La noche

Poco sé de la noche

pero la noche parece saber de mí,

y más aún, me asiste como si me quisiera,

me cubre la conciencia con sus estrellas.

Tal vez la noche sea la vida y el sol la muerte.

Tal vez la noche es nada

y las conjeturas sobre ella nada

y los seres que la viven nada.

Tal vez las palabras sean lo único que existe

en el enorme vacío de los siglos

que nos arañan el alma con sus recuerdos.

Pero la noche ha de conocer la miseria

que bebe de nuestra sangre y de nuestras ideas.

Ella ha de arrojar odio a nuestras miradas

Sabiéndolas llenas de intereses, de desencuentros.

Pero sucede que oigo a la noche llorar en mis huesos.

Su lágrima inmensa delira

y grita que algo se fue para siempre

alguna vez volveremos a ser.

El despertar

a León Ostrov

Señor

La jaula se ha vuelto pájaro

y se ha volado

y mi corazón está loco

porque aúlla a la muerte

y sonríe detrás del viento

a mis delirios

Qué haré con el miedo

Qué haré con el miedo

Ya no baila la luz en mi sonrisa

ni las estaciones queman palomas en mis ideas

Mis manos se han desnudado

y se han ido donde la muerte

enseña a vivir a los muertos

Señor

El aire me castiga el ser

Detrás del aire hay monstruos

que beben de mi sangre

Es el desastre

Es la hora del vacío no vacío

Es el instante de poner cerrojo a los labios

oír a los condenados gritar

contemplar a cada uno de mis nombres

ahorcados en la nada.

Señor

Tengo veinte años

También mis ojos tienen veinte años

y sin embargo no dicen nada

Señor

He consumado mi vida en un instante

La última inocencia estalló

Ahora es nunca o jamás

o simplemente fue

¿Cómo no me suicido frente a un espejo

y desaparezco para reaparecer en el mar

donde un gran barco me esperaría

con las luces encendidas?

¿Cómo no me extraigo las venas

y hago con ellas una escala

para huir al otro lado de la noche?

El principio ha dado a luz el final

Todo continuará igual

Las sonrisas gastadas

El interés interesado

Las preguntas de piedra en piedra

Las gesticulaciones que remedan amor

Todo continuará igual

Pero mis brazos insisten en abrazar al mundo

porque aún no les enseñaron

que ya es demasiado tarde

Señor

Arroja los féretros de mi sangre

Recuerdo mi niñez

cuando yo era una anciana

Las flores morían en mis manos

porque la danza salvaje de la alegría

les destruía el corazón

Recuerdo las negras mañanas de sol

cuando era niña

es decir ayer

es decir hace siglos

Señor

La jaula se ha vuelto pájaro

y ha devorado mis esperanzas

Señor

La jaula se ha vuelto pájaro

Qué haré con el miedo.

Sólo un amor

Mi amor se amplía.

Es un paracaídas perfecto.

Es un clic que se exhala y

su pecho se hace inmenso.

Mi amor no ruge

no clama

no ruega

no ríe.

Su cuerpo es un ojo.

Su piel es un mapamundi.

Mis palabras perforan

la última señal de su nombre.

Mis besos son anguilas que él

se ufana en dejar resbalar.

Mis caricias un chorro reminiscente

de música sobre fuentes de Roma.

Nadie pudo huir aún de su territorio anímico.

No hay rutas ni pliegues ni insectos.

Todo es tan terso

que mis lágrimas se sublevan.

Mi creación es una mojigatería

junto a su rubio carromato.

En estos momentos el tintero alza vuelo

y enfila hacia linderos inacabables

de mosquitos haciendo el amor.

Suena el fatídico sonido.

Ya no vuelo.

Es mi amor que se amplía.

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Alejandra Pizarnik (1936- 1972) fue una poeta, ensayista y traductora argentina. Tradujo a Antonin Artaud, Henri Michaux, Aimé Césaire e Yves Bonnefoy. Autora de Los trabajos y las noches, Extracción de la piedra de locura y El infierno musical. En 1969 recibió una beca Guggenheim, y en 1971 una Fullbright. El 25 de septiembre de 1972, se suicidó ingiriendo 50 pastillas de un barbitúrico.