La novela El Proceso es una de las tres grandes obras que conforman el epicentro de la “tragedia de la soledad” en la literatura de Franz Kafka. Como casi todo lo que escribió, Kafka nunca llegó a ver El Proceso en su versión impresa. Aunque sus textos despertaron interés en un pequeño pero influyente círculo de críticos literarios de su época, el autor consideraba sus escritos como simples “garabatos” y destruyó muchos de ellos. Fiel a esta percepción, dejó instrucciones claras a su amigo y confidente Max Brod: deseaba que ningún texto suyo, publicado o inédito, volviera a ver la luz y que todos sus manuscritos, cartas y notas fueran destruidos tras su muerte en 1924.

Sin embargo, en 1925, desobedeciendo el último deseo de Kafka, Max Brod publicó El Proceso, una novela que el autor había dejado incompleta y destinada a la destrucción. Esta obra, lejos de desvanecerse junto con las cenizas de los escritos que Kafka quemó en vida, se alzó como un testimonio de la narrativa moderna, capaz de reflejar las ansiedades frente a la burocracia, la alienación y las estructuras opacas del poder. El Proceso ha trascendido su época, convirtiéndose en un espejo inquietante de las relaciones humanas y sociales.

A cien años de su publicación, El Proceso sigue resonando por su profundidad y ambigüedad, invitando a múltiples interpretaciones. Este ensayo, desde la perspectiva de la deconstrucción y el análisis semiótico, explora los signos y contradicciones del texto, desvelando su riqueza interpretativa y reafirmando su vigencia como una obra universal.

Max Brod desobedeció esta última voluntad, convencido de que la relevancia literaria de Kafka superaba la exigencia de su silencio. En el epílogo de la primera edición de El Proceso, justificó su decisión argumentando que no solo era posible cumplir con la solicitud, sino que también era un deber preservar y compartir la obra de Kafka.

Entre las tres novelas de Kafka (El Castillo y América), El Proceso se distingue por poseer un capítulo final que sugiere una cierta “finalización”. Sin embargo, la obra no alcanzó una forma definitiva. Cuando Brod recibió el manuscrito en 1920, el texto carecía de título y de un orden claro para sus capítulos. Fue Brod quien lo bautizó El Proceso, siguiendo el nombre con el que Kafka solía referirse a la novela, y quien decidió la estructura basándose en las lecturas que el autor hacía en voz alta. No obstante, en el epílogo de la tercera edición, Brod admitió que su interpretación del orden de los capítulos podría no corresponder con la intención original de Kafka.

 Los fragmentos preservados muestran la intención de Kafka de profundizar en elementos recurrentes y enriquecer la narrativa. Personajes secundarios, como el subdirector del banco o los empleados Rabensteiner, Kullich y Kaminer, estaban destinados a adquirir mayor relevancia. Asimismo, figuras apenas esbozadas en el texto principal, como el fiscal Hasterer, iban a desempeñar un papel central, sugiriendo conexiones con el tribunal que enjuicia al protagonista, Joseph K.

En estos fragmentos aparecen nuevos personajes que aportan mayor complejidad al sistema de instituciones y jerarquías que rodean a K., intensificando la atmósfera opresiva de la novela y su crítica a las estructuras de poder. Uno de ellos es el señor Kühne, un alto funcionario bancario mencionado en “El Camino a Casa” (Fragmento de Percepciones) y que también aparece en algunas traducciones como “El Viaje a la Madre”, donde se describe su situación delicada dentro del sistema. Otro personaje es Wolfahrt, vinculado al pintor Titorelli, quien probablemente actúa como informante de K. sobre las autoridades judiciales y las posibles formas de acceder a sus funcionarios. Estas incorporaciones refuerzan el entramado simbólico y la crítica social presentes en la obra. Aunque inacabada, El Proceso trasciende su estado fragmentario, revelando la aguda sensibilidad de Kafka para retratar la alienación, el absurdo y la implacable maquinaria burocrática. Cada fragmento y cada personaje, aunque a menudo apenas delineados, contribuyen al laberinto simbólico que define esta obra maestra de la literatura universal.

La inmortalidad de lo inacabado

 El Proceso fue escrita durante un periodo turbulento de la vida del autor, entre julio de 1914 y enero de 1915; la novela fue brevemente retomada en 1916, pero quedó inconclusa, como muchas otras de sus creaciones. Sin embargo, esta característica, lejos de ser una carencia, otorga a la obra una complejidad única y enigmática. Publicada póstumamente en 1925 por la editorial berlinesa Die Schmiede, gracias a la decisión y desobediencia de Max Brod El Proceso se erige como un testimonio de las ansiedades humanas frente a la burocracia, la alienación y las estructuras opacas del poder.

En esta publicación para Plenamar, exploraremos dentro del El Proceso y también los capítulos inconclusos de la novela, elementos que no solo enriquecen su significado, sino que también ofrecen un fascinante caleidoscopio de símbolos y metáforas. Estos fragmentos iluminan las fuentes de inspiración que dieron vida a la narrativa kafkiana y revelan la capacidad de la obra para dialogar con temas universales que trascienden su tiempo, convirtiéndola en un espejo inquietante de la condición humana.

El contexto personal y político detrás de El Proceso

La génesis de El Proceso coincide con una serie de eventos que marcaron profundamente la vida de Kafka. El primero de ellos fue su traumática ruptura con Felice Bauer, formalizada en una reunión en el hotel En la corte de Askán, que Kafka describió como un “juicio público”. Este episodio no solo desnudó sus inseguridades personales, sino que también dejó una huella indeleble en su percepción del poder en las relaciones humanas, temas que resuenan en la obra.

Portada de la primera edicion de El Proceso en 1925

Por otro lado, el caso Šviha (1914), un escándalo político en el que el diputado checo Karel Šviha fue acusado de traición y colaboración con la policía austríaca, ofreció a Kafka un modelo real de burocracia y opresión judicial. Este suceso, lleno de ambigüedades y procesos judiciales oscuros, sirvió como un espejo de la atmósfera asfixiante y arbitraria que permea El Proceso.

Vale destacar que la influencia literaria de Dostoievski, especialmente el de Crimen y Castigo, es notable en la estructura psicológica de Joseph K., quien comparte con Raskólnikov una angustia existencial y un enfrentamiento con la culpa. Sin embargo, Kafka introduce un giro: mientras que Dostoievski examina la posibilidad de redención, Kafka construye un universo donde la culpa es inherente y la redención es una ilusión.

Deconstrucción: La fragmentación del significado y de una condena incomprensible

En esta obra Kafka refleja la desorientación existencial de un individuo atrapado en un sistema impenetrable. Aunque Max Brod ordenó y publicó los capítulos tras la muerte de Kafka, el autor consideraba la novela inacabada, lo que añade una capa de ambigüedad a su ya compleja narrativa. Los fragmentos preservados revelan la intención de Kafka de profundizar en temas recurrentes y expandir la trama, incorporando personajes y situaciones que amplían la dimensión simbólica del texto.

 Max Brod, en sus recuerdos, reconstruyó el orden de los capítulos basado en las lecturas que Kafka le hacía. Aunque la novela El Proceso incluye un capítulo final, esto no implica una conclusión definitiva. Según Brod, Kafka planeaba añadir etapas al proceso de Joseph K., muchas de las cuales se vislumbran en los fragmentos incompletos. Estos textos ofrecen pistas sobre personajes como el fiscal Hasterer, cuya conexión con el tribunal sugiere una intrincada red de relaciones entre los acusadores y el protagonista. Asimismo, figuras como el señor Kühne y Wolfahrt enriquecen la representación de un sistema judicial tan opaco como omnipresente.

La trama de El Proceso es tan sencilla como su contenido es enigmático. Joseph K., un empleado de banco respetado y metódico, es arrestado sin explicación alguna por un tribunal que nunca revela el delito del que se le acusa. En su intento por defenderse, recurre a las herramientas de la lógica y los procedimientos judiciales tradicionales, solo para fracasar estrepitosamente. El juicio, lejos de ser un mecanismo de justicia, se convierte en una entidad autónoma que consume su vida, afectando incluso su capacidad para trabajar. Finalmente, un año después del inicio del proceso, Joseph K. es condenado y ejecutado sin entender nunca el motivo de su castigo.

Kafka utiliza el término “proceso” con una connotación que va más allá del ámbito legal, evocando un fenómeno patológico que se expande como un hongo, invadiendo cada aspecto de la vida del acusado. La palabra, conservada sin alteración en traducciones como al idioma checo, refuerza la idea de que este juicio es más que un litigio: es una metáfora de la lucha humana contra un sistema que carece de lógica o justicia.

El tribunal, uno de los elementos más significativos de la novela, se presenta como una entidad abstracta, omnipresente y, al mismo tiempo, terriblemente banal. Sus espacios, como áticos polvorientos y laberintos burocráticos, simbolizan un poder que no reside en instituciones concretas, sino en la percepción de su omnipotencia. Los personajes que lo representan –Rabensteiner, Kullich y Kaminer– carecen de profundidad psicológica, reforzando la deshumanización del sistema judicial.

La culpa, un tema central en El Proceso, se erige como una condena inherente a la existencia. Joseph K. no solo desconoce el delito por el cual es acusado, sino que tampoco comprende la ley que lo juzga. Esta incertidumbre perpetua refleja el absurdo y la alienación que caracterizan el universo kafkiano. La lucha de K. por encontrar sentido en su juicio se convierte en una alegoría de la condición humana: una búsqueda constante y frustrante por una justicia que nunca llega.

Comparado con otras obras de Kafka, como El Castillo, El Proceso comparte la idea de un protagonista enfrentándose a una autoridad inalcanzable. Mientras que el agrimensor K. en El Castillo busca ser aceptado por la administración del castillo, Joseph K. en El Proceso no solo intenta justificar su inocencia frente a un tribunal opaco y arbitrario, sino también rechazar la ley que lo juzga. Ambas historias terminan en fracaso, aunque El Proceso lleva esta tragedia a un nivel más desolador al culminar en la ejecución del protagonista.

En última instancia, El Proceso es una exploración de la lucha humana contra lo incomprensible. Sus fragmentos incompletos no solo enriquecen la narrativa, sino que también subrayan la imposibilidad de alcanzar una verdad absoluta. Kafka crea un universo en el que la culpa, el juicio y la ley se entrelazan para formar una maquinaria implacable, dejando al lector con la tarea de interpretar un texto que, como la vida misma, carece de respuestas claras.

Extracto sobre la novela

K., ciudadano de un estado de derecho, se enfrenta a un juicio regido por una ley no declarada, inaccesible y representada por una puerta custodiada, como ilustra el capellán en “En la catedral”. Ignorar esta ley no exime de culpa ni mitiga la condena.

Defenderse es inútil

En El Proceso, el motivo de la acusación es un secreto incluso para el acusado, no admite cancelación, solo aplazamientos. Según el pintor Titorelli, los casos donde el acusado es liberado son leyendas.  O sea, la acusación es inquebrantable.

 El juicio comienza con un arresto formal que permite al acusado permanecer en libertad. Sin embargo, su entorno, desde la casera hasta su tío, lo considera una deshonra, y la noticia se propaga incontrolablemente, mientras figuras clave como el subdirector del banco parecen ajenos. K., paranoico tras su arresto, percibe señales en su entorno: empleados, ventanas indiscretas, incluso el subdirector, lo inquietan. 

 El sistema judicial es un entramado opresivo y corrupto, poblado por jueces y empleados mezquinos y corruptibles cuya bajeza no disminuye el poder aplastante del tribunal. Solo el capellán de la prisión parece ofrecer un resquicio de claridad en este aparato que opera en sótanos y áticos, procesando interminables acusados como el deteriorado Block, atrapado en un juicio de cinco años. Los procesos consumen la vida y la dignidad, dejando a los acusados social y psicológicamente marcados. 

El tribunal, aunque implacable, parece contradictorio. Mientras el capellán asegura que nada espera del acusado, otras escenas muestran órdenes, reproches y manipulaciones, como la cita en la Catedral de San Vito. Kafka, riguroso en su lógica, parece presentar estas incoherencias no como errores, sino como perspectivas divergentes de un sistema que aplasta cualquier lógica humana. 

K. niega su culpabilidad, inicialmente considerando el arresto una broma, y busca desmentir lo absurdo. Sin embargo, Lenka le advierte: “No puedes defenderte del tribunal”. Poco antes de su final, el capellán sentencia: “Así hablan los culpables”. El tribunal, absoluto en su juicio, confirma la culpa de K. 

 La culpa de K. podría interpretarse desde la condición de Kafka como judío en una Praga hostil, atrapado en tensiones nacionales y sociales que marcaron su existencia, donde la discriminación y el antisemitismo se manifestaban tanto de los germanos como de los checos. No obstante, El Proceso evita una interpretación puramente judía: ni K. ni otros acusados son explícitamente judíos. Kafka construye un sistema anónimo y universal, donde la culpa trasciende contextos específicos, reflejando una lucha existencial ineludible. 

¿Cuál es su culpa?

 El peso de la culpa de Joseph K. parece emanar de una fuente tan profunda como la propia condición humana. Franz Kafka, nacido en la burguesía germano-judía de Praga, vivió con una sensibilidad aguda hacia la alienación nacional y social que marcaba a los judíos alemanes en la Praga checa. Este sufrimiento interior, tan visceral como el de un alma pura y humilde, pero también orgullosa, resonaba en sus diarios y cartas, en particular las dirigidas a Milena Jesenská, y se manifestaba como un estigma invisible que, hagas lo que hagas, no desaparece. La novela El Castillo, una lucha interminable por pertenecer a un lugar que siempre rechaza al protagonista, puede leerse desde esta clave “judía”, aunque no exclusivamente. 

Esta experiencia vital invita a interpretar El Proceso como un eco de esta tragedia personal, y a considerar que la “culpa” de K. podría ser su judaísmo. Sin embargo, esta lectura resulta parcial, ya que el propio texto desmiente tal enfoque: K. no es judío, ni hay en la obra indicios que sugieran lo contrario. Incluso en fragmentos como “El Camino a Casa” se menciona que su madre es cristiana. Además, el judaísmo no aparece explícitamente como problemática existencial en la obra. Kafka, maestro en la anonimización, construye una alegoría que trasciende orígenes religiosos o étnicos. 

Bibliografía:

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Referencias:

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KAFKA, Franz. 1916–1923 (fragmenty). Cesta Domu. Povídka od: Franz Kafka. Z knihy: Povídky II. Popis jednoho zápasu a jiné texty z pozůstalosti. 2014, Centrum Franze Kafky, Nakladatelství Franze Kafky. ISBN: 978-80-86911-44-1


En portada: El Proceso, obra original de Ariosto Antonio D’Meza

Ariosto Antonio D’Meza es escritor en español y checo, además de cineasta. Reside en Praga.