Emilia Pereyra (Azua, 1963) ya había demostrado su gran pericia en la escritura con trasfondo histórico en las novelas El grito del tambor (2012) y El faldón de la pólvora (2015), ambientadas a finales del siglo XVI y mediados del XIX, respectivamente. Con El corazón de la revuelta (Santo Domingo, Archivo General de la Nación, 2021) obtuvo merecidamente el Premio Enriquillo 2020 de Novela Histórica. Esta novela se sitúa a finales de 1795 y confirma la exhaustiva labor de documentación historiográfica sobre el periodo narrado y, al mismo tiempo, la capacidad de entrelazar la crónica con una exuberancia de ficción que constituye la columna vertebral del libro. Los acontecimientos narrados se sitúan durante la espera por la entrega de la parte oriental de la isla a Francia tras el Tratado de Basilea: se trata de la revuelta de los esclavos del ingenio de Boca de Nigua, el más grande y avanzado de la isla. Los insurgentes quemaron los cañaverales, mataron a los animales y devastaron los edificios. La sublevación fue rápidamente sofocada, los líderes rebeldes fueron condenados a muerte y los demás castigados con latigazos.
En la novela histórica contemporánea, existe una voluntad generalizada de reinterpretar la versión oficial, exponiendo así una lectura en clave a menudo ideológica. Esta no es la intención de Pereyra. Por el contrario, los dos bandos en conflicto son representados en su verdadera dimensión, con méritos y defectos, sin ir más allá de lo que razonablemente se podía hacer y pensar en ese momento. Los esclavos aparecen animados por el legítimo anhelo de libertad, en la estela de las ideas de la Revolución Francesa y las revueltas de los esclavos en Haití, pero también burdos, desorganizados e impulsivos. Y los blancos están anclados en el pasado, incapaces de entender el presente o vislumbrar el futuro. Todos razonan según su propia cultura y posibilidades, sin impulsos visionarios, atrapados por la euforia o el miedo, la decepción o el dolor.
Entre los españoles, el personaje más completo es Juan Bautista Oyarzábal, administrador del ingenio. Resulta ser un hombre superado por los hechos, atónito, convencido de ser bueno (de joven quiso ser sacerdote), sorprendido por la ingratitud de los esclavos (a los que cree tratar bien), nostálgico de las tierras vascas, deseoso de abandonar la isla. En torno a él gira la principal intriga amorosa del libro: el afecto de la atormentada esclava negra Candela y la seducción de la astuta española Lala. Pero incluso hacia las dos mujeres Juan Bautista es incapaz de pronunciarse, de experimentar plenamente un sentimiento. Con Candela no va más allá de una cama compartida con alguien que le pertenece. Con Lala sólo supera una amabilidad siempre un poco a la defensiva cuando no le queda nadie y entonces acepta la intimidad que la dama le ofrece. Ninguno de los personajes, ni los esclavos rebeldes ni los españoles de la colonia, están fuera de la percepción de su tiempo; ni siquiera pueden imaginar que el colonialismo español está llegando a su fin, pero el país de los hombres libres está todavía muy lejos. Sin embargo, de la difícil mezcla de todos estos componentes, una multitud casi anónima de vecinos, en poco más de medio siglo turbulento, nacerá la República Dominicana.
Cabe destacar la gran habilidad de la autora para describir la exuberante naturaleza de La Hispañola, espléndido telón de fondo de tan duros acontecimientos, y para entrar con precisión en los detalles concretos de la vida cotidiana: la atención a los alimentos y la cocina de las distintas clases sociales es un ejemplo. Pero sobre todo, como tal vez era de esperar en una escritora, juegan un papel fundamental las mujeres (que habitualmente, en las crónicas oficiales, parecen tener muy poco peso). En el lado africano están Ana María, la esclava proclamada reina y convertida en patética por la borrachera, pero también Matisalé, una sacerdotisa vudú, seguidora del houngan Makandal, que se esfuerza por proteger e inspirar a los rebeldes, y Candela Cundeamor, la joven esclava cocinera y criada de Juan Bautista, a través de cuya inquietud percibimos todo el sufrimiento de la época. En el lado español está Lala Camellón, dueña del mesón, que aspira a la mano de Juan Buatista y también recibe ayuda, mediante adivinación, pócimas y otras hechicerías, de la pitonisa doña Catana. El conflicto entre ambas partes es resumido simbólicamente en la disputa por los favores de Juan Bautista. Candela confía en su afecto, le pide clemencia para los esclavos cautivos y luego la libertad para ella, pero el aristócrata le niega todo. Así Candela huye y en su huida está la única semilla de esperanza: a su manera es libre, como los cimarrones de los palenques, libre incluso de un amor imposible.
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Danilo Manera es profesor de literatura española en la Universidad de Milán, traductor de varios idiomas, ensayista y crítico literario.