y opiniones de cada “yo” ordinario y popular, dicho valor ideal resulta ser promotor y rector de la organización social que genera su autonomía individual, en vivo contraste con la actitud sumisa que consiste en arrimarse y depender -no ya emblemáticamente de un legendario hatero, de un comerciante de maderas o de un mayordomo azucarero sino- de un clásico jefe o prepotente patrón típico en los más diversos sectores de la economía dominicana.
Es por ello por lo que la población dominicana ha sido rescatada una y otra vez de la “asfixia moral” y de la quiebra política e institucional. Todo eso, a causa de la voluntad de sobrevivencia de una multitud anónima mayoritariamente motivada por el objetivo ideal de la independencia económica.
- Desigualdad social. Desbordado el siglo de la miseria por su subsiguiente pobreza y falta de solidaridad, persiste la reproducción de los habitantes del mismo territorio fragmentado en función de consuetudinarias manifestaciones históricas de desigualdad social, inequidad de oportunidades, falta de colaboración nacional e identidad de sus integrantes irreconocible más allá de ciertas costumbres y expresiones anecdóticas y folklóricas.
Ayer, la distancia y desigualdad entre la población rural y la población pueblerina era menos evidente y estridente. Hoy, sin embargo, presenciamos el progresivo distanciamiento de un grupo eminentemente minoritario, urbano y de orientación consumista y modernizante, respecto a otro mayoritario y confinado a campos y barriadas.
Ambos grupos permanecen circunscritos por la misma globalización y claramente delimitados por puestos de trabajo discriminatorios en términos de calificaciones y retribuciones. Y es por eso por lo que, aun cuando comparten expectativas culturales similares, son incapaces de materializarlas por igual valiéndose de los mismos medios.
Sencillamente, solo algunos privilegiados cuentan con las debidas cualidades personales y con suficientes recursos propios. Las barreras que aíslan ambos grupos no solo subjetivas, sino también objetivas.
- Exclusión gubernamental. De ese tercer elemento de continuidad se sigue que los grupos o bandos sociales cohabitan bajo un mismo Estado débil, ineficiente, patrimonialista y clientelar que sigue demostrando su incapacidad a la hora de limitar la progresiva e irreversible diferenciación de la población nacional; y, ante todo, segundo, de superar su consabida ineptitud para generar oportunidades de bienestar para todos y contener por fin el forzoso desarraigo migratorio y la progresiva desintegración de la población.
Como consecuencia, cada sujeto no puede más que constatar que el interés y beneficio suyo y de su familia es el verdadero y único horizonte de sentido y justificación de sus esfuerzos. Priman poco valores morales y éticos, al tiempo de frustrarse las buenas intenciones. Ni siquiera el derecho –en tanto que racionalidad objetiva de toda una sociedad—resiste el embate del amor propio y sus intereses y beneficios particulares.
La realidad del pueblo dominicano sigue siendo la de un conglomerado de individuos y grupos aislados y jerarquizados entre sí, desprovistos en la práctica de una causa común.
Los actores sociales terminan inmóviles y sepultados bajo la égida de un Estado repleto de leyes incumplidas y modificadas constituciones. En el mausoleo de la cosa pública el dominio de los intereses individuales y de las prácticas clientelares y patrimoniales de gobernantes y gobernados alejan a todos del utópico -aunque esperanzador- “bien común”.
Mientras cada quién asume como si fuera connatural la usurpación patrimonial del Estado, los gobiernos van y vienen evadiendo la toma de decisiones que conducen a implementar soluciones que enfrenten objetivamente los problemas sempiternos que aquejan los servicios y la calidad de vida de la población dominicana.
De ahí que, aprendidas aquellas lecciones y reconocidos esos elementos culturales de resistencia a lo largo del tiempo, por fin se puede inferir -sujeto a prueba en contrario- la identidad de ese mismo pueblo que fue y sigue siendo calificado en tanto que dominicano.
Nota: Texto de la ponencia expuesta en el Ier. Seminario Virtual Educación y Construcción de la Identidad Dominicana, organizado por el Grupo de Enseñanza de la Identidad del Pueblo Dominicano, adscrito al Instituto Superior de Formación Docente Salomé Ureña, ISFODOSU, el 22 de julio del año 2020.
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Fernando Ferrán es antropólogo social y filósofo, investigador y profesor del Centro de Estudios Económicos y Sociales Padre José Luis Alemán de la Pontifica Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM).