No voy a exagerar si digo que Charamicos para mí fue la crónica de un deslumbramiento anunciado. Conociendo como conozco a Ángela Hernández, sabía que lo que se traía entre manos sería perdurable y, sin dudas, algo de lo que no podremos desprendernos durante mucho tiempo los que hemos tenido ya la suerte de leer la novela
Se trata de un texto coral, de muchas voces, un texto polifónico, que tiene muchos personajes que entran y salen; que tiene además la virtud que para mí hace grande a una novela: sus personajes secundarios. Sólidos personajes secundarios, novela sólida e inolvidable: esa es mi tesis personal. Quisiera referirme a ella sobre todo desde el ángulo histórico. Yo también escribo novelas históricas, por lo tanto, soy un fanático convencido de que éstas tienen un sitial muy importante, no ganado de la nada, entre los lectores contemporáneos. Se trata quizás, junto con la biografía, de los dos géneros literarios más en boga en nuestro tiempo. Y no es casual. Las escuelas historiográficas digamos más respetadas, entre ellas la escuela de anales francesa y la escuela de la microhistoria italiana, ambas han defendido la excelencia del texto, lo literario del texto histórico, a la par de lo científico del texto histórico, o de su profundidad narrativa en el sentido académico de la palabra. Quiere decir, importa muchísimo a un historiador escribir bien. Importa muchísimo tener una dramaturgia interna en el texto histórico, para que el lector, en una época de fugacidades como esta que vivimos y de saturación de la información y de falta de jerarquías culturales, sea llevado por el camino de su propio deseo o conveniencia de llegar hasta el final y nos acompañe en la exposición de un punto de vista historiográfico.
Por esa razón, viéndolo desde otro ángulo, todo lo que se haga por unir historia y buena literatura es doblemente importante en los tiempos que corren. Tiempos en los cuales hay un agotamiento de los paradigmas literarios, de la narración como tal; hay un saqueo constante por los audiovisuales, las series, las películas, etc. de la veta creativa que debe caracterizar la literatura universal. Hay una infantilización de los enfoques, y por esa razón estamos viviendo una suerte de intemperie literaria. También –es mi modesta opinión, puede que algunos de mis colegas piensen distinto–, pero creo que hay una especie de quiebre o caída de la rotundidad que debe tener la literatura para ser inolvidable y acompañar a uno toda la vida, con un buen libro, un buen autor, un buen personaje. En ese sentido, Charamicos está excepcionalmente lograda como novela. Es un texto que literariamente es impecable. Tiene todos los elementos necesarios, empezando por el lenguaje utilizado: me asombra mucho el lenguaje popular utilizado en esta novela… Para mí es una enorme virtud en un escritor tener oídos para el lenguaje popular. Yo diría que es de las cosas con las que más agradezco encontrarme, cuando descubro una cultura, cuando descubro una literatura nacional. Y, aparte de eso, tiene la osadía, la valentía y el tino de abordar los doce años de la dictadura de Joaquín Balaguer. Se ha escrito mucho de la dictadura de Balaguer, pero yo, que no soy nacional, que no viví esa época aquí, que tengo una visión digamos libresca de ese tiempo, por primera vez lo he comprendido a profundidad leyendo la novela Charamicos, de Ángela Hernández. Porque, a fin de cuenta, la buena literatura, como la buena historiografía, tiene que darle voz a la gente sin rostro, a la gente sin historia. Tiene que darle espacio a los que de verdad hacen la historia desde la cotidianidad de su pequeña vida, en su pequeño rincón, en un momento determinado. Debe tener la audacia de abordarlo todo. Desde los soliloquios de los personajes hasta los diálogos imaginados…
Recordemos que las novelas históricas no son necesariamente libros de historia. No tienen aparato crítico, no tienen que atenerse a un rigor académico en la exposición; tampoco en lo cronológico, en lo categorial, etc. Las novelas históricas lo que hacen es entregarnos a los lectores la historia como pudo haber sido, no necesariamente como fue.
Y, en Charamicos, es tan creíble, tan armónica, tan profunda la urdimbre de personajes, los personajes que entran y salen, las situaciones a que se enfrentan, la forma en que Ángela lo narra que, a partir de hoy, si me preguntase alguien qué leer para entender esos años tan convulsos, tan abigarrados, tan contradictorios, yo recomendaría sin titubear la novela Charamicos.
En ella, por ejemplo, vemos el devenir de una izquierda, el devenir de luchadores sociales, el origen de muchas de esas personas que se esforzaron, se sacrificaron, lo dieron todo por hacer un mundo de justicia en República Dominicana; lo sucedido, una vez que fue ajusticiado el tirano Trujillo, con sus enormes contradicciones que incluyen las elecciones, el Primer Consejo de Estado, el gobierno efímero de Bosch, el Triunvirato, la Revolución de Abril y, lo que vino luego, incluyendo, por supuesto, la intervención militar norteamericana. En todo esto, y desde todos los ángulos, Ángela nos entrega personajes que nos van llevando de la mano sin un solo desvío del objetivo central. A mí, particularmente, me conmovió mucho ver las condiciones de miseria en que vivían, en el campo, los protagonistas de la novela: Trinidad, Ercira Sánchez, la Sureña, y todos los demás. La vida de estas personas, sobre todo la de Ercira Sánchez, explica por qué grandes sectores de la población se radicalizaron a favor de un ideal de justicia social. Es sórdida la vida que se vivía en la casa de Ercira, con Santo, el hermano, alienado mental; con Agramonte, guardacampestre como lo fue en su momento Trujillo, personaje inolvidable en su maldad, en su brutalidad, en sus instintos asesinos, en su abuso de los más débiles. Y este Agramonte marca de alguna forma con sus crueldades a esa joven que luego, con sus características, va a la capital a estudiar y se convierte en una de las líderes principales de la izquierda, a fuerza de bravura, de independencia, de coraje. Esa persona y esa transición del infierno a la búsqueda de la redención, para mí está sumamente lograda.
Uno de los grandes hallazgos en esta novela ha sido encontrar la parte dedicada a preservar el lenguaje político de la época, el lenguaje político que incluía conceptos tales como estrategia, táctica, alianzas, enemigo de clase, dictadura del proletariado, materialismo histórico, materialismo dialéctico… En otra parte, tenemos un yacimiento de la música que se oía en la época: Mercedes Sosa, Los Guaraguao, Joan Manuel Serrat, Patxi Andión, Silvio Rodríguez… Y, en otra parte más, lo que se leía en la época, lo que se leía en la izquierda: El Dieciocho Brumario de Napoleón Bonaparte, El Capital…. Todo esto para cualquier persona que quiera reconstruir la época es valioso, porque muchas veces los estudios historiográficos carecen de eso, de la contextualización adecuada para entender las actitudes de los personajes.
Y aquí Ángela nos entrega personajes entrañables. He mencionado a Ercira, la Sureña, a Trinidad, he mencionado a los líderes políticos… Hay un momento, después de una reunión de once horas de la izquierda en la facultad de Ingeniería, en que Ercira piensa: “Ni aunque discutan cien años se van a poner de acuerdo”. Y, mientras, un miembro de la inteligencia militar norteamericana y dominicana, que estaba escuchando la reunión, comenta para sí: “¡Qué ingenuos son, qué ingenuos…!”.
Vemos la banda paramilitar, que se llama la Gamba en la novela, a Los Intelectuales, un grupo de generales y militares que arropaba a Balaguer y que lideraron esta guerra sucia contra el pueblo dominicano. La autora juega con los nombres, con las denominaciones. Vemos la crueldad de las torturas, vemos la crueldad de los asesinatos, vemos el miedo, pero vemos también la valentía, la entrega, la confianza, la fe.
A mí me dolió mucho conocer de todo esto, lo cual explica la situación histórica, y uno se pregunta a veces, ¿cómo una izquierda pujante –que en la Universidad tenía prácticamente una república independiente; que sus miembros se llamaban entre sí compañera, compañero, compañerita; después del Hombre-brújula, Caamaño, después de Bosch, después de todas las luchas de los constitucionalistas, las luchas contra Trujillo, etc.– no pudo coronar su triunfo? Y aquí están las explicaciones en clave. Aquí se ve el refinamiento de los métodos represivos ideados, incluso fuera de la frontera del país; aquí se ve para qué se crearon universidades privadas, destinadas a quitarle liderazgo y fuerza a la UASD. Aquí se ven las becas otorgadas para ir a otros lugares, las visas; se ve también cómo algunos estudiantes se iban al campo socialista a estudiar. Aquí se ven las luchas entre prosoviéticos, prochinos, procubanos… En fin, todo eso es una enorme hoguera donde arde todo… y donde al final, lamentablemente, queda un sabor amargo ante el hecho de no haberse podido consumar la revolución justiciera que reclamaba el pueblo dominicano. Por eso es por lo que muchos no hablan de este período. Por eso es por lo que quien habla no lo dice todo, pero en la novela Ángela sí se dice todo.
Quiero quedarme de la novela con la imagen final. Hay dos momentos que históricamente me impactaron mucho: la carta de Fernando desde Moscú, con su decepción ante el socialismo real que conoció en la URSS, tan alejado de los ideales y de la visión que se tenía en el Caribe de esa epopeya de 1917. Y quiero también quedarme con la esperanza, la fuerza, con que al final de la novela, la protagonista, en medio del desaliento, de la derrota, de la muerte de los compañeros, se va a subir al pico Duarte, como una especie de reafirmación de la voluntad de lucha, de seguir, aunque sean pocos, peleando por un futuro mejor para este país.
Yo creo, en resumen, que desde el punto de vista histórico es uno de los textos más útiles en el panorama literario dominicano actual: si se impartiese este período de la historia en la universidad, recomendaría la novela para profundizar en ese tiempo. Y creo, además, que en la literatura va a quedar, en la literatura dominicana, en un lugar muy, muy alto, como se merece Ángela Hernández por su obra.
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Eliades Acosta es historiador, novelista y encargado del Departamento de Investigaciones del Archivo General de la Nación.