Esta selección de nueve mujeres poetas colombianas constituye una muestra de la poética más reciente de dicho país, los textos elegidos aparecen en la antología de poesía Pájaros de Sombra, publicada en España por la editorial Vaso Roto en 2019. Estas autoras ofrecen un panorama reciente del modo en que la poesía colombiana rearticula la relación existente entre cuerpo, lenguaje y territorio.
En su introducción a la Antología de la poesía colombiana contemporánea (2017) el poeta Ramón Cote Baraibar presenta un lúcido recorrido por los momentos de la relación entre nuestra lírica y su territorio. Parte de un momento inaugural para la poesía colombiana del siglo XX en el que los libros de Aurelio Arturo y de Álvaro Mutis Morada al Sur y Los elementos del desastre transforman la relación preexistente con el paisaje, antes visto como un decorado, al convertirlo en la “materia fundamental de afianzamiento de la relación del sujeto con su entorno”. A partir de entonces la poesía colombiana se vendría transformando en sus intentos de “habitar un espacio por medio de las palabras” siempre a partir de la construcción de y la expansión hacia nuevos territorios.
Partiendo de esta imagen instrumental y móvil del territorio en la poesía del país suramericano, sería posible prolongar la analogía y argumentar que corresponde a la generación de poetas de entre siglos completar el proceso de desprendimiento de las lógicas de pertenencia asociadas al espacio. Así, el más reciente ejercicio de la relación entre el sujeto poético y su territorio en Colombia consistiría justamente en deshabitarlo. Pienso en esto cuando leo el trabajo de las mujeres poetas, quienes manifiestan en su trabajo, una nueva forma de la relación entre la realidad lenguaje. Así, por ejemplo, en el poema de Beatriz Vanegas “Saga de los desterrados” se manifiesta esta forma de quiebre entre patria y territorio, el poema socava la relación previa expresada por el término y consigue repoblarlo: “No intentes habitar este añico del mundo/ porque aquí el fuego se extinguió./ Es este un lugar oscuro/ donde el fuego fatuo fundó su morada/ y crecieron ciudades con rostros de carbón” y más adelante “Ahora mi patria es tu cuerpo/ luce vano el trono/ el rey de las miserias/ ante el poder de mi dolor”. Un ejercicio similar se observa en el poema de Camila Charry Noriega titulado Patria en que un niño que recoge espigas encuentra el fusil del asesino y “vuelan por el aire sus ropas como banderas/ de una patria con cualquier nombre”. Estás lógicas de deshabitación encuentran su punto más álgido en la escritura de Lucía Estrada donde el lenguaje se ancla en el extrañamiento. Escribir es aquí sinónimo del desprenderse, nos dice Estrada: “Hay una salida, pero es necesario cavar hasta encontrarla, romperse las manos hasta hallar la cerradura. Cavar hasta volver al principio, hasta no recordar nada, hasta ser sólo hueso…”
Pero a pesar de todos los puntos de contacto lo cierto es que lo que une al trabajo de estas escritoras es la singularidad de cada una de las poéticas. Por las muchas especies activas en nuestro territorio, el pájaro constituye el símbolo de la diversidad en Colombia, de allí que éste nos sirva de símbolo para la presentación de esta selección que el lector encontrará diversa por las múltiples rutas que aquí se abren.
Yenny León
(Medellín, 1987)
Mujer de agua
A Helena Araújo Soy la mujer sentada a la orilla de todos los lagos Los restos del árbol están impresos en las yemas de mis dedos Me resbalo por la piel de la cigarra Con mi delantal abanico el alma de la hoja Cruzo mis gruesos tobillos; busco selva la luna Me repito seis veces dentro de mí misma en el umbral donde los mundos se funden Creo el huevo en la mitad de dos manos que se abrazan sin tocarse Mientras dibujo el último círculo, aparece una segunda vida maraña de brazos, piernas y bocas No tengo otro papel para escribir que la roca sobre la cual naufrago
Colibrí
El colibrí es la reacción de la naturaleza ante lo que muere en el centro del árbol su aleteo son trinos para los pájaros carpinteros que se trenzan con las hendiduras en la madera el colibrí es una sensación oculta como un parpadeo bajo el agua o una sonrisa ante la bala que te atraviesa.
Tania Ganitsky
(Bogotá, 1986)
Pájaro de fuego
Dejé entrar a un pájaro de fuego. Apagué la luz para vaciar el espacio y solo verlo a él. Voló sin quemar el silencio, un pájaro de llamas inofensivas. Si el fuego no se propaga, el agua no puede apagarlo, dijo la bruja. Desafiante, me mojé las manos y le rocié el ala que más ardía. Ahora guardo un pájaro herido que no come de mi mano en una caja de madera que no se quema.
Sobre escribo
Ahora no puedo escribo Con las manos untadas de tierra escribo Es hora de acostarme escribo Dejé la voz en otro silencio escribo Es inútil escribo Espero de rodillas la llegada de la música escribo Nunca he leído un testamento escribo A mi abuelo le agradaba ver pastar a los caballos escribo Perdió la esperanza durante la guerra escribo La recuperó en el exilio escribo Estoy lejos escribo Te quiero escribo Interrumpimos la comedia de Billy Wilder escribo Esta ciudad es de los cuervos escribo Nunca más, nunca más escribo Jamónjamónjamónjamónjamonja escribo No me siento sola escribo Hay una dirección postal en cada palabra escribo En cada persona escribo Sello el sobre con mi lengua escribo como si fuera un testamento.
Bibiana Bernal
(Calarcá, 1985)
Pájaro de piedra
Ser de piedra y creerse pájaro porque el viento propaga el polvo de las manos. Verse ave en el reflejo, aunque inmóvil sobre el asfalto, abrasado por la luz de las cinco de la tarde. Saberse nido en un recodo del día que agoniza, sin poder roer el aire. Ser de carne y creerse hoja o pluma y al final de la jornada ser quien cae. Ser uno y creerse otro y otro y otro, hasta anochecer sobre sí mismo y volver al origen, donde la arcilla no tenía rostro y las alas no pesaban tanto.
Silencio
Ni escribir sobre los pájaros ni fotografiarlos. Solo asistir a su vuelo. Abandonar la intención de eternizarlos en la palabra y la imagen. Perpetuarse en la fugacidad de su travesía por la mirada. Callar, con las manos y con los ojos. Callar, no para fingir el silencio que dejan a su paso sino para serlo.
Luz Andrea Castillo
(San Andrés, 1983)
Trazas el paisaje henchida haces la faz pero la noche la que te hace ilegible sin una extremidad sin agua en qué llorar pero la noche la que te coge las manos y te borra Era un destino abandonar la casa Recoger Una a una Intactas Las migas de pan Y no volver a hallarla
Carolina Dávila
(Bogotá, 1982)
Tres días y –en medio del estacionamiento– el cuerpo del pájaro intacto no lo transforma el desierto no la llanta ni hay huella como herida abierta En el lugar del que vengo las moscas lo toman todo fundan su imperio de malaria y dengue y la sangre llama la sangre No distinguimos vida y podredumbre por eso la risa y la canción en cada espacio que era de la rabia o el duelo Allá nunca un animal alcanzaría a consumirse desde dentro nunca el rencor como músculo calcificado como hueso que se atora Acá, el pájaro en su cama de plumas secas sin reguero de sangre sin la última seña de su pálpito
[El cuerpo, el agua]
La fluidez de la caída un verbo en constante vibración Dos cuerpos que se empeñan en juntarse en traspasar la barrera de la carne como si la sangre pidiera sangre y los huesos pidieran huesos y cada parte la comunión con su igual en el cuerpo que se abraza Pero no se abraza el líquido la palabra inasible aquello que tiene la cualidad de mezclarse Lo que al corromperse despierta
Lucia Estrada
(Medellín, 1980)
Medusas
Te mueves en un mar perplejo. Tus ojos desechan antiguas claridades en las que un árbol era un árbol, y la ardiente sal, un motivo para ir por el mundo.
Como los restos de un barco, te dejas abrazar por el oleaje. Tienes piedad de ti, y de aquello que dejaste en la orilla.
Abiertas medusas te rodean. Es verdad que todo tiende sus redes hacia ti en este instante. Quieres volver porque tienes miedo, pero ya es imposible. El secreto debe ser devorado completamente. Vuelves, sin embargo, dentro de ti, reconoces como cierto el rojo impulso que te lanzó al mar.
Respiras más allá de ti, más allá de nosotros. Haces que la carrera sea más larga. Te sigo de cerca sin saber, sintiendo cómo los días se desintegran, cómo el error va ganando altura y se arroja indiferente al vacío.
La piedra que sostuvo tus pies por un momento se hizo polvo antes de que pudieras arrepentirte. Para entonces todo estuvo de acuerdo; la luz, la línea exacta de la noche.
Nota encontrada al margen de un poema de Anna Ajmátova
No tengo su nombre, pero también los pájaros vienen a morir a mi ventana. No tengo su rostro, pero mi gesto huye en inmóvil despedida. Si en lugar de quedarme decidiera ir al encuentro de lo que resplandece para su propio regocijo, si lograra al fin saltar la cuerda, intentar los pasos que me llevarían al centro de la fiesta. Pero qué lejos el mundo visto a través de mi máscara de hueso. Con cuánta inocencia podría recuperarlo… Pero he aquí que miro siempre en otra dirección, disperso el oído, casi muda, vistiendo los trajes que no fueron hechos para mí, viejas herencias del hastío. A todos nos reunirá el polvo –dices– sin embargo, mis pies se desvanecen antes de tiempo, no alcanzan, no persiguen ninguna señal. Son el miedo a todos los lugares, a los desniveles, a la tierra firme… Escucha lo que en este grito hay para ti –dices– y no busques lo que has de ver en otros ojos.
La noche nos ha dejado completamente ciegas.
Camila Charry
(Bogotá, 1979)
Las herencias
Hemos heredado lo bello de todo lo que nos cubre con su espanto; la sombra del pino donde cantaba el día el rincón del cuarto donde murió la pasión. La luz sostiene hoy una música triste que sobre el cuerpo se cierra; luz carnívora que envenena el futuro. Heredamos, como una enfermedad, el amor por lo que huye la herida que cicatriza sobre la herida de siempre, el largo detenerse de los pasos que se alejan, los ruidos menos humanos que el pánico hace familiares como la presencia de Dios.
Patria
El niño recoge espigas de sol. Vuelve sereno y cantando por el campo. Revienta sobre su cuerpo el fusil del asesino; lo embiste la noche. Vuelan por el aire sus ropas como banderas de una patria con cualquier nombre.
Beatriz Vanegas
(Majagual, 1970)
Entre sordos
Más de mil años de reclamos y cantos gregorianos y ohssanas y góspel y melodías inefables que liberan el corazón. Más de mil años de súplicas agresivas y desesperadas han transcurrido entre la sordera de Dios y la de los hombres.
Saga de los desterrados
1 No intentes habitar este añico del mundo porque aquí el fuego se extinguió. Es este un lugar oscuro donde el fuego fatuo fundó su morada y crecieron ciudades con rostro de carbón. No intentes habitar este pedazo del mundo el fuego fatuo se aposentó en la montaña y crecieron desiertos con oasis púrpura y ríos cárdenos de peces purulentos. No intentes asomarte, Prometeo, no hay coro para tu gesta. No intentes asomarte el fuego fatuo puede ser tu perdición. 2 Ahora mi patria es tu cuerpo. Luce vano el trono del rey de las miserias ante el poder de mi dolor. La ley es ese cuervo que pugna por saciar su hambre. La ley es el lazo que amordaza mis lágrimas. País de cuervos ahítos y de lágrimas prohibidas. Ahora mi patria es tu cuerpo.
Yirama Castaño
(Socorro, 1964)
Prólogo
No tengo la intención del desafío, ni la premura por un juego de palabras. No poseo el concreto de la línea en el poema, ni la lucidez de cifras en la aurora. No merezco un nombre que autorice la búsqueda universal en primavera, ni la mentirosa voz en la puerta de mi fuego. No entiendo el coro de ángeles testigos en una caída de noches anunciadas, ni los demenciales silencios dando el sí en mi costado. No puedo construir la imagen a partir del vacío con cerrojo, ni aplaudir al inventor de la acrobacia que finge ser bandera. Para escribir y amar sólo mis manos.
Secreto de mediodía
Profeta: Silencios en la sombra regalan adioses a los duendes. Presagios con turbante vienen lento y arrastran contra si las dimensiones. ¿Te llevas el asombro? ¿Te lo llevas? ¿Y la validez de la noche sombría? El tiempo suele robarse las heridas pero yo te advertí que soy aprendiz en el olvido. Nunca te he dicho que el resplandor de los azares horada sin embargo mis mañanas y las fiestas que a veces ofrezco en tu nombre. Recuerdo, por ejemplo, que existen días en que llevo báculo, saxo y tambores cuando dirijo la orquesta con los hombros. Construyo sueños en los arrabales y bamboleo los crescendo, menguantes y altibajos que mandaste a perecer conmigo. Debo agregar, que en medio de la luz hago la venia con Charlot. Me visto de negro. Doy tres pasos y te sonrío con orgullo de pionera en estas lides. Que te parece, viven los secretos.
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Andrea Cote Botero PhD, es Profesora Asociada del departamento de Creative Writing, Universidad de Texas – El Paso.