Para algunos, una voz, una canción. Para otros, un cineasta de culto. Para una generación un total desconocido. Al momento de su muerte, el 5 de noviembre de 2012, Fuad Jorge Jury Olivera fue recordado en su justa dimensión. Puede que el nombre de Leonardo Favio resuene más, y con razón, pues así se conoció en el mundo del cine y la música. Primero sus películas y luego sus canciones lo convirtieron en una figura emblemática de la tierra del tango. La ausencia del padre pesó demasiado y la infancia fue tan turbulenta como se puede imaginar. Fue en el cine que por primera vez pudo levantar la cabeza y respirar aire fresco. El director Leopoldo Torre Nilsson (1924-1978) le concedió uno de sus primeros roles en el drama El secuestrador (1958). Las colaboraciones fueron frecuentes y Favio protagonizó otras tres películas bajo la dirección de Torre Nilsson.

A la vez que probaba suerte frente a las cámaras coqueteaba con la escritura y con dirigir sus propios trabajos. Con Crónica de un niño solo (1965) debutó como realizador, en el guión colaboró con su hermano Jorge Zuhair Jury y la película es un retrato de sus vivencias de infancia. Al día de hoy su opera prima sigue siendo considerada una de las mejores películas de la cinematografía argentina. En el 67 le siguió El romance del Aniceto y la Francisca que reafirmó su calidad como director y se convirtió en su obra mejor valorada a nivel crítico.

El ídolo de la canción

Para varias generaciones temas como “Fuiste mía un verano”, “Ella ya me olvidó” y “Din dong estas cosas del amor” representan más que todo el cine de Favio. Su fama internacional llegó por esas giras de finales de los 60 y su participación en el Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar. Pero el cine era lo que mejor le permitía expresar sus ideas sociales y políticas. En el canto ofrecía un menú perfecto para la esperanza y el amor, sus baladas románticas rebosaban optimismo. Su cine en cambio era más oscuro y menos alentador, su fuerte carga social lo hacía más difícil de digerir.

La fama que llegó con los escenarios era algo para lo que no estaba preparado y en el punto más alto de su popularidad se retiró de la escena musical para concentrarse de nuevo en el cine y la producción de Juan Moreira (1973). Precisamente es este filme que desde hace unos meses me ha hecho recordar en múltiples ocasiones al director argentino. La película brasileña Bacurau (2019) por algún motivo me hizo evocar esos paisajes que atrapó el lente de Juan Carlos Desanzo (La tregua, El muerto) en la ya legendaria historia del gaucho argentino de Favio. El filme brasileño fue una de las películas que más disfruté en 2019 y una de las cintas más ingeniosas de los últimos tiempos. Igual de puntiaguda y lacerante en su contenido social que la obra del argentino.

“La vida es muy hermosa para ir dando lástima. Por eso no se me verá quejarme, aunque tenga muchos dolores en las piernas. Sería jodido que me doliera el alma. Por suerte, todavía está intacta”. (Leonardo Favio)

Quiero compartir breves impresiones sobre tres de los títulos que más me han impactado de la filmografía del cineasta de Mendoza.

Crónica de un niño solo (1965)

Lo que logra Leonardo Favio se puede equiparar a lo que hicieron antes Buñuel y Truffaut, el primero con la eterna Los Olvidados (1950) y el segundo con Los 400 Golpes (1959). La influencia del sistema sociopolítico en la formación de los niños, especialmente esos niños que viven sumidos en la pobreza es el eje central. Polín (Diego Puente) es nuestros ojos en esta desgarradora historia. Sus acciones nos hacen olvidar que es solamente un niño, se hace el duro, pero su fragilidad siempre aflora y lo lleva a enfrentar una realidad que lo abruma. La problemática social no pierde vigencia y la mano del director se nota firme a la hora de expresar su discurso.

La controversia no se hizo esperar cuando el filme estrenó. La fuerte crítica a la situación política, las secuencias con niños desnudos y el descalabro en el sistema de orfanatos que dibujaba el filme fueron el motivo para que la censura prohibiera su exhibición y así permaneció por unos 30 años. En 1996 la película resurgiría gracias al formato VHS.

Juan Moreira (1973)

Un poema hecho de celuloide, eso es Juan Moreira. Una leyenda, un mito, parte de la historia y del folclore argentino fue el gaucho Juan Moreira. La novela de Eduardo Gutiérrez sirve de base para que Leonardo Favio y su hermano Jorge Zuhair Jury escribieran el guion. En su estructura narrativa el filme se desarrolla como si de un poema se tratara. No sólo los diálogos punzantes y llenos de una poderosa crítica social, sino también las impresionantes imágenes que sirven de lienzo para que Juan Moreira nos arrastre a su tempestuosa aventura. Es ahí donde radica la grandeza de esta obra de Favio, su historia tiene la magia de revivir una figura legendaria, cuando vemos a ese Rodolfo Bebán interpretando al famoso gaucho, sentimos la fuerza que le imprime a su actuación. Mucho le demanda la película al protagonista y en cada secuencia Bebán ofrece lo mejor.

“¿Habrá forma de pedir disculpas? Por la tristeza, por no haber sabido sujetar la furia o por esta soledad que ahora se viene”.

Eso es Moreira, una furia incontenible que no encuentra otro espacio que la soledad, que se mueve impulsado por la tristeza y que persigue un sueño que se desvanece con cada paso.

Leonardo Favio demuestra gran destreza con su composición visual, siempre acertado en los encuadres y muy arriesgado en los ángulos de la cámara. Logra muy bien disimular las limitaciones de recursos, en la mayoría de los casos, en otros se nota las deficiencias en el maquillaje. Esta limitación no le hace mella a la gran calidad conceptual.

Nazareno Cruz y el lobo (1975)

Con este filme la apuesta del director argentino fue bastante arriesgada. Ahora no hablaba de los niños oprimidos víctimas de un sistema político y social, ni de un legendario gaucho. Ahora se vuelca sobre un personaje de la mitología guaraní. Y decimos arriesgado porque no se trata de una de esas clásicas figuras de la mitología griega o nórdica, se trata de una figura que tiene una relevancia limitada en el seno de una cultura menos difundida.

Como era costumbre, Favio trabajó junto a su hermano Jorge Zuhair Jury para escribir el guión. Inspirados en los relatos de una radionovela o radioteatro del escritor Juan Carlos Chiappe (1914-1974). La misma se realizó en 1951 y abordaba el mito de “El lobizón”. La leyenda va sobre la maldición del séptimo hijo varón. El tratamiento que Favio hace de la historia es el de una tragicomedia, basta con escuchar la premonición fatal de la bruja que condenaba a Nazareno desde antes de que él pudiera tomar la primera bocanada de aire. O tal vez debemos estremecernos con los truenos y relámpagos que profetizan el tormentoso final del desdichado séptimo.

El director juega con los géneros, tanto se descarga con una comedia suelta y pícara, como retoza con el drama surrealista. Así de versátil es este filme y no podía ser para menos tetándose de un mito que se pinta con los colores del horror y la fantasía. Primero la belleza que cautiva y la alegría que no se contiene para luego, Mandingo y la confirmación de una sentencia fatal.

Esta película permaneció por más de 30 años como la más taquillera de argentina y fue sobrepasada ligeramente por Relatos Salvajes (2014).

Caricatura de portada: Deborah Vásquez Tejada

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Hugo Pagán Soto es mercadólogo de profesión cinéfilo por pasión. Director del la Distribuidora Internacional de Películas de 2015 a 2018 y Coordinador de Relaciones Públicas de la Cinemateca Dominicana en 2015.