“Pues el Sahara por la noche se apaga totalmente y forma un territorio muerto”. Lúcido de desvariar, despierto en la arena. Mirando el mar intento inventarlo de nuevo para que nazca conmigo en otra bruma, otro recorrido sin cielo. Sin embargo, solo estas palabras se deslizan incendiadas de gris. I Nada es tan necesario como un nuevo comienzo cuando la vida alardea de fragilidad malintencionada, con olores a rosas podridas. Ríos de polvo como auras en el cielo de un azul indefinido, en un intento de acercamiento a lo que ya no recuerdo, busco, he olvidado. II Recogido a la noche, bajo el amparo de la brisa que llega con olor a sal, a luna, a fuego milenario. De un lado cociéndose, por el otro, emanando olores que invitan a incendios en la tierra tras iniciarse en el cielo. Cuerpo enamorado el polvo del Sahara, manto donde se ocultan los sentidos. ¿Dónde? ¿En tiempo de cielo de primavera? Caos en busca de forma posibilitando otro soplo. III En hora nona pasa la arena, desde la sombra, el cielo, cuando mide la noche, el día, las lluvias, las sequías. Pájaros que comprenden la emigración con sus vuelos. Océanos de arena en mágicos vuelos nocturnos. Polvo milenario, llegando en etéreos cuerpos bendecidos, donde son llevados los que duermen, los que despiertos, en sonambulismos, podrían parecerse a un vivir cualquiera que nadie recuerde. Animales mitológicos vianda al caos de la vida que se expresa en lenguaje íntimo del cuerpo. Todo es uno. saberlo no le quita nada ni le pone a lo que no se comprende. IV El polvo. Comprensión de las piedras, de los árboles; desde el agua hace pensar en el silencio de la flora y fauna. Sahara, el vacío, donde la mirada se desplaza, no es más que un lugar que no se ha llegado, río que acompaña en aparente negación de este ir y venir y quedarse.
V Sahara, Sahara de alas en alas, de luz en luz, de origen en origen y todo tiene que ver con pájaros emigrantes, ciclones, lluvias terrestres como fénix del viento que miro sentir en todo ser de tierra, agua de la que formo parte solícito. Como fuego sagrado, este otro arenal que lo siente el cuerpo astral en espíritu indeciso, inventado por la primavera de la que no se puede defenderse sino con agua. VI Arena por aire, parecida a los hombres en sus conquistas por agua, por tierra, por fuego y el nombre que tiene que ver con la época del año. Ciclo, este origen. No sé si vengo o voy, solo estoy, ahora diluyéndome. Todo Sahara es una condena a distancia de lluvias en el porvenir. Y en el aire el polvo se convierta en otro color, y ver cómo llegan, desde tan lejano juego de luces, de viento, de corriente de aire con un nombre: ¿Será el mismo cuando se ignoraba su existencia armónica? ¿Seré el mismo si vuelvo a soñar con el origen? Un barco de vuelta en este nuevo Sahara de cielo tropical, de toda cosa viva suicida: “y forma un territorio muerto”. VII Los cuerpos etéreos que lo sienten llegar se comportan como fuego a plena luz del día, de la noche. Nombrada como en cualquier parte del cosmos, igual que los encuentros, los desencuentros fantásticos. VIII Por estas islas, correteando en corrientes de aire grises ahogando primaveras, miro el cielo por las noches, con los astros en tropiezo lo astral, lo zodiaco: constelaciones detrás de la mirada. Sangrando pido la extensión, la superficie correspondida; como aire solícito en plegarias, y terminar de ahogarme en tus corrientes de aire parecida a una lluvia de peces voladores por estas islas como perro por su casa, donde ladridos descoloran el horizonte y de pronto, perecer es la norma, el desenlace. IX Lo que digo, escrito está en el cielo, en la arena trazados en alfabetos, en el viento, semejando el fin del mundo sino fuera a cada instante cielo reinando. De año en año y el día que no llegue, hasta ahí se llega y se pasa a ser polvo enamorado.
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Amable Mejía es poeta y narrador. Doctor en derecho de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Autor de El amor y la baratija, El otro cielo y Primavera sin premura, novela.