“(…) Todo el mundo está desamparado,
aunque hagamos lo imposible por negarlo…”.
Bob Dylan
Cuando pienso en la poesía y el poema, se me viene a la cabeza la unión de la historia con la palabra hecha realidad. Quiero pensar en que el poema tiene un arcoíris y quien lo nombra tiene la absoluta capacidad de quitarle el color o de darle otros matices. T.S. Eliot decía que el hombre no le temía a la muerte sino a que no se notara su ausencia después de partir el no dejar huella. El poema es la huella, es el sustantivo, es la palabra.
Los temas de la poesía son la muerte, el dolor, la rosa (naturaleza), el amor y el tiempo. Quiero hablar del dolor, de ese que les abate en las fronteras llenas de inmigrantes cargados de sus congojas, desde la necesidad que obliga a inmigrar hasta la decisión de soltar el pasado y buscar un nuevo presente. En ese dolor se desliza la palabra escrita, esa que se nombra cuando el poema duele.
El dolor es universal, no hay ningún sitio ausente del mismo y aunque esté, el ser humano sale a buscar algo de felicidad, un instante, una fracción de segundo como en el gato, el recuerdo, una taza de café. Ahora bien, el dolor y la poesía desde el punto de vista de la inmigración nos llenan de soledad, melancolía, alienación, contradicciones y, quiero pensar en que cada uno está ligado a un momento. La poesía es la elegida para contar, sentir, mostrar el sentimiento del inmigrante y es el poema el que se lanza para ser testigo de la palabra.
¿Quiénes son los inmigrantes? Son los que “(…) Al ir, van llorando, / llevando la semilla; / y al volver, vuelven cantando, / trayendo sus gavillas” (Salmo 126, 6).
Quiero pensar en la partida esa que está llena de esperanza, de un tiempo finito, de razones, de sueños por cumplir, de tareas por hacer, como una sucesión de hechos que se contraen y llenan al inmigrante de ilusiones.
Exilio
Detén los relojes,
quita los espejos.
Cubre todos los muebles con sábanas blancas.
Abandona la idea del hogar
protegiéndola del polvo
que baila en el haz de sol
desde la infancia.
Congela las luces de la casa
y pon todo el sonido dentro del silencio.
Envuelve los brindis en papel de burbujas.
Guarda el vino dentro de una boca seca.
Para de respirar, por un instante.
Conviértete en un objeto que pueda recordarse.
Pacta con todo movimiento y para.
El ayer fue bueno contigo,
un arrebato lleno de prestancia.
Envuelve la quietud de la música de entonces.
Ya amanece.
(Exilio, de Álvaro Hernando Freile. Del libro “Mar de Varna”. Editorial Baile del Sol, 2021).
Quiero pensar en la llegada, a la aceptación o no. No sé hasta dónde va el dolor de dejar sus costumbres, sus comidas, el olor de su tierra, la mirada de la inocencia y la esperanza de la adultez. Ese dolor se mezcla con el sueño, la esperanza de un comenzar que a veces se cumple y a veces no. En términos de literatura este segundo momento es el inicio del desarraigo, comienzo del abandono del pasado para crear un futuro lleno de presente.
El valor poético del caminar del inmigrante es enorme, se expande y se mezcla con las humillaciones, con el olvido del hambre al imaginar el encuentro de lo prometido. No importa si el inmigrante viene solo, en grupo, con amigos, con familia, su búsqueda siempre será la casa, el hogar.
Penélope: La barcarola
Se despierta enemiga y descubre
que es necesario el viaje, la partida.
Atrás quedará Ítaca.
Atrás quedarán Ulises y Tiresias.
Ella partirá con Telémaco y con otras diez mujeres
que dejan a Ulises negros, Ulises blancos
bronceados Ulises soñando con sus Circes
con lechos compartidos
con monstruos
con sirenas y serpientes.
Amiga de sí misma, se despierta enemiga.
Reflejo de otras diez mujeres.
Y se va.
Se va una barca preñada de tejidos
Y de senos
que alimentan.
(Penélope: La barcarola, de Juana Iris Goergen. Antología Los otros exilios. Pupila editorial y Salta{pa}tras ediciones, 2021).
Quiero pensar en el logro, como en el Salmo, los exiliados “(…) vuelven cantando, /trayendo sus gavillas”, y en el tiempo que ha pasado con sus experiencias y aprendizajes se ha realizado la consecución de lo prometido, la felicidad del éxito obtenido, unas veces total, otras a medias; el deseo de expresarse desde un canto que se sorprende en su corazón para ser narrador-poeta, porque su mente se convierte en un salón de besos, de abrazos, de nombres queridos como música; en un cómo contarlo, cómo decirlo, qué tanto mostrar, qué tanto compartir, en un rito, en la anticipación del encuentro.
Nota: “(…) La Literatura del desarraigo es la literatura en español en Estados Unidos que habla de la experiencia de vivir en este país. Pero no la llamamos Literatura del desarraigo porque el autor llora su pena inmigrante por los renglones de un papel, sino porque el desarraigo, esa crisis de identidad que se genera a partir de una falta emocional, ayuda, inconscientemente o no, a fortalecer el vínculo con las dos tierras, la que se dejó, y aquella que nos ha recibido, para bien o para mal, pero que en el ahora nos acoge, nos brinda trabajo y una esperanza que antes nos faltaba… Fernando Olszanzki, Del desarraigo al arraigo, la construcción de una identidad literaria. Critica.Cl. https://critica.cl/literatura/del-desarraigo-al-arraigo-la-construccion-de-una-identidad-literaria
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Fermina Ponce. Comunicadora social, periodista. Máster en escritura creativa en español de la Universidad de Salamanca, España. Ha obtenido diversos premios. Su poesía ha sido traducida al inglés, italiano y árabe.