El tema de literatura y sociedad en América Latina siempre ha constituido un espacio de debates y reflexiones entre los intelectuales, relacionando, en muchas ocasiones, los problemas de la producción textual con las posibilidades de que la misma contribuya a la superación de los males de nuestras sociedades, lo que por mucho tiempo dividió a los escritores en dos grandes grupos: los del compromiso social y los del arte por el arte.

Nuestro país no escapó a esa realidad, y Pablo Neruda se convirtió en uno de los íconos del movimiento revolucionario, hecho consolidado con el poema “Versainograma a Santo Domingo”, que el gran escritor chileno había dedicado a las luchas de nuestro pueblo por su soberanía, durante la intervención norteamericana de 1965.

Este texto, junto a los poemas “Canto a Santo Domingo Vertical” de Abelardo Vicioso y “Ni un paso atrás” de Pedro Mir, recorrieron el territorio nacional a través de grupos de poesía coreada, talleres literarios, agrupaciones músico-vocales y las más diversas vías, como un emblema donde la poesía se levantaba en defensa de nuestra soberanía.

Pero no había un bloque internacional dentro del movimiento comunista y socialista de la época, sino que el mundo, en el llamado socialismo real, se había dividido entre prosoviéticos, prochinos, e incluso con subgrupos que se identificaban con Albania o con la experiencia guevarista que tenía como centro a Cuba; y precisamente, cuando en la rectoría del Dr. Rafael Kasse Acta, se informó de la posibilidad de que Pablo Neruda estuviera por primera vez en nuestro país, uno de esos grupos inició una ruidosa y vistosa campaña, oponiéndose a su presencia en nuestro territorio, ante el asombro de aquellos que entendían que aquel poeta de dimensión universal pudiera estar con nosotros para que se le rindiera el homenaje que él se había ganado como poeta y como amigo solidario de nuestro pueblo.

Aunque para muchos Neruda era un poeta de algunos textos sociales y un militante de la ideología comunista, en realidad se trataba de uno de los fundadores de la poesía latinoamericana contemporánea, con una dimensión que traspasaba los límites de nuestro continente y nuestra lengua, para aposentarse en la rica tradición que tenía como antecedente a Rubén Darío.

Para Saúl Yurkievich, delegado Internacional del Encuentro Pablo Neruda, formaba parte de “Los fundadores de la poesía latinoamericana”, en un enjundioso texto que había publicado, donde se analizaban, además, a Vicente Huidobro, César Vallejo, Octavio Paz y Jorge Luis Borges.

La dimensión de Neruda no puede ser atrapada por criterios ideológico-políticos, lo cual aprendimos cuando leímos El viajero inmóvil de Emir Rodríguez Monegal, quien también fue delegado a este evento y que es considerado, por muchos, como el más grande crítico literario latinoamericano de su época y quien hizo un enjundioso estudio acerca de la obra nerudiana, donde demuestra, con la profundidad que lo caracterizaba, los valores permanentes de una obra que desde sus inicios asumió la poesía como un espacio para la creatividad más elevada, donde cada palabra era un torrente de un decir que se remontaba a la tradición de los grandes poetas desde el mismo nacimiento de la literatura asumida como forma de expresar las emociones a través de la escritura.

Otro texto de Amado Alonso, “El estilo de Pablo Neruda”, vino a completar la visión de un Neruda por encima de las circunstancias sociales e íntimamente relacionado con los altos momentos en que autores esenciales como Quevedo habían logrado transmutar, en un español elevado, los sentimientos que laten en cualquier ser humano, no importa la lengua en que se exprese.

Precisamente, otro de los presentes en el Encuentro Internacional, el gran escritor argentino Roberto Juarroz, en la ponencia “Neruda y su visión de Quevedo como poeta de la libertad”, consolidaba los juicios que los anteriores autores habían vertido acerca de una poesía cuya universalidad le daba carácter de permanencia en la historia de la literatura mundial.

En el año 1981, cuando faltaban dos años para cumplirse el décimo aniversario de la muerte de Pablo Neruda, propuse al Dr. José Joaquín Bidó Medina, rector Magnífico de nuestra Universidad Autónoma de Santo Domingo, la celebración de un encuentro internacional de escritores como homenaje a Pablo Neruda y también como una forma de resarcir el daño a nuestro país y a nuestra universidad, por la intolerancia que impidió su presencia física entre nosotros.

El respaldo del Rector no se hizo esperar y bajo la presidencia de honor de nuestros grandes escritores, Juan Bosch, Domingo Moreno Jimenes, Manuel Rueda, Aída Cartagena Portalatín, Manuel del Cabral y Pedro Mir, se inició con entusiasmo un proceso que culminó en el más importante encuentro de escritores celebrado en nuestro país, contando con la presencia de intelectuales de América y de Europa que durante varios días reflexionaron no solo sobre la obra de Neruda, sino sobre otros aspectos relevantes del acontecer literario de la época.

En términos simbólicos, recuerdo la expresión de satisfacción del profesor Juan Bosch cuando llevé a su casa la confirmación del respaldo de Juan Rulfo a este acontecimiento y del encuentro que Abel Fernández Mejía, Andrés L. Mateo, Enrique Eusebio y yo sostuvimos con Emir Rodríguez Monegal y Eduardo Galeano, quienes en la Universidad Interamericana del Puerto Rico nos confirmaron su participación.

Entre las diversas ponencias realizadas por escritores dominicanos e internacionales, aparecen no solo textos acerca de Pablo Neruda, su vida o su obra, sino que el reglamento del Congreso incluía la posibilidad de abordar también los temas generales sobre literatura y sociedad.

Con respecto a la temática nerudiana, algunos autores nacionales abordaron aspectos peculiares que debían ser resaltados. Por ejemplo: Manuel Rueda, quien vivió por muchos años en Chile, en su importante ponencia “Imágenes de la chilenidad en Pablo Neruda” expresa:

“Para empezar, voy a tratarles una imagen, la presencia de un mito en las tierras del sur chileno, llenas del silencio sobrehumano y de proximidades alucinantes. Tal vez no sea más que un sueño del desolado muchacho que yo era en 1940, del ansioso muchacho tropical perdido en una patria lejana, distante a la suya”.

La presencia de Manuel Rueda en Chile por muchos años le dio el privilegio de conocer de cerca una de las literaturas más importantes de nuestra lengua y no solo por ser el único país de nuestra América con dos Premios Nobel de Literatura, sino que, con solo mencionar los nombres de Gabriela Mistral, Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Pablo de Rokha, Nicanor Parra y Gonzalo Rojas estamos ante cúspides de nuestras letras.

Rueda, en su ponencia, se refiere a la obra nerudiana a través de dos imágenes grandiosas. Para usar sus propias palabras, que parecen seguir ese mundo, los bosques y el océano: junto a los primeros nace, junto al otro vive y se dispone a morir.

Otro aspecto que destaca en la excelente ponencia de nuestro gran poeta y dramaturgo, es la comparación entre los dos Pablos, sus rivalidades personales al lado de sus semejanzas políticas y literarias.

El texto de Manuel Rueda es, sin duda, un aporte esencial, no solamente para conocer a Pablo Neruda, sino para la gran poesía chilena de su época.

Manuel Mora Serrano, en su trabajo “Neruda: testimonio del poeta y la poesía”, recuerda cómo conoció al destacado poeta en Puerto Azul en julio de 1970 y comienza citando sus palabras en esa ocasión:

“Hablar ante escritores es hablar ante el espejo. Nuestras frustraciones, limitaciones y defectos, nuestra incomprensión despiadada, nuestra mutua incomprensión, salen de nosotros mismos. Nos conocemos. Tratamos de construir una frágil fraternidad rodeados por enemigos sombríos. Urdimos el camino individual de nuestros sueños y luego vemos que se trata del camino de todos, el antiguo joven humanismo eterno que fue defendido ayer por tantos otros que éramos a la vez nosotros mismos…”.

Mora Serrano hace un importante símil entre la época en que se desarrolló la gran poesía nerudiana y nuestra realidad poética, para sacar conclusiones que hacen de su exposición una de las más originales de las que se presentaron en ese acontecimiento cultural que fue el Encuentro Internacional de Escritores Pablo Neruda.

Otro de nuestros expositores fue Manuel Matos Moquete, quien trató el tema “Mito y unidad americana en el Canto general de Pablo Neruda”. Para este expositor, leer el libro Canto general es arriesgarse en una doble expedición. Toda lectura, como toda escritura, es ya de por sí un acto de exploración y aventura por los significantes de la obra, en la carrera que nunca acababa por alcanzar el sentido. Sin embargo, leyendo el Canto general nos embarcamos, además, en una expedición por el continente americano. A ese nos arrastra Neruda en la sucesión de poemas que constituyen su extensa obra.

Neruda, en ese canto, ha intentado –si lo ha logrado o no, es un tema de discusión– hacer lo más cercano a un canto épico, siguiendo la tradición que inició Homero con La Ilíada y La Odisea. La verdad es que, como señala Matos Moquete, en la búsqueda de nuestra realidad a través de la poesía Neruda se ha convertido en geógrafo para exaltar los ríos, los bosques, las aves, los animales, las montañas y los aborígenes de este inmenso mundo americano.

Para Neruda, la tierra americana no se limita a lo que conocemos como tierra, es también, para él, la madre naturaleza; su preferencia por las raíces, destacada por Matos Moquete; se constituye en un elemento fundamental para entender este amplio mundo donde la cosmovisión de un poeta parece atraparlo todo.

Otra ponencia, es la presentada por Abelardo Vicioso, titulada: “La poesía de Neruda: un arma para la lucha de los pueblos”. Abelardo Vicioso va directamente hacia la problemática política en la obra de Neruda, y en su ponencia cita el siguiente poema:

Amigo mío, con la tarde haz que se vaya

este deseo mío de que todo rosal

me pertenezca.

Amigo,

Si tienes hambre come de mi pan.

Para él, lo fundamental en la obra nerudiana, a diferencia de lo que consideran Rodríguez Monegal o Amado Alonso, es que esta sirva a la lucha de los pueblos, tomando como paradigma los criterios del realismo socialista. Por eso, destacará textos como este:

¿Qué hicisteis vosotros gidistas,

intelectualistas, rilkistas,

misterizantes, falsos brujos

existenciales, amapolas

surrealistas encendidas

en una tumba, europeizados

cadáveres de moda,

pálidas lombrices del queso

capitalista; qué hicisteis

ante el reinado de la angustia,

frente a este oscuro ser humano,

a esta pateada compostura,

a esta cabeza sumergida

en el estiércol, a esta esencia

de ásperas vidas pisoteadas?

Sin embargo, no es Abelardo Vicioso el más radical de los ponentes, esa medalla la tiene sin duda, Haffe Serulle en su texto “La violencia en la poesía de Neruda”, que comienza expresando:

“Dicen que Neruda soñó una vez con un planeta de sangre y que ese planeta era la Tierra. También dicen que en su sueño vio cráneos lacerados, brazos de niños triturados y ojos, muchos ojos, cientos de miles de ojos que miraban con rabia un portaviones que enarbolaba triunfalmente una bandera con muchas estrellitas blancas en la esquina del borde izquierdo, con un fondo azul y franjas rojas, horizontales, de extremo a extremo”.

En términos concretos, esa bandera pretendía anunciar el dominio del espacio y la acumulación de sangre ingenua que tal empresa, como toda empresa colonialista, lleva implícito. 

No hay duda de que, realmente, la violencia es uno de los temas más recurrentes de Pablo Neruda, pero su mundo poético es mucho más que eso; quizás, con el tiempo, podamos situar en forma más objetiva la dimensión y la diversidad de este gran poeta.

Emelda Ramos abordó el tema “El tratamiento de la mujer en la poética de Pablo Neruda”, comenzando con la sección “La mujer como objeto de ponderación estética”, señalando:

“Sin hacer prevalecer el sentido intangible sobre el sentido poético, partiremos de que toda gran poesía tiene su apoyatura en la experiencia humana, la cual identifica el lenguaje que la recrea felizmente; es por eso que la poesía del joven Neruda, la urdimbre creada por su genialidad y sortilegio verbal, aparece sustanciada por imágenes: apóstrofes, hipérboles y metáforas. En especial, podemos destacar la apostrofación transformada en dorados dardos que el poeta dirige al centro de sus cosmos: la mujer. Ejemplo: bella, de finas manos y delgados pies, como igualmente: ¡Ah desnuda tu cuerpo de estatua amorosa/ tienes ojos profundos donde la noche alea / frescos brazos de flor y regazo de rosa! ¡Oh poder celebrarte con todas las palabras de alegría! ¡Ah tu voz misteriosa que el amor tiñe y dobla / en el atardecer resonante y muriendo!”.

Luego en un segundo apartado, se refería al tema “El encuentro de la mujer en el más antiguo trueque de la humanidad”, continuando con “Lo eterno femenino en el nerudismo”, “Las ideas de frescura y paradigma como sugerencia erótica”, “Horizontalidad: la suma feminidad” y “La delicadeza, fragilidad y dependencia del impulso protector del varón”. Sin dudas, la escritora Emelda Ramos hace de su ponencia un indiscutible aporte a partir de la temática que aborda.

Entre las ponencias internacionales quiero destacar la del escritor chileno Andrés Bansart titulada “Neruda y la identidad americana”. Este autor se inclina en su exposición sobre criterios de sociología de la literatura, que, como escuela del pensamiento, ha generado importantes debates, dándole a la literatura, según algunos escritores, una relación con la sociedad y la identidad y cómo forman parte de la esencia misma de la literatura.

Precisamente en un ensayo de Andrés Bansart titulado “La poesía frente a la relación hombre-tecnología”, se profundiza en los criterios que este autor ha defendido al aplicar esta nueva metodología al enfoque nerudiano:

“Pablo Neruda fue uno de los más grandes forjadores de esta identidad. Él buscó los elementos fundadores y fundamentales; tuvo la oportunidad de identificar el pueblo a una historia real y a un proyecto concreto. Cuando dice que va a cortar la historia, parte de las raíces. Tierra mía sin nombre, sin América, y se proyecta hacia las yemas de primaveras todavía futuras:

… no solo sus raíces

buscaron el dolor sino la fuerza

y fuerza soy de piedra pensativa,

alegría de manos congregadas.

La identidad no se limita a lo cultural; se trata de una totalidad cuyas partes actúan entre sí. Buscar esta identidad consiste en realizar una introspección profunda con el fin de lograr un conocimiento de sí mismo a nivel del hombre y de la sociedad”.

Otra autora chilena participante al Encuentro fue Cecilia Vicuña con la ponencia: “Notas para un texto futuro”.

Preguntar por lo indígena en Neruda es tocar una contradicción esencial, no solo en él, sino en la cultura latinoamericana en general. Siendo mestizos y herederos del universo poético y espiritual indígena, así como del negro, y el cuerpo de nuestra cultura dominante lo niega, afirmando, ante todo, el etnocentrismo europeo y occidental.

El boliviano Max Efraín Pérez en su ponencia “Compromiso y testimonio en torno a la poesía de Neruda”, desde el mismo título nos recuerda la teoría de Sartre acerca del compromiso del escritor, criterio ampliamente difundido para la década del 60 y del 70, pero que cada día más es considerado como una concepción superada en el mundo actual.

Sin embargo, el escritor boliviano que nos ocupa señala confirmando su tesis que, en Tercera Residencia, con temas diversos e inciertos, el compromiso del poeta del Crepusculario desaparece como antena y surge el de la denuncia o protesta, el poeta comprometido. La poesía no puede estar sin contacto humano. En el prólogo de su poesía política, él mismo afirma: “El camino de la poesía sale hacia afuera, por las calles y fábricas, escucha y congrega, amenaza con la voz pesada de todo el porvenir…”.

El escritor panameño Rogelio Sinán, en su exposición “Pablo Neruda en mis recuerdos” refiere lo siguiente:

“A Neruda lo conocí en Santiago de Chile en el año 1924. Yo iniciaba mis cursos de español en el famoso Instituto Pedagógico de La Alameda. Neruda estaba a punto de graduarse en ese mismo colegio universitario, pero él seguía francés.

Fue el escritor Rubén Azócar, que había vivido en Panamá, quien me introdujo en el ambiente de lo que entonces era la joven literatura chilena.

Como era la primera vez que yo viajaba fuera de mi país, la vida en Chile me deslumbró hasta el punto de sentirme obligado a anotar diariamente mis impresiones en un viejo cuaderno que aún conservo, del cual quiero leer algunas notas”.

La relación de Sinán con Neruda y la descripción de la personalidad del gran poeta, fue un aporte de este escritor al conocimiento de un autor fundamental de nuestras letras.

Alberto Baeza Flores, en su ponencia “Pablo Neruda en el vivo recuerdo”, relaciona su trascendente presencia entre nosotros a través de La Poesía Sorprendida y lo significativo de la celebración de este Encuentro Internacional Pablo Neruda:

“Siempre hemos sido una sola familia humana en el dolor y en la esperanza. Nuestro José Martí, desde la dominicana Montecristi, el 25 de marzo de 1895 escribió a su amigo dominicano Don Federico Henríquez y Carvajal –a quien llamó hermano– la carta testamento político de su vida. Esa carta mantiene plena vigencia. Es letra viva, ayer como ahora: Escasos como los montes, son los hombres que saben mirar desde ellos y sienten con entrañas de nación, o de humanidad» […] «la patria no será nunca triunfo, sino agonía y deber […] esto es aquello y va con aquello […] Hagamos por sobre la mar, a sangre y a cariño, lo que por el fondo de la mar hace la cordillera de fuego andino”.

Edna Coll en su ponencia “La sed de amor en Pablo Neruda”, desde una óptica muy particular asume una importante reflexión acerca de la poesía amorosa nerudiana y da un importante recorrido por Veinte poemas de Amor y una Canción Desesperada y Los versos del capitán, para tratar de encontrar la relación entre vida y obra, entre realidad y sueños, en un poeta que amó profundamente la vida y que se debatió entre amores reales, que generaría algunos de los más exquisitos poemas de nuestra lengua:

…Cómo sabría amarte, mujer, cómo sabría

amarte, amarte como nadie supo jamás!

morir y todavía

amarte más

y todavía

amarte más

y más.

Al dejar para el final la ponencia “Neruda y su visión de Quevedo como una poética de la libertad”, del escritor argentino Roberto Juarroz, asumimos que se trata, a mi juicio de la principal ponencia del Encuentro Internacional, con la profundidad que siempre le caracterizó. Juarroz hace una reflexión acerca de la relación entre Quevedo y Pablo Neruda y se detiene en los sonetos amatorios de Quevedo y en otros textos nerudianos, mostrándonos un universo poético donde la lengua española se enriquece.

Y, es que en realidad el mundo nerudiano fue una vuelta a los mejores momentos del Siglo de Oro Español; prácticamente reinventando un decir, que, aunque parece ya escuchado, despierta nuevas tonalidades en el universo de una musicalidad que es, en sí mismo, ritmo interior.

(Tomado del libro: Pablo Neruda y su presencia en Santo Domingo: ponencias de un encuentro inolvidable, de Alberto Baeza Flores y Mateo Morrison, Ediciones Ferilibro, Santo Domingo, República Dominicana, 2004)

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Mateo Morrison (Santo Domingo, 1946) es poeta, Premio Nacional de Literatura 2010.