Welles y Kafka en Convergencia Cinematográfica

Franz Kafka y Orson Welles encarnan las caras opuestas de una misma moneda en el panorama de los genios artísticos. Kafka, un hombre discreto y ascético, pasó su vida como un anónimo empleado de una compañía de seguros. Su mayor deseo, antes de morir, fue que todos sus escritos inéditos fueran destruidos. Sin embargo, su amigo Max Brod, en un acto de desobediencia y visión, decidió publicar póstumamente la obra de Kafka, transformándolo en uno de los autores más venerados del siglo XX.

Por otro lado, Orson Welles, nacido en una familia adinerada, fue señalado como un genio desde su infancia. Aunque pudo seguir los pasos de su padre y convertirse en ingeniero, optó por el arte, un campo en el que rompió tabúes uno tras otro. Su legendaria adaptación radiofónica de La guerra de los mundos, presentada como un noticiario real, y su innovadora puesta en escena de Macbeth con un elenco completamente afroamericano en los años 30 del siglo pasado, son testimonio de su audacia creativa.

Orson Welles y Franz Kafka, aunque provenientes de contextos distintos y con trayectorias divergentes, comparten un legado de profundo impacto en la cultura y el arte, evidenciando que la genialidad puede surgir de formas impredecibles y diversas. A pesar de sus inicios prometedores en diferentes disciplinas, Welles se inclinó apasionadamente por la cinematografía. Empero, esta elección, en un medio tan comercial, resultó ser un desafío monumental para alguien con su carácter indomable.

Con tan solo veinticinco años, Orson Welles dirigió Ciudadano Kane, una obra maestra que redefinió el cine y que, al mismo tiempo, lo convirtió en el “niño desobediente de Hollywood”. La película, que en parte se inspiró en la vida del magnate de los medios William Randolph Hearst, generó una reacción airada en este último y suscitó el recelo de los productores debido a la férrea negativa de Welles a comprometer su visión artística. Esta situación marcó el inicio de su constante batalla contra los estudios cinematográficos por cada dólar necesario para financiar sus proyectos innovadores.

A pesar de los obstáculos, Welles se consolidó como una figura titánica en el mundo del cine, influyente en todas las facetas y demandando interés y respeto. En la década de 1960, los franceses vieron en él el epítome del cineasta universal: un autor seguro de sí mismo, consciente de su importancia, dispuesto a imponer su visión única a cualquier costo, tanto material como personal. Esta imagen, aunque basada en muchos mitos, refleja tanto la grandeza de Welles como la de Kafka, cuyas leyendas se tejen con anécdotas abundantes o, en el caso de Kafka, con su notoria escasez.

Resulta apropiado que Orson Welles se haya enfrentado al desafío notoriamente complicado de adaptar El Proceso de Franz Kafka en 1962. La producción, financiada con fondos europeos y estrenada en Francia, se caracterizó por las dificultades típicas de Welles, logrando apenas salir adelante. En el papel principal, Anthony Perkins, ya convertido en una celebridad tras su icónica interpretación en Psicosis de Hitchcock.

Del papel al celuloide: Kafka y Welles, maestros de la narrativa disruptiva

En el invierno de 1959-60, mientras Orson Welles interpretaba a Fulton en Austerlitz de Abel Gance, recibió una propuesta de Alexander Alkind para adaptar El proceso de Franz Kafka al cine, ofreciendo 650 millones de francos. Con su singular visión artística, Welles escribió el guion en seis semanas y filmó la película en 1962. Aunque su estreno en París se retrasó hasta después de Navidad debido a problemas de producción y la necesidad de filmar escenas adicionales con Anthony Perkins, famoso por su papel en Psicosis de Hitchcock. La mayor parte de la película se filmó en Zagreb, con localizaciones adicionales en Dubrava, Roma y la emblemática Gare d’Orsay de París. Esta estación, un ícono de la Belle Époque con su imponente arquitectura y relojes, proporcionó el telón de fondo perfecto para la narrativa kafkiana, simbolizando el ambiente opresivo y laberíntico de la obra de Kafka. Consciente de la dificultad de adaptar a Kafka, Welles utilizó la Gare d’Orsay para capturar la esencia del texto original. El laberinto de pasillos y perspectivas distorsionadas de la estación evocaba las calles enmarañadas y los sombríos edificios de Praga, ofreciendo un espacio que empequeñecía a los personajes. Esta representación reflejaba la periferia de Praga, que para Kafka era un mundo oscuro e inexplorado.

La adaptación de Welles es una interpretación libre pero fiel a la esencia kafkiana, reordenando los capítulos de manera innovadora y adaptándolos de la novela al celuloide en el siguiente orden: 1, 4, 2, 5, 6, 3, 8, 7, 9, 10. Utiliza una secuencia de apertura con dibujos animados, narrada por el propio Welles, que resume la fábula de Kafka. El director establece desde el principio el tono surrealista y onírico, introduciendo al espectador en un mundo donde la lógica se desvanece y la culpa parece inherente. La cinematografía de Welles, con su distintiva iluminación, ángulos extremos y escenografía opresiva, intensifica la sensación de pesadilla. La escena de la detención de Joseph K. es particularmente emblemática, con una atmósfera claustrofóbica y un diálogo cargado de ambigüedad y amenaza.

A medida que la narrativa avanza, Welles nos presenta una sociedad burocrática y opresiva, personificada en la monumental escena de la oficina llena de mecanógrafos. Welles alquiló 850 máquinas de escribir de la compañía Olivetti, colocadas en cientos de escritorios. El ruido de miles de teclas se amplifica junto con largos acordes musicales en la banda de sonido, de modo que Joseph K.  parece ahogarse virtualmente en la cacofonía, subrayando su insignificancia en un mundo indiferente. Las mujeres en la película, representadas como figuras seductoras, añaden una capa de erotismo y fatalismo a la historia, reflejando la complejidad de las relaciones humanas en el universo de Kafka. 

La obra de Welles culmina en una poderosa secuencia en el tribunal, donde la presencia aplastante de la ley y la justicia inalcanzable refuerzan el sentido de inevitabilidad y desesperanza que impregna el texto original. La capacidad de Welles para crear una experiencia cinematográfica que desafía las convenciones y captura la esencia de Kafka convierte a El proceso en un logro monumental tanto en la carrera de Welles como en la historia del cine.

El prototipo de la inadaptabilidad cinematográfica

La adaptación de la obra de Kafka al cine siempre ha sido un desafío formidable. El lenguaje de Kafka, simple, claro y directo, contrasta fuertemente con las escenas absurdas, fantásticas e intensamente emotivas que presenta. La lectura de Kafka se distingue por su accesibilidad y su capacidad para mantener al lector comprometido sin abrumarlo con detalles excesivos. Cada palabra está cuidadosamente seleccionada, dejando un amplio espacio para la interpretación y la proyección personal. ¿Es posible, entonces, encontrar un lenguaje audiovisual que capture simultáneamente todas estas características únicas?

La vanguardia de Welles en la adaptación de Kafka

Una aproximación minimalista en el ámbito audiovisual puede paralizar la energía y el ritmo acelerado de la narrativa de Kafka. Una estilización intensa corre el riesgo de desconectarse de la experiencia cotidiana, que es lo que hace que la lectura de Kafka resulte inquietantemente familiar. En cualquier adaptación, cada elemento mostrado limita inevitablemente la posibilidad de imaginárselo de otra manera, y esto es aún más problemático cuando se trata de Kafka.

El cineasta, por lo tanto, debe decidir qué parte de Kafka adoptar y cuál dejar de lado. Orson Welles optó por un enfoque vanguardista y expresivo, empleando casi todos los recursos técnicos a su disposición. Desde su distintiva iluminación con contrastes de luz y sombra, tomas desde ángulos bajos y altos, perspectiva falsa, hasta decorados muy destacados y actuaciones expresivas. El mundo de su adaptación de El Proceso está de alguna manera fracturado; es difícil imaginarse habitando en él, aunque los personajes no parecen notarlo. Joseph K. trabaja en una oficina que, por su tamaño, se asemeja más a un hangar de aeropuerto, sin que esto le parezca extraño, lo cual resulta desconcertante.

Ruptura de la continuidad

Esto es solo el comienzo. Welles se esfuerza por romper la ilusión de continuidad y unidad, algo que los cineastas suelen buscar con ahínco. Cuando un personaje se mueve de una habitación a otra, los espacios a menudo no se conectan ni estilística ni espacialmente. A veces, las palabras no parecen salir de la boca de los personajes. Algunos de estos problemas podrían haber surgido durante la compleja producción, pero está claro que Welles los resalta y enfatiza su presencia. Así, logra conservar parte de lo inaprensible de Kafka, manteniendo la noción de que el tiempo-espacio representado no se puede traducir directamente a la realidad. Quizás, para imitar el ritmo de la lectura de Kafka, el ritmo de la película es un poco más rápido de lo que sería cómodo. Joseph K. parece apresurarse de una escena a otra, y aunque la prisa a veces resulta incómoda, es la que mantiene el ritmo de la narrativa fílmica, como la percusión en una orquesta.

Explorando nuevas direcciones

Welles no temió retorcer el texto en direcciones que Kafka probablemente ni siquiera consideró. Muchos han notado, por ejemplo, lo torpe que se muestra Joseph K. en cada confrontación con mujeres, algo que no ocurre en la novela. 

La adaptación de El proceso por Orson Welles no solo desafía los límites del cine convencional, sino que también plantea preguntas fundamentales sobre la capacidad del lenguaje cinematográfico para capturar la complejidad de la obra de Kafka. La mezcla de elementos visuales vanguardistas con una narrativa que explora la alienación, la burocracia y la desesperanza logra una interpretación única y provocadora. A través de su experimentación formal y su audaz acercamiento temático, Welles transforma el mundo de Kafka en un espacio visualmente cautivador y emocionalmente resonante. Aunque la película puede parecer fragmentada o incluso incómoda, esta disrupción refleja la esencia del mundo kafkiano, donde la lógica es ilusoria y la existencia misma es cuestionada. Así, Welles no solo adapta un texto literario, sino que reinventa una experiencia cinematográfica que sigue siendo relevante y desafiante para las audiencias contemporáneas.

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Ariosto Antonio D´Meza es escritor en español y checo, además de cineasta. Reside en Praga.