Plenamar ha convocado a un puñado de autoras a manifestarse en el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. El resultado es un aullido de protesta y un canto de visceral empatía.
Estas poetas abrazan con su voz a las mujeres que han recibido la cuchillada, el golpe del insulto, la agresión gratuita en lugares públicos y privados. Escriben con una punta de diamante sobre el muro de la conciencia ciudadana. Su palabra está colmada de esplendor, de furia. Revelándose en el poema, se tornan también las otras, totalidad humana que es cada víctima. Al leerlas, nos parece estar contemplando sus ojos rebosados de un agua que mana de las madres primigenias, esas que iluminaron la comunidad con sus experiencias, tejieron relatos con palabras recién inventadas, hospedaron al animal herido y vieron brotar plantitas de su ingenio.
En el conjunto de estos poemas vibra una fuerza que apenas se contiene, que roza la tormenta de una labor de alumbramiento hecha gemido, sonrisa, enigma, convite.
Desde España, María Ángeles Pérez López, retrata el peligro, el arrimo de la ponzoña: La violencia insolente / hace temblar los márgenes del cuerpo / y en su lenta combustión como de encina / la tinta de las venas escribe ese calvario.
Jeannette Miller, dominicana, describe ese dolor que saca la sangre gota a gota y a aquella para quien amor era una forma de sepelio.
Desde Puerto Rico, Juana Iris Goergen concluye: Ellas, ya no son cuerpos, no son gacelas, / sino jirones y huesos triturados por Tzontemoc.
La peruana Roxana Crisologo apunta: Tu nombre / el campo de batalla / incendiado como un bosque seco.
Margarita Drago, argentina establecida en New York, puntualiza: En caravana llegaron / las Madres, las hijas / y las Abuelas, / arroparon el cadáver / y lo entregaron / al corazón de la tierra.
Rosa Silverio, dominicana residente en Madrid, bosqueja al verdugo: la rata se ha escondido en la cocina / el cuchillo ha cortado el amor en dos pedazos / y el monstruo se ha comido el más apetitoso.
Oriette D’Angelo, caraqueña radicada en Iowa, señala: Nadie sabe que es poco hombre / hasta que toca a una mujer / para romperla.
Johanny Vázquez Paz boricua asentada en Chicago, esboza una verdad: el asesinato de una mujer equivale a una amenaza a todas: Una bala tallará en mi cráneo un corazón, o quizás el filo de un metal tatuará un collar en mi cuello.
La cubana Yanelys Encinosa Cabrera, en el poema “Mulata en el malecón” subvierte historias del cuerpo vendido: Ella entreabre las piernas / no esconde pudor su minifalda / ‘ni titilan azules los astros a lo lejos’ /
Otra poderosísima voz peruana, Victoria Guerrero Peirano, conversa con Eyvi Agreda, víctima con nombre y apellido que la autora empodera con un verso que hace gesta de la anatomía: Tu cuerpo, / tu arma, / compañera
Para cerrar este evocador collage la cubana, Zurelys López Amaya, sentencia vehemente la presencia de nuestras Mariposas: Nunca dejamos atrás la fuerza del que lucha. / El valor del que aguanta en cárceles el odio. / El dolor de quien pena. Nunca nos fuimos de la tierra amada.
La dominicana Maria Yrene Santos, por su parte, se hace testigo de los dolores que calan los mas profundos rincones del cuerpo: Hoy he visto a una mujer llorándole los huesos / en ellos los recuerdos se aposentan.
Parecerían concertadas, como se podrá advertir enseguida. A lo mejor, existe una sororidad transhistoria, que ellas encarnan. Por eso resuman emociones de todas. Tal como ha sucedido con las poetas de otros tiempos.
Las de ayer y las de hoy tejen una red de palabras para atrapar el miedo, para conjurar la amarga noche del amor pulverizado. Fabrican bloques de afirmación. Afilan versos que siegan zarzales en los senderos por los que debe andar, con alas sobre los pies, como el alicornio, la imaginación. Saben que imaginar la libertad es el primer acto de libertad.
Las de ayer, como las de hoy, nos hablaron de muros grotescos y de ocultas barreras:
¿Sabes tú del miedo? / Sé del miedo cuando digo mi nombre. / Es el miedo, / el miedo con sombrero negro / escondiendo ratas en mi sangre, / o el miedo con labios muertos / bebiendo mis deseos. (Alejandra Pizarnik).
¡Que angustiosa cárcel ésta / de hierros por todas partes, / con las ventanas al mundo / a las sombras / a la nada! (Concha Méndez).
Cada noche desgarro a dentelladas todo lazo ceñido al corazón, / y cada amanecer me encuentra con mi jaula de obediencia en el lomo. (Olga Orozco).
A cada paso adelantado en mi ruta hacia el frente / rasgaba mi espalda el aleteo desesperado / de los troncos viejos. (Julia de Burgos).
Se arriesgan a vivir a toda costa, a tener vida interior. Nos narran rebeliones gestadas en un espacio prístino del alma:
Yo soy como la loba. Ando sola y me rio / Del rebaño. El sustento me lo gano y es mío / Donde quiera que sea, que yo tengo una mano / Que sabe trabajar y un cerebro que es sano. (Alfonsina Storni).
Por más que tú no quieras, por más guiños siniestros / Que me hagan tus dos ojos, en el terror maestros, / Caronte, yo en tu barca seré como un escándalo. (Juana de Ibarbourou).
Una mujer está sola. Piensa que ahora todo es nada / y nadie dice nada de la fiesta o el luto / de la sangre que salta, de la sangre que corre, / de la sangre que gesta o muere en la muerte. (Aída Cartagena Portalatín).
Comparten episodios de un despertar espléndido. Las serendipias. Destellos de aventura a toda costa:
Por eso el polvo de sus huesos sustenta / púrpura de rosales de violento llamear. / ¡Y el cuidador de tumbas, cómo aroma, me cuenta / las plantas del que huella sus huesos, al pasar. (Gabriela Mistral).
Bajé las escaleras / saltando igual que un niño, de tres en tres. Silbando / una canción ligera, y por la noche / aquellos moscardones enlutados / me parecieron ya casi palomas. (María Elvira Lacaci).
No obstantes las caídas, y tal vez porque hay plantas que hallan abono en los cráteres, adelantan cantando como Violeta Parra: Gracias a la vida que me ha dado tanto.
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Ángela Hernández Núñez, poeta, novelista y artista gráfica dominicana. Premio Nacional de literatura 2016.