(Extracto de la introducción al libro Domino e bambole in fondo al mare. Racconti dominicani, Salerno, Arcoiris, 2020; con 24 cuentos de José Acosta, Reynolds Andújar, Kianny Antigua, Aurora Arias, Belié Beltrán, Manuel Llibre Otero, Emilia Pereyra, Rosa Silverio, Sandra Tavárez, Pedro Antonio Valdez, Ariadna Vásquez Germán y Máximo Vega)
Las antologías nacen como una selección de lo mejor de una literatura, de una época o de una escuela. Y desde el principio, si por un lado cada una de ellas forma o propone una hipótesis de canon, por el otro todas presentan un límite infranqueable: la arbitrariedad del antologador, quien, por más que exprese claramente sus criterios, siempre dejará fuera a alguien (que se convertirá en una omisión lamentable) o bien se le acusará de haber incluido obras de valor desigual. A medida que se han hecho más populares, las antologías se han ido especializando por géneros literarios o de acuerdo al género de quien escribe, reuniendo autores por grupos de edad, representando generaciones o destacando unas características temáticas y estilísticas particulares, etc., con mil objetivos. Personalmente, considero estos florilegios, sobre todo, como floraciones, es decir, ventanas que se abren a zonas culturales poco conocidas, sin ninguna pretensión de exhaustividad y destacando precisamente el aspecto del antólogo como viajero cultural, como lector y traductor privilegiado capaz de transportar una síntesis significativa, por muy personal que sea, en el pequeño barco de papel que es cada libro.
Hoy en día la labor de difusión en Italia de la literatura dominicana se concentra principalmente en torno a la “Cátedra Marcio Veloz Maggiolo”, de estudios dominicanos, de la Universidad de Milán, Departamento de Lenguas y Literaturas Extranjeras, dirigida por un servidor. Este volumen, nacido en colaboración con Edizioni Arcoiris, de Salerno, quiere enriquecer y actualizar el panorama que ofrecen algunas de mis publicaciones anteriores, dedicándose a autores nacidos tras el fin de la dictadura de Rafael L. Trujillo (1930-1961) y activos desde finales de los años noventa y especialmente en el siglo XXI, la era de Internet.
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En República Dominicana, desde 1998, la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo es el evento anual más importante, no solo en el ámbito literario sino también como una gran fiesta de la cultura en sentido general, con un vasto programa de presentaciones, exposiciones, cursos, debates y espectáculos. Desde el año 2000, el Ministerio de Cultura ha liderado la acción gubernamental en este sector, con una amplia difusión de los círculos y talleres de escritura, así como de los premios literarios, y la labor de la Editora Nacional, que se suma a otras instituciones que dedican recursos a la publicación de libros: el Banco Central y Banreservas, la Biblioteca Nacional, el Ministerio de Educación y la propia Feria del Libro. El apoyo gubernamental centralizado al desarrollo literario tiene sus desventajas, porque puede crear opacidad, intercambio de favores entre grupitos y otras trabas, pero no se puede negar que el esfuerzo ha producido efectos saludables y la producción literaria, especialmente la ficción, ha crecido en cantidad y calidad en el último cuarto de siglo. La incidencia de las publicaciones independientes, que luchan por crear un mercado nacional del libro estable, sigue siendo insuficiente, y el impacto de la crítica literaria, limitada a los pocos periódicos que la acogen, a algunas revistas, en papel o más a menudo en línea, y a algunos círculos universitarios, sigue siendo escaso. Sin embargo, el presente de la literatura dominicana es fértil y dinámico, prometiendo importantes tesoros y atrayendo la atención internacional, al igual que otras esferas del arte dominicano (especialmente la música, la pintura y el cine).
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Entre los narradores que se dieron a conocer a partir de los años sesenta, algunos han configurado, con el tiempo, una especie de canon del cuento, un género favorito por su agilidad y facilidad de publicación: me refiero a Armando Almánzar Rodríguez (1935-2017), Marcio Veloz Maggiolo (1936), René del Risco Bermúdez (1937-1972), Diógenes Valdez (1941-2014), José Alcántara Almánzar (1946); Enriquillo Sánchez (1947-2004), Roberto Marcallé Abreu (1948); René Rodríguez Soriano (1950-2020), Pedro Peix (1952-2015), Ángela Hernández (1954), Rafael García Romero (1957), Luis R. Santos (1958), Avelino Stanley (1959), Manuel García Cartagena (1961) y Luis Martín Gómez (1962). Obviamente, el canon siempre debe ser completado y discutido, pero son estos nombres los que aparecen con más frecuencia en las antologías locales y extranjeras.
Algunos de los autores que hemos elegido son también de alguna manera “canónicos”, gozando de una estima universal, me refiero a Aurora Arias (1962), Emilia Pereyra (1963), José Acosta (1964), Manuel Llibre Otero (1966), Máximo Vega (1966) y Pedro Antonio Valdez (1968). También los escritores más recientes, Rey Andújar (1977), Rosa Silverio (1978), Ariadna Vásquez Germán (1977) y Kianny N. Antigua (1979), tienen ya una sólida reputación, de modo que sólo para Sandra Tavárez (1970) y Belié Beltrán (1989) se puede hablar de seguras promesas. Faltan algunos autores de gran importancia, en primer lugar, Rita Indiana Hernández (1977), porque los consideramos sustancialmente novelistas, y faltan los muchos cultivadores dominicanos del microrrelato, Nan Chevalier (1965) y Fari Rosario (1981) entre otros, porque nos parece una dimensión diferente del cuento.
Dos aspectos hemos querido tener muy en cuenta en nuestra elección: el creciente espacio ganado por la escritura femenina y la poderosa realidad de la literatura de la diáspora o post-nacional.
Se pueden encontrar importantes voces femeninas en todas las épocas de la literatura dominicana. En la cuentística de la segunda mitad del siglo XX, por ejemplo, Hilma Contreras (1913-2006), Aída Cartagena Portalatín (1918-1994), Ligia Minaya (1941-2018), Jeannette Miller (1944) o Emelda Ramos (1948) son fundamentales. Sin embargo, no se puede negar la gran dificultad que tienen las mujeres para presentarse en un contexto fuertemente patriarcal y machista (en particular en los períodos de Trujillo o Balaguer), en el que fueron silenciadas durante mucho tiempo. Sólo a finales del siglo pasado comenzó a producirse un cambio social que vio a una nueva y valiente generación de mujeres dominicanas unirse a las intelectuales históricas y abrirse camino en la literatura con un talento indudable. Por esta razón, nos pareció apropiada la elección salomónica de un número igual de narradores y narradoras.
La República Dominicana se ve afectada por un vasto fenómeno migratorio. Si en la isla viven más de 10 millones de habitantes, hay 2 millones en el extranjero, especialmente en los Estados Unidos (la colonia más importante es Nueva York, seguida de Nueva Jersey y Florida), Puerto Rico y toda América Latina, España y toda Europa (incluyendo más de 30.000 en Italia). Estas cifras bastarían para explicar la gran cantidad de literatura dominicana escrita en el extranjero, especialmente en los Estados Unidos, hasta el punto de que una edición de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo se dedicó a la diáspora dominicana. Seis de los autores que hemos traducido viven en el extranjero. Sin embargo, nos hemos limitado a los que escriben en español, en su variante dominicana, porque el idioma nos parece uno de los pocos criterios decisivos de la literatura. Muchos consideran como escritores dominicanos también a los que escriben en inglés, generalmente porque emigraron muy jóvenes o nacieron en el extranjero. Dos casos asombrosos son los de Julia Álvarez (1950) y Junot Díaz (1968), actualmente los escritores dominicanos más famosos del mundo, que escriben desde los Estados Unidos en inglés, aunque a menudo sobre temas intensamente dominicanos.
Hay por lo menos otros dos asuntos “geográficos” que tienen que ver con las letras dominicanas. Los mencionamos aquí sólo de pasada, pero no queremos olvidarlos ni subestimar su importancia. Existe una división dentro del país entre la capital, donde vive la mitad de la población, y las provincias, donde vive la otra mitad (con un estatus especial para la segunda ciudad dominicana: Santiago de los Caballeros). Y está el tercio occidental de la isla antes conocida como Hispaniola, donde se encuentra Haití, el país más pobre de América, con el que la República Dominicana tiene una relación históricamente compleja y del que proviene una abundante y problemática inmigración.
Como el lector verá, los escritores dominicanos de nuestro tiempo no se desentienden de los grandes temas que les conciernen, incluso los más espinosos: las horribles injusticias, las controversias políticas, el racismo, la violencia de género, el narcotráfico, la marginalidad y la locura, los abismos y trampas de las relaciones interpersonales, el cuestionamiento de la sexualidad dominante, la emigración como sueño y drama, los prejuicios tenaces, las drogas y el vacío de la soledad, la identidad colectiva e individual entre la herencia hispana, africana e indígena y la imagen creada en los demás, especialmente en los turistas. Y en contraste con el esquema realista tradicional, se apoyan en una amplia gama de soluciones estilísticas y compositivas, entre las que destacan elementos del noir o narrativa policíaca, el humor negro combinado con el realismo sucio y una enérgica vertiente metanarrativa.
Queda por decir que el título de esta antología, Dominó y muñecas en el fondo del mar, se refiere al muro y la frontera de agua que separa la isla del resto del mundo, pero también la hace navegar. Sin embargo, es en el fondo del Mar Caribe donde encontramos el dominó (el juego de mesa al que los dominicanos son muy aficionados) y las muñecas, símbolos de esa supuesta despreocupación que muchas de estas historias refutan, a pesar de la sensual musicalidad de su acento.
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Danilo Manera es profesor de literatura española en la Universidad de Milán, traductor de varios idiomas, ensayista y crítico literario.
Imagen de portada: Ricardo Toribio.