En el continente americano han existido dos grandes polos de irradiación intelectual por motivos del propio desarrollo logrado respecto de las industrias y gestiones vinculadas a la cultura, no solo a través de la imprenta, las editoriales y las revistas de vanguardia sino por un conjunto de actividades y disciplinas conexas como el cine (gran vertebrador de identidades), el teatro (desde las grandes representaciones clásicas y avant garde hasta las célebres revistas de vedettes) el folklore, el rock, la música en general, etc.
Me refiero a México y Argentina, territorios privilegiados que recibieron no solo a grandes masas de migrantes sino, también, el arribo de un conjunto de exiliados brillantes cuya presencia contribuyó a empoderar la imagen de estos extremos del continente en torno a la vida intelectual y cultural más avanzada posible (con solo mencionar a Trotski y Gombrowicz ya se dijo suficiente, etc.).
Por eso a nadie puede sorprenderle que en ellos residan las dos mayores ferias americanas del libro, Buenos Aires y Guadalajara.
Esta última, una de las más renombradas del mundo (siendo superada, únicamente por la Feria de Frankfurt) se dio abasto para concitar un Premio que se ha constituido como uno de los más resaltantes de las últimas dos décadas, el Premio Fil en Lenguas Romances, que es otorgado por la Universidad de Guadalajara y ha tenido autores galardonados tan importantes como Nicanor Parra, Juan José Arreola, Augusto Monterroso, Rubem Fonseca, António Lobo Antunes, Yves Bonnefoy, Emmanuel Carrère, Ida Vitale y Mircea Cărtărescu.
A ellos se une, este 2023, en igualdad de condiciones y méritos, Coral Bracho, poeta de nombre marino, colorido y musical, muy fácilmente identificable con México si uno está familiarizado con el cine y la televisión (dicho clan tiene varios exponentes resaltantes partiendo de Julio, capo cineasta de la Edad de Oro mexicana) y una de las más rescatables autoras incluidas en Medusario (aunque nadie como Marosa di Giorgio).
Esta circunstancia es muy significativa porque pocas veces se ve premiados a autores de genuina calidad y no pocas veces es admisible especular mil y una malicias sobre mafias culturales y otras procacidades semejantes, pero, en este caso, hay un consenso unánime sobre lo bien dado que ha sido el premio.
Coral Bracho, notable poeta cuya obra no solo se sostiene en un muy bien ponderado dominio del lenguaje, sino que es dueña, además, de una imaginación llena de visiones enriquecedoras para toda mente aguda y toda sensibilidad profunda, enaltece no solo al catálogo del Premio FIL sino a toda la poesía en lengua española.
Lo primero que vi de ella consta en la muestra Medusario, pero ella era parte de la nómina más disruptiva y singular de aquel mejunje barroco recientista. Era sobresaliente aun entre los apéndices tentaculares de Lezama & CIA. Tal es así que amplió y potenció una corriente venida a menos desde el inicio. A todo aquello que se volvió la pauta común agregó una serie de elementos que la singularizaron, especialmente, una cimbreante, retorcida y acuosa sensualidad no exenta de un relente reflexivo muy atractivo frente a los modos esquemáticos en boga entre los considerandos neobarrocos, es decir, los elementos reactivos de un simplismo lingüístico y formal deleznable que tuvo gran influencia en medio mundo en los años de la literatura comprometida (con el socialismo) y un cierto tipo de nervio distinto (lo que es siempre algo muy importante), además de una tensión que no solo es silábica sino de contenido, cosas que solo practicaron ella y bueno, también, de modo fortísimo, Marosa di Giorgio y otros pocos.
En este punto es importante atestiguar una suerte de karma poético o, en todo caso, un cierto flujo de las tendencias escriturales puesto que la acertada crítica dada en contra del coloquialismo de mediados del Siglo XX y su direccionismo político-didáctico culminó (o, más precisamente, degeneró) en una caterva de fórmulas desprovistas no solo de sentido y trascendencia sino incluso de intuición y poesía por parte de buen número de escritores neobarrocos amparados en la ropa invisible urdida por sus propias manos victimizantes y victimarias de sí mismos, agravando así, por partida doble y desde un mismo individuo, a la figura típica del clásico cuento de Andersen. ¡El que a hierro mata, a hierro muere!
En todo caso, cierto es que la poesía de Bracho proyecta variados enreveses formales y semánticos, pero la poesía aun alcanza a mostrarse entre ellos y no se ve totalmente anulada por formalismos como bien supo hacer Góngora que cuando quería era hermético a más no poder y en ocasiones, sin perder su intrincada retórica, era muy capaz de ser lo más claro posible renunciando por tanto a agudezas estructurales.
Y aun cuando no llega ser la última vuelta de la poesía, la propuesta de Bracho, sostenida durante más de cuatro décadas, sí es una propuesta que enaltece a su generación y a la poesía en lengua española puesto que pone a la poesía que ofrece una perspectiva del mayor interés y trascendencia.
Porque no es ni una mera develación sensiblera o sentimentaloide ni un muestrario de teorías vacuas o falaces sino una atractiva colección de puertas de acceso al misterio de lo que nunca alcanza a representarse en el lenguaje y en la vida, pero que solo a través de la enunciación cabal del poema puede atisbarse como quien desde un promontorio alcanza a ver el horizonte (y a poner las manos sobre esa línea y la sombra de la nada). O el vértigo de la propia aniquilación ante el arrebato de lanzarse al precipicio como quien cree que puede llegar a volar. O ponerse uno frente a frente ante una tierra prometida en la que nunca se podrá entrar como Moisés en Canaán, pero por la que vale la pena vivir y morir e, incluso, volver a vivir.
¡Enhorabuena!
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Percy Vílchez Salvatierra. Escritor. Crítico. Abogado. Director del programa cultural de TV Libertad Bajo Palabra. Autor de Metafísica del Precipicio (2015), Doscientas imágenes críticas del Perú ante el bicentenario: la verdad oculta (2021), Metafísica (2022), y Visiones en los ojos de la esfinge.