En cuanto a Manuel del Cabral:
su contribución más importante a la poesía negra,
Compadre Mon, es de 1943
Octavio Paz, Sombras de obras
¿Cómo abordar, hoy, una obra literaria? ¿Cómo situarla en el contexto nacional en un mundo globalizado? ¿Qué factores determinan los valores y el lugar de un texto poético? En su libro, Cuerpo plural: antología de la poesía hispanoamericana, Gustavo Guerrero, plantea lo siguiente: «Hace algo más de un siglo, en las prosas que componen el prefacio de su Canto errante (1907), Rubén Darío defendía con pasión el lugar de la poesía dentro del mundo moderno y destacaba, en especial, su superior alcance cognitivo: “El poeta tiene una visión directa e introspectiva de la vida —escribía— y una supervisión que va más allá de lo que está sujeto a las leyes del general conocimiento”».
Marcello Pagnini, en Estructura literaria y método crítico, expresa:
Retrocedamos un poco y recordemos que hemos considerado dos valores esenciales en la composición literaria: el valor (en realidad conjunto de valores) firme y analizable mediante procedimientos exactos (el componente fónico-sintagmático, al que podemos añadir el significado denotativo, léxico) y el valor fluido, difícilmente analizable en sentido empírico, que es el contenido sugestivo, al margen de los diccionarios y reconstrucciones filológicas. También hemos dicho que el aspecto fundamental distintivo del mensaje poético se reconoce hoy en día, con criterio bastante parecido, en la ambigüedad, que es precisamente la cualidad fluida, evocadora, del símbolo.
Después de navegar en las aproximaciones de la literatura cuando pasó de oral a escrita sin que desapareciera la oralidad, Francisco Rico, en su libro Mil años de poesía europea, nos dice:
En principio, la poesía era solo la canción. El progresivo avance de la escritura la abrió a campos más discursivos, a una cultura más alta, a usos más duraderos, con la contrapartida de una paulatina pérdida de oralidad. El códice y la imprenta fueron fijándole, además, una fisonomía gráfica tan distintiva o más que otros factores primarios. Aunque la poesía moderna es reacia a la rima y a la métrica convencional, porque coartan o dan la impresión de haber coartado la espontaneidad del creador, los versos libres del posromanticismo se estructuran en infinitos casos de acuerdo con los mismos principios de reiteraciones y contrastes fonéticos, sintácticos y semánticos que dan vida a la canción. Pero en otra infinidad de casos solo el autor podría quizá reconocerlos como unidad de entonación, de emoción o de sentido o como sujetos a algún criterio generalmente inteligible. Su misión básica es ahora identificar el texto en cuanto poesía, para que se le conceda el plus de significación o pertinencia que ello comporta.
La llegada de «Compadre Mon» a la poesía dominicana hará dentro de poco 77 años, evocada en la 78 Feria del Libro de Madrid, que tuvo como país invitado a la República Dominicana, nos conduce a una relectura de ese texto y a ver los diversos abordajes que su masa textual ha recibido, por lo menos, de cuatro autores dominicanos exigentes y dotados, sin duda, de las herramientas críticas y el talento para una tarea que no es simple. Se trata de una obra de múltiples aristas; donde conviven la historia, el mito y la lírica; pero no cualquier historia, ni cualquier mito, ni cualquier lírica; sino una que navega entre las profundidades de un complejo mundo con una expresión y estructura poética capaz de deslizarse en la búsqueda de una metáfora sorprendente que va de extremo a extremo.
Tomás Hernández Franco al igual que Manuel del Cabral, autores que puede preferir Bruno Rosario Candelier dentro de la generación de los independientes del 40: «se sintieron incitados a abordar la línea imaginativa, en los propios límites del mito en una poesía de amplio aliento y de gran renovación temática y estilística». Para este autor, «Manuel del Cabral fusiona, pues, mito e historia, acontecimientos y fabulaciones, ocurrencias e invenciones, tal como se testimonia en su clásico y monumental Compadre Mon.
Para otro de nuestros autores esenciales, José Alcántara Almánzar, en su libro Estudios de poesía dominicana, refiere:
Compadre Mon es el héroe popular de tierra adentro. Del Cabral utilizó el personaje basándose en su conocimiento del Cibao, y logró un complejo psicológico, social y cultural de principios de siglo XX, bastante sólido. Don Mon encarna valores entrañables al campesino dominicano: coraje, astucia, machismo, pasión por las mujeres, amor a la tierra. La descripción de su fisonomía y carácter corresponde a la de un hombre superior.
Una tercera aproximación acerca de este poema emblemático es el expresado por el estudioso Fernando Valerio-Holguín en su trabajo Compadre Mon: poética del desconsuelo, y él dice: «Tanto Compadre Mon como los demás personajes populares se encuentran definidos a través de los objetos sencillos y animales domésticos: la tambora, la gayumba, la guitarra, el trapito, el caracol, el chivo, la cotorra, el canario». Concluyendo que: «Compadre Mon de Manuel del Cabral es un libro extraordinario, no solo como alegoría de la nación dominicana, sino también por su calidad poética. De lo particular en los hombres y mujeres, en los objetos ordinarios y cotidianos, cantados por Manuel del Cabral, brota lo universal».
La cuarta aproximación a «Compadre Mon» que quiero comentar con ustedes es, quizás, la más amplia y penetrante investigación acerca de este poemario; la escribió la destacada ensayista Pura Emeterio Rondón:
Tanto el siglo XVIII como el XIX han sido llamados edad de la crítica. Sin duda, el siglo XX merece este título con creces. No solo ha descendido sobre nosotros un verdadero aluvión de crítica, sino que esta ha adquirido una nueva conciencia de sí misma; una condición más pública, y ha desarrollado, en las últimas décadas, nuevos métodos, y, nuevos modos de evaluación. La crítica, que hasta finales del siglo XIX no tenía, sino una significación local fuera de Francia e Inglaterra se ha hecho escuchar en países que antes parecían permanecer en la periferia del pensamiento crítico: en Italia a partir de Croce; en Rusia, en España; y, por último, pero no por eso menos importante, en los Estados Unidos de Norteamérica. Toda investigación de la crítica del siglo XX debe tener en cuenta esta expansión geográfica y la revolución simultánea operada en los métodos. Necesitamos algunos principios de selección ante las montañas de publicaciones que se nos enfrentan.
El libro Género épico y elemento popular en Compadre Mon —con prólogo de Francoise Perus—, merece una atención especial, pues señala:
El profundo arraigo del héroe -mítico y colectivo, pero también vivo y dialógico– de Manuel del Cabral en el imaginario popular dominicano (es recreación literaria de la figura de Concho Primo) pone de manifiesto los límites de esta concepción canónica y libresca de la épica y de sus formas de inserción en el todo vivo de la cultura en devenir. Así mismo, la lectura cuidadosa y debidamente contextualizada (doble referencialidad, heterogeneidad cultural y discursiva, dialogismo interno, inscritos en el texto mismo) que ofrece Pura Emeterio de Compadre Mon, muestra que la perspectiva épica no está necesariamente reñida ni con la historia, ni con el diálogo cultural abierto.
El gran ensayista crítico y poeta Antonio Fernández Spencer, en su obra Nueva poesía dominicana (1953) publicado en Madrid, —citado por Manuel del Cabral en Historia de mi voz—, expresa:
…ducho en el conocimiento de los más hondos y pavorosos misterios telúricos, es este uno de los poemas que auténticamente refleja la tierra americana y es, visto desde otra perspectiva, uno de los documentos raciales y psicológicos, de mayor interés que ha producido América. La poesía épico-lírica latinoamericana ha conseguido quizás con este poema moderno su más brillante acento.
Emeterio Rondón parte de los escasos textos críticos sobre Compadre Mon y cuestiona:
Entre estos distintos puntos de vista y modos de acercamiento al texto, se pueden apreciar algunas diferencias, pero también convergencias. En unos casos, el héroe es visto como caudillo guerrero, creador de pueblos; en otros, como símbolo del pueblo dominicano. Salvo referencias aisladas no se plantean los antecedentes de su creación. Algunos de los críticos consultados aluden a la intención social del texto, sin desarrollarla. Otros, hacen referencia a la época caudillista, pero dejan de lado la dictadura de Trujillo, en la cual aparece el poemario, y que es inseparable del tono de denuncia que lo impregna. Pero sorprende, especialmente que la crítica no haya reparado en la significación que esta denuncia social tiene en Compadre Mon.
Uno de los aspectos que más se ha discutido tanto en ensayos como en artículos es la oralidad, la originalidad e influencia de Compadre Mon. Se trata de una discusión que no resiste la rigurosidad del análisis literario, pues no existe ninguna obra absolutamente original. La misma Ilíada y La Odisea, atribuidas a Homero, eran relatos y versificaciones dispersas en la tradición del pueblo griego, que fueron recogidas y presentadas en un libro por un autor que algunos discuten si realmente existió. Después, obras como La Eneida de Virgilio, serán influidas por estas manifestaciones helénicas, y luego John Milton, con El Paraíso Perdido, tratará de dar su gran epopeya al pueblo inglés, como la tenían los griegos y los romanos. Sin duda, que la obra que nos ocupa tiene colindancias y diferencias con textos como El Martín Fierro y relaciones con el mundo lorquiano, para mencionar solo dos aspectos que pueden ser rastreados en alguna de las zonas que constituyen esta obra fundamental de nuestra literatura.
El hecho de señalar la relación entre si es festiva y trágica, si es pintoresca y épica, si el héroe asiste a fiestas populares o tiene las características de un personaje repudiable desde cualquier principio épico, forma parte de la gran diversidad expresiva que nos trae el autor de Trópico negro.
Sobre la relación entre mito e historia, es más que evidente que Compadre Mon sintetiza ambos aspectos demostrando una creatividad indiscutible; pero sabemos también que, entre ficción y realidad, lo subjetivo y lo objetivo, forman parte de cualquier obra literaria de significación. Ya llamó Santa Teresa a la inspiración La loca de la casa, que también explica la escritora española Rosa Montero en su importante texto; y es que por más que un autor se aleje de su realidad particular, siempre habrá elementos constitutivos de una u otra forma de su obra, y más cuando se trata de un libro donde cohabitan la poesía lírica y la poesía épica, la narración novelesca con elementos del diálogo, es decir, que estamos ante un cosmos escritural.
Los aspectos sociales y políticos forman parte de este universo; en alguno de los versos se expresa claramente una visión antimperialista, que luego, retomará el mismo autor en su obra La Isla ofendida, escrita a partir de la insurrección de abril de 1965. Se trata de uno de los pocos autores que en su obra se refiere claramente a las dos invasiones norteamericanas en nuestro país durante el siglo XX, usando los términos gringos, invasores, extranjeros, y señalando en más de un verso su presencia en la política dominicana, no solo en la etapa de las invasiones militares sino incidiendo en la cotidianidad de la vida nacional.
La amplitud es tal en esta obra, que aparecen los poemas negroides, que ya formaban parte de textos anteriores como «Pilón», e incluso, aparece como traído a presidir ese entorno lírico su poema a Simón Bolívar. En varios versos se refiere a la isla, no solo a la nación dominicana, y quizás, ahí coincide con otro de los miembros de su misma generación, que toma el territorio de Haití como escenario de su gran poema «Yelidá». Pero, además, Compadre Mon ante las dificultades en la parte occidental de la isla, huye hacia la parte oriental, trasladando su accionar a Haití, confirmándose el concepto de isla, que con frecuencia enamora Manuel del Cabral en sus textos. Y no es solo su caso, pues uno de nuestros grandes escritores, al fundar un suplemento cultural, lo denominó Isla Abierta, y todos sabemos que el contenido fundamental se refería a la literatura dominicana en lengua española, es decir, a la producida en el territorio que ocupa la República Dominicana. La apertura fue fundamentalmente a la literatura universal.
La publicación de esta obra, casi diez años después de iniciarse la tiranía trujillista, no es ignorada; pues el personaje del cacique podría aludir a la presencia de Trujillo como han planteado algunos de los escritores que han tratado el tema, principalmente Pura Emeterio Rondón.
La alusión a Concho Primo es parte de una realidad nacional con las múltiples revoluciones y los caciques regionales que abundaron en el país, a través de una violencia que delata el machismo predominante en la sociedad dominicana de la época y que Manuel del Cabral en su gran creatividad llama Pantalonería.
En realidad, nosotros tenemos diversos poemas y obras narrativas que tratan de sintetizar lo nacional en esa primera etapa del siglo XX. Hay que recordar que el país, para esa época, estaba muy poco comunicado y que se fueron desarrollando casi con independencia una de las otras, tres regiones: Norte, Sur y Este. Compadre Mon, comienza diciendo: «Por una de tus venas me iré Cibao adentro». Y es una referencia clara a esa parte del país de la cual él era originario.
Otro poeta de los independientes, Héctor Incháustegui Cabral, en Poemas de una sola angustia se referirá a las características del Sur, agreste y despoblado. Y Pedro Mir es entonces el autor de Hay un país en el mundo que parte de la región Este del país. Ellos con su poesía, otros con su narrativa, como Juan Bosch, Marrero Aristy, Freddy Prestol Castillo o Néstor Caro diseñarán en su creación artística una literatura nacional, telúrica y universal al mismo tiempo.
Manuel del Cabral, con una obra que no puede ser obviada cuando se refieren a los grandes textos literarios en nuestra lengua, estuvo siempre consciente de los valores que había acumulado y su modestia, que otros guardaban en su interior, había, a veces, explosión para defender su poesía luciendo inmodesto. Un día el poeta Tony Raful, en una reunión que tuvimos con él, le dijo: «Poeta, dicen que su obra es amplia y diversa, pero que usted tiene solo algunas zonas en que su poesía resplandece». Y él nos dijo: «en ese resplandor es que yo me hago eterno».
Aspecto que confirmo en los siguientes versos:
Tambora
Trópico: mira tu chivo,
después de muerto, cantando.
A palo lo resucita.
La muerte aquí, vida dando.
Poema 1
La tierra por aquí cuando madruga,
siempre despierta con las amapolas
que nacen de repente en las pistolas.
Aquí, donde las balas se redimen.
Donde un dedo de Mon es una historia.
Sol gallero
Lugareñas chancletas, más tempranas que el trino,
cuchichiando le cuentan su domingo al camino.
De pronto,
como si a chispazos
tachuelas de oro clavaran al paso,
despiertan la tierra cuatro carpinteros:
Aire durando
¿Quién ha matado este hombre
que su voz no está enterrada?
Hay muertos que van subiendo
cuanto más su ataúd baja…
Carta a Manuel
Enséñame, viejo puente,
a dejar pasar el río.
Compadre Mon.
Qué pesado, qué difícil se me hace este “yo soy”.
Juez
El juez, mientras descansa,
limpia sus anteojos.
¿Y para qué los limpia,
si el sucio está en el ojo?
Agua
La del río, ¡qué blanda!
Pero qué dura es esta:
la que cae de los parpados,
es un agua que piensa.
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Mateo Morrison es poeta, Premio Nacional de Literatura.