Hay un país en el mundo (1949), que lleva como subtítulo Poema gris en varias ocasiones, es un texto poético del parnaso de las letras dominicanas, de aproximadamente 260 versos, de una espléndida riqueza rítmica y métrica.

En 2009, en ocasión de la conmemoración de los 60 años de su publicación, se organizó un recital poético de homenaje en Casa de Teatro, con la participación de varias personalidades del ambiente intelectual, artístico y político del país. Dicha presentación la reproduje in extenso en mi libro El imperio de la intuición. Este poema refleja un complejo de culpa del sujeto lírico, que lacera su conciencia social y estética, y de ahí que hay un deseo de cambio y una sed de justicia que actúan como consigna. De ribetes didácticos, y acaso heredero de la tradición de la poesía moral, el poema asume un discurso de función social, como esencia de su poética, que incidió en la sensibilidad y el imaginario del pueblo. Es del ingenio azucarero y del campo dominicano donde se sitúan las raíces sociales de la poesía de Mir, el origen de su estro –o estímulo– y de su impronta estética y concepción del poema. De esta obra brota un canto matizado de un discreto lirismo, siempre apegado a un estricto sentido del ritmo. “A pesar de cierta leve tristeza que invade la poesía de Mir, se presiente en ella un ansia fogosa de vida, un ejemplar deseo de permanecer en contacto con el fuego y lo amoroso de la naturaleza”, afirma Antonio Fernández Spencer.

Con Hay un país en el mundo, Mir fundó una patria simbólica que no existía, y un país que tampoco existía porque vivía en la oscuridad y el ostracismo: vivía en una “cárcel de la razón”, en un laberinto de tinieblas, sin libertad y con hambre de justicia. Y ese país de la era postrujilista lo funda Mir, pues creó un país posible, soñado, pero real, inverosímil y utópico, mas “colocado en el mismo trayecto del sol”. “Todo lo demás vino después, pero primero fue el poema de Mir y sus secuelas. Poema fundacional que creó la estela y el recuerdo, que creó el sueño y la esperanza, y lo más resaltante: la abierta posibilidad de redención”.      

En su etapa temprana, Mir acusa la influencia de Rubén Darío y otros modernistas como Julio Herrera y Reissig, Leopoldo Lugones y Salvador Díaz Mirón, y acaso su sentido del ritmo provenga de la impronta rubendariana, es decir, la música secreta de sus versos. Mir heredó esa retórica modernista del aire de la época, que lo persiguió y le sobrevivió, en poemas breves y de largo aliento. Y a propósito de la extensión, cultivó, no sin maestría, el poema extenso, como se expresa en Contracanto a Walt Whitman, Hay un país en el mundo, El huracán Neruda y Amén de mariposas. Es decir, tuvo una vocación por la extensión antes que por la poesía del instante, de la brevedad, aun cuando haya también escrito poemas breves. Su voluntad de extensión –o sucesión– es quizás épica o epopéyica, abarcadora de un cosmos, tras la búsqueda de unidad o de absoluto. Cronista épico y lírico de su época y de su tiempo, Mir quiso dejar constancia y testimonio de ser un poeta con conciencia de la historia, y de ser, por demás, un cantor de la circunstancia. Así pues, fue un cronista poético de la tragedia nacional del siglo XX. En Pedro Mir estuvo la vocación del poeta latinoamericano que intenta escribir una enciclopedia, una gran canción americana, un poema cíclico, o sea, una biblia lírica del continente americano, como lo hicieron Neruda en Canto general (1950), Darío con Cantos de vida y esperanza (1905), Andrés Bello con Silva a la agricultura de la zona tórrida (1826) y José Santos Chocano, en Alma América (1908). Es así que en Mir hay esa tentativa, como en Hay un país en el mundo, donde se combinan y conjugan la geografía y la historia dominicanas, la denuncia poética y la crónica de aliento épico. Vemos pues a nuestro Poeta Nacional tratando de hacer una síntesis simbólica entre la poesía y la política. Y en otro sentido, escribir una épica del exilio o una crónica de la errancia.  En término estricto, escribió este largo poema social porque, según él, nuestro país era desconocido en el mundo, y, por tanto, tenía derecho a tener un lugar en el mundo, pues no era posible que fuera tan desconocido, aun en Cuba, América Latina, Europa y el resto del mundo. De modo, que contribuyó a la difusión del país, a través de su poema, y a despertar el interés de los turistas a venir a conocer y descubrir estas tierras. 

La obra poética que fue cimentando Mir adquirió un giro que, sumando lo social, sería la marca del exilio, con que lo metabolizó y, en cierto modo, lo sublimó, desde la experiencia intransferible de la distancia y del tiempo. De ahí que los poemas del exilio llevarán el hechizo melancólico del dolor, que era la expresión simbólica de un dolor colectivo. La metáfora de la sangre, del sudor y de las lágrimas brota como sustanciación de la experiencia del desarraigo. Su voz deviene pues voz profética de su canto, con que vaticina el porvenir, como los antiguos poetas o vates de la tradición helenística. Su discurso poético, en resumen, se alimenta de luz y pan, tierra y esperanza. 

Hay un país en el mundo es un canto y un grito. Poema de denuncia, donde, desde el punto de vista formal, se conjugan lo tradicional y lo moderno, lo clásico y lo vanguardista, ya que hay versos de arte mayor y de arte menor, un juego con el espacio, a la manera de los poetas de vanguardia, y con el ritmo, tras la búsqueda de musicalidad: crea un cuerpo textual, matizado de estribillos, aliteraciones, enumeraciones (herencia de Whitman), anáforas, letanías, etc. Es un poema que conmueve –y conmovió–, pues apela a la sensibilidad social del lector, entra en sintonía con la condición humana y provoca solidaridad. Escribió así un libro que aspira a la realización de una utopía histórica del tiempo, un canto profético de esperanza. Poema hímnico, épico, de aliento lírico, Hay un país en el mundo deviene otro himno nacional para los dominicanos durante la era de Trujillo, y un poco más. Mir trató de crear o inventar un país ideal, de colocar un país en el mundo, de situar en la cartografía real un país inverosímil, “colocado en el mismo trayecto del sol”, a la manera de un publicista cartográfico como Américo Vespucio, para dar cuenta al mundo de la existencia de un país “sencillamente triste y oprimido”, “sinceramente agreste y despoblado”.  En su mundo poético, Mir logra, con gran maestría y audacia, fundir poesía social y dominio formal, poesía comprometida y hallazgos expresivos, ideas y preciosismo: postula así un universo ordenado, poblado de palabras y silencios.  “Hay un país en el mundo, el gran poema de Pedro Mir, es historia nuestra, historia de nuestro dolor y de nuestra indefensión y porque es arte es retrato de la vida, reflejo del hombre y de la existencia del hombre, constancia de un tiempo y de una serie de sistemas encadenados urdidos contra él y a pesar de él”, dice Héctor Incháustegui Cabral. Es un poema que se lee como una conversación; es, a un tiempo, un diálogo y un monólogo. Nunca un soliloquio. Tampoco una autobiografía sino la biografía de una patria, de una tierra lejana y añorada, amada y llorada. Es un mural, una pintura lírica del sentimiento y el dibujo psicológico de un alma desterrada.     

Hay un país en el mundo es un poema del exilio, como categoría existencial y ontológica. Y aquí el exilio juega un papel determinante y vital a la hora de analizar y leer este texto, pues desde el exilio se piensa, sueña y escribe de una manera diferente a como se hace desde la tierra nativa. Hay un contrapunto en el poema entre un país fértil y hermoso, pero oprimido y triste, una realidad social dolorosa y un paisaje luminoso, frutal y fluvial, y a la vez, tórrido y pateado, agreste y despoblado. Documento y testamento, crónica y testimonio. Exteriorismo épico e interiorismo lírico. Poema donde los campesinos sin tierra son actores fundamentales a los que les canta el sujeto lírico. El texto es un canto a una tragedia nacional por la que pasaba el pueblo dominicano, y de ahí que los campesinos y los obreros azucareros son la materia prima de esta epopeya literaria. Poema de grandes alegorías y de luminosas hipérboles. El poeta delata que todas las cosas “son del ingenio” y denuncia un clima social de miseria, penuria y opresión. Además, el poeta describe las riquezas naturales y condena los saqueos, describe el drama social de los dominicanos bajo el régimen de Trujillo, y de ahí que diga que este país “no merece el nombre de país sino de tumba, féretro, hueco o sepultura”. También, el poema encarna, en otro orden de ideas, la esperanza del pueblo y la anhelada paz. 

Este poema es, pues, un testimonio y una denuncia del clima social de nuestro país en la era de Trujillo, no de modo panfletario y crudo, ni bajo el signo de un manifiesto poético, sino que el uso magistral del ritmo y la musicalidad y sensorialidad de las palabras le confieren al texto armonía y cadencia, con que se atenúa la gravedad del hecho descrito y la pesadez de la historia cantada. Y esto hace de esta obra lírica una experiencia de lectura subyugante y fluida. Mir elabora este largo poema en base a la descripción de la naturaleza dominicana, de su geografía física, en contraste con la composición y realidad socio-política del país: exuberancia del paisaje versus injusticia social, riqueza material contra pobreza social. Abundancia natural frente a indigencia humana. Poema pesimista, a ratos, y, en ocasiones, amargo, pero al final, su epílogo es esperanzador: concluye con un olvido como forma de mitigar el dolor y la culpa: “un enjambre de besos/ y el olvido”. Pero olvidar no es perdonar, sino aplazar la memoria para sobrevivir ante los avatares de la vida cotidiana y no sucumbir al pesimismo, la derrota, el tedio vitae y la abulia.

La utopía de la poesía miriana se concretizó, pues, en su voluntad de paz y esperanza, como concluye su canto en Hay un país en el mundo: “Después/ no quiero más que paz.                                            Un nido/. De constructiva paz en cada palma. / Y quizás a propósito del alma/ El enjambre de besos/ Y el olvido”.

Hay un país en el mundo se lee como un poema para la vista y la audición. Es decir, es visual y musical a la vez. El poeta pinta una realidad social y geográfica: canta y dice. Nos hace ver y oír. Crea una pintura lírica y un mural verbal, hecho de silencios, de pausas y signos, de rimas internas y ritmos acentuales. El poema suena y resuena: es icónico y sonoro. En su configuración visual, semeja un pentagrama musical. Poema intenso, extenso y variado, en sus registros expresivos. Sus versos distribuidos en diversas formas y estructuras, en el cuerpo textual. Estructurado en secuencias, alternancias, conjuntos de versos simétricos y asimétricos, continuos y discontinuos, regulares e irregulares, en una estructura polifónica y polimórfica, este texto de la lírica dominicana deviene en obra fundacional en el siglo XX. Conforma uno de los monumentos poéticos esenciales de la poesía contemporánea de la República Dominicana, cuyo rasgo social lo emparenta a Compadre Mon (1949), de Manuel del Cabral; Yelidá (1942), de Tomás Hernández Franco y Canto triste a mi patria bien amada (1940), de Héctor Incháustegui Cabral. Curiosamente, los cuatro poetas pertenecen a la generación denominada Los Independientes del 40, los cuatro poemas fueron publicados en la década del 40 y los cuatro vivieron en el extranjero: Mir exiliado; Cabral, en un autoexilio diplomático; Incháustegui y Hernández Franco, en el servicio exterior como diplomáticos. 

Todo poema cae en la narratividad, la fragmentación, el exteriorismo o el intimismo. Y en Hay un país en el mundo hay un tono narrativo, una narratividad que proviene del canto, del decir, del habla del sujeto lírico.  Relato o crónica, este texto puede leerse como la aventura poética de Pedro Mir en la que denuncia, canta, clama, argumenta, relata, grita, reclama y declama. Suena y resuena su voz y las voces de los sin voz y sin tierra:  campesinos y obreros. Coros y estribillos, invocaciones y evocaciones. El mundo que recrea el poema es un mundo de símbolos y de ecos. Mir nombra un país utópico, ese donde gobernará la paz: “No quiero más que paz”. En cierto sentido, Hay un país en el mundo, que es visto como un poema contra Trujillo y su tiranía, trasciende al régimen, pues fue escrito para definir, defender el país y darlo. Así, el poema corresponde a su visión del país, a su noción ontológica como dominicano, escrito desde la nostalgia, el extrañamiento y el desarraigo, y de ahí que adopta un cariz, además de político y social, patriótico. Es, en el fondo, un texto de alto sentimiento nacionalista, en el sentido existencial del término. Es un poema que describe a la República Dominicana, sin mencionarla, sin embargo, se constituyó en una imagen suya y de la realidad de los demás países de la región. “No aparece nunca República Dominicana en el poema más dominicano dedicado a su país”, afirma Rogelio Guedea.

Este poema adquiere valor mítico, de mito de la historia, por su retórica que simboliza la utopía del porvenir. La visión poética de Mir es la de un país inverosímil dentro de la creación de un mundo ficticio, pero que representa una realidad inventada y cósmica. La historia y la geografía se funden en un tiempo mítico, en el que lo político se mezcla con lo poético. Mir hace del país una hipérbole y una metáfora de lo real. Deviene en músico de la palabra y del silencio, por su perfección rítmica y su conciencia prosódica y, sobre todo, por su búsqueda incesante de musicalidad. Así, Hay un país en el mundo es una sinfonía poética, en la que hay un coro de voces, que cantan al unísono, y cuyos ecos repercuten en el silencio como en un teatro de máscara, o en un ritual danzante de las palabras y los versos, los fraseos y las tonalidades. Pedro Mir usa las conjunciones como polisíndeton o las elimina como asíndeton, emplea las anáforas en su sintaxis poética para estructurar su universo lírico e instaurar un reino orgiástico de la palabra. El poeta nunca pierde el sentido del ritmo, y esa es una gran proeza, una hazaña con que sostiene la unidad del poema. El uso reiterativo de los recursos anafóricos le inyecta intensidad y cadencia al poema, y movimiento a los versos, algunos de cuyos procedimientos nos recuerdan al Darío de la Marcha triunfal (1895),y a otros de sus poemas modernistas. En Mir hay una técnica de la enumeración que emplea para hilvanar temas y series, como en Whitman –que tanta rentabilidad técnica y provecho le sacó Borges, y que acaso tenga una deuda con el panteísmo. Es notoria la influencia del verso libre de Whitman en los largos poemas de Mir, en cuyas estructuras compositivas conviven la forma tradicional y el versolibrismo; consigue así una espléndida sonoridad, igualmente la disposición gráfica y los espacios en blanco.                      

El drama que canta el poema, en versos cortos y largos, en cuya estructura pueden apreciarse el soneto y el pareado, estrofas y encabalgamientos, en el que se funden el poema y la crónica, sin perder el ritmo y el lirismo. Ritmo, sonido, metro, rima: música. Poesía para los oídos y los ojos. Composición poética orquestada. Canto erguido. Esperanza y fe en el porvenir, proclama y eco redentor. Lo material y lo espiritual se conjugan y se atraen. Están el hombre y sus problemas espirituales y sociales; el hombre y su lucha, la tierra y sus propietarios; la tierra como génesis de las desigualdades sociales y como fuente de riquezas. Mir explora poéticamente la abundancia y la carencia humanas, la riqueza y la pobreza de la isla. Pese a la solemnidad o gravedad del tono poético, no decae en el poema la tensión lírica. El batey, el ingenio, el campo o la montaña sirven de teatro de denuncia; el obrero, el labrador, el lechero, el cargador, el picador, el carpintero, el albañil y el cañero son los protagonistas del drama social a quienes les canta la voz lírica, y a quienes defiende y reivindica. Y son los personajes que pueblan el poema, reivindicando su dignidad humana y trascendiendo el anonimato y la marginalidad.  Como se ve, los versos amargos y pesimistas de Mir dejan un resquicio a la esperanza, así como el dolor y las penurias dejan un hálito al optimismo. Hombre y tierra, hombre y patria, sociedad y naturaleza, país y mundo: en esa dialéctica de oposición binaria y de relaciones simbólicas descansa la poética miriana de Hay un país en el mundo. En efecto, en Mir, el hombre y la sociedad están íntima y entrañablemente vinculados, en un lazo inextricable de correspondencia recíproca. El hombre es el eje, la patria es su espejo; la sociedad, su reflejo. Y su poética –o teoría del poema– se puede estudiar y definir a partir del verso de juventud, de Poema del llanto trigueño, que reza: “Rompo el ritmo, me llora el verso, me ruje la prosa”.

Hay un país en el mundo: poema gris en varias ocasiones, se convirtió en otro himno nacional, por ser combativo y combatiente, en canto revolucionario de rebeldía y a la vez de melancolía, llevado a canción por el grupo músico-vocal Expresión Joven, de la Nueva Trova. La recepción de este poema en el contexto social dominicano ha sido desde una perspectiva sociológica, y pocas veces filosófica. Es un poema en movimientos, cinético, y de varias secuencias y momentos, que semeja un pentagrama musical, de múltiples connotaciones rítmicas. Las enumeraciones le imprimen un sentido de agilidad y variedad al poema. Y, por otro lado, la oralidad le inyecta un tono imperativo. Naturaleza y sociedad son personificadas por Mir: se vuelven motivos e impulsos vitales. La tierra y el hombre son sus representaciones metafóricas. La tierra como madre y el sol como padre de la naturaleza son, en el pensamiento poético de Mir, dos ejes seminales de su mundo verbal. El poeta profetiza, sentencia, canta la canción del pueblo, y se transfigura en su portavoz. Los ecos de las voces del poema encarnan los latidos del destierro y remiten a la orfandad del poeta (que quedó huérfano a los cuatro años, con lo que guarda similitud con la vida de Pablo Neruda, su padre poético putativo).      

Es proverbial la historia del origen de Pedro Mir como poeta social. Surge cuando Bosch, que dirigía la página literaria del Listín Diario, publica el 19 de diciembre de 1937 algunos de sus primeros poemas de juventud, de la siguiente forma: “Aquí está Pedro Mir. Empieza ahora, y ya se nota la métrica honda y atormentada en su verso; a mí, con toda sinceridad, me ha sorprendido. He pensado: ¿Será este muchacho el esperado poeta social dominicano?”. Esta pregunta sería premonitoria: se convertiría en la seña de identidad, en un impulso para el poeta, y también en un desafío. Instó a Mir a preguntarse qué era ser un poeta social. Diez años después de Bosch exiliarse, lo hace Mir, siguiendo acaso sus pasos, su huella y su destino, confluyendo ambos en Cuba (Bosch en 1937 y Mir en 1947). La raíz social de esa poesía de Mir nace y se cuece en los ingenios azucareros, y se expande al resto del país, aunque su forma tiene ecos y resonancias de la retórica modernista de Darío –su lejano maestro en el arte de la poesía–, pues el modernismo fue la gran revolución del verso, y el poeta nicaragüense se convirtió en su mentor simbólico, que le dio los “ritos de pasos”, en su destino literario.  En Mir, la condición del poeta no es la del poeta-héroe ni la del poeta-profeta, sino la del poeta como intérprete y vocero del pueblo. Del poeta como portavoz que hace y trasciende la historia, como voz de la muchedumbre. La idea romántica del poeta como héroe la transformó en su concepción del compromiso social. Como bien ha dicho Miguel Ángel García: “La lógica productiva de la poesía de Mir obedece a este desplazamiento de la mitología romántica del poeta como visionario, como profeta y portavoz del pueblo, hacia el terreno de la lucha ideológica y social, del llamado compromiso”.             

NOTAS

1. Ver Basilio Belliard. “Palabras para Pedro Mir en el sesenta aniversario de Hay un país en el mundo”, en El imperio de la intuición, colección del Banco Central de la República Dominicana, volumen 189, serie Arte y Literatura, no. 64, Santo Domingo, 2013, p. 69. (En este recital participaron César Pina Toribio, Verónica Sención, Adriano Miguel Tejada, Ángela Hernández, Juan Bolívar Díaz, Milagros Ortiz Bosch, José Mármol, Fernando Casado, Tomás Castro, Freddy Beras Goico, Franklin García Fermín, Ramón Colombo, Ruth Herrera, Andrés L. Mateo, Sonia Silvestre, Tony Raful y José Rafael Lantigua. Luego, el programa Jornada Extra de Teleantillas, de Juan Bolívar Díaz, lo trasmitió en su programa dominical de televisión, el cual puede verse en You Tube). Una versión resumida apareció en el suplemento Areíto del diario Hoy, el 25 de agosto de 2018, p. 4.   

2. A. Fernández Spencer. (Selección y estudio). Nueva poesía dominicana. Antología. Publicaciones Librería América, Santo Domingo, 1983, p.55.

3. J. R. Lantigua, en Liminar a Pedro Mir: Hay un país en el mundo. Poema gris en varias ocasiones (Edición conmemorativa del 50 aniversario). Comisión Permanente de la Feria del Libro, Santo Domingo, República Dominicana, 1999, p. 18.   

4. H. Incháustegui Cabral. “Pedro Mir”, en Escritores y artistas dominicanos, UCMM, Santiago, 1978, p.174.

5. R. Guedea. “Pedro Mir: un poema para dignificar un país”. Cuadernos del Hipogrifo. Revista Semestral de Literatura Hispanoamericana y Comparada, Roma, Italia, 25 de mayo de 2020, p. 74.

6. Citado por M.A. García en Poemas, Ediciones de la Discreta, Madrid, 1999, p. 14.

7. M. Á. García, en Estudio preliminar a Poemas de Pedro Mir, Ediciones de la Discreta, Madrid, 1999, p. 31.

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Basilio Belliard, poeta, narrador y crítico dominicano. Académico con título de Doctorado.