(sobre Breve filosofía para el amanecer de Ángela Hernández)

De Ángela Hernández sabíamos mucho. Conocíamos sus cuentos y novelas, sus ensayos, sus poemarios y sus fotografías. Todas creaciones muy amadas por los lectores dominicanos y extranjeros y premiadas con múltiples reconocimentos. 

Conocíamos su imaginativa gramática de los sentimientos, y su deseo de emancipación, incluso de los límites de la realidad, de los barrotes del canto y de las trabas del lenguaje. 

Conocíamos su plasticidad cerebral y emotiva que dan a su discurso una andadura al mismo tiempo invitante y cerrada, precisa y desenfrenada. Hasta conocíamos esa forma tan suya de alternar, compartir y convivir entre imágenes y poemas, con el mismo respiro, con la misma fascinación. Conocíamos su capacidad de revitalizar lo nimio, lo olvidado, lo aparentemente insignificante y fugaz, lo cotidiano, lo humano en el sentido más escueto y profundo de la palabra. 

Pero ignorábamos que de estos talentos diestros, agraciados y muy variados pudiera nacer un género de escritura novedoso y generoso, que tenemos ahora delante de nuestros ojos en este libro, Breve Filosofía para el Amanecer (2024).

Aforismos y poéticas, dice el subtítulo. Y no podríamos llamar de otro modo estos pensamientos cincelados, estos relámpagos afectuosos, estas perlitas en la arena de las páginas. No tienen la naturaleza borrosa y nostálgica, como de pura emoción, del haiku. Están llenos de alegría, pero no son chistes, ni se nos parecen desesperados, por eso no encajan con las greguerías. Tampoco son fragmentos, porque, aunque sean partículas de una filosofía o poética más grande, no tienen la naturaleza de esquirlas perdidas. Sentencias resulta demasiado pomposo y enfático, frente a la leve gracia de estas proposiciones. Tal vez donaires, pero más que agudeza, estas frases parecen maceradas en la meditación y el asombro. Sin embargo, la presencia esplendorosa y constante de las imágenes, que no son mera compañía, sino que enfocan, afinan y acarician las palabras, multiplicando su resonancia poética o su brillantez filosófica, genera un sugerente espacio textual híbrido y mestizo, que nos invita a llenar nuestros ojos y nuestra mente con todos los estímulos presentes en estas páginas, cuyo comienzo es:

“He percibido el punto de rocío de una estrella. Beso desde mi sueño al que no cree en milagros”. 

El “punto de rocío” es, aproximadamente, la temperatura a la que empieza a condensarse el vapor de agua en el aire, como rocío, neblina, nube o escarcha. Es una magnífica metáfora de la poesía como del pensamiento. Es cuando la saturación se traduce en formas de agua, y ya no se enfría más. 

Hay varios temas, enseñanzas o preocupaciones que recorren todo el libro. Valgan como ejemplo la amistad, el corazón y la mente abiertas, un equilibrio sin cerrazón ni fanatismos. Leemos:

“La empatía es la piedra angular de lo que somos. Congeniar es una de las palabras más afortunadas del diccionario”.

“Desdeñar la razón, absolutizar la razón: dos errores de la mente pendular. Solo perdura y produce frutos aquello que tiende al equilibrio”.

“La obsesión por una verdad única, omnímoda, propende a oscurecer con fanatismo las vías hacia el conocimiento”.

“Desdeñar las formas mágico-sensoriales de la conciencia es privarse de riqueza espiritual, de vastedad significativa”.

Por supuesto, y es muy placentero recordarlo, un argumento clave es el de la lectura, hasta su estado más fino, el de la poesía. Leemos:

“Hay gente a la que el conocimiento libresco se le traduce en plomo en el carácter. En cambio, en otras personas la pasión por los libros conlleva una mayor comprensión de todo. Con la buena lectura se tornan más curiosas, más amables y abiertas”.

“Las mejores escuelas de democracia son las bibliotecas. La mejor escuela de libertad, la naturaleza”.

“Habrá llegado el auge de la democracia cuando el número de bibliotecas sobrepase al de bancas de apuestas”.

“La poesía es una suerte de onda gravitacional de la vida profunda y palpable, antigua y contigua. Absorbe, recrea, refleja. En su inutilidad es ley la incesante abundancia”.

“La poesía es una roca de alegría extraída de un arroyo de lágrimas”.

Hay momentos en que se toca la dimensión del Enquiridión de Epicteto, un pequeño manual de camino por la vida, con frases como:

“El cuerpo es la parte consumible del alma”.

“En siete mil lenguas escucho a Dios. Lo vislumbro en el altruismo del ateo; en el arrojo del medroso; donde el arte edifica, la música revela, la ciencia descubre, el ingenio construye, la compasión acoge, la esperanza renueva”.

O la sección que se titula “Decisión” y solamente tiene un texto:

“Puedes atravesar un bosque donde cantan mil ruiseñores sin oírlos. Puedes ser el oído de los mil ruiseñores. El aire que propaga los cantos. El asesino o el protector de los ruiseñores. Puedes ser el músico mil uno”.

Y este sentido profundo de libertad en la humildad y la belleza se expresa alrededor, detrás y dentro de los aforismos con la presencia de flores de campo, sombras y siluetas, olas y hojas. El libro está lleno de vuelos y de nubes, de cielos y de aves, de montañas y de agua. Y está dedicado a unos niños, porque es fruto de la sabiduría de la edad, pero también porque proviene de haber sabido guardar dentro de sí la compleja transparencia y el alma disponible y vital de la infancia. De allí que se trate de una Breve filosofía para el amanecer, porque el amor es lo que siempre sonríe al nuevo día.

(Presentación durante la vigésima sexta Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, 11 de noviembre de 2024)

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Danilo Manera (1957) es profesor de literatura española en la Universidad de Milán, traductor de varios idiomas, ensayista, crítico literario, conferencista y asesor de editoriales.