Oscuridad nuestra
Esta oscuridad nuestra
es un arcángel dormido.
Sueña que hemos sido él
cuando estábamos desnudos.
Le apasiona que juguemos
con el tiempo, deliberadamente.
Un espejo le ha revelado
que envejece cuando nos mira.
Ahora se pregunta si habrá de imitarnos:
por primera vez ha dudado.
Se da cuenta que evitamos el día.
Esta noche ni ella ni yo dormiremos,
tampoco haremos el amor.
El tiempo ha caído muerto
alrededor de nuestro lecho.
“Deterioraron la eternidad”,
ha juzgado con parsimonia,
mientras desenvaina la espada.
Mujer infinita
Vuelve a mí, mujer infinita.
Úsame contra la nada
e inventa el otro cuerpo nuestro.
Incendia con tu imagen
el espacio que nos separaba.
Camina sobre mis cicatrices
hasta llegar a nosotros.
Vuelve a mí, mujer infinita.
Húndenos en el instante
que inmoviliza la eternidad.
Destruye con tus manos
el aire que no respiramos.
Resucita en el féretro del futuro,
nuestro cadáver dulcísimo.
Vuelve a mí, mujer infinita.
Busca la salida del mundo
y tapia todas sus puertas.
Despeña tu vida y salta
al fondo de la mía. Tú y yo,
quedémonos solos: vayamos
donde nadie nos espera.
Puente
Dame tus manos víctimas,
las que se hunden bajo el puente
cuando el paisaje estremece.
Dame tu boca secreta,
la que deshereda las palabras
cuando el huracán absuelve.
Dame tus cabellos nómadas,
los que toman la montaña
cuando el río retrocede.
Dame, en fin, tu talle pleno,
el que instaura el presente
cuando la luz renuncia.
Tu piel, carne de pétalo…
Tu piel, carne de pétalo,
camina a ras del aire.
Sobre las ruinas del mar,
construye la brisa.
Ni el pájaro ni el almendro
tejen su imposible red.
Como un ala libérrima,
horada el haz y el tornasol.
En su vuelo equinoccial,
descascara la grave luz
y engulle la semilla del fuego.
Si regresa a mis manos,
habrá destruido el amanecer.
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Rawell Arbaje (Santo Domingo, 1981), es poeta, abogado y diplomático. Autor de los poemarios “Cuaderno del Corazón” e “Inexorable Azar”.