Adentro de tu máscara relampaguea la noche*, título de este libro, es un verso de Alejandra Pizarnik. Al escogerlo, se ha querido rendir homenaje a las escritoras hispanoamericanas que con su palabra y valentía fracturaron pétreas barreras durante la última centuria.
Este es un libro de relatos intensos, de una viveza extraordinaria. Cada narración es única y, a la vez, converge con las demás. Gracias al talento y perspicacia de sus forjadores, cada cuento es vibrante microcosmos que incita a ensanchar la mirada y fulmina, por un momento, las diferencias entre intelecto, imaginación y sentimientos; las distancias entre lector, personaje y escritor. Es como si de súbito las uñas de un cuervo nos rozaran la espalda y un fantasmal y dulzón perfume de rosa saturara el aire. Pesa el silencio. Pesa la memoria. Pesa ese no poner nada en riesgo para apoyar a una víctima. El recuerdo de la sordera adrede.
Elaborado a más de treinta voces por personas desconocidas entre sí, este volumen ofrece un palpitante mosaico de la violencia de género. Logra de conjunto retratar una epidemia que carcome la psiquis y, en todo el mundo, devasta a incontables mujeres en y arruina en ciernes el porvenir de una alta cifra de niñas y niños.
Con elegancia, soltura y agudeza, estas narraciones breves pintan señales que no se pueden ignorar. Muestran que la creatividad es estrategia idónea, acaso la de verdad revolucionaria, para hacer frente a un problema global que la sudafricana Rashida Manjoo, relatora de la ONU sobre la violencia contra la mujer, califica como la principal infracción de los derechos humanos en el mundo. La violencia doméstica, no merece menos atención que el terrorismo, afirma ella.
Ojalá que Adentro de tu máscara relampaguea la noche llegue a manos de hombres y mujeres de todos los países.
De mujeres que viven en carne propia el esclavizante y enmarañado ciclo de la violencia de género, sexual y doméstica (gratificación y castigo, regalo y tortura, concesión y chantaje en repetición sin fin, con mengua de autoestima, aislamiento, confusión del sentido de realidad). Muchas podrían hallar en estas historias el oportuno estímulo para tomar control de su destino.
Que llegue este libro a personas que hacen la vista gorda ante el problema por estimar que el daño es consustancial a la relación de pareja o suponer que una mujer ha de soportar humillaciones, o lo que sea, en aras de preservar una imagen social o por conveniencias económicas o por rendir culto a la sumisión femenina. En aras de abominables tradiciones o por frialdad, niegan la mano solidaria y propician el sacrificio incluso de hijas, hermanas, madres, amigas, feligresas, colegas.
Ojalá lo leyeran los odiadores, los ególatras, los narcisistas. Aquellos que abrigan compulsiones de dominación, de adueñamiento, sin preocuparse demasiado. Aquellos que siguen creyendo que la libertad de la mujer es una aberración de la época. Aquellos que, débiles para madurar, sabotean las oportunidades de felicidad. Aquellos que descargan en su pareja su inquina, sus frustraciones. Que no soportan notar alegría o remozamiento en una expareja. Aquellos para quienes el rechazo sabe a diablo. Y no lo admiten. Ni asimilan reveses. (Como si ignorasen que todo hombre o mujer sobre esta tierra, en uno o muchos momentos de su vida, ha de lidiar con despechos, sobrellevar su cuota de renuncias, su carga de desilusiones, sus espantos. Crecer con todo esto, como si fuera un amargo y necesario alimento para el carácter). Pudieran verse en el espejo de estos relatos, como en la pupila brillante y misteriosa del cuervo. Atreverse a descubrir la yerba verde crecida en los bordes del abismo. A remontar las aguas turbias. A comprender. A sanar, con todo lo implique.
Ojalá que educadores y educadoras leyeran estos relatos viscerales. Ojalá los leyeran las madres y padres. Ojalá los estudiasen los guías de distintas iglesias. Porque en cuanto a violencia de género la labor preventiva, no la punitiva, constituye la verdadera esperanza de erradicar situaciones que devienen en marasmo íntimo y público.
También sería provechoso que estas páginas fueran conocidas por los encargados de administrar justicia, legisladores, mandatarios.
Uno de los hitos del siglo XX fue, sin lugar a dudas, la visibilidad de la violencia que menoscaba la vida de las mujeres desde tiempos remotos, sin amainar de manera satisfactoria con los progresos de la humanidad. Se hicieron patentes, sobre todo en las postrimerías de la centuria, sus raíces en la inequidad de género, sus tremendas repercusiones, los prejuicios que la sustentan, su peso en la historia y en las relaciones. En ningún rincón del planeta han escapado las mujeres de esa violencia, que en algunas regiones comporta ablación, en otras radicales exclusiones y, en todas partes, acoso e intimidación en distintos grados.
Imposible seguir tipificando como asuntos privados o primitivismo cultural o conflictos ordinarios aquello que cobraba, y sigue cobrando, tantas vidas como cualquier guerra, sembrando tanta ansiedad, desesperación y pesadumbre como cualquier catástrofe.
Cuando se menciona violencia de género, se suele pensar en asesinatos (esos que no hace tanto tiempo se denominaban crímenes pasionales, con “circunstancias atenuantes”, las más de las veces). Pero esos hórridos sucesos son el extremo de punzante de un bloque de conceptos, mitos y costumbres que genera tolerancia ante el maltrato y promueve la subordinación de la mujer.
Pese a todos los avances en cuanto a leyes, tratados internacionales, planes estratégicos hacia la igualdad y el creciente desarrollo de la mujer en todos los campos, el terrorismo íntimo y doméstico perdura y en no pocos países evidencia repuntes pavorosos. Violaciones sexuales y feminicidios se han vuelto noticias regulares en la prensa local y en la internacional.
La sociedad, o los hombres en concreto, no se han preparado para alentar y respetar como algo bueno la libertad de las mujeres, sus expectativas y decisiones. La masculinidad está en crisis y causa estallidos. Los gobiernos tratan con paño tibio el virus letal de la violencia, no es prioridad en la agenda pública. Estas son algunas de las exclamaciones ante hechos de crueldad y sadismo que sumen a cualquiera en el desconcierto.
Los casos, desgraciadamente no aislados, no pocos, en que un individuo hombre mata a su pareja (expareja por lo común) y a los hijos procreados por ambos o a cualquier persona que trate de intervenir para evitar la tragedia (suegra, vecino…) y, luego, se suicida, dan cuenta de una brumosa complejidad, de un abismo del alma (o “noche oscura” en el inconsciente), de un detonante ubicuo que desgarra vínculos de los que han modelado la humanidad
No hay que olvidar que el agresor tiende a creerse propietario de la pareja y le obceca someterla; puede cambiarla por otra, pero el patrón de relación se repetirá. La mujer con disminuida autoestima será la perfecta víctima.
No hay que olvidar al alarmante número de traumatizados y huérfanos, el drama de los niños y niñas que han respirado mientras crecían el tóxico de la violencia doméstica, el miedo recurrente.
En el momento de concluir estas líneas, acude a mi memoria la pieza ganadora del XXIV Concurso de Arte Eduardo León Jimenes. La frase Te Amo dibujada con balas calibre 380 sobre tablero de fibra de densidad media y bucle de audio. Carlos de León, autor de la obra, a la edad de de once años, presenció el asesinato de su progenitora a manos de su padre. Escrutando el marco inmaculado, el fondo blanco, las pulidas balas de oro rosa y el sereno semblante del artista, pensé que muy bien merecía los laureles, más que por el exorcismo del trauma a través del arte, por conseguir representar algo tan indescifrable y tenaz como la vida misma.
Ha sido un acierto del Centro Cultural Juan Bosch y ACUDEBI, en colaboración con la Embajada de la República Dominicana ante el Reino de España y el Consulado de la República Dominicana en Valencia, convocar un certamen internacional de cuentos sobre violencia de género y no menos acertado ha sido nombrarlo Juan Bosch, quien, además de ser un maestro de la narrativa breve, reveló en sus relatos (“El cuchillo”, “Todo un hombre”, “La mujer”, “La Fragata”, “Rumbo al puerto de origen”, “La desgracia”) las hostilidades y agresiones que padecían las mujeres, incluso la más sencilla campesina, y la indiferencia de un entorno social preñado de prejuicios machistas.
Para erradicar la violencia de género y doméstica, urgen prácticas educativas cautivantes que fomenten el espíritu de cooperación y la autoestima desde la infancia temprana. Asimismo, el despliegue de estrategias y actividades que aprovechen los inagotables potenciales de la imaginación e integren a los hombres y a la comunidad. Este libro es una muestra de lo que puede ser una acción inspiradora.
*El acto de presentación de esta obra y la entrega de premio a la ganadora del concurso fue actividad de cierre del pabellón de República Dominicana en la Feria del Libro de Madrid. Ningún final pudo ser más apropiado para un evento que fue definido “verde y feminista”.
El jurado que escogió el cuento ganador, así como las demás narraciones publicadas, estuvo integrado por: Daniel Tejada, Doctora Rocío Oviedo, Dr. Alejandro Arvelo, Mateo Morrison y Ángela Hernández Núñez
Angela Hernández Núñez es escritora, cuentista, novelista y ensayista, Premio Nacional de Literatura 2016. Además es ingeniera química.