“…y después de esa película por supuesto que sigo pensando mucho sobre la muerte. Pero después de esa película ya no es una obsesión”.
(Ingmar Bergman)
No era una tarde cualquiera, ese retazo de día lo iba a cambiar todo. Sentado en un salón de la Cinemateca Dominicana esperaba por Arturo Rodríguez quien había organizado un taller de apreciación cinematográfica sobre la obra de Ingmar Bergman (1918-2007). Para mí, Arturo era una leyenda. Su voz, junto a la de Armando Almánzar, era el pan de cada día que se nos entregaba a los cinéfilos desde su programa “A la hora señalada”. Cuando los acordes de “Misirlou”, del soundtrack de Pulp Fiction (1994), se aventuraban por las bocinas sabíamos que su habitual saludo sería tan eminente como la hora del duelo de ese Will Kane de Gary Cooper.
Ese día, que ahora se lía con un montón de recuerdos, no sólo tuve el placer de conocer a Arturo sino que también pude comenzar una relación más seria con un genio del cine. En esta misma palestra el buen amigo Jimmy Hungría abordó el legado de Arturo Rodríguez y Armando Almánzar en el cine dominicano y sobretodo en la crítica de cine. Su artículo “¿Y las críticas de Armando y Arturo?” es lectura obligada. Gracias a Arturo me enamoré del cine del cineasta sueco. Con sus preciosos apuntes y notas sobre la historia de cada proyecto los presentes pudimos dar el contexto adecuado a la obra de Bergman. El desfile de títulos incluyó su primer largometraje Crisis (1946), cintas menos conocidas como Un verano con Monika (1953) y El ojo del diablo (1960) y por supuesto sus obras más aclamadas, El Séptimo Sello (1957), Fresas Salvajes (1957), El Manantial de la Doncella (1960), Persona (1966). El paseo por la carrera del hombre de Uppsala fue exhaustivo, vimos prácticamente todo lo que hizo como director y recuerdo que terminamos con la magistral Fanny y Alexander (1982).
El Séptimo Sello y el fin de la humanidad
En estos días de incertidumbre, pánico y discursos apocalípticos se me antojó volver sobre El Séptimo Sello (1957). La historia del caballero Antonius Block (Max von Sydow) y su escudero Jöns (Gunnar Björnstrand) regresando a casa de las cruzadas para encontrarse con la desolación producto de la peste negra me resulta más que apropiada. A mediados del siglo XIV el mundo vivió su pandemia más mortífera y la población del continente europeo se vio reducida de manera drástica, algunas cifras indican más de 50 millones de muertes. La también conocida como muerte negra es digna protagonista de cualquier película de terror. Pero para Bergman la historia de la letal pandemia sirvió como medicina para exorcizar sus propios demonios. La muerte era uno de los tantos temas recurrentes en la obra del cineasta y tal vez el que más le obsesionaba.
Cuando el Cordero abrió el séptimo sello, hubo silencio en el cielo como por media hora. Y vi a los siete ángeles que están de pie delante de Dios, y se les dieron siete trompetas. (Apocalipsis 8, 1-2)
El fin de la humanidad ha sido uno de los temas con los que el cine más ha coqueteado. Extraterrestres, desastres naturales, pandemias y apocalipsis zombis, siempre han estado a la orden del día para reducir a la Tierra a puras cenizas. Pero en filme de Bergman pone a un lado la teatralidad y nos hace confrontar la inevitabilidad de la muerte desde un plano íntimo y con ello aporta una contundencia única. El gran temor de Antonius Block no es la muerte o que lo alcance la peste negra, es la incertidumbre a lo que viene en el más allá. El negro absoluto, la nada, el silencio, es lo que infunde pavor al alma de Antonius. Su clamor al creador demanda una respuesta, una señal que le llene de aliento para el viaje sin regreso. Desde la primera secuencia en esa playa cuando de rodillas le vemos hacer un intento vano para comunicarse con Dios, su cara se transfigura y podemos sentir la incredulidad circular por sus venas. El viaje a casa de nuestro caballero transita de forma paralela a otra odisea. Una que procurar encontrar respuestas por parte de Dios, de una mujer condenada por estar poseída por un demonio, de un juglar y su esposa o de la muerte misma. Se resiste a salir de este mundo sin saber lo que le espera al momento de cerrar sus ojos por vez última.
Una partida de ajedrez contra la muerte
Cuando la muerte, en el macabro rostro de Bengt Ekerot, viene por nuestro atormentado protagonista este lo desafía a una partida de ajedrez. La condición es que mientras dure el juego retrase su misión. Con el tiempo en contra y la muerte moviendo sus fichas Antonius se apresura a regresar a casa. El director de fotografía Gunnar Fischer (1910-2011), un habitual colaborador del director, capta la esencia de este drama existencial. Los primeros planos, que tanto gustaban a Bergman, son la punta de lanza para las composiciones de cada secuencia. La imagen de la muerte y el caballero jugando ajedrez a la orilla de la playa es un emblema inequívoco de cine. Las habrán más populares, más románticas, más heroicas, pero esta estampa resume uno de los períodos más importantes de la obra de Bergman.
El novelista y crítico de cine Kim Newman se refirió a este filme como una fábula medieval influenciada por el entusiasmo de Bergman por las películas de samuráis de Akira Kurosawa y con un interés por celebrar los simples placeres como indicativos de tormentos más complicados. Y ese era Bergman, en las cotidianidades encontraba la más profunda esencia de la vida. En su charlas durante sus sagradas comidas y sus personajes con monólogos devastadores o en sus paseos por lo onírico y su agudeza para mostrarlo en pantalla.
El Séptimo Sello es una obra de referencia obligada para todo cinéfilo y una pieza clave en la historia del cine. Bergman usa el cine para exorcizar sus demonios al son de la muerte que comanda la comparsa que va danzando sobre la colina al ritmo de la melodía que todos hemos de bailar.
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Hugo Pagán Soto es mercadólogo de profesión cinéfilo por pasión. Director del la Distribuidora Internacional de Películas de 2015 a 2018 y Coordinador de Relaciones Públicas de la Cinemateca Dominicana en 2015.
- Entrevista a Ingmar Bergman por Melvyn Bragg en 1978.
- “¿Y las críticas de Armando y Arturo?”, Revista Plenamar, Febrero 15, 2020.
- 1,001 películas que hay que ver antes de morir, Steven Jay Schneider, Quintessence, 2011.