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Nunca me ha obsesionado ningún género de los que escribo hasta el grado de creerme más allá de lo que las posibilidades de mi dedicación lo han permitido. He andado por los intentos, con ideas sobre espectros de pentagrama en poesía, novelas y cuentos como drama, como tanteando, que no sabe lo que se busca, pero si se consigue algo es por la voz del otro y por “sí mismo”.
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Entonces, el otro me define y me profundiza como a la vez me descalifica. Y qué bueno que así sea. La perfección para el Creador y para aquellos “Tontos Útiles”, que se refugian en querer lo perfecto sin dirimir y deslindar sus limitaciones. Desde que uno cree que lo escribe todo en el orden de las vocales, anda bien por supuesto, pero para sus sueños de Dorado en la escritura.
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El cuento es un género que preocupa, que da ínfulas de “maestro” menos que de primaria, que es importante indudablemente, porque la lucha que coge una maestra de ese nivel es inimaginable, puesto que está iniciando al niño y sustituyendo a la madre en los primeros años, en que “Mamá no está, pero estoy yo que he estudiado y me paga muy bien por atenderte en todos los departamentos de humo y grasa del cuerpecito del niño”.
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Cuando se empieza a escribir algo que quiere llamarse cuento, leyéndose todos los maestros que se encuentran a mano, uno, de tantos, de los “fracasos” del bisoño en la escritura del cuento, es que el género viene con demasiado aire de perfección a nivel de cualquier lengua y eso es fácil de decir, pero no de hacer. Y el cuento hay que escribirlo revestido de exigencias más allá que las de los Diez Mandamientos. Llenarse de todas esas reglas cuando no se tiene la “maestría” en la escritura del mundo interior como que es demasiado para un bisoño escritor. Y los que hablan y “poseen la bien lograda perfección”, una vez se profesionalizan, pierden la capacidad de asombrar y seducir al lector. Eso no significa que no logren cuentos bien hecho con toda la de la ley y como dice el manual más a mano y decenas más de juicios de los cuentistas que, si tienen buenos cuentos escritos, justificado sea sus alegatos.
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En Latinoamérica el cuento es un género solo “superado” por la poesía en cultivo. Se puede decir que nacimos cuentista y poeta, aunque es un género, el cuento, con más exigencias para su elaboración, como todos y aparentemente que la poesía y la novela, pero solo se tiene esa apreciación cuando el que lo cultiva lo hace en un huerto demasiado exigente sin manejar el abono de acuerdo al fruto.
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Cuando se escribe un cuento no se está escribiendo un tratado sobre el género per se ni mucho menos, sino una historia que busca complicidad y reconocimiento del lector revestido de ocio, aun lean el cuento a retazo.
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Si algo tiene el cuento que merezca la atención, cual sea el vínculo que tenga, sea con la “realidad”, o la “pura ficción” con apellido y todo, podría estarse hablando de que se consiguió lo que se quería, es que fue leído, y npor supuesto, bien escrito.
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Los cuentos de los grandes maestros de nuestra lengua, por su carga psicológica van a depender de la profundidad del tema y a la vez de la maestría de su composición. Las palabras o el lenguaje van a determinar el grado de “desorden” que tienen en su interior y que, a la vez definen, su calidad.
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Ese “aparato verbal”, llamado cuento, su estiramiento va a depender de que, dizque, todo esté en su lugar, pero también que todo se sienta que no está en su lugar es lo que va a definir el quedarse con él en la memoria, género que solo le gusta volver sobre aquello que no se comprendió del todo, para completarlo con una segunda lectura interna como externa del texto que posiblemente no se realice, pero que se queda como acto fallido de la memoria.
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Amable Mejía es poeta y narrador. Doctor en derecho de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Autor de El amor y la baratija, El otro cielo y Primavera sin premura, novela.