Con este libro, Escribir otra isla. La República Dominicana en su literatura, compuesto por casi una veintena de ensayos sobre nuestra literatura, sus autores, integrados por un selecto grupo de académicos de prestigiosas universidades de España, Bélgica, Estados Unidos, Italia, Francia, Canadá y República Dominicana, expanden la perspectiva de nuestras letras mediante una visión innovadora del canon literario establecido, con la relectura y reinterpretación de las creaciones literarias de nuestro país, aplicando diversos instrumentos teóricos y de análisis con el propósito de “oxigenar la crítica literaria dominicana contemporánea”, tal como afirman en la introducción sus editores, los catedráticos Fernanda Bustamante Escalona, Eva Guerrero y Néstor E. Rodríguez. Este volumen es el primer fruto editorial de la Cátedra Pedro Henríquez Ureña, establecida en la Universidad de Salamanca en el año 2012, hecho trascendental que nos abrió puertas a un espacio internacional.
Si bien “hace veinte años era una rareza encontrar en revistas especializadas y compilaciones académicas en torno a la producción cultural del Caribe alguna contribución dedicada a la literatura dominicana”, como aseguran los editores, estimo que esta visión merece ser matizada. El más importante ejemplo sería el trabajo en verdad pionero de la Revista Iberoamericana, dedicada íntegramente hace más de tres decenios a la literatura dominicana, en su volumen LIV, de enero-marzo de 1988, con ocho textos sobre narrativa, seis de poesía, dos de teatro, y una sección de tres escritos en homenaje a Pedro Henríquez Ureña, además de siete reseñas de libros. El editor de aquel trabajo fue el poeta y profesor dominicano Rei Berroa (1949), quien casi veinte años después gestionó reeditar aquel memorable esfuerzo bajo el título de Aproximaciones a la literatura dominicana 1930-1980, publicado en la colección del Banco Central de la República Dominicana (2007), al que siguió un segundo volumen en 2008, Aproximaciones a la literatura dominicana 1981-2008.
El otro caso que me viene a la memoria es el de la antología del escritor e investigador venezolano José Antonio Escalona Escalona (1916-2013), que en el tomo II de su Muestra de poesía hispanoamericana del siglo XX (Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1985), dedicó más de cien páginas a la poesía dominicana contemporánea, con textos de nueve maestros, siete de ellos vivos entonces: Franklin Mieses Burgos, Manuel del Cabral, Héctor Incháustegui Cabral, Pedro Mir, Freddy Gatón Arce, Manuel Rueda, Antonio Fernández Spencer, Lupo Hernández Rueda y Máximo Avilés Blonda.
Por la densidad, riqueza y amplitud de Escribir otra isla, voy a concentrar mi atención en los ensayos dedicados a las escritoras, al considerar que es una de las partes más apasionantes e intensas del libro, a través de la cual se rescatan las voces de mujeres de letras que por largo tiempo han permanecido en las gavetas del olvido, o simplemente han sido subestimadas por la crítica establecida.
La profesora Olga Nedvyga, de la Universidad de Montreal, en su ensayo “La farmacia y la emancipación de género en la literatura”, analiza el caso de la escritora Amelia Francasci (Amelia Francisca Marchena Sánchez de Leyba, 1850-1941), feminista y autora de varias novelas poco leídas por nuestros coetáneos, quien contribuyó con su obra y ejemplo a la emancipación de género en nuestro país a principios del siglo XX. Hay que decir que el interés en redimensionar la obra de Amelia Francasci tiene por lo menos un antecedente, ya que a principios de este milenio, el escritor y crítico Giovanni Di Pietro, en su Quince estudios de novelística dominicana (2006) afirmaba que “es una lástima que no se le reconozcan sus cualidades y que no se le dé [a Amelia Francasci] el lugar que merece en la literatura nacional”, y dedica dos textos de su libro a las novelas Madre culpable (1894) y Francisca Martinoff (1901), con las que la escritora intentó rebasar el marco de la llamada “novela sentimental”. La originalidad del estudio de la profesora Nedvyga consiste en analizar a fondo la motivación de Amelia Francasci al crear un “proyecto alternativo para la emancipación de género, un espacio de desacuerdo abierto por la intensa competencia profesional entre la religión, la medicina, la farmacia, la literatura y la crítica literaria”.
En “Abigaíl Mejía: narrar entre República Dominicana y España. Hojas de un diario viajero (1919)”, la profesora Eva Guerrero afirma con acierto que Abigaíl Mejía Solière (1895-1941), a quien se conoce sobre todo por sus esfuerzos en defensa de los derechos de la mujer, “fue una de las autoras más complejas y mejor preparadas de la primera mitad del siglo”, habiendo escrito narrativa, poesía, historiografía, incluso una Historia de la literatura dominicana (1937) que constituyó el primer recorrido por las letras dominicanas publicado en el país, pese a lo cual su obra ha sido poco divulgada. Coincido con Eva Guerrero cuando señala que Abigaíl Mejía “tiene méritos más que suficientes para formar parte del canon de las letras dominicanas”.
Por su parte, la especialista en literatura y cultura caribeñas Sharina Maillo-Pozo, analiza la vigencia del legado intelectual y feminista de Camila Henríquez Ureña (1894-1973), una escritora y académica de sólida formación, poseedora de dos doctorados en la Universidad de La Habana y una maestría en lenguas romances en la Universidad de Minnesota, quien llegó a ser catedrática del Departamento de Estudios Hispánicos del prestigioso Vassar College durante casi dos décadas, en una época en que era una universidad privada para mujeres a la que pocas hispanoamericanas tenían acceso como docentes. Su trayectoria educativa fue tan respetable como su labor feminista, pues, como afirma Maillo-Pozo, “dedicó gran parte de su tiempo a abogar por los derechos de la mujer en diversos congresos y asociaciones”, algo casi desconocido entre nosotros, como ocurre a menudo con escritoras de valía. A mi entender, la obra ensayística de Camila Henríquez Ureña se distingue por su consistencia intelectual, fruto de su esmerada formación académica, y merece ser rescatada y puesta en valor por la crítica local.
El ensayo de la profesora Sandra Alvarado Bordas sobre el control autoral y la violencia sexual en Escalera para Electra (1970), de la poeta, narradora y crítica de arte Aída Cartagena Portalatín (1918-1994), aborda el estudio crítico de una importante obra de la única mujer integrante del grupo de La Poesía Sorprendida, cuyo poema Una mujer está sola (1955) la colocó en un lugar de primer orden en la lírica nacional, y quien tres lustros más tarde consolidaría con su novela finalista del Premio Biblioteca Breve de la Editorial Seix Barral, un experimento novelesco en el que se vislumbraba la actualización de la narrativa dominicana. La profesora Alvarado Bordas ha sabido auscultar el corazón de esta obra, por lo que recomiendo leer su ensayo, que amplía las nociones sobre nuestra novelística, ya que Escalera para Electra “va develando tabúes que han forjado la identidad dominicana” al “exorcizar el autoritarismo, la violación sexual y los abusos que han marcado la historia de la República Dominicana”.
La catedrática Violeta Lorenzo Feliciano, en “Burladores burlados. Astucia y sororidad en dos cuentos de Ángela Hernández”, destaca el valor literario de la narrativa de Ángela Hernández Núñez (1954), una escritora de la modernidad, cuya obra abarca también la poesía, el ensayo, la crítica feminista y la fotografía, entre otros. La profesora Lorenzo Feliciano atina cuando afirma que: “La valía de los cuentos de Ángela Hernández radica en cómo apuntan a formas de pensar estrategias de resistencia en contextos autoritarios”, y yo agregaría que en sus cuentos es evidente la presencia de la poesía, factor que realza sus ficciones.
Estimo que el ensayo de Fernanda Bustamante Escalona sobre la contribución de Josefina Báez a la literatura dominicana de la diáspora es una auténtica revelación, no solo por ocuparse de ese segmento de nuestras letras poco conocido entre nosotros, al desarrollarse en los Estados Unidos, sino por la conjunción de rasgos únicos, como son los de “género, raza, diáspora y clase social” en la obra de esta artista romanense que ha intentado “legitimar y recuperar las voces de los ausentes, los dominicanyorks”, para “materializar su conciencia/escritura mestiza-diaspórica” en una “contranarrativa de la dominicanidad”.
La conocida catedrática e investigadora belga Rita de Maeseneer, en colaboración con Marie Schoups, a partir del análisis de “Los trajes 1975”, publicado en la revista Letras Libres hace unos años, escribe sobre la cantante-performera-escritora-guionista-artista gráfica Rita Indiana Hernández (1977), celebrada autora de La mucama de Omicunlé (2015), quien desde hace años reside en el exterior y ha creado un universo muy personal al “escribir en dominicano, otorgando un papel central a la oralidad y los sonidos”, al “cuestionar las categorías tradicionales del patriarcado y la heteronormatividad”.
Es mucho lo que podría decirse todavía de este conjunto de trabajos apenas bosquejados en este artículo, pero creo que su aporte más importante es hacer visibles a varias autoras dominicanas valiosas, cuyas obras han permanecido casi en el anonimato, sin reediciones asequibles, con pocos estudios críticos que revaloricen su contribución literaria, como ocurre con las de principios del siglo XX; y otras contemporáneas cuya labor reclama un mayor despliegue y discusión.
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José Alcántara Almánzar es educador, sociólogo, narrador, ensayista y crítico literario de alto nivel internacional. Galardonado con el Premio Nacional de Literatura 2009.