Para Kafka, las relaciones humanas eran un campo de constante autocrítica. En sus diarios, se castigaba sin cesar por cada indiferencia, cada signo de vanidad o autosuficiencia. Soñaba con una pureza absoluta, pero no a través de la santidad monástica, sino en el encuentro humano, en la colectividad, en ese camino hacia el “Castillo”. Joseph K., sin embargo, encarna lo opuesto. A sus treinta años, es un hombre excepcionalmente talentoso que ha alcanzado una posición envidiable como intendente en un gran banco. Pero este éxito, aunque notable, lo aísla. No tiene familia, un fallo recurrente en los personajes masculinos de Kafka, que sugiere una vida incompleta, una trayectoria marcada por el extravío y la desesperanza. 

Sus relaciones son calculadas y superficiales. Solo presta atención a la señorita Bürstner cuando ella parece útil en su proceso. Con Lenka ocurre algo similar: su interés radica en la posibilidad de que pueda ayudarle, convencido de que “las mujeres tienen un gran poder”. Con Elsa, la camarera, no hay rastro de amor genuino; su vínculo carece de profundidad y significado. Joseph K., aunque decente, carece de una conexión auténtica con los demás. Antes de su arresto, tenía la costumbre de actuar de manera imprudente, sin prever las consecuencias de sus acciones, y con frecuencia se distraía en trivialidades, olvidando que incluso lo aparentemente superficial puede ser una clave para la vida auténtica. 

La soberbia de la inocencia y la resignación final

Joseph K. nunca admite la posibilidad de ser culpable. En su obstinada confianza, planea escribir una defensa detallada de su vida, convencido de que esto refutaría cualquier acusación, aunque desconoce el cargo en su contra. Esta certeza es absurda y arrogante. Sin embargo, en un instante de lucidez, comprende que el proceso nunca habría comenzado si él estuviera solo en el mundo. Este destello de claridad se apaga rápidamente bajo el peso de su propia soberbia. Solo al final, enfrentado a su ejecución, admite su culpa: siempre quiso “entrar en el mundo con veinte manos y con un propósito deshonroso”. En ese momento, renuncia incluso a reabrir el caso, aceptando el castigo por una culpa que negó y no pudo siquiera intuir. 

 Todo pertenece al tribunal

Un pasaje clave aparece en la conversación con Titorelli, quien describe a niñas corrompidas que, pese a su condición, “pertenecen al tribunal”. Esta idea, que asombra al intendente K., refleja una verdad fundamental: “Todo pertenece al tribunal”. Cada mirada, cada encuentro, cada gesto es significativo; todo es testimonio, evidencia de nuestra esencia. Incluso estas palabras, pronunciadas por un pintor sospechoso, resuenan en la lógica del tribunal, donde “todo aquel que pertenece a la ley es inalcanzable para el juicio humano”, como señala el capellán de la prisión. 

La burguesía ante la puerta de la Ley 

En una observación notable, Kafka menciona que los acusados que esperan en la sala del tribunal son, en su mayoría, miembros de las clases altas. Esto apunta a una crítica hacia la burguesía adinerada, de la cual Joseph K. forma parte. Su “culpa” no es producto de actos deliberadamente maliciosos; es un hombre decente, pero atrapado en su propio egoísmo y desconexión. No vive para los demás ni para un propósito mayor. Está solo, rodeado de conocidos que lo respetan por su estatus, pero sin amigos ni vínculos auténticos. Es una persona tibia, y como tales, su destino es inevitable: no pasarán por la puerta de la Ley, pues no hay absolución para una culpa inconsciente. 

Una atmósfera de sombra 

La construcción de El Proceso combina dos niveles: el realismo tangible del tribunal y el carácter onírico de la vida cotidiana. Mientras que las escenas del tribunal son detalladas y extensas, con párrafos que llegan a ocupar más de diez páginas, la vida diaria se describe con economía y anonimato, en lo que podría llamarse una “metodología de sombra”. Esta densa atmósfera, tan característica de Kafka, invita al lector a buscar símbolos incluso donde el autor quizá no los concibió. 

En esta maquinaria narrativa, donde la burocracia se convierte en metáfora de la existencia humana, El Proceso revela su verdadera fuerza: no como un juicio contra el judaísmo o una clase social, sino como una alegoría de la alienación universal, donde cada gesto, cada error y cada omisión se convierten en evidencia irrefutable de nuestra incompleta humanidad.

El estilo de Kafka y la construcción de la anonimización 

El estilo de Franz Kafka en El Proceso se distingue por su sobriedad y precisión. Con un lenguaje exento de adornos, su prosa elimina excesos literarios como imágenes floridas o giros poéticos, logrando una densidad expresiva que lo ha consolidado como un clásico de la prosa alemana. Kafka construye su narrativa con una objetividad serena, donde el lector se encuentra frente a un mundo cuidadosamente despojado de lo superfluo. 

La anonimización del entorno

El principio de anonimización que Kafka aplica a Joseph K. también se extiende al escenario urbano de la novela. Aunque el trasfondo es inconfundiblemente Praga, la ciudad nunca se menciona por su nombre. Lugares específicos, como la catedral de San Vito en el capítulo “En la catedral”, aparecen con una técnica de simplificación que elimina cualquier referencia explícita. Esta estrategia refuerza la universalidad del relato, situando los eventos en un espacio que es a la vez particular y simbólico. 

El apartamento de K. no tiene una ubicación definida, y el banco donde trabaja no se identifica claramente. Aunque algunos detalles, como la vista desde la ventana del banco o la escalera descubierta en su fachada, apuntan a lugares concretos de Praga, como el antiguo Banco de las Tierras Austríacas o el edificio de la aseguradora Assicurazioni Generali, Kafka nunca fija estas referencias. La ciudad se convierte en un laberinto abstracto que encapsula la opresión y el desconcierto que define la experiencia de K. 

La vida cotidiana y lo onírico

La construcción de la obra tiene algunos rasgos característicos que merecen ser destacados. La novela transcurre en dos niveles: uno de la realidad cotidiana y otro onírico, alucinante. Ambos niveles se entremezclan y fluyen de uno al otro. Lo curioso es que todo lo relacionado directamente con el “tribunal” y sus órganos se presenta con un realismo detallado y tangible, mientras que los episodios de la vida cotidiana normal se rigen por un principio de economía selectiva y un enfoque anónimo. Podría denominar este estilo como “metodología de sombra”. La atmósfera específica de la obra es tan densa que uno siente la tentación de buscar alusiones y símbolos incluso en lugares donde probablemente el autor no los consideró.

El aislamiento de Joseph K.

Kafka construye a Joseph K. como un hombre eminentemente solitario.  Además, su trabajo se describe de forma intencionadamente vaga. Aunque se menciona que K. es muy trabajador y dedica largas horas a sus labores, los detalles específicos sobre sus responsabilidades están ausentes. Kafka, plenamente informado sobre el funcionamiento de las instituciones bancarias por su experiencia familiar y profesional, omite deliberadamente estas descripciones, centrándose en el vacío que rodea a su protagonista. Este vacío subraya que, para Kafka, la vida de K. no es definida por los hechos externos, sino por su desconexión interna. 

A diferencia de otros empleados bancarios de la época, quienes cultivaban intereses culturales, Joseph K. carece de cualquier inclinación hacia las artes o la vida social. Su única conexión con el teatro, por ejemplo, surge de una visita impulsada por un familiar, no por un deseo propio. Incluso su pertenencia a una sociedad para la conservación de monumentos artísticos se describe como meramente circunstancial y comercial. Este rasgo lo aísla aún más, retratándolo como un hombre atrapado en una existencia limitada a valores mensurables y una búsqueda de seguridad predecible, carente de profundidad o conexión con lo intangible. 

Signos y Símbolos. Una Lectura Semiótica

En ambas novelas, El Proceso y El Castillo, los protagonistas son identificados únicamente como “K.”, una inicial que deriva del propio apellido de Kafka y que refleja un rasgo profundamente deliberado del autor. Este recurso, lejos de ser casual, no responde a un intento autobiográfico o confesional, pues Kafka nunca consideró estas obras como un “Ich-Roman” (novela en primera persona). Más bien, la inicial otorga a los personajes una universalidad casi simbólica, elevándolos por encima de cualquier especificidad individual. La narrativa omite detalles sobre la apariencia física de K., limitándose a breves menciones sobre su vestimenta. Esta carencia de fisonomía refuerza la anonimización del personaje, que además carece de pasado: no se nos dice nada sobre su infancia, su educación (aunque podría haber asistido a una academia de comercio) ni los pasos que lo llevaron a su prominente carrera. Entra en la historia como una figura completamente formada, despojada de anamnesis, convirtiéndose así en un arquetipo humano, un “Cualquiera”. 

En cuanto a sus circunstancias inmediatas, Kafka adopta una doble estrategia: una economía rigurosa de detalles y, al mismo tiempo, un alejamiento de una realidad laudable. Joseph K., pese a ser el intendente principal de un banco importante, vive en una pensión modesta, alquilando una sola habitación, compartiendo espacios con la oficinista señorita Bürstner y una profesora particular de idiomas. Es difícil imaginar que alguien en su posición, con ingresos elevados, no disponga de un apartamento espacioso, servicio doméstico, y un estilo de vida acorde a su estatus. En esa época, figuras de la élite bancaria solían frecuentar restaurantes exclusivos, como “U Piskáčků” en la calle Na Příkopě, en el centro de Praga y cercano a las grandes instituciones financieras y a la bolsa de valores en Nekázanka. Sin embargo, no hay indicios en la novela que sugieran una austeridad consciente por parte de K.; su estilo de vida parece más bien fruto de una construcción simbólica deliberada. 

 Joseph K. es un hombre muy trabajador, y gran parte de la narrativa se desarrolla en el banco donde trabaja, interactuando con superiores, subordinados y clientes. Sin embargo, estas interacciones son descritas de manera general, sin entrar en los pormenores de sus responsabilidades. La figura de un alto funcionario bancario de la época incluiría tareas como la supervisión de grandes empresas industriales, negociaciones con directivos, acuerdos con otros bancos, e involucramiento en eventos como balances anuales y reuniones del consejo de administración. Kafka, siendo hijo de un comerciante praguense y abogado con un profundo conocimiento de estos entornos, omite intencionadamente tales detalles. No es que desconozca estos elementos, sino que en El Proceso no los considera narrativamente relevantes. 

Esta simplificación se acentúa aún más en la vida personal de K., quien está completamente centrado en su trabajo bancario, pero desvinculado de los intereses culturales que caracterizaban a los empleados bancarios de su tiempo. Tanto los alemanes como los checos de esa profesión eran conocidos por su vida cultural activa: asistían regularmente a teatros, exposiciones y conciertos; muchos incluso participaban en actividades literarias o musicales. Sin embargo, K. carece por completo de estas inclinaciones. Una de las pocas menciones a su vida fuera del banco es una visita al teatro, motivada únicamente por la presencia de su tío, no por un interés propio. Aunque se señala que alguna vez tuvo conocimientos de historia del arte y que fue miembro de una sociedad para la conservación de monumentos artísticos urbanos (Por la Vieja Praga), su involucramiento se describe como meramente comercial. Este desinterés cultural convierte a K. en una figura excepcionalmente aislada, especialmente considerando que no es un hombre primitivo ni alguien obsesionado exclusivamente con el dinero. Kafka parece haber diseñado a K. como una figura desconectada de todo aquello que trascienda los valores mensurables, encerrado en una existencia definida por una “seguridad” predecible. 

La decisión de Kafka de aislar a K. no solo refuerza su carácter simbólico, sino que también lo desvincula del mundo tangible que lo rodea, subrayando su alienación. Este aislamiento se amplifica al representar su entorno inmediato con una precisión sobria, pero despojada de plausibilidad realista, dejando al lector frente a un protagonista atrapado en un sistema donde lo humano parece irrelevante. La figura de Joseph K., con su anonimato y desconexión, se erige como un reflejo del vacío existencial, donde la rutina y los valores materiales ahogan cualquier posibilidad de trascendencia.

Es bastante poco para un funcionario de la época en el puesto de primer intendente de un gran banco. La falta de interés cultural del intendente K. es un rasgo muy llamativo, lo que lo convierte en una figura casi excepcional, especialmente porque K. claramente no es un bárbaro ni un primitivo cuyo único objetivo en la vida sea ganar la mayor cantidad posible de dinero. Franz Kafka probablemente quiso aislarlo de todo lo que está fuera de los valores controlables aritméticamente, de la “seguridad” vital precisa y predecible.

El principio de anonimización se aplica sin fisuras en la representación del escenario urbano. No hay duda de que el escenario de El Proceso es Praga; sin una experiencia profunda, aunque completamente específica, de Praga, no habría surgido de este nativo de la ciudad el autor Franz Kafka. En este sentido, se da una señal distintiva directa en forma del capítulo “En la catedral”, donde el gran templo, aunque presentado con la técnica de simplificación, es inequívocamente identificable como la catedral de San Vito. En toda la composición, hay un esfuerzo por la anonimización de las ubicaciones específicas. Praga no se menciona explícitamente ni una sola vez.

La anonimización comienza con el apartamento del intendente K. No se nos dice en qué parte de Praga, ni en qué calle vive. El autor tampoco especifica en qué banco está empleado K. De entre los bancos praguenses, se trataría de alguno que estuviera en manos alemanas en ese momento. Podría suponerse que se refiere a la antigua Unión Bancaria de Bohemia (Böhmische Unionbank) en la calle Na Příkopě, un edificio antiguo cuyas complejas remodelaciones internas crearon un laberinto oscuro y adecuado, por ejemplo, para el capítulo “El verdugo”. Sin embargo, en un momento se menciona que desde la ventana de la oficina de K. en el banco hay vistas a una plaza animada, y varias veces se menciona una escalera descubierta frente a la fachada del banco. Ambos detalles descriptivos apuntarían más bien al edificio del antiguo Banco de las Tierras Austríacas (Österreichische Länderbank) en la Plaza de la República. Sin embargo, es aún más probable que la concepción de Kafka sobre el banco estuviera influida por el edificio de la aseguradora Assicurazioni Generali en la Plaza Wenceslao. Este edificio tiene una gran escalera descubierta en la calle y está situado frente a una plaza animada. Kafka trabajó allí como empleado durante un año antes de pasar, como asistente jurídico, a la Oficina de Seguros de Accidentes de Trabajo.

Para su primer interrogatorio, K. viaja a un suburbio pobre. La descripción detallada de su entorno probablemente refleja la zona de Žižkov, un lugar que Kafka, según testimonios de sus diarios, apreciaba por su carácter popular y no aristocrático. Sin embargo, la calle donde se encuentra la oficina del misterioso tribunal, en un ático, se llama “Juliova ulice” (Juliusstrasse). ¿Una “Juliova ulice” en Žižkov? ¿Una “Juliova ulice” en Praga?

El cliente italiano del banco visita esta ciudad por primera vez. La catedral de San Vito no se menciona directamente, al igual que tampoco se identifica expresamente la “plazoleta” detrás de ella ni las casas cercanas “con las cortinas bajadas”. La tumba de San Juan Nepomuceno está anonimizada como una “estatua de plata de un santo”. En su camino a la ejecución, K. cruza “algún puente”. Este puente es, sin duda, el Puente de Carlos.

Es el Puente de Carlos. Al pasar con sus acompañantes junto a un “islote”, se trata de Kampa. Las “calles ascendentes” no se especifican como las calles de Malá Strana que conducen al Castillo y a Strahov, aunque los autores alemanes, tanto de Praga como de otros lugares, describían con frecuencia Malá Strana. El lugar de la ejecución, una pequeña cantera en las afueras de la ciudad, es indudablemente la cantera de Strahov, situada bajo el actual estadio deportivo.

La anonimización en El Proceso: Los nombres, los personajes y el escenario

 En El Proceso, Kafka lleva un proceso de anonimización a un nivel profundo, afectando incluso los nombres de los personajes. Figuras importantes para Joseph K., como el intendente del banco y su asistente, carecen de nombres propios, lo que refuerza su carácter simbólico y abstracto. En los casos donde los personajes sí tienen apellidos, estos carecen de una conexión directa con el carácter praguense de la época. Por ejemplo, el apellido “Kullich”, que aparece en la novela, tiene un origen checo, pero está germanizado, y podría pertenecer tanto a un alemán de Bohemia como de Moravia. Curiosamente, “Kullich” significa “búho chico” o “gorro de lana” en checo, lo que añade una dimensión más a su carácter. Kafka rara vez utiliza símbolos tan evidentes, pero la inclusión de este apellido junto con “Rabensteiner” (que puede traducirse como “Piedra del Cuervo” y alude a plataformas de ejecución en la literatura alemana) parece insinuar un trasfondo ominoso para este trío que tanto irrita al intendente K. 

 En contraste, el abogado al que el tío de K. lo lleva se llama “Huld”, palabra alemana que significa “benevolencia”. Aunque este nombre también podría sugerir simbolismo, Kafka no convierte esta posible connotación en un eje central. De hecho, el único nombre que podría leerse con un cierto sabor local praguense es “Kullich”. 

Las mujeres de El Proceso. Nombres y anonimización

 En cuanto a las mujeres, los nombres de Leni (Lenka) y Elsa no actúan como marcadores nacionales. Leni podría ser una alemana nativa, pero también una checa adaptada a un entorno alemán, mientras que Elsa, una variante de Isabel o Eliška, era común tanto en el ámbito alemán como en el checo. La ausencia de apellidos en ambos casos refuerza su carácter secundario y su posición social más humilde. Esto sugiere que, más allá de la nacionalidad, su anonimización subraya las diferencias jerárquicas en relación con Joseph K. 

La desconexión cultural y lingüística 

Otra capa de anonimización en El Proceso se observa en el idioma. Todos los personajes, independientemente de su contexto social o cultural, hablan un alemán estándar impecable según afirman los germanistas. Esto contrasta con la realidad de Praga en aquella época, donde incluso los alemanes educados solían incorporar praguismos y austriacismos influenciados por el checo. Por ejemplo, la señora Grubach o Lenka (si asumimos que Leni es alemana) probablemente habrían hablado con marcadas influencias locales. Kafka, sin embargo, elige ignorar estos matices lingüísticos para mantener la atmósfera generalizada y atemporal de su narrativa. 

Incluso los sirvientes y empleados del banco, muchos de los cuales probablemente eran checos que hablaban alemán, no muestran rastros de estas peculiaridades lingüísticas. Esta decisión resalta la frialdad en las interacciones de K., quien, aunque educado y amable con ellos, carece de calidez o conexión humana significativa. Este mismo distanciamiento se refleja en sus relaciones con los funcionarios del banco, reforzando la idea de que K. es un hombre atrapado en su propia indiferencia emocional. 

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Ariosto Antonio D’Meza es escritor en español y checo, además de cineasta. Reside en Praga.