Ninguno de los biógrafos del poeta León Felipe le da importancia a Tábara, la pequeña ciudad en la que nació el 11 de abril de 1884, ubicada a unos 40 kilómetros de Zamora, en la región de Castilla y León, España.
León Felipe, luego de su nacimiento, apenas pudo quedarse dos años allí, siendo su padre, Higinio Camino de la Rosa, notario y farmacéutico. Por su oficio como notario debía trasladarse con frecuencia. ¿Cómo vino la familia de León Felipe a dar en aquella comarca, prácticamente despoblada, con apenas unas cuantas calles, un pequeño parque y una iglesia a la orilla del camino? Poco se sabe.
En las entrevistas sobre su infancia León Felipe jamás menciona Tábara. En la biografía de Luis Rius, titulada León Felipe Poeta de Barro, revisada por el propio poeta, la comarca de Tábara no aparece mencionada. Se puede asegurar que esta biografía es la más completa y la única que fue revisada y corregida por León Felipe. En la Antología Rota, anotada por Guillermo de Torre, hay una mención de Tábara como “lugar circunstancial en su vida, a donde no ha vuelto, ya que hubo de dejarlo a los dos años, siguiendo a su padre, notario de profesión”.
El libro que más datos ofrece sobre el nacimiento de León Felipe y recoge el acta que se levantó al momento de su declaración bautismal, es Obra poética escogida, anotada por Gerardo Diego, y publicada por Espasa Calpe en 1977, a los nueve años de la muerte del poeta en México, y donde vivió desde 1945, siendo el país que asumió como segundo patria.
La villa de Tábara fue el lugar donde estaba establecida la familia de Don Higinio Camino de la Rosa, natural de Herrán de Campos, provincia de Valladolid, y su mujer Valeriana Galicia, natural de Valdenebro, provincia de Valladolid, y donde la esposa dio a luz al niño Felipe Camino Galicia, el 11 de abril de 1884. Era viernes santo, y fue declarado a los dos días, el 13 de abril, en la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, de la villa de Tábara. El cura párroco que lo bautizó fue Joaquín de la Torre.
Desde ese nacimiento hasta el 2018 han transcurrido 134 años. La calle en la que nació León Felipe sigue llevando el mismo nombre: De los Escribanos, la casa en la que nació estaba en la que hoy lleva el número 6, y que tiene tres pisos, los dos de arriba posiblemente levantados sobre la base inicial.
Al lado de la parroquia nuestra señora de la Asunción, ubicado en el lado este de la carretera, vale decir fuera del ámbito de la plaza mayor de la villa, se muestra hoy una pequeña descripción de Tábara, y en un pequeño recuadro se menciona que es el pueblo en que nació el poeta León Felipe. Y en la plaza mayor, por cierto muy pequeña, una estatua domina su embellecido parque con un hermoso jardín floral: La estatua de León Felipe.
A unos pasos de la estatua del poeta, al cruzar la calle, está la sede del ayuntamiento de Tábara. Es el segundo piso de un pequeño edificio, con una oficina en donde apenas hay una secretaria. El primer piso es ocupado por el juzgado de paz de Tábara. En el reducido balcón de la entrada hay una tarja para recuerdar que en esa villa nació el insigne poeta León Felipe el 11 de abril de 1884 y que Tábara le rinde homenaje. El recordatorio fue colocado allí el 28 de mayo de 1972.
La única persona que se encontraba en el ayuntamiento, sin siquiera mostrarse, respondió -sin datos- preguntas de los visitantes y les recomendó acudir a la oficina parroquial donde algunos días se ofrece información turística. No abren esa oficina hasta las 12 del mediodía. El bar de la esquina, el principal por las dimensiones, tampoco dispone de información para los visitantes sobre el lugar de la casa en que nació el poeta León Felipe. Saben que la estatua del parque es del poeta, y que León Felipe nació allí, pero desconocen al poeta, sus dimensiones en la literatura, en América y en España. La parroquia seguía cerrada.
Un recorrido por las pocas calles de Tábara, alrededor de las 11 de la mañana, da señales de las pocas personas que residen allí. Al borde del pueblo, caminadas unas cuantas cuadras, hay una fuente pública con agua disponible para quienes la necesiten. En las cercanías aparece el único negocio activo y abierto: Una panadería. Aprovechando las pocas personas que cruzaban la plaza, y a todas preguntando por la ubicación de la casa en que nació el poeta, una señora atina a recomendar buscar la casa por esa calle (señalando a la de los Escribanos), y aclara que hace algún tiempo a la casa donde nació León Felipe le robaron la placa que la identificaba como el lugar del nacimiento del poeta. Esa podría ser la casa. Y allí dimos con ella, la número 6, tiene tres pisos y los dos pisos de arriba están en venta.
La estatua en la plaza mayor es la obra artística de mayor dimensión de Tábara. La Iglesia visigoda parece ser el monumento más antiguo del pueblo, que a la vez es uno de los lugares de peregrinación para los que hacen El Camino de Santiago.
La colección Visor de poesía, con edición de José Paulino, publicó Poesías Completas de León Felipe, en el año 2004, con un amplio estudio de la poesía leonfelipina, y en la que se define al autor como “tardío y longevo”. En este compendio de 1360 páginas no se menciona a Tábara nunca.
En 1886 la familia Camino Galicia, por traslado de Don Higinio, pasa a vivir en Sequeros, un pequeño poblado de Salamanca, cerca de la sierra de Francia. Allí transcurre la primera niñez del poeta, y los biógrafos entienden que es allí donde despierta León Felipe a la vida adolescente, donde acude por primera vez a la escuela, hasta que cumple los nueve años. Hay poquísima información sobre Sequeros. “Paisajes, celajes, viajes con su padre a caballo, la escuela, el maestro, las estampas bíblicas e históricas, gorjeos de pájaros y música de arroyos” es lo más próximo a León Felipe de esa primera infancia que puede describir Gerardo Diego.
Luego, en 1893 su siguiente traslado a Santander, en donde tuvo serios problemas para adaptarse a la escuela. Era mal aplicado. De interno en el colegio de Los Escolapios fue expulsado y vuelve a Santander y a su casa paterna. Completa con dificultades el bachillerato, y descubre parcialmente su vocación poética. También se aficiona al teatro, en particular con Lope de Vega. Pasa ocho años en Madrid, tratando de encontrar una vocación profesional, pero ninguna carrera le parece aceptable, no acepta el control familiar, discute, se rebela. Pasa años en Madrid en juergas, sin asistir a clases de lo que más le atrajo: Farmacéutica.
El ultimátum de su padre lo pone a pensar, y en poco tiempo reasume el camino del compromiso y concluye la licenciatura. Apuesta a los estudios doctorales sólo para quedarse en Madrid en las tertulias y las fiestas.
En 1908 le sorprende la muerte de su padre y debe retornar a Santander para asumir la responsabilidad con su madre y sus hermanas. Y allí , en la calle San francisco inaugura una farmacia, “del licenciado Camino de la Rosa”.
Las deudas dejadas por el padre lo envuelven, pero no le preocupan. Se descuida con el negocio, y en 1912 desaparece el boticario, y no sabiendo cómo responder a los compromisos financieros, huye de Santander.
Se va a errar por España. Viviendo en Barcelona, trabaja en teatros, se convierte en cómico, y pese a sus muchos cambios en Madrid lo reconocen y lo denuncian ante los usureros. Lo apresaron, llevaron a Santander y lo condenaron a tres años de cárcel.
Fueron años de reflexión y de angustias, y de soledad. Sus amigos no le visitan en la cárcel, pero encuentra la compañía de los libros. Allí empieza a escribir versos. Exaltado por la lectura de Don Quijote, precisamente escribe los poemas del que sería su primer libro, que luego destruyó, sobre el Quijote.
Viajes y desengaños amorosos lo meten de lleno en la poesía, y entrega sus poemas a Juan Ramón Jiménez, tres años mayor que él, sin recibir respuesta. Se cree condenado al fracaso. cae enfermo, y su hermana Salud lo atiende. Se entera que en Amonacid de Zurita, en La Alcarria, hay una solicitud de regente de farmacia y la solicita. Obtiene el empleo y allí le invade una fiebre creadora y en poco tiempo ya tiene su primer libro publicado Versos y Oraciones de caminantes. Es en este momento de 1919 cuando asume el nombre de León Felipe.
En poco tiempo, con su primer libro, pasa del anonimato a la celebridad literaria. Sus poemas tienen un aire nuevo, una música diferente. Emilio de Madariaga y Enrique Diez-Canedo celebran sus poemas y estilo. Lee en el Ateneo de Madrid y es asumido de inmediato, hasta por el mismo Juan Ramón Jiménez que no quiso leer sus primeros poemas. Era otro poeta, cuenta Gerardo Diego.
Camilo José Cela, en su célebre Viaje a la Alcarria, edición de 1966, de Ediciones Alfaguara, al contar la historia de Pastrana, habla de Zorita, “un pueblo que vive en familia y en paz en gracia de Dios”. Dice que enfrente de Zorita, al otro lado del río, se ven los restos de la ciudad visigoda de Recópolis, y en sentido contrario, sobre la carretera que va a Albalate, se adivina Almonacid de Zorita, “el pueblo donde, hace ya más de un cuarto de siglo, estuvo de boticario el poeta León Felipe.
¡Qué lástima!
¡Qué lástima
que yo no pueda cantar a la usanza
de este tiempo lo mismo que los poetas que hoy cantan!
¡Qué lástima
que yo no pueda entonar con una voz engolada
esas brillantes romanzas
a las glorias de la patria!
¡Qué lástima
que yo no tenga una patria!
Sé que la historia es la misma, la misma siempre, que pasa
desde una tierra a otra tierra, desde una raza
a otra raza,
como pasan
esas tormentas de estío desde esta a aquella comarca.
¡Qué lástima
que yo no tenga comarca,
patria chica, tierra provinciana!
Debí nacer en la entraña
de la estepa castellana
y fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada;
pasé los días azules de mi infancia en Salamanca,
y mi juventud, una juventud sombría, en la Montaña.
Después… ya no he vuelto a echar el ancla,
y ninguna de estas tierras me levanta
ni me exalta
para poder cantar siempre en la misma tonada
al mismo río que pasa
rodando las mismas aguas,
al mismo cielo, al mismo campo y en la misma casa.
¡Qué lástima
que yo no tenga una casa!
Una casa solariega y blasonada,
una casa
en que guardara,
a más de otras cosas raras,
un sillón viejo de cuero, una mesa apolillada
(que me contaran
viejas historias domésticas como a Francis Jammes y a Ayala)
y el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla.
¡Qué lástima
que yo no tenga un abuelo que ganara
una batalla,
retratado con una mano cruzada
en el pecho, y la otra en el puño de la espada!
Y, ¡qué lástima
que yo no tenga siquiera una espada!
Porque…, ¿Qué voy a cantar si no tengo ni una patria,
ni una tierra provinciana,
ni una casa
solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla,
ni un sillón viejo de cuero, ni una mesa, ni una espada?
¡Qué voy a cantar si soy un paria
que apenas tiene una capa!
Sin embargo…
en esta tierra de España
y en un pueblo de la Alcarria
hay una casa
en la que estoy de posada
y donde tengo, prestadas,
una mesa de pino y una silla de paja.
Un libro tengo también. Y todo mi ajuar se halla
en una sala
muy amplia
y muy blanca
que está en la parte más baja
y más fresca de la casa.
Tiene una luz muy clara
esta sala
tan amplia
y tan blanca…
Una luz muy clara
que entra por una ventana
que da a una calle muy ancha.
Y a la luz de esta ventana
vengo todas las mañanas.
Aquí me siento sobre mi silla de paja
y venzo las horas largas
leyendo en mi libro y viendo cómo pasa
la gente a través de la ventana.
Cosas de poca importancia
parecen un libro y el cristal de una ventana
en un pueblo de la Alcarria,
y, sin embargo, le basta
para sentir todo el ritmo de la vida a mi alma.
Que todo el ritmo del mundo por estos cristales pasa
cuando pasan
ese pastor que va detrás de las cabras
con una enorme cayada,
esa mujer agobiada
con una carga
de leña en la espalda,
esos mendigos que vienen arrastrando sus miserias, de Pastrana,
y esa niña que va a la escuela de tan mala gana.
¡Oh, esa niña! Hace un alto en mi ventana
siempre y se queda a los cristales pegada
como si fuera una estampa.
¡Qué gracia
tiene su cara
en el cristal aplastada
con la barbilla sumida y la naricilla chata!
Yo me río mucho mirándola
y la digo que es una niña muy guapa…
Ella entonces me llama
¡tonto!, y se marcha.
¡Pobre niña! Ya no pasa
por esta calle tan ancha
caminando hacia la escuela de muy mala gana,
ni se para
en mi ventana,
ni se queda a los cristales pegada
como si fuera una estampa.
Que un día se puso mala,
muy mala,
y otro día doblaron por ella a muerto las campanas.
Y en una tarde muy clara,
por esta calle tan ancha,
al través de la ventana,
vi cómo se la llevaban
en una caja
muy blanca…
En una caja
muy blanca
que tenía un cristalito en la tapa.
Por aquel cristal se la veía la cara
lo mismo que cuando estaba
pegadita al cristal de mi ventana…
Al cristal de esta ventana
que ahora me recuerda siempre el cristalito de aquella caja
tan blanca.
Todo el ritmo de la vida pasa
por el cristal de mi ventana…
¡Y la muerte también pasa!
¡Qué lástima
que no pudiendo cantar otras hazañas,
porque no tengo una patria,
ni una tierra provinciana,
ni una casa
solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla,
ni un sillón de viejo cuero, ni una mesa, ni una espada,
y soy un paria
que apenas tiene una capa…
venga, forzado, a cantar cosas de poca importancia!
Fausto Rosario, periodista director de Acento.com.do