1

Temer a la brevedad de la palabra en la amante ocasional. Su brevedad da prisa en otra cosa. Cosa en este poema, un cuerpo, medio cuerpo más bien. Lo breve cae por su propio peso, igual que el globo soplado. Breve en su adiós la amante dijo adiós. Fue breve. Breve en el ayer.

2

Lo que no emite olor hay que tocarlo. Lo ya tocado continúa desconociendo el olor necesario para la ebriedad, la coartada de resbalar dentro que se hace imprescindible. Por los cambios de los olores y la duración del eco se determina (diferencia y profundidad) de cuando fue un roce, un toque.

3

Pecar de ingenuo no un pez común del lago llenado vaso a vaso. Dejar de reír, una forma de estupidez donde nadie se esfuerza por comprender: nadie es nadie, y si dijera yo, me incluyera. Dejar a solas estar a oscuras, para aprender a usar las manos sin quejarse, de que no ve bien si no llueve. Dejar de estar de espalda ante el crepúsculo, de mirarse los pies, ya quisieras no tenerlos. Volver no una palabra: dice el que ama, cuando le preguntan cómo llamar.

4

Con amar parece que encuentra el que busca. Pisando lo real no parece agua. Contemplando el bosque de helechos adheridos a las rocas parece que nadando… un universo paralelo se formaría cuando saltes al agua. Lloviendo el relámpago traspasa el agua, al cuerpo, solo con pensar, el límite.

5

El encuentro con la luz apagada edifica la espalda. Encendida, la cara mediodía, el de la luz apagada; encendida, unos minutos antes de las seis. No voy a dilucidar aquí, solo vale algo por el cuerpo y una sucia intención que llamo y no responde directamente a la cara. Sucia, sí, porque no voy a caer en la tentación de decir su nombre, con todo y la amenaza de inepto, por haber dejado caer el cuenco de barro en el charco de la sed y el ansia de reivindicarme.

6

El olor de la mujer y a lo que luego se le llamaría amar, no fue reconocido hasta no oler sus cabellos. Ebriedad de río nunca escuchado, dioses buscando como aliado el mar para no sucumbir al recuerdo, cuando al ser abrazados o abrazar a la mujer deseada, no vieron que era Medusa con máscara.

7

Una mano donde no se debe, solo es necesaria si hay otra donde se debe. Un solo ojo, más dado a caer en cuenta que dos que miran. Si nunca respondes, no te atrevas a pensar que alguien lo hará por ti. Puedes pensarlo, si quieres. Es tu ilusión. Toma de agua. Creo que será mejor que vuelvas a tener la mano donde no debes.

8

Si haces algo para ser entendido, me alegro. Eres casi lo que todos desean y que no se entiende. Puede ser una razón de ser. Que sea deseo no significa que se entienda. Ver, ya estás por echarte al desespero. Pensar ayuda a entender. Quien quiere hacerse entender, silba, luego pregunta si fue por el deseo y si sabe lo que está haciendo.

9

Todo lo que he visto ha consistido en tener que llegar, aunque ir a ninguna parte de lo ilimitado, es toda una larga vida, toda una meta con tanto mérito como no tener gracia para hacer reír. No vale nada querer ir a ninguna parte, tampoco querer estar en todas partes. Las rosas que no se han de cortar las marchitas soplándolas, hablándoles de que las artificiales son mejores porque no creen en vidas venideras ni en paraísos perdidos, en los labios inferiores de una boca que se abre para decir la palabra inevitable en un libro inevitable.

10

Oscuro, muy oscuro: el dedo. Oscuro, muy oscuro: el dedito. Oscuro, muy oscuro… ¡Hágase la luz!

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Amable Mejía nació en Santo Domingo, República Dominicana, en 1959. Es poeta, ensayista y narrador. Ha publicado en poesía Días de semana (2001), El amor y la baratija (2007), Novo Mundo-Himnos (2015) y El otro cielo (2019). También el libro de cuentos Entre familia (2004) y las novelas Primavera sin premura (2008), La isla de los hombres felices (2012), Muerte en noche de palomas (2020) y El blanco mar (2021).